El lenguaje, hablando de un modo abstracto y homogéneo, y las lenguas, hablando de un modo particular y plural, no son sólo un instrumento esencial, la partícula elemental, por así decirlo, de las relaciones sociales. Son también instrumentos para empezar a conocer la realidad que nos rodea. Dicho de un modo sencillo y sintético : […]
El lenguaje, hablando de un modo abstracto y homogéneo, y las lenguas, hablando de un modo particular y plural, no son sólo un instrumento esencial, la partícula elemental, por así decirlo, de las relaciones sociales. Son también instrumentos para empezar a conocer la realidad que nos rodea. Dicho de un modo sencillo y sintético : el lenguaje y las lenguas posibilitan el diálogo y el reconocimiento en las relaciones sociales, pero también posibilitan el conocimiento, más o menos objetivo, de esa cosa tan complicada, problemática y viscosa llamada «realidad». Son, por lo tanto, instrumentos necesarios, tan necesarios como la misma necesidad de relacionarse, que no sólo caracteriza a nuestra esquizofrénica y alocada especie, sino también al resto de especies no-humanas, y tan necesarios como la misma necesidad de conocer la realidad para actuar en consecuencia y plantear soluciones concretas a problemas concretos. Necesidad ésta, por cierto, que tampoco es exclusiva de este extraño bicho llamado hombre.
En el Reino de Galicia, cuentan las malas lenguas -en particular, el gallego, que no sé si es mala, pero que recibe el mismo trato que el demonio por parte de nuestra angelical administración auto-anémica-, este tipo de consideraciones socio-linguísticas, epistemológicas y hasta antropológicas no interesan mucho al galleguismo amable, cordial, bilingüe y cosmopolita. Ese galleguismo cuyo cordial bilinguismo consiste en esconder la cómica doble moral, explícita e implícita, que subyace bajo el hecho de que el castellano tenga reconocidos, de iure, derechos y deberes, mientras que las «otras» (sic) lenguas tienen, de iure, derechos… pero no deberes. Ese galleguismo cuyo cosmopolitismo consiste en celebrar con aplausos la expansión, a escala planetaria, del libre flujo de mercancias y capital financiero, junto con la regulación e intervencionismo estatal en las corrientes migratorias -por si no llegase con esa intervención, se construyen muros de hormigón y se hacen inversiones tecno-científicas en satélites especializados en el control y localización de flujos de bárbaros al rico y muy próspero occidente, y santas pascuas-. ¡Ay!, si, ese galleguismo que considera la palabra normalización lingüística -y por lo tanto, cultural, puesto que la lengua no es sino el instrumento a partir del cual se comunica y transmite la cultura- como un atentado contra su muy cosmopolita buen gusto.
A ciertos galleguistas cordiales, querido lector, le caen mejor los perros que las personas -no es que considere, ni mucho menos, que éstas se merezcan más respeto y dignidad que aquellos-, porque las personas, en particular, y los seres humanos, en general, tienen la funesta manía de expresarse y exigir justicia en varias lenguas, pero los perros, en particular, y la raza canina, en general, tiene la muy cordial amabilidad de expresarse en una sola lengua y, además, lamer la mano del amo aunque éste lo abandone, lo pegue, lo ignore o lo encierre en una jaula durante todo un año.
A mí, querido lector, me pasa algo raro, muy raro : me caen mejor los perros que los galleguistas cordiales, por la sencilla razón de que su cordialidad es muy parecida a la del funcionario feliz y sonriente que, hábil en lo que se refiere al venerable arte del buen tratar a las personas, así como en el arte del buen hablar, esconde en su interior el más visceral auto-odio e insensibilidad social, política ,lingüística y cultural que el mismo Shakespeare, escrutador de los bajos fondos del alma humana, imaginarse pueda.
Lo dijo Xosé Manuel Beiras en su tiempo -que, a pesar de su histriónico narcisismo y sus malos modos, tenía la honorable virtud de decir verdades como puñitos-, y lo dijo, además, en tiempos del Fraguismo, cuando la lengua gallega era menos molesta de lo que lo es ahora, o cuando, hablando claro, la lengua gallega era, en un plano meramente discursivo y formal, el fetiche identitario que necesitaron los ex franquistas reconvertidos a la democracia para repartirse puestos de poder en el estado autonómico.
