Hace pocos días, la ingeniero agrónomo y bioquímica Pilar Carbonero esgrimía en una entrevista reciente unas consideraciones que se podrían sintetizar en la ya clásica diatriba de que los que se alinean con los transgénicos estarían a favor del progreso de la humanidad y los otros serían unos nostálgicos o un grupo de niños ricos […]
Hace pocos días, la ingeniero agrónomo y bioquímica Pilar Carbonero esgrimía en una entrevista reciente unas consideraciones que se podrían sintetizar en la ya clásica diatriba de que los que se alinean con los transgénicos estarían a favor del progreso de la humanidad y los otros serían unos nostálgicos o un grupo de niños ricos inmaduros incapaces de solventar el problema del hambre de la humanidad. Acto seguido se propaga la idea de que Europa es una zona «anormal» en un mundo normal que desde China a Sudamérica, pasando por el gigante americano, promueven y aceptan los OGM. Este discurso ideologizante termina afirmando que España es un país que podría sorprender a toda Europa en esta materia, si sigue siendo el país europeo que más permisividad tiene con los transgénicos (gracias entre otras cosas a la ocultación de un debate social fuertemente mediatizado por no más de cinco compañías mundiales que promueven la privatización de los códigos genéticos del desarrollo de la naturaleza y la irrupción de la artificialidad manipuladora en la introducción de códigos genéticos no hace más de dos décadas). Hace años que ese debate dejó de existir en los círculos económicos y sociales, toda vez que se ha experimentado que la irrupción de las semillas genéticamente modificadas no sólo no han resuelto el pro- blema del hambre, sino que han agravado los desequilibrios entre países avanzados y en vías de desarrollo. Al parecer los ideólogos del llamado nuevo orden tratan de condenar a la naturaleza como agentes del caos.
Mi carrera de ingeniero agrónomo, experto en economía agraria y estudioso de los fenómenos sociales me ha hecho ser muy escéptico con aquellas personas que tratan de simplificar los mensajes. Y mucho más con aquellas personas incapaces de abrirse a los otros, prejuzgando realidades y desconociendo las potencialidades, bondades e incluso debilidades de los diferentes sistemas de producción. Decir, a modo de ejemplo, que la agricultura biológica es la que practican los pobres en el Africa subsahariana porque no tienen dinero ni para comprar buenas semillas, ni para fertilizantes, ni para agua… es contradictorio con el mensaje de que la agricultura bio es una cosa de niños ricos. Soy una persona de 55 años, no soy niño y pienso que es razonable no castigar a los países en vías de desarrollo y limitarnos medioambientalmente en los países ricos industrializados, porque hemos sido los primeros en utilizar productos de síntesis. Los mayores desastres ecológicos se dan hoy en los países desarrollados. Por eso la ecología del siglo XX, nacida en Occidente y promovida en España por Margalef y otras autoridades científicas de actualidad, ha nacido con vocación científica tratando de estudiar la interacción hombre-naturaleza interponiendo limitaciones a nuestra actividad en este planeta. Esto lo sabemos gente que no ponemos objeciones al avance de la ciencia y de la técnica, desde el Instituto Tecnológico de Massachussets en Boston hasta los propulsores de las energías alternativas herederos del espíritu de Berkeley en California. Por no hablar de la propia FAO en su reciente conferencia mundial de recursos fitogenéticos, en la que se ha puesto de manifiesto la debilidad del actual sistema alimentario humano en sus relaciones con la biodiversidad. O incluso en la propia Agencia Europea del Espacio y la NASA, que saben mucho acerca de la diferencia biológica entre sistemas abiertos y sistemas confinados. Los que hemos estudiado algo de biocomputación sabemos la diferencia entre el mundo y el laboratorio.
La agricultura biológica no es pues el resultado sensu stricto de una agricultura tradicional propiamente dicha, aunque contenga elementos significativos de ésta. Es el resultado de aplicar a la agricultura técnicas que procuran abordar la producción agroalimentaria desde el punto de vista de los equilibrios en la naturaleza, en vez de creer que eliminando la competencia en la lucha por la vida se obtienen mejores resultados. Es pues un enfoque distinto que aplican las ciencias biológicas, físicas y químicas desde que en la Alemania kantiana se abordara el funcionamiento de la naturaleza.
Otra posición pretendería idealizar la tradición negando que muchas prácticas «tradicionales» han supuesto desastres ecológicos de relevancia. El ser humano, a diferencia de gran parte del resto del mundo animal, utiliza su inteligencia y esfuerzo para alterar la naturaleza en beneficio propio y esta característica le ha hecho adquirir más conocimientos por quiebras y problemas que por marchar bien las cosas. Consciente de ello, siempre he estado orgulloso de ser uno de los principales promotores en la feria Alimentaria en Barcelona de la apertura de una sección de alimentación ecológica. No con el ánimo de monopolizar la alimentación, pero sí para normalizar las relaciones en un país en el que las ciencias naturales han sido materias relegadas y en favor de la creación de canales comerciales estables de productos biológicos. Y esa posición no está reñida con la apertura de mente hacia otras propuestas que sean sensatas y no basadas en intereses ocultos empacados en un discurso ideológico consumible.
