Los fantasmas de los más de sesenta militares españoles que murieron en un accidente de avión en Turquía, por negligencia del entonces ministro de Defensa de España, siguen persiguiendo al embajador español Federico Trillo hasta su cuartel de invierno, la embajada española en Londres. Algo ha ocurrido en el panorama político español que ha hecho […]
Los fantasmas de los más de sesenta militares españoles que murieron en un accidente de avión en Turquía, por negligencia del entonces ministro de Defensa de España, siguen persiguiendo al embajador español Federico Trillo hasta su cuartel de invierno, la embajada española en Londres.
Algo ha ocurrido en el panorama político español que ha hecho volar por los aires el tácito acuerdo de silencio que durante más de trece años se ha mantenido entre toda la clase política española sobre la muerte «accidental», el 26 de mayo de 2003, de 62 oficiales españoles en un accidente aéreo. Las investigaciones que desde entonces se han realizado, han probado, sin embargo, que el siniestro en el que murió medio centenar largo de militares españoles pudo haberse evitado.
Sea porque el partido psoista ha decidido protagonizar un desplante simbólico frente a sus amos del pepe, un desplante que le limpie la cara ante sus simpatizantes tras la polémica maniobra de convertirse en cómplice de una vergonzosa política anti obrera; sea porque Podemos ha abierto por fin la boca para pedir responsabilidades en uno de los capítulos más vergonzosos de toda la historia del ejército español; sea porque los familiares de víctimas del avión que se estrelló en el 2003 en Turquía han redoblado sus voces exigiendo justicia y reclamando responsabilidades… Sea por la razón que fuera, el tema ha saltado de nuevo a la palestra y Federico Trillo vuelve a verse en el centro de una turbulenta polémica, trece años después de su inequívoca responsabilidad en aquel trágico accidente y cinco después de haber sido nombrado embajador del PP en el Reino Unido.
El «exilio» de Trillo en Londres
De lo que no cabe duda es de que con su «exilio» a Londres, el ejecutivo conservador esperaba que la oposición mantuviera la boca cerrada, de forma que la situación de corrupción generalizada que imperaba entre los oficiales españoles encargados de intendencia en la misión española en Afganistán no saltara a la luz pública. La contratación irregular de un avión en mal estado, con unos pilotos que llevaban casi 24 horas sin dormir y literalmente extenuados, no deja lugar a ninguna otra explicación de los hechos.
Hasta ahora Trillo siempre ha declarado que tiene la conciencia limpia sobre aquel trágico accidente. La nueva ministra de Defensa, Dolores Cospedal, se ocupará de ayudarle a limpiar su conciencia haciendo desaparecer del ministerio todos aquellos documentos que aún puedan implicar a su predecesor en la tragedia. En este sentido, el ministerio se ha ocupado de no hacer públicos los datos sobre la empresa contratada, ni informar si sus servicios habían sido ya solicitados antes por el ejército español, o quien hizo de intermediario para realizar esos contratos. En el tintero quedan también las informaciones sobre qué banco o sociedad financiera se utilizó para llevar a cabo los pagos. Tampoco se ha investigado qué cuentas corrientes se vieron directamente beneficiadas por contratar un servicio obsoleto y una tripulación extenuada que hicieron estrellarse el avión aquel 26 de mayo, matando a todos sus pasajeros. Son muchas las lagunas que aun ofrece este nefasto siniestro… De cualquier forma, algo de lo que ya nadie duda es de que las comisiones que ofrecía esta empresa a quien la utilizara eran lo suficientemente altas como para hacer olvidar a los oficiales españoles, compañeros de los fallecidos, el peligro que corrían todos aquellos que utilizaran sus servicios.
Hay gente que murmura que Federico Trillo fue enviado a Londres para limpiar con el agua del Támesis (en la hermosa lavandería financiera que UK tiene montada en la City londinense) todo el dinero negro que salió de esta y de otras oscuras operaciones militares llevadas a cabo en el Oriente Medio por militares españoles. Como espada de Damocles, la acusación recae ahora sobre la cabeza visible del ejército español en aquel entonces, su Excelencia el ministro de Defensa el señor Federico Trillo, hoy embajador en Londres.
Negocios sucios en «tierra de infieles»
Los que de alguna manera, directa o indirectamente, se beneficiaron con aquel negocio en «tierra de infieles» claman ahora al cielo, temerosos de que sus nombres salgan a la luz como parte de la trama de corrupción generalizada, argumentando que esas muertes son «agua pasada» y que a los muertos se los entierra y se olvida uno de ellos. Pero los familiares de las víctimas, muchos de ellos también militares, se han rebelado contra el olvido y no se cuadran ante la orden de silencio que el ejército quiere imponerles. Ellos quieren llegar al fondo del asunto y hacer que los culpables del accidente paguen por su delito. Un delito que costó la vida a 62 personas. Pero el ministerio de Defensa ya lo advirtió en su momento: las guerras son así, en las guerras se pierden vidas, este es un riesgo siempre presente en un conflicto. Sin embargo, lo que el ministerio se calla es que guerras como la de Afganistán, donde ejércitos extranjeros ocupan territorios ajenos, siempre ofrecen excelentes oportunidades de hacerse ricos a todos aquellos que carezcan de escrúpulos.
La indignación de los familiares de las víctimas es legítima, su valor en desafiar a la casta militar española es loable. Olvidan, sin embargo, que en un Estado donde la justicia es una ramera que siempre sirve al mejor postor, todas las acciones para que los culpables sean castigados caerán en saco roto. Las voces que unos y otros parlamentarios alzan, pidiendo la cabeza del entonces ministro de Defensa en España, se quedarán en agua de borrajas. El dinero negro que salió de la contratación del Yakovlev 42 -así como el de muchos otros contratos irregulares protagonizados por militares españoles corruptos que ponen en peligro la vida de sus subordinados-, seguirá limpiándose escrupulosamente en la City londinense… Y Federico Trillo seguirá siendo embajador de España (en Londres o en cualquier otra ciudad europea donde continuará evadiendo su culpa).
En este caso, como en tantos otros, la justicia española brillará por su ausencia y en la embajada española en el Reino Unido se continuarán organizando eventos para empresarios internacionales dispuestos a invertir en la «nueva España», una España prostituida que se ofrece a precios de saldo, una España en la que la muerte de 26 militares españoles, en aquel siniestro vuelo hacia la tragedia, acabará pasando a la historia como un fatal accidente del que nadie tuvo la culpa.
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