El 12 de mayo de 2023 Sánchez Castejón tenía una cita en Washington con el presidente de Estados Unidos, perseguida durante meses por la diplomacia española y por el propio presidente del gobierno español.
Era una ocasión para Sánchez de alzarse sobre los tacones lejanos de la Casa Blanca, para mostrarse en los círculos reales del poder mundial y proyectar su sombra de prestigio sobre la inmediata campaña electoral española en regiones y municipios y para las entonces previstas elecciones generales de diciembre. Llegaba con sendos regalos para Biden: una abultada compra de armamento a la compañía Lockheed Martin y la ampliación de las bases militares estadounidenses de Rota y Morón, con nuevos destructores, asuntos que se aprobaron por el gobierno de coalición del PSOE y Unidas Podemos. Cumpliendo gustoso la función de «gobernador de provincia» que acude a Washington, y mintiendo a sabiendas, Sánchez no tuvo reparo alguno en adular a Biden afirmando que el mundo necesita a un presidente estadounidense como él: «Su compromiso [de Biden] con los valores democráticos es un ejemplo para todos.» Pero, en las grandes ocasiones, a veces falla algún detalle: la nota publicada por la Casa Blanca, aunque cuidadosa en su lenguaje, dejaba a Sánchez en la incómoda posición del gobernador provinciano que viaja a la capital del imperio a recibir órdenes e instrucciones, aunque el presidente del gobierno español quería proyectarse en Washington como un estadista de talla mundial alzado sobre el pedestal de la prevista presidencia española de la Unión Europea en el segundo semestre de 2023. Con el imprevisto desastre electoral del 28 de mayo, apenas dos semanas después de la cita con Biden, Sánchez se veía adelantando las elecciones generales para finales de julio.
Con esa cita en Washington, Sánchez quería dejar atrás la imagen de un personaje que en junio de 2021 (tras haber anunciado públicamente que tendría un encuentro con el presidente estadounidense) intentaba penosamente hablar con Biden en un pasillo de la sede de la OTAN en Bruselas, mientras el presidente estadounidense lo ignoraba y seguía caminando sin ni siquiera mirarlo. Una humillante escena para Sánchez, y para España, que daba así cuenta ante el mundo de una falta de dignidad que hubiera avergonzado a cualquier gobernante. Aunque ya era un entusiasta atlantista, desde entonces Sánchez se ha prodigado en gestos y halagos hacia Biden y Estados Unidos, y parece recorrer el camino para convertirse en un aprendiz polaco, emulando a Morawiecki y Kaczyński, inadvertido de los riesgos que supone para España.
La subordinación a Estados Unidos, que se inició con los Pactos de Madrid de 1953 que suscribió la dictadura franquista, no se ha interrumpido y hoy no solo limita las posibilidades de la acción exterior española sino que añade graves riesgos: las bases militares de Rota y Morón, la incorporación a la OTAN y los nuevos acuerdos con Washington vulnerando el referéndum de 1986 para acoger a más destructores y militares, atan a España al dispositivo militar del Pentágono, cuyo principal objetivo es asegurar la hegemonía estadounidense sobre el mundo.
Sánchez, como antes todos los presidentes de gobierno que le han precedido, y sus asesores y militares, conocen esos extremos y asumen sus riesgos, ignorando la vejación a la soberanía española, porque no pueden albergar dudas sobre los propósitos de Estados Unidos. Hace décadas, el mayor general Smedley D. Butler escribió: «He servido durante treinta años y cuatro meses en las unidades más combativas de las fuerzas armadas estadounidenses: en la infantería de marina. Tengo el sentimiento de haber actuado durante todo ese tiempo de bandido altamente calificado al servicio de los grandes negocios del Wall Street y sus banqueros. En una palabra, he sido un pandillero al servicio del capitalismo. De tal manera, en 1914 afirmé la seguridad de los intereses petroleros en México, Tampico en particular. Contribuí a transformar a Cuba en un país donde la gente del National City Bank podía birlar tranquilamente los beneficios. Participé en la «limpieza» de Nicaragua, de 1902 a 1912, por cuenta de la firma bancaria internacional Brown Brothers Harriman. En 1916, por cuenta de las grandes azucareras norteamericanas, aporté a la República Dominicana la «civilización». En 1923 «enderecé» los asuntos en Honduras en interés de las compañías fruteras norteamericanas. En 1927, en China, afiancé los intereses de la Standard Oil. Nos ha ido bastante bien con Luisiana, Florida, Texas, Hawái y California, y el Tío Sam puede tragarse a México y Centroamérica, con Cuba y las islas de las Indias Occidentales como postres, sin intoxicarse.» «Fui premiado con honores, medallas y ascensos. Pero cuando miro atrás, considero que podría haber dado algunas sugerencias a Al Capone. Él, como gánster, operó en tres distritos de una ciudad. Yo, como marine, actué en tres continentes.»
