En algunos ayuntamientos están apareciendo nuevas «figuras» laborales: los parados se dedican a tareas internas, fundamentalmente relacionadas con la limpieza y cuidados de jardines. De momento, esto se está llevando a cabo de una manera improvisada, con miedo y sin la atención que el asunto requiere. La medida, ha sido cuestionada por los Sindicatos y, […]
En algunos ayuntamientos están apareciendo nuevas «figuras» laborales: los parados se dedican a tareas internas, fundamentalmente relacionadas con la limpieza y cuidados de jardines. De momento, esto se está llevando a cabo de una manera improvisada, con miedo y sin la atención que el asunto requiere. La medida, ha sido cuestionada por los Sindicatos y, en general, por la izquierda política, pero ahora, ante le evidencia, las organizaciones sindicales «proponen que los ayuntamientos contraten a parados sin prestaciones» (sic).
Esta medida, la de ocupar a los desempleados fuera del sistema productivo, se hace inevitable, sobre todo por un asunto de carácter humano. Lo que ocurre es que requiere el adecuado estudio para que resulte positivo para todos. Hace ya algunos años, en «En los límites de la irracionalidad», hice este comentario:
«Como consecuencia del desarrollo tecnológico, de la reproducción del dinero mediante fórmulas especulativas, de la aparición de nuevos focos de producción en países emergentes y otras circunstancias semejantes, la fuerza de trabajo será cada vez menos necesaria, por lo que el desempleo en los sectores productivos no se reducirá, por el contrario irá en aumento. Las coberturas sociales a desempleados, que ya ocupan un importante capítulo en el actual panorama económico, si se desea mantener la «calma» que el poder necesita, tendrán que aumentar, al menos, en número, de tal manera que habrán de acostumbrarse a convivir, en un mismo entorno, colectivos con un empleo productivo y otros sin él, cuyos componentes podrían ocuparse de tareas subsidiarias o de carácter social en el marco de las administraciones, para escapar de esa sensación de parasitismo a la que puede dar lugar el ser un parado de «larga duración». Todo ello aparejado con el empobrecimiento generalizado de las clases populares: rebaja de pensiones, reducción de los salarios, «recortes» o eliminación de los servicios públicos, etc. Pero conviene preguntarse: ¿hasta dónde podrá soportar el sistema este fuerte desequilibrio entre mano de obra empleada y parados de larga duración, más un elevado colectivo de trabajadores en situación de jubilados o prejubilados?» (http://www.bubok.es/libros/193055/EN-LOS-LIMITES-DE-LA-IRRACIONALIDAD-analisis-del-actual-sistema-socioeconomico, pág. 199)
Esto se hace inevitable. El sistema, con las actuales estructuras, no será nunca capaz de ocupar a toda la población laboralmente activa. La etapa productiva de occidente, que trascurre desde mediados del XIX hasta -aproximadamente- finales del siglo XX, ha tocado fondo. El proceso de crecimiento de esa etapa se ha invertido en la vieja Europa. La economía se ha ido trasformando hasta convertirse en una economía de «mercados» financieros. Esto quiere decir que el capital ha encontrado nuevas fórmulas para obtener enormes beneficios. Es más rentable, por ejemplo, comprar deuda soberana de países endeudados como el nuestro que «montar» un nuevo negocio, o ampliar el que ya está creado. La cosa es bastante más compleja. Otros factores diferentes a la especulación y al mercado del dinero intervienen en el declive de esa anterior fase productiva de crecimiento permanente. Tal como hemos señalado en el texto en cursiva, la aparición de nuevos países productores con mano de obra más barata, la saturación de los mercados, el agotamiento de recursos fósiles, etc., son otros tantos factores que nos avocan a una situación diferente a la vivida en décadas pasadas.
Pero lo que aquí queremos tratar es la situación de aquellos y aquellas que no tienen opción de participar en la actividad productiva, de los que se encuentran en paro, de los que nunca podrán trabajar en esas tareas remuneradas por el patrono, etc.
La situación que vivimos evidencia el agotamiento de ese largo periodo de economía capitalista, en el que destaca la etapa de unos 150 años, a la que hemos hecho referencia anteriormente. A pesar de ello, del evidente agotamiento, no hay quien plantee alternativas fuera del sistema vigente. Todo son parches, propuestas incoherentes o tapones en los agujeros por el que el modelo se desangra. Pero esto sólo sirve para mantener mansa a una sociedad cada vez más compleja y más desigual. El poder se resiste, y maneja todos los resortes que tiene a su alcance para seguir sembrando desigualdad, en un marco de miedo, indiferencia e inseguridad.
Aún en estas condiciones no parece cercano un «estallido social». Más bien parece que vamos por el camino de la aceptación de los hechos, de la caridad como única forma de ayuda a los más necesitados, del refugio en la miseria. Parece que el auxilio a los más desprotegidos lo tendrán que llevar a cabo los sectores sociales próximos a ellos. Es decir, los pocos recursos que lleguen a manos de los que poco o nada tienen lo tendremos que hacer los trabajadores que aún mantenemos regularmente unos ingresos. Nada de quitarles a los que se han enriquecido con el trabajo de otros, nada de recuperar lo que se ha granjeado a través de la corrupción o de la especulación. Nada de incrementar la carga impositiva de quienes mantienen sueldos o ingresos astronómicos.
Por todo ello, ante esa ausencia de rebeldía de una sociedad mansa, será inevitable aceptar, por parte de la clase trabajadora, las rebajas salariales y el incremento de impuestos para socorrer a quienes no tienen empleo o a los que nunca lo tendrán, en el marco de un sistema que nadie cuestiona a pesar de ser incapaz de dar respuestas a los graves problemas que sufrimos.
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