Una instalación de golf de 18 hoyos ocupa una superficie de 60 campos de fútbol y necesita al año 18 mil millones de litros de agua, un consumo equivalente al de ciudades del tamaño de Pamplona o Salamanca. En Andalucía, el doble. El caudal mínimo se sitúa entre 24 y 35 litros por segundo. Actualmente […]
Una instalación de golf de 18 hoyos ocupa una superficie de 60 campos de fútbol y necesita al año 18 mil millones de litros de agua, un consumo equivalente al de ciudades del tamaño de Pamplona o Salamanca. En Andalucía, el doble. El caudal mínimo se sitúa entre 24 y 35 litros por segundo.
Actualmente hay en España un censo superior a los 400 campos de golf, el 9 por ciento públicos, de los cuales más de 180 se han construido desde el año 2000 al calor del boom inmobiliario. La mitad son de 18 hoyos. Andalucía con un centenar y Cataluña con alrededor de 50 son las comunidades autónomas con mayor número de recintos para la práctica de este deporte de elite. Marbella y Mijas, ambas localidades sitas en la provincia de Málaga, son los lugares míticos de golf con los clubes más selectos del territorio español.
El 60 por ciento de las urbanizaciones diseñadas desde el año 2000 incluían un campo de golf como atracción añadida, elevando el coste de las viviendas un 30 por ciento por término medio. Son segundas residencias o como dice el marketing chalés de turismo residencial.
La mayor parte de las promociones, después del desencadenamiento de las crisis, se convirtieron en activos tóxicos en ruina que han pasado a la cartera del banco malo, Sareb, o permanecen todavía en instituciones de crédito hipotecarias.
Se estima que el coste anual de mantenimiento de un campo de golf oscila entre los 400.000 y 2 millones de euros al año, dando por término medio empleo a 30 trabajadores. En total, unos 10.000 en toda España.
El turismo relacionado con el golf mueve unos 1.200 millones de euros al año, aunque no existen estadísticas precisas al respecto. España recibe por este cauce, en primavera y otoño con preferencia, alrededor de un millón de visitantes anualmente que se alojan en hoteles de cuatro o cinco estrellas y se gastan una media de 1.200 euros por estancia y jugador, unos 170 euros diarios, el doble que un turista típico de sol y playa. Los destinos con mayor afluencia son Andalucía, Canarias, Baleares y la Comunidad Valenciana.
Acometer el proyecto de un campo de golf es bastante caro. A la construcción hay que agregarle la obtención de licencias, el diseño y la edificación de la casa club, restaurante y cafetería. Todo ello arroja una inversión que va de 8 a 14 millones de euros, razones muy poderosas para la quiebra de muchas recientes promociones, máxime cuando el número de licencias federativas está registrando un bajón significativo en los últimos años. Hoy, los jugadores con licencia son alrededor de 280.000. Se dice que en el mundo existen unos 60 millones de practicantes, 5 millones europeos.
Con la crisis, otro factor que echa para atrás a las personas que desean cultivar la afición del golf es el alto coste de las cuotas de socios anuales que hay que abonar para hacer uso de las instalaciones, aproximadamente 1.500 euros de media por aficionado. Un caso excepcional es el Club de Golf La Moraleja, radicado en la urbanización madrileña del mismo nombre, en el cual sus socios pagan al año unos 75.000 euros para tener el exclusivo carné en su cartera.
Deuda ecológica y financiera
Los problemas ecológicos que plantea la construcción de un campo de golf son muchos y variados, además del gigantesco consumo de agua en un país como España eminentemente árido y de sequías prolongadas, la contaminación de acuíferos por el uso de plaguicidas y la utilización intensiva de fertilizantes, insecticidas, herbicidas, fungicidas y acáridos, lo que también supone la desaparición de la fauna y la flora autóctonas.
El consumo de agua suele ser al 50 por ciento potable y depurada, rebañando recursos públicos muy necesarios en áreas de población con sequías pertinaces. Ello no obsta, sin embargo, para que la Junta de Andalucía, la Comunidad de Madrid y hasta el Ayuntamiento de Segovia, entre otras instituciones públicas, lleven a cabo iniciativas de mercadotecnia en los colegios para atraer a nuevos adeptos a la causa del golf. Los sectores agrícola y ganadero se ven muy afectados asimismo por la orgía y la fiebre golfísitica de los últimos años en España.
En vista de lo expuesto, ¿merecen tanto esfuerzo público los proyectos privados de levantar campos de golf sin tener en cuenta las debidas precauciones de impacto medioambiental? ¿Ha sido legítimo recalificar suelo rústico en urbanizable a precio de saldo o casi regalado para promotores sin escrúpulos que lo único que buscaban y buscan es el negocio rápido puro y duro? ¿Cómo es posible considerar un parque natural a una instalación de golf que arrasa con todo lo que se encuentra a su paso?
Todo empezó en España en 1914 con el primer campo de golf enclavado en Puerta de Hierro, gracias a las donaciones de terreno concedidas por Alfonso XIII y avaladas por el Duque de Alba, si bien el club pionero se constituyó en Canarias en el siglo XIX. Hoy somos el segundo destino de turistas de golf del mundo y líderes en Europa.
En el camino se han dilapidado ingentes gigalitros de agua mientras muchas poblaciones pasan sed en cuanto el líquido elemento no quiere caer con regularidad del cielo. Unos pocos se han hecho inmensamente ricos con el boom del golf y las deudas ecológicas y financieras que han dejado las vamos a abonar entre todos durante muchas décadas. Y los datos son completamente opacos dentro de la enormidad de la estafa inmobiliaria española de las eras de Aznar y Zapatero.
Fuentes: Elaboración propia, Internet, INE, Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, Real Federación Española de Golf, Global Golf Company, Aguirre Newman, Ecologistas en Acción, Diagonal, Nueva Tribuna y El Confidencial.
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