Desde Slow Food, pasando por Eurotoques, sabemos que el principal problema de la ingeniería genética está basada en la privatización del «Conocimiento adquirido» o Know-out de la propia naturaleza y del empobrecimiento o reduccionismo de los mecanismos de la Vida. Ni la naturaleza es perfecta ni es imperfecta. Simplemente hay que saber que vivimos en ella y que no parece prudente, como especie, alentar un enfrentamiento contra ésta.
Las chicas y chicos de Zarautz cuando hacen surf saben que hay que mantener equilibrio con la ola. Cuando era pequeño, una ola grande me arrastró, me tumbó, me cegó y hasta amedrentó. Tal es la diferencia que inspira la lógica de la agricultura Bio, en un mundo en el que todos los colosos de Rodas sucumben.
Hemos debido escuchar a Pilar Carbonero que el único insecticida que se permite en la agricultura biológica es el BT, una bacteria del suelo que tiene propiedades insecticidas. Esta aseveración tiene como objeto tratar de justificar las semillas OGM-BT desconociendo todas las recomendaciones de la Organizacion Internacional para la Lucha Biológica y los avances que se han dado en la utilización de otras plantas y animales en la búsqueda del reequilibrio de los diferentes ecosistemas de este planeta. ¿Sabe algo la señora Carbonero de las aportaciones de algunos científicos españoles en esta área? Los que estamos en centros de investigación o cercanos a ellos estamos hartos de que sólo se tilde de científicos a unos pocos genetistas y se oculte el quehacer de la mayoría. Ni tanto ni tan calvo, porque el problema de la anchoa no lo resuelve la genética, ni el del anisakis tampoco.
En definitiva, algunos creemos que en esta entrevista se deja translucir una cierta especie de prepotencia de algunos ámbitos empresariales que compran científicos y tratan de conformar la ciencia como si de una nueva religión se tratara, en vez de un método de conocimiento de la realidad. Esa herencia del despotismo ilustrado suele aprovecharse del desconocimiento generalizado de algunos axiomas de la ciencia para tratar de influir ante la opinión pública en favor de pequeños círculos de poder económico que están limitando el espíritu democrático en favor de una supuesta era prometeica, en la que ciencia y tecnología, al margen de las estructuras sociales y de la propia naturaleza, lo resolverían todo. En toda la historia de la humanidad precedente este postulado ha sido falso. Pero es que además ese no es el mayor problema de la humanidad, que es un problema de cantidad (hambre y desnutrición) y de calidad (diversidad de hortalizas, de cereales, gallinas, ovejas… y de alimentos con gusto, con diferencias de color, de texturas, de formas) que la ingeniería genética no ha re- suelto eficazmente. ¿Por qué hay que poner trigo en zonas donde no gusta ese cereal, habiendo otros como mandioca, maíz, arroz…? ¿Por qué creer que los hidratos de carbono sólo provienen de los cereales? Pues porque hay sólo siete grandes compañías que controlan el comercio del cereal. Así que cualquier experto de la alimentación sabemos acostumbrarnos a pensar que este planeta no es homogéneo y que el aceite de oliva, por muy bueno que sea, siempre estará limitado. No seamos circunspectos ni estúpidos. En la Dordogne degustaré el aceite de nuez y en el Atlas de Marruecos el argan. Y si me voy a Laponia, pescado azul. Y donde fueres come lo que vieres. La niña rica es la mal educada, ya que no se ha relacionado con el mundo. No podemos dejar que se nos insulte en el nombre de la ciencia a gentes que no paramos de favorecer el espíritu científico en nuestro aún atrasado país o a artesanos de la tierra que tratan de mantener producciones singularizadas, orgullosos de mantener el conocimiento de siglos de relación del campesino con la Terra Madre Biota Solar. Tampoco es más científico quien insulta o en la otra cara de la moneda utiliza el haber tenido relaciones con gentes prominente como Grande Co- vian… para tratar de influir en la opinón pública. Mi padre, que era amigo y contertulio hispano de Grande Covian, no probó pescado azul ni aceite de oliva tras un infarto de miocardio. Y la causa no fue otra que la de que los grandes productores de aceite de semillas no financiaron investigaciones sobre los ácidos grasos del aceite de oliva y del pescado azul. Tal es el inconveniente que tiene el sistema I+D en EEUU, más mediatizado por los poderes económicos privados que el europeo. Sólo se conoce lo que se paga. Y el que paga manda.
Para finalizar, en este debate, además, se hurta el hecho de que el actual crecimiento económico y social español se está haciendo en favor del alza del precio del transporte y del habitáculo, mientras se anula la alimentación biodiversa y se hace descender el porcentaje del gasto en alimentación, disolviendo cualquier estructura tradicional que mantenga producciones singularizadas. La homogeneidad nos amenaza como resultado de la supuesta bondad de las economías de escala, aunque sea a costa de técnicas invasivas. Y llegados a ese punto nos podemos permitir el lujazo de dudar razonablemente de afirmaciones de algunos científicos españoles que sin haber aportado una contribución sensata al mundo OGM, estén fomentando la transferencia de la dependencia sectorial de un sector tan clave como es la alimentación a unas poquísimas compañías que tratan de dominarlo a través de la privatización de sus códigos. No somos máquinas computadoras, ni comedores de bytes. Somos humanos que queremos disfrutar de este maravilloso planeta. –
(*) Jorge Hernández es Ingeniero agrónomo y también vicepresidente de la Asociación de Convivia Slow Food del Estado español