Desde los días de Butler el mundo ha cambiado mucho y el lenguaje de Washington también, pero sus objetivos de dominación continúan siendo los mismos. Ahora, con una hipocresía tan evidente como brutal, Estados Unidos, con la OTAN, se presenta como un país que vela por la justicia, como una empresa benefactora, pacifista, una organización preocupada por los derechos humanos y la libertad. Pero el disfraz no puede esconder la realidad: la portavoz del ministerio de Asuntos Exteriores de China, Hua Chunying, recordó recientemente que «entre el final de la Segunda Guerra Mundial y el año 2001 hubo 248 conflictos armados y guerras en 153 regiones del mundo, de los cuales 201 fueron iniciados por Estados Unidos.»
Tras haber promovido la expansión de la OTAN hasta las fronteras rusas que ha llevado a la guerra de Ucrania, Estados Unidos avala operaciones de propaganda que insisten en la partición de Rusia, mientras en Europa el gobierno polaco de extrema derecha (escoltado por los tres pequeños países bálticos que siguen honrando a las Waffen-SS) insiste en ampliar la guerra contra Rusia utilizando hasta el último ucraniano, soñando con apoderarse de algunos despojos de las regiones occidentales ucranianas que convertirían a Varsovia en el hegemón de Europa oriental. Washington ha puesto también su atención en China y está preparando la guerra en el océano Pacífico, al tiempo que fuerza acuerdos con sus aliados europeos, obliga a aumentar los presupuestos militares y desarrolla una abrumadora campaña de propaganda y captación de voluntades que no solo ha enrolado a todos los gobiernos conservadores y de extrema derecha europeos sino que ha embaucado también a los gobiernos socialdemócratas y a toda la izquierda moderada europea.
El presidente español Sánchez no ha sido el primer dirigente de esa izquierda europea, socialdemócrata o verde, en recorrer el camino atlantista: tiene claros precedentes, empezando por el deshonesto González y siguiendo por el alemán Fischer, el italiano D’Alema, la finlandesa Marin y todos los actuales dirigentes de esas corrientes. Antes, la OTAN lanzó una exitosa campaña para presentarse como una alianza defensiva, que está lejos de ser, y ha recurrido incluso a actrices como Angelina Jolie para mostrarse como una alianza «defensora de las mujeres» y contraria a las violaciones y abusos en la guerra y casi como feminista en las hipócritas palabras de Stoltenberg en la campaña que lanzó con la actriz estadounidense en 2018. Jolie llegó a comparar las fuerzas de la OTAN con los trabajadores de organizaciones humanitarias porque supuestamente la alianza también trabaja por la paz. La OTAN ha utilizado también a mujeres jóvenes con responsabilidades en gobiernos europeos, como Annalena Baerbock, Sanna Marin o la estonia Kaja Kallas, para renovar la vieja imagen de la alianza militar, con sus maduros funcionarios a las órdenes de Washington que hasta no hace mucho servía a los noticiarios mundiales, por otra más joven, fresca, casi progresista.
Utilizando el lenguaje de los derechos humanos, la defensa de la democracia, la pasión por la libertad, la resistencia ante el autoritarismo, la ayuda a quienes se defienden, y sirviendo al mismo tiempo la intoxicación y la mentira a los medios de comunicación, Estados Unidos y la OTAN han encendido la hoguera ucraniana y recurren a la falsedad y las patrañas que, de inmediato, son divulgadas por toda la prensa conservadora: el diario El País publicó que el ataque con drones al Kremlin había sido realizado por la propia Rusia y se basaba para ello en la declaración del ISW, Institut for the Study of War, una deshonesta entidad financiada por las principales empresas de armamento estadounidenses. La OTAN ha conseguido también acallar voces, engullir a la izquierda moderada, introducir el temor en la filas de la izquierda radical y comunista e incluso que algunos sectores progresistas acepten las palabras y argumentos del cuartel general de Bruselas. Sin embargo, el movimiento por la paz no ha conseguido levantar protestas masivas, encerrado entre una izquierda moderada que ha asumido por completo el lenguaje de la OTAN y una izquierda más radical presa del temor a verse reducida a la insignificancia ante el vendaval de la propaganda de los medios de comunicación. En España, los ministros de Unidas Podemos se convirtieron en prisioneros en el gobierno, y no es extraño que Sánchez alardee de que, en relación con la guerra de Ucrania, el gabinete español habla con una sola voz, la suya. Asumiendo el discurso estadounidense sobre Ucrania, oficiando en Madrid la cumbre de la OTAN de 2022, Sánchez ha seguido el mismo camino que el resto de la socialdemocracia europea y utiliza un argumentario semejante al de la alianza militar occidental.
