Con Rufino Herrera, de la Asociación de caficultores de El Cacao, he visitado las montañas dominicanas. Al mes de la tormenta Noel, los ríos bajan rebosando, las carreteras siguen desbaratadas, una doña me hace pasar a su media casa que pendulea juguetona sobre el barranco, y la arena entierra pistas deportivas, viviendas y automóviles. Algunos […]
Con Rufino Herrera, de la Asociación de caficultores de El Cacao, he visitado las montañas dominicanas. Al mes de la tormenta Noel, los ríos bajan rebosando, las carreteras siguen desbaratadas, una doña me hace pasar a su media casa que pendulea juguetona sobre el barranco, y la arena entierra pistas deportivas, viviendas y automóviles. Algunos pobladores fueron enterrados, primero por las riadas, después por sus familiares.
Es la historia repetida. En 1971 el ciclón Inés, en el 79 David y Federico, en el 98 George, y este año se adelantó la Navidad. Con cada tormenta tropical, los ríos crecen, y se llevan las cosechas. Las mujeres y hombres se crecen. Los desastres naturales son cíclicos, la injusticia para con estas familias es permanente. Sobreviven en tierras de difícil acceso y trabajo muy complicado, mientras en los valles los terratenientes, hermanos de todos los gobiernos, disfrutan de miles de hectáreas fértiles para el cultivo de la caña que se exportará. Ayer azúcar, hoy etanol. Los servicios públicos son escasos y deficientes. Las políticas agrarias apenas les tienen en cuenta porque para el PIB sólo cuentan los resultados económicos, no cuentan las personas. Eso cuenta Rufino. Las leyes del mercado internacional marcan para todos los pequeños campesinos, unos precios muy por debajo de lo que su trabajo, alimentar al mundo, merece. Y ellos son los que sufren desnutrición.
Sus iniciativas, como ellos, son inagotables. En los últimos años han desarrollado la producción de café orgánico a la sombra. Además de producir un café más saludable para los consumidores, para los cultivadores y para el planeta, permite complementar su cultivo con otros muchos productos que ayudan a su autoabastecimiento alimentario y a disponer de otros ingresos económicos. Rufino me llenó la mochila de naranjas, aguacate, zapotes, guineos, carambolas, macadamia, chinolas, e insólitos tubérculos desconocidos para mí. Con esa carga de alimentos regalada, piensas, ¿qué pobreza se acomodaría en estas familias con una justa distribución de tierras, con un apoyo estatal a su labor, con precios remuneradores, con soberanía alimentaria? Todas las pobrezas pasarían de largo. Como las riadas, hacia abajo, para no volver.
Gustavo Duch Guillot
Director de Veterinarios Sin Fronteras
tel 616114005