La sentencia de Beiras sonó como un trueno en el parlamento gallego : «son ustedes un verdadero cáncer para este país».
Lo comparto al cien por cien, y además, añado : la única cura que tiene este cáncer, y que no es sino la política con mayúsculas y la denuncia moral, en el más amplio sentido de la palabra, no puede llevarse a cabo con análisis y retóricas amables o cordiales. El poder juega siempre con ventaja, puede vestirse de gala y sonreír mientras apuñala por la espalda a todo un pueblo, y si algún imprudente lo desenmascara de malos modos, para impedir el asesinato, siempre habrá quien disimule su miedo a condenarlo con la burla hacia las escandalizadas formas con las que se verbaliza tal denuncia. Nada nuevo, se trata de no atender a los fondos de la denuncia para burlarse de las formas, y así, salvar el alma y respirar, tranquila y cobardemente, entre la honorable y soporífera congregación de gentes correctas, equidistantes y bienpensantes.
Es triste, pero cierto. Aún a día de hoy, en Galicia, como en el resto del mundo, se prefiere la ilusoria seguridad de los pseudo-argumentos y discursos del poder, con su indolente y equidistante pose, a veces, y con su descarnada y emotiva visceralidad, otras. Se prefiere esto, si, que las protestas airadas pero justas de cualquier hombre honesto, veraz y solitario.
No es un guión para una película, es la puta realidad.
Cuando paseo por Coruña, además de fijarme en el post-moderno sky-line de los edificios, que se asemeja en mucho a cualquier gráfica macro-económica de la historia contemporánea de Argentina -arriba, abajo, arriba, abajo, arriba..- y que, al mismo tiempo, sirve para expresar gráficamente la esquizofrenia identitaria de Galicia, con su particular tendencia ciclotímica entre el épico narcisismo de las esencias patrias y el dramático auto-odio de los pueblos que han pasado de una situación colonial en la dictadura Franquista… a una suerte de neo-colonialismo interno post-transición de nuevo cuño. Cuando paseo por esta ciudad, digo, se me da por mirar en qué lengua están escritos la mayoría de los periódicos. Si no me engaño, creo que en castellano. Además, como también tengo orejas, además de ojos, suelo escuchar en qué lengua se comunica en la mayoría de las radios. Si no me engaño, creo que también en castellano.
Pero además, como amén de ojos y orejas tengo la humana, demasiado humana necesidad de relacionarme, corroboro con mi experiencia cotidiana que gallego hablantes, lo que es gallego hablantes, la verdad es que no hay muchos en esta ciudad, no. Puede que el coruñés de toda la vida nos pose algún día su muy cordial y galleguista mano en el hombro y nos diga aquello de : ¡! Pues claro que hablo gallego, hombre, pero en la intimidad!!.
¡Ay!, pero además, como tengo el anacrónico y peculiar vicio de visitar asiduamente las librerías de la ciudad, caigo también en la cuenta de que la inmensa mayoría venden libros escritos en castellano. Es entonces cuando a mi galleguismo cordial le sube un poco la temperatura. No es que tenga nada en contra del castellano, no, lo que pasa es que me gustaría notar de vez en cuando que vivo en Galicia.
Y digo yo, ¿a qué clase de demonio maligno cartesiano se le habrá ocurrido etiquetarme, por obra y gracia del más vulgar nominalismo sociológico, y por obra y gracia de la brutal violencia simbólica del speech político-mediático, como un integrante del selecto y muy enfadado club de hipotéticos impositores del gallego?. ¿Sufriré yo acaso una especie de paranoico delirio?, ¿un espontáneo arrebato de lirismo poético airado contra la injusticia neo-colonial?.¿Seré acaso un individuo «radical» e histriónico que se deja llevar por las emociones?.
En la primera novela de Chinua Achebe, escrita en Nigeria en 1958, «Las cosas quiebran», se explica, a modo de historia o cuento popular, porqué las tortugas tienen la concha agrietada. Según la leyenda, la tortuga hambrienta, conocida por su astucia, su lengua dulce y volubilidad, persuade a los pájaros para que la llevasen con ellos a visitar a sus huéspedes en el cielo. Después de aceptar la propuesta de la tortuga, cada uno de los pájaros le proporcionó a la tortuga una pluma y aceptaron que todos deberían tener nombres nuevos para tal ocasión.