Junto a ello, la OTAN está reorganizando toda su estructura militar y prepara brigadas de despliegue rápido integradas por unos cinco mil militares para acudir a focos de crisis o para intervenir en guerras, en lo que denomina «planes regionales» en su burocrática jerga castrense, brigadas que podrían utilizarse en Europa oriental o en otros escenarios, del Cáucaso a Asia central, incluso en el océano Pacífico. La definición de los «enemigos de Occidente», con el cuartel general de Bruselas y el Pentágono señalando a Rusia, China y al recurrente espantajo del «terrorismo», implica el incremento del acoso en las fronteras occidentales rusas y en Ucrania, y una atención especial a la gran región de Asia-Pacífico pese a que queda fuera del ámbito de seguridad que identificó el tratado de creación de la OTAN, dedicando esfuerzos en tierra, océanos, aire, espacio y ciberespacio, para lo que ha previsto aumentar todavía más el gasto militar: Stoltenberg, cuyas propuestas surgen siempre del Pentágono, ya ha comunicado a los países de la OTAN la necesidad de que los miembros de la alianza aumenten el actual gasto militar situado en el 2 % del PIB. La reunión de Vilna, en julio de 2023, aprobará los cambios.
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A finales de febrero de 2022, poco después de la entrada de Rusia en la guerra civil ucraniana, Sánchez aseguró en Televisión Española que España no aumentaría el presupuesto militar hasta el 2% del PIB y que no enviaría armas directamente al ucraniano Zelenski, sino que actuaría a través de las decisiones del Fondo Europeo de Apoyo a la Paz, el falsario organismo creado en marzo de 2021 que sirve a Bruselas para azuzar la guerra ucraniana y no para promover la paz. Las presiones y las exigencias de Washington y Bruselas tuvieron un efecto inmediato: dos días después, Sánchez rectificaba, con el aplauso del Partido Popular, y anunciaba en el Congreso de los Diputados que España enviaría directamente armas a Ucrania y le facilitaría «material militar ofensivo», y que se aumentaría el presupuesto militar hasta el 2 % del PIB «antes del final de su mandato». Al cuartel general de la OTAN, a Washington y a la Comisión Europea no les había costado mucho hacerle cambiar de opinión. Josep Borrell (que coordina a través del Fondo las compras de armamento que realiza la Unión Europea) y los dirigentes más atlantistas del PSOE presionaron también para que el gobierno de coalición español cambiase de posición.
Sánchez es un principiante en política exterior: en octubre de 2022, durante su viaje a Nairobi, calificó al mandatario keniata, William Ruto, como presidente de Senegal, un país situado a miles de kilómetros de Kenia. Su apoyo a Ursula von der Leyen para que fuera presidenta de la Comisión Europea obtuvo la contrapartida de que Josep Borrell fuera nombrado Alto Representante… convertido ahora en el peculiar diplomático que exige más armamento para Zelenski, envío de artillería de largo alcance y que no busca la paz: según sus palabras, la guerra se resolverá en el campo de batalla. La trayectoria de Borrell desmiente su condición y su responsabilidad y parece haber optado por convertirse en un inexistente ministro de la guerra de la Unión Europea. También Sánchez, como el obsequioso presidente Duda que ofreció a Trump establecer una nueva base estadounidense en Polonia que ostentaría su nombre, se ha esforzado durante los meses de la guerra ucraniana para convertirse en un aprendiz polaco. Como ocurrió con los verdes alemanes que acabaron apoyando en 1999 el bombardeo de Belgrado por escuadrones de la OTAN entre los que se encontraban aviones alemanes, repitiendo lo que había hecho en la misma ciudad la Luftwaffe nazi durante la Segunda Guerra Mundial, ahora Baerbock y los verdes forman parte del «partido de la guerra» que aboga por enviar aviones a Zelenski y agravar el conflicto ucraniano, y Sánchez ha seguido su estela.
