Está en nuestra memoria la foto impúdica de las Azores (Durao Barroso, por cierto, no quedaba lejos de la Criminal Trinidad Imperial. Estaba en su lugar, sigue en él). Está además la foto del rancho y aquellos sucios pies, de uno y otro, encima de la mesa. Como chulos de playa. Están también las declaraciones […]
Está en nuestra memoria la foto impúdica de las Azores (Durao Barroso, por cierto, no quedaba lejos de la Criminal Trinidad Imperial. Estaba en su lugar, sigue en él).
Está además la foto del rancho y aquellos sucios pies, de uno y otro, encima de la mesa. Como chulos de playa.
Están también las declaraciones de aquel ministro portavoz aznarista de derecha extrema. «España juega ahora en la Champions» dijo riendo a carcajadas con miles de muertos a sus espaldas.
Habría que sumar a lo anterior los silencios de Trillo y Bono. No sabían nada, nada supieron. Nunca se enteraron de lo sucedido. El resto fue silencio.
Tampoco los mandos miliares llegaron a sospechar nada por supuesto. Confiaban en sus subordinados, en todos ellos.
Estuvieron también las manifestaciones ciudadanas antimilitaristas de millones y millones de personas. En todo el mundo, también en nuestro país de países. Gregorio López Raimundo se emocionaba hablando de ellas. La distancia entre gobernantes y ciudadanos fue inconmensurable. Como ahora mismo.
Han pasado diez años, la muerte y la destrucción han sido alimento diario en Iraq, y mientras tanto se nos ha dicho una mil y veces que las fuerzas militares españolas eran todo un modelo para el país y un referente de la marca «España». Un orgullo para todos. Fuerzas de paz, nunca de guerra ni de barbarie
Luego han ido llegando noticias. El asesinato de Couso y la actitud servil de nuestros gobiernos; la colaboración institucional en vuelos secretos y no tan secretos; retiradas de aquí y apoyos e intervenciones por allí.
Y lo sucedido: torturas a detenidos, soldados que se jactan de que uno de ellos está muerto, la barbarie instalada en sus mentes y en sus actuaciones. Arcadas, vómitos. La abyección, la infamia, en el puesto de mando de las aventuras imperiales. Como suele ocurrir
¿Alguien puede sorprenderse?
¿Por qué hemos tardado diez años en conocer lo sucedido?
¿Nadie sabía nada de todo aquello?
¿Alguien puede creerse ese cuento?
¿Qué nos esperábamos? ¿Qué los chicos de la CIA, del ejército imperial y de cuerpos criminales afines fueran los únicos malos en esta película de holocaustos que ha ocasionado la destrucción de un país, millones de refugiados, centenares de miles de muertos y la anulación de toda esperanza para un pueblo?
Son las virtudes esenciales, se nos dice en ocasiones, de la civilización occidental, de la Era humanista del Capital, de las compasivas intervenciones humanitarias. La historia gira siguiendo las agujas del mismo reloj de explotación y terror. Seamos prácticos, no seamos quiméricos: el petróleo tiene su precio. ¿A quién puede importarle algunas torturas y unos pocos muertos más?
Salvador López Arnal es miembro del Frente Cívico Somos Mayoría y del CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona; director Jordi Mir Garcia)
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