Hay tradiciones y tradiciones. Algunas son buenas, otras no. Algunas tienen limpias razones ciudadanas para ser defendidas; otras son cultivadas y abonadas interesadamente por poderes que sacan tajada y diversos beneficios. No hay, no ha habido ningún duda ilustrada sobre que las segundas deben ser discutidas, superadas y arrinconadas. El progresismo ilustrado, no siempre ingenuo […]
Hay tradiciones y tradiciones. Algunas son buenas, otras no. Algunas tienen limpias razones ciudadanas para ser defendidas; otras son cultivadas y abonadas interesadamente por poderes que sacan tajada y diversos beneficios. No hay, no ha habido ningún duda ilustrada sobre que las segundas deben ser discutidas, superadas y arrinconadas. El progresismo ilustrado, no siempre ingenuo ni confiado ni unidimensional, no anda perdido en este asunto.
Al igual que ocurre en Canarias desde hace casi dos décadas, el Parlament catalán votó el pasado 28 de julio la prohibición de los toros en Catalunya: 68 diputados y diputadas votaron afirmativamente, 55 se manifestaron en contra, 9 que se abstuvieron. Tras meses de debate, período que contó con el importante testimonio de Jorge Wagensberg y Jesús Mosterín, la cámara catalana refrendó la Iniciativa Legislativa Popular promovida por una plataforma ciudadana, Prou! (¡Basta!), una iniciativa avalada por más de 180.000 firmas de ciudadanos y ciudadanas catalanes. Si no ando errado, es el primer éxito de una iniciativa de estas características.
Sin pretender exponer un panorama detallado del debate ni de las motivaciones de fondo de algunas posiciones y votos, pretendo poner el acento en un nudo que ya se ha esgrimido por parte de algunas fuerzas políticas y sociales y que es probable que adquiera aún mayor dimensión en el futuro como medio de agitación electoral y cultural del nacional-españolismo. PP y Ciutadans/Ciudadanos han acusado a los grupos nacionalistas y a la izquierda, ICV-EUiA, de votar por la abolición por motivos identitarios. Rafael Luna, el representante del PP en este debate, ha sostenido que detrás de la prohibición hay un intento de erradicar en Catalunya «todo lo que tenga sabor a español». Para el diputado conservador se trata de una «tradición que compartimos con el resto de España». En su opinión, ni siquiera tenía que debatirse la prohibición de las corrida de toros: los animales no «tienen derechos individuales» (sic). Sea como fuere, añadió Luna, en una frase que debería incorporarse a alguna antología del disparate mayúsculo, el derecho a la libertad de los ciudadanos catalanes está por encima de esos supuestos derechos y, además, es siempre «lo más sagrado».
Tanto ERC como ICV-EUiA , las dos fuerzas políticas parlamentarias que en bloque se manifestaron a favor de la modificación propuesta por la iniciativa ciudadana, han argumentado y probado que delante y detrás de su opinión, sin cartas escondidas, sólo está el sufrimiento del animal. Es posible que algún diputado o diputada de alguno de estos grupos haya puesto énfasis en algún momento, con rectificación posterior, en la exterioridad de la tradición taurina en Catalunya, pero no ha sido ese, en ningún momento del debate, una posición compartida por el resto de diputados ni mucho menos por la ciudadanía catalana. Ese vértice distanciador ha estado siempre vacío.
Afirmar una cosa así, incidir en ese nudo, es caer, por intereses conocidos, en la falacia de la generalización apresurada acompañada de algunos falsarios argumentos ad hominem Que la denominada fiesta nacional fuera o no costumbre catalana no es asunto que haya sido objeto de discusión ni núcleo del argumentario crítico. La plataforma ciudadana Prou, la plataforma que inició el proceso, no representa ninguna orientación nacionalista. Su mundo es otro mundo muy alejado.
Por lo demás, algunos diputados han tenido el coraje cívico de señalar que más allá de sus gustos y apetencias, fruto de costumbres familiares y sociales muy potentes y abonadas durante décadas, lo decisivo era para ellos el sufrimiento animal. Su gusto por el, digamos, «espectáculo» no les ha dificultado su voto a favor de la iniciativa [1].
El nunca suficientemente querido y valorado eurodiputado neofranquista en activo Jaime Mayor Oreja se ha manifestado con total claridad y rapidez y ha señalado que la medida «refleja una profunda crisis nacional «. Vale la pena meditar sobre su disgregador concepto, este sí en crisis, de nación y pasar página dos segundos más tarde.
En otro orden cosas y circunstancias, Joaquín Sabina, en declaraciones a la prensa tras un recital en Gijón a finales de julio, señaló que la prohibición es una tontez. «Tontez» es un adjetivo que, como es sabido, permite la autorreferencia.