Sánchez no solo ha acallado a todas las voces que en el Partido Socialista contemplaban con aprensión las bases militares estadounidenses en España y la sumisión a la OTAN, ha ignorado el incumplimiento de los términos del referéndum de 1986 (iniciado ya por González), cuyo tercer punto establecía que «se procederá la reducción progresiva de la presencia militar de los Estados Unidos en España») y del propio convenio con Estados Unidos. Ha ido más lejos, convirtiendo al PSOE y a todo su gobierno en un aplicado y entusiasta seguidor de las directrices de Washington y del cuartel general de la alianza militar de Bruselas.
Desde el inicio de su mandato, Sánchez ha mantenido una total subordinación a la política exterior de Washington: en febrero de 2019, siguiendo el plan de acoso estadounidense, Sánchez lanzó un ultimátum a Maduro para forzarle a convocar elecciones en Venezuela, y ocho días después reconoció a Guaidó como «presidente encargado», retirando al embajador español de Caracas, cuyo reciente retorno solo se debe al fracaso de la operación Guaidó. El gobierno Sánchez votó en contra de la resolución presentada y aprobada en la ONU que condena la glorificación del nazismo, mientras Cuba, China y Rusia votaban a favor y Estados Unidos, Ucrania y la Unión Europea lo hacían en contra. Sánchez ha cambiado también la posición de España con respecto al Sáhara, abandonando a su suerte a la población saharaui, apoyando la «autonomía» del viejo territorio colonial español que deseaba Rabat y que supone su entrega a Marruecos, aceptando las condiciones del sátrapa marroquí y alineándose con la estrategia estadounidense en el norte de África, y envenenando las relaciones de España con Argelia.
En la guerra de Ucrania, el alineamiento del gobierno Sánchez con Estados Unidos ha sido total, desde el envío de armamento al entrenamiento de militares ucranianos en España, pasando por su voto en los organismos de la ONU, y sus decisiones han contado con el acatamiento, el acuerdo o la resignación del otro componente político del gobierno, convertido en la práctica en prisionero de las decisiones de Sánchez, aunque algunos portavoces secundarios hayan rechazado el envío de armamento a Ucrania en declaraciones perfectamente toleradas por el gobierno de coalición porque Sánchez sabía que no tenían mayores consecuencias políticas, ni en el gabinete, ni en el Congreso de los Diputados. En octubre de 2022, por indicación de Washington, el gobierno de Sánchez envió cuatro lanzadores de misiles antiaéreos Hawk al ejército de Zelenski, sin la más mínima crítica de los ministros Yolanda Díaz y Alberto Garzón. Unas semanas después, España envió quince cazas a Rumanía y Bulgaria para «vigilar vuelos de aviones rusos», y ese mismo mes llegaban a Kiev policías y guardias civiles españoles enviados para «investigar crímenes rusos», en un compromiso acordado por Sánchez con Zelenski seis meses atrás. En noviembre, empezó a funcionar en Toledo un centro de entrenamiento para varios miles de soldados ucranianos (decisión que tampoco recibió ninguna crítica de Díaz y Garzón). El apoyo al despliegue estadounidense en Europa y al gobierno de Zelenski ha culminado, de momento, con la aceptación del despliegue de dos nuevos destructores estadounidenses en Rota, donde ya están atracados otros cuatro, que desempeñarían una función relevante si la crisis continúa agravándose. De hecho, el disparatado aumento del presupuesto militar español, que según fuentes de algunos organismos de estudios sobre la paz llega a los 26.341 millones de euros, supone más del 2% del PIB que exige la OTAN, aunque el PSOE, la derecha política y la prensa conservadora insisten en que el gasto es menor. Días antes de la llegada de Sánchez a la Casa Blanca, el Ministerio de Defensa español aprobó la compra de armamento a Lockheed Martin: helicópteros Romeo, a los que seguirán misiles Patriot y posiblemente aviones F-35 para renovar los Harrier, en un gasto que superará los 6.000 millones de euros. Eran motivos más que suficientes para que Unidas Podemos abandonase el gobierno de Sánchez, pero la coalición insistía en la importancia de las medidas sociales, en la reforma laboral, en que las pensiones no se habían recortado, en el esfuerzo para evitar despidos durante la pandemia, pese a que todas esas medidas hubieran podido arrancarse en el parlamento negociando con el PSOE sin necesidad de convertirse en cómplices (de grado o resignadamente, tanto da) de su irresponsable política exterior, de Ucrania a Marruecos, de Venezuela al Sáhara, entre otros escenarios.
