Entre otras muchas cosas, algunas de ellas recordadas y comentadas en anteriores conversaciones aquí publicadas, Joaquín Miras Albarrán es miembro-fundador de Espai Marx y autor de Repensar la política y Praxis política y Estado republicano. *** Estábamos aquí. Acababas de hacer referencia a E.P. Thompson. Te copio un breve fragmento de Gonzalo Pontón, de su […]
Entre otras muchas cosas, algunas de ellas recordadas y comentadas en anteriores conversaciones aquí publicadas, Joaquín Miras Albarrán es miembro-fundador de Espai Marx y autor de Repensar la política y Praxis política y Estado republicano.
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Estábamos aquí. Acababas de hacer referencia a E.P. Thompson. Te copio un breve fragmento de Gonzalo Pontón, de su ensayo La lucha por la desigualdad. Una historia del mundo occidental en el siglo XVIII, p. 484. El siguiente: «Edward Thompson escribió sobre la profunda alienación existente entre lo que él llamaba cultura patricia y cultura plebeya. No estoy del todo de acuerdo con estas denominaciones: la cultura que la burguesía construyó durante el siglo XVIII era una cultura mercantil, «patricia» si se quiere, pero también era, sobre todo, «plebeya», pues había surgido de la base popular, de la que ahora renegaba, y la impronta de su vulgaridad no dejó de atormentarla durante todo el siglo como un estigma». ¿Algún comentario por tu parte?
Creo que habría que distinguir países, segmentos sociales y periodos históricos.
De acuerdo. Adelante.
Creo recordar -vuelvo sobre él solo de memoria- que Thompson trata de la cultura patricia de la gentry Tory, esto es de una fracción social conservadora, que había permanecido en el campo, explotando sus haciendas, con una cultura aristocrática, conservadora; fracción social que era agredida por la otra facción social en ascenso, los whigs, que estaban en la ciudad y se habían hecho con el control del aparato del estado, de la corte -«la gran corrupción»- para enriquecerse de forma masiva -la Compañía de Indias, etc- y que utilizaba la legislación para tomar una parte de la tajada de lo que tenía el grupo tory. Este buscaba como aliado contra los whigs a la multitud popular y por ello mantenía con esta una relación de aceptación de demandas y de protección, todo ello en proceso dinámico, dialéctico.
Ni los torys, ni los whigs, aisladamente, eran «aún» la clase burguesa, lo mismo que la multitud, que se organizaba y generaba lucha de clases no era la clase trabajadora aún, si bien la forma de auto constituirse en clase por parte de los explotados sería resultado de esos procesos de lucha; la emergente clase obrera organizada, saldría de ellas
La burguesía -prosigo con lo que, creo, es un resumen, que pretendo fiel, de las ideas de Thompson- surge cuando, con motivo de la guerra contra la Revolución Francesa, y sobre todo, durante las guerras napoleónicas, las dos fracciones, tory y whig, se unifican. Reorganizan el estado y se dotan de una fuerza militar interior mucho más poderosa, para evitar la posible invasión napoleónica, organizan milicias burguesas armadas fuertemente, y una vez las tienen, las emplean para reprimir a las clases subalternas y se acaba con el orden contemporizador anterior. Con todo, el hecho simbólico más significativo de nueva relación de mano dura con las clases subalternas, es «Peterloo», en 1819.
Nos lo recuerdas.
La caballería miliciana burguesa cargó contra una manifestación de sobre 80 mil personas desarmadas, causando decenas de muertos y centenares de heridos, setecientos, ochocientos, cuya evolución posterior se desconoce.
Por lo demás, la aristocracia española por ejemplo, siendo fieramente aristocrática, sin embargo tenía interés por lo popular, y la música de corte -músicos italianos como Boccherini, o ex frailes de Montserrat como el padre Soler- componen lo que se da en conocer como música española, fandangos, polos, música nocturna de Madrid etc. Esta es una característica de una determinada aristocracia, dura, pero con gustos «por lo popular», que es visto con condescendencia y curiosidad.
Está bien visto lo que acabas de comentar.