La tortuga adoptó el nombre de «all of you», todos vosotros, y por medio de su manipulación lingüística obtuvo para sí la mejor parte de la comida y del vino servidos en la fiesta celeste. Entonces, los pájaros, enfadados, recuperaron sus plumas, dejando a la tortuga colgada allí en lo alto. El loro, sin embargo, accedió a llevar un mensaje de la tortuga a su mujer, pidiéndole que le preparase un lugar donde pudiese aterrizar suavemente.
¿Qué pasó?, pues que el loro cambió el mensaje y la tortuga aterrizó en un montón de machetes, lanzas, pistolas e incluso su cañón, todos ellos carretados desde su casa. El sanitario de la aldea tuvo que volver a recomponer todos los pequeños pedazos de la concha de tortuga. Según la historia, esa es la razón por la que la concha de tortuga no es lisa.
Este cuento popular, que pretende explicar un fenómeno natural del mundo aldeano, lleva implícito un significado político y se convierte en una alegoría de una estrategia Africana para la Independencia. La tortuga, en la susodicha alegoría, representa el poder colonial. Es clara y tiene éxito gracias a su habilidad para manipular la lengua en el control y subyugación de los pájaros. En su casa lo único que tiene son básicamente armas : lanzas, pistolas y un cañón. Los pájaros están a su merced y son sus víctimas hasta que aquellos, a su vez, aprenden a usar las mismas armas que la tortuga maneja contra ellas.
La concha de la tortuga se rompe gracias a los machetes y las pistolas. Aún más importante, esto ocurre porque el loro, legendario por su inclinación a repetir justo lo que oye, superó la imagen estereotipada del Imperio y su mirada cosificadora, y aprende a usar la lengua que le convenía a él y a los pájaros, alterando el mensaje de la tortuga a su mujer.
El mensaje de Achebe es claro : los recursos retóricos del lenguaje, junto con la lucha armada, son esenciales para la resistencia de los pueblos oprimidos contra la dominación y la opresión y para los movimientos de liberación organizados.
No pretendo justificar, de ningún modo, la lucha armada, sin analizar sus motivaciones, sus causas y sus consecuencias. Tampoco considero que la independencia, en sí misma, sea la solución a nada para este pequeño país llamado Galicia. Lo que sí pretendo, querido lector, es hacerte reflexionar sobre quien , en el reino de Galicia, está con la tortuga. Sobre quienes, en el reino de Galicia, son los pájaros. Y sobre quien, en el reino de Galicia, hace las veces de loro de la lengua y el mensaje del Imperio, aunque pueda vencerlo usando sus mismas armas, como en el para mí demasiado épico y esperanzador final de la novela de Chinua Achebe.
Yo lo tengo claro. La tortuga, en el contexto internacional, es este imperio multipolar, en el que los Estados Unidos, a pesar de todo, sigue llevando la voz cantante con su descomunal poderío tecno-armamentístico y con su poder cultural y geo-estratégico a escala planetaria. No hace falta ser muy lúcido para caer en la cuenta de que, al galleguismo amable y cordial, no le desagrada del todo el cosmopolitismo del Wasp -white anglosaxon and protestant-; al fin y al cabo, y con la sonriente y tragicómica complicidad de una socialdemocracia cada vez más insípida e incolora, están gestionando gustosamente la way of life que impone el capitalismo planetario.
¿Y los pájaros?, ¿Quiénes son los pájaros?; sin duda, nuestros auto-anémicos parlamentarios que, con su cándida ingenuidad, invitan al convite al Imperio y sucumben a sus sugestivas triquiñuelas linguísticas.
Al final, como los loros, repiten su mismo lenguaje, su misma retórica, sus mismos signos, sus mismas recetas… y hasta la misma auto-imagen que el Imperio construye de ellos mismos, y que no hace sino convertirlos en elegantes gestores-pop del mercado internacional del turismo para ciudadanos ávidos de algún viaje a algún país exótico, a la par que aumenta la dosis de auto-odio histórico, por mucho que se levanten del convite y dejen solo al Imperio, que es lo que al fin y al cabo quiere y desea.
Quien sabe, algún día, los pájaros, aquí en Galicia, y en el resto del mundo, aprenderán a hacer lo mismo que el loro del cuento de Chinua Achebe : usar el mismo lenguaje del poder.. para empezar a romperle el cascarón al Imperio. O por lo menos, el cascarón lingüístico, que no lo es todo, pero ya es algo.
Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.