Todo, sin mayores críticas ni consecuencias del otro componente político de su gobierno que inadvertido, desorientado, temeroso, le llevó (con Yolanda Díaz y Alberto Garzón y los otros ministros de Unidas Podemos) a acompañar a Sánchez en el aplauso a Zelenski en el Congreso. Díaz declaraba que «Ucrania tiene derecho a defenderse», y apoyaba el envío de armas a Zelenski, acompañada del silencio de Garzón. Ese silencio se repitió ante la aprobación por Zelenski de leyes ultraliberales que han despojado de derechos a los trabajadores ucranianos, y ante la persecución de los comunistas en Ucrania, que ha llevado a la ilegalización del Partido Comunista y de toda la oposición, con numerosas detenciones y asesinatos. De hecho, las palabras de Díaz eran sorprendentes dada su trayectoria, pero el 9 de mayo de 2023, mientras olvidaba la fecha de la victoria de la Unión Soviética sobre el nazismo en la Segunda Guerra Mundial, seguía el guion de la Unión Europea remarcando que era el «Día de Europa», una iniciativa urdida (con el pretexto del discurso del ministro Schuman) precisamente para sepultar una de las fechas más relevantes para la cultura democrática y antifascista y para la izquierda europea y mundial. A ello se añadieron las declaraciones de Díaz alabando la política de Biden, y sus cordiales entrevistas con Michel y von der Leyen, partidarios de azuzar la guerra en Ucrania y de insistir en la dura política neoliberal de la Comisión Europea y de las decisiones del Banco Central Europeo.
Apenas unos días antes de la visita de Pedro Sánchez a Biden, la ministra de Defensa Margarita Robles y la embajadora de Estados Unidos en España, Julissa Reynoso, firmaban el 8 de mayo el acuerdo para acoger dos nuevos destructores más en la base naval de Rota, sin someterlo a votación del Congreso de los Diputados. Robles pidió, simplemente, informar de un aumento de tropas estadounidenses que no se someterá a aprobación parlamentaria. Esa decisión vulneraba, de nuevo, las cláusulas del referéndum de 1986, y sentaba un precedente que podría llevar a Estados Unidos a presionar al gobierno español de turno para introducir armamento nuclear en España si la crisis mundial se agrava. De hecho, Washington ya lo ha hecho en otro escenario con el objetivo de la «contención de China»: Biden y el presidente de Corea del Sur, Yoon Suk-yeol, un hombre de extrema derecha, acordaron en abril de 2023 una Declaración de Washington que permitirá atracar submarinos estadounidenses con armas nucleares en puertos coreanos.
En la cita de Washington con Biden, un año después de sus declaraciones en TVE afirmando que España no enviaría armamento directamente a Kiev, Sánchez se presentó como un fiel aliado que había cumplido todas las exigencias de Washington, y añadió otros halagos: ofreció su colaboración a Estados Unidos para abordar el destino de los inmigrantes que se hallan en la frontera estadounidense del Río Grande, admitiendo contingentes en España: un gesto que podría considerarse humanitario si su gobierno, al mismo tiempo, no hubiera concertado acuerdos con Marruecos para «devoluciones en caliente» de inmigrantes en Melilla y Ceuta, si no hubiera vendido el Sáhara al sátrapa marroquí a cambio de que su policía vigile las playas para impedir la llegada de inmigrantes, si no hubiera cerrado los ojos ante la matanza de la verja de Melilla en junio de 2022 y el propio Sánchez no hubiera defendido a la policía marroquí pese a la evidencia de la masacre. El gesto de acoger inmigrantes del Río Grande no era humanitario: era otro obsequioso regalo a Biden, otro peaje más, que crea un precedente para forzar a otros países europeos a seguir su ejemplo y ayudar a Washington a gestionar el «problema migratorio», aunque la Comisión Europea siga asistiendo sin conmoverse a la constante muerte de inmigrantes en el Mediterráneo.
A las agresiones militares de Obama, cuyo plan para la expansión de la OTAN y el golpe de Estado del Maidán en Ucrania en 2014 es la causa de la actual guerra, circunstancia que hasta Kissinger ha señalado, siguió la agresividad de Trump hacia China, y Biden ha continuado con esa inercia imperial, echando gasolina al fuego ucraniano y fomentando la tensión en el Pacífico con la excusa de Taiwán. Mientras Sánchez se afana como un imprudente aprendiz polaco en la Moncloa, ahora a la espera de las elecciones de julio, Estados Unidos daba la última vuelta de tuerca promoviendo la decisión del G-7 en Hiroshima para enviar aviones F-16 a Zelenski: paso a paso, Estados Unidos y sus aliados han ido escalando la guerra en Ucrania y agravando la situación en el océano Pacífico, conflictos que pueden conducir a una guerra global de resultados apocalípticos, porque el eje Washington-Londres-Varsovia puede llevar al mundo a la catástrofe nuclear.
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