José Montilla habló antes de la votación, y acaso después de ella, de que él estaba por la libertad y no por las prohibiciones. Y luego, tras su profunda meditación, descansó. Una memez es una memez la diga Agamenón, el porquero o el mismísimo president de la Generalitat. ¿Hay que explicar a estas alturas del curso a todo un president de la Generalitat catalana que hay prohibiciones, y no pocas, que otorgan mayor libertad a la ciudadanía y que son enormes, y nunca definitivamente consolidadas, conquistas ciudadanas fruto de esa misma libertad cívico-republicana?
Desde luego que queda mucho por hacer. Desde luego que el maltrato animal no se ha eliminado en Catalunya. Desde luego que hay otras fiestas populares catalanas que exigen reglamentación restrictiva. Desde luego que hay cientos de problemas ciudadanos, muy importantes, que merecen atención, medios y esfuerzos, y que no siempre son atendidos. Desde luego que, y este vértice es muy importante, los trabajadores del mundo taurino, que no siempre son pro taurinos como es obvio, necesitan formación complementaria, protección y ayuda.
Sin duda. Ello no es obstáculo para pensar que la plaza en la que Aute cantó un día aquello de que el pensamiento y la acción liberadora no debían tomar asiento; aquella plaza en la que Pasionaria y Enrico Berlinguer, en un encuentro imborrable de finales de los setenta, hablaron de escenarios de justicia, de libertad, de socialismo y de vudas erguidas; aquella plaza, decía, merece otros destinos. Por ejemplo, convertirse en un gran espacio público, no en un nuevo centro comercial de la millor botiga del món, un centro ciudadano en una de las arterias centrales de la ciudad, esta vez sí, de Federica Montseny, Giulia Adinolfi y Montserrat Roig
Nota:
[1] Por cierto, cuando no era nada frecuente, también Manuel Sacristán se manifestó sobre esta arista poco atendida en la tradición marxista y en la historia del pensamiento filosófico en general. Entre los papeles depositados en Reserva de la Biblioteca Central de la Universidad de Barcelona puede verse la siguiente observación del amigo de Jesús Mosterín a un texto de Wilson:
«Wilson. «Para comprender la enorme importancia de esta unidad biológica, imaginemos nuestro desaliento moral si los hombres-monos australopitécidos hubieran sobrevivido hasta la época actual, con una inteligencia situada entre la de los chimpancés y los seres humanos, separados genéticamente para siempre de ambos, evolucionando detrás de nosotros en lenguaje y en las facultades superiores del razonamiento. ¿Cuál hubiera sido nuestra obligación para ellos? ¿Qué hubieran dicho los teólogos, o los marxistas, que pudieran ver en ellos la forma más extrema de una clase oprimida? (Sobre la naturaleza humana, pp. 80-81).
Primer comentario MSL: Este interesantísimo paso indica el abismo entre Wilson y los teólogos y marxistas. Estos, más o menos inconsciente, «onírica» (Marvin Harris) o ideológicamente, están contra el orden natural en su aspecto ético, contra la ética del orden natural. Los teólogos la consideran fruto del pecado original, los marxistas la consideran injusta. Unos y otros deberían considerar oprimidos no sólo a los australopitécidos hipotéticos, sino también a los cerdos, a las gallinas y a las vacas y terneras. La gracia estará en desarrollar esa condena y esa oposición a la naturaleza con cautela, para no ser destruidos: natura parendo vincitur. En cambio, Wilson y los suyos están a favor de la ética del orden natural, incluso cuando es falsamente natural, cultural, y lo proclaman natural. Porque se creen depredadores últimos y les gusta serlo.
Segundo comentario: Muchas debilidades: 1) Efectivamente, hay animales que sufren la forma más extrema de opresión. 2) El abismo entre Wilson y los «teólogos y marxistas»: éstos, más o menos «oníricamente» (Harris), están contra la «ética» del orden natural dado. Los teólogos la consideran producto del pecado, los marxistas injusta. Unos y otros deben considerar oprimidos no sólo a los hipotéticos australopitécidos, sino también a los reales cerdos y a las reales gallinas, y a las terneras y a las vacas. El problema para ellos está en desarrollar su oposición a la «ética» de la naturaleza con cautela, para no ser destruidos. Tendrán que articular modos nuevos del natura parendo vincitur. En cambio, Wilson y los suyos están a favor de la «ética» de la naturaleza y también del existente orden cultural, al que a menudo canonizan como natural. Y están de acuerdo con lo que hay porque se creen depredadores últimos y les gusta serlo».
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