Y desde luego, la burguesía sintió siempre el anhelo de emular a la aristocracia. Resentimiento y complejo de inferioridad admirada a la vez. Juanito Santacruz se hace rentista y adopta un modo de vida aristocrático -la novela de Benito Pérez Galdós, Fortunata y Jacinta– Esto no es algo específico de la burguesía española. España no es sino un caso europeo estándar. Es el «irredentismo imperial», la «añoranza de los viejos tiempos imperiales» lo que genera en clases medias con aspiraciones y ambición política, etc., el mito de la «decadencia» y de una historia «distinta» a la de los demás países de Europa. Cuando, por, disfrutar, hemos podido disfrutar durante cuarenta años de ese invento moderno europeo, made in Europe, que se llama fascismo… la misma ilustración española, que es una filfa, tal como Gonzalo Pontón señala, no es distinta, hasta donde yo puedo saber, de la de los demás países, exceptuados, Francia, Gran Bretaña, Holanda, Alemania,… el núcleo de potencias imperiales. Pero queda «aún» mucha Europa por enumerar. Precisamente este empeño en tratar la propia historia como la de un país singular, al margen de todos los demás, que procede de las clases medias conservadoras en origen pero que ha calado en la izquierda -«las dos Españas» y todo lo demás- es una ideología que fue considerada común a la de otros países europeos en alguna de las ponencias que fueron presentadas en la Jornada de estudio sobre la Revolución Rusa de febrero de 1917, el pasado 3 de marzo, en Barcelona. Una jornada organizada por la Associació catalana d’Investigacions marxistes -ACIM-, Espai Marx, Fil Roig y El Viejo Topo. En concreto, una ponencia sobre el nuevo sindicalismo de clase en Gran Bretaña, durante la primera guerra mundial.
Dejo aquí, la respuesta a tu pregunta; no me atrevo a ir más lejos ni en un sentido ni en otro, sobre todo cuando la autoridad citada es alguien de tanto fuste intelectual como Gonzalo Pontón. Alguien que no cita de segundas, que escribe con pensamiento propio y sobre lo que ha leído, que no cita el nombre de autores en vano, como se acostumbra, y que tiene una cultura extraordinaria
Sigamos con la historia de la cosmovisión religiosa
A partir de la contemporaneidad, tal como nos explica Gramsci, el pensamiento religioso se convierte en solo una corriente de la nueva concepción del mundo, laica. La misma Iglesia Católica lo tiene que aceptar, y nos explica Gramsci que, precisamente por ello, constituye su «partido laico», tiene que organizar a los laicos para intervenir en un mundo e influir en él desde la dinámica de competición entre laicos, la mayor parte de los cuales no aceptan la autoridad del clero, que pasa a ser «privado», por decirlo de alguna manera. Gramsci se refiere a la Acción Católica.
Te interrumpo. Decías: «la mayor parte de los cuales no acepta la autoridad del clero». ¿Y eso no es bueno, no representa un paso adelante?
Sí, todo cambio intelectual que lleve a los individuos a rechazar autoridades que traten de imponerse heterónomamente sobre la opinión de la gente y que traten de obligarles a aceptar formas de vida impuestas por prescripción y bajo miedo al castigo eterno, etc., todo cambio en ese sentido es bueno. Es liberador. Eso no quiere decir que no existan nuevas formas laicas de heteronomía, generadas en el presente y nuevas formas de excomunión social.
Prosigue, por favor, te he vuelto a interrumpir.
Quiero destacar una grandeza intelectual más de esta tradición universalista, iusnaturalista, que considera iguales a todos los seres humanos, el universalismo de los derechos individuales, cuya base es el estoicismo, y que Vitoria fusiona -lo explica Brian Thierney- con el aristotelismo de la prioridad de la comunidad o polis, y de la actividad. Contrariamente a todo el disparatado pensamiento filosófico jurídico actual, que considera que es democracia lo que la ley declara democracia. Que son derechos los que la ley reconoce por tales, porque es la ley la que constituye nuestro derecho. Y que es ciudadano quien la ley define como tal: Kelsen en su célebre Teoría general del Estado, que arremete contra el iusnaturalismo. El iusnaturalismo, como todo el pensamiento histórico, tradicional, y como todo pensamiento emancipador, revolucionario, considera que no es la ley positiva la que prescribe lo que es el bien, y lo que es la justicia -«es justicia lo que la ley declara ser justicia»- sino que el bien moral y la justicia son anteriores a la ley y prescriben qué es y cuál es una ley justa. El pensamiento revolucionario, surgido en la contemporaneidad tiene consciencia de que la ley es ancilar de la justicia y de la concepción de vida buena comunitaria, y que ambas, aquella y ésta son históricas, cambiantes y fruto de nuestra deliberación partir de nuestra experiencia histórica.
Me salgo del guión si me permites. Como sabes, Manuel Sacristán sólo publicó un artículo de filosofía del derecho. «De la idealidad en el derecho» es su título. Está en el segundo tomo –Papeles de filosofía– de sus «Panfletos y materiales». Te pregunto por algunas de sus reflexiones.
Cuando quieras.