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Fukushima, cuatro años después

Un Chernóbil a cámara lenta que sigue activo

Fuentes: Rebelión

En 1997, obtuvo el Right Livelihood Award -el que se conoce como Premio Nobel Alternativo- por alertar al mundo sobre los riesgos del uso del plutonio. En 2007 fue designado miembro del Grupo Internacional para Materiales Fisibles de la Universidad de Princeton. Sabe, pues, de qué habla. «Fukushima es un desastre que no terminó», comentó […]

En 1997, obtuvo el Right Livelihood Award -el que se conoce como Premio Nobel Alternativo- por alertar al mundo sobre los riesgos del uso del plutonio. En 2007 fue designado miembro del Grupo Internacional para Materiales Fisibles de la Universidad de Princeton. Sabe, pues, de qué habla. «Fukushima es un desastre que no terminó», comentó Mycle Schneider, un consultor independiente en energía nuclear en junio de 2014.

Habían pasado entonces tres años y unos meses desde el terremoto y el subsiguiente tsunami que dañaron cuatro reactores de la planta nuclear de Fukushima Daiichi. Las consecuencias se seguían, se siguen sufriendo por, entre otras consecuencias, la continua fuga de radiactividad al ambiente.

Entrevistado por IPS [1], se le preguntó por la situación de la opción nuclear como fuente de energía en el mundo: «La situación del uso comercial de la energía nuclear es bastante diferente de lo que percibe la población». Si se analizan la cantidad de reactores nucleares operativos en el mundo, proseguía, «vemos que el máximo se alcanzó en 2002, hace 12 años. Entonces hubo 444 funcionando al mismo tiempo». En aquel momento había operativos unos 400 reactores. «Oficialmente, en Japón están funcionando 48, pero ninguno genera electricidad, aunque la Agencia Internacional de Energía Atómica sigue considerándolos a todos en funcionamiento».

En realidad, señalaba MS, existía un declive significativo. «En Europa, el máximo número se alcanzó en 1988, hace 25 años, cuando hubo 177 reactores operativos». Quedaban entonces 131, 46 unidades menos. No vivimos un renacimiento, digan lo que digan los apologetas cegados de lo nuclear (incluido en ellos Nicholas Wade, el autor de Una herencia incómoda) sino un fuerte declive. La porción de la energía nuclear en la generación eléctrica en todo el mundo llegó a su máximo en 1993, hace más de 20 años. Entonces representaba un 17%, ahora apenas el 10%. La tendencia, en opinión de MS, apuntaba y apunta claramente a la disminución de las plantas en funcionamiento.

La lección más importante que debía aprender la sociedad antes que nada era, en su opinión, reducir el peligro potencial. «La energía contenida en los tanques de gas natural líquido, por ejemplo, es increíble en términos de energía pura». Podía ser equivalente, señalaba, a dos veces la bomba de Nagasaki en un tanque. Es muy poco probable que explote, «pero aun si el riesgo fuera solo del 10%, el daño que podría causar supera toda imaginación». Y esas bombas, añadía, están por todas partes.

La gente solemos creer que Fukushima fue el peor caso, el escenario más dantesco y que ya pasó. Tranquilidad pues. Pero no era, no es así. Puede ser peor. «Es un hecho sin precedentes por su complejidad, su dimensión y sus consecuencias. El mayor problema es que la metodología elegida por el gobierno japonés y Tepco (la empresa operadora de la planta que colapsó tras el terremoto y posterior tsunami el 11 de marzo de 2011) no parece apropiada». Es de nuevo Mycle Schneider quien habla. La situación está lejos de estabilizarse. De hecho, la cantidad de radiactividad que se ha filtrado al agua y a los sótanos se estima en más del triple de la que se liberó tras el accidente de Chernóbil .

Según Helen Caldicott, médico y activista antinuclear, los tres núcleos fundidos de la planta de Fukushima, cada uno con un peso de 100 toneladas, son tan radiactivos que nadie puede acercarse a ellos. Ni siquiera los robots; se derriten al acto. «Y nadie se acercará. La contaminación continuará durante cientos de años», dijo Caldicott a RIA Novosti citando a los mejores físicos de la actualidad [2].

Por sorprendente que pueda parecer, la empresa operadora de Fukushima, TEPCO, no está asesorándose con nadie: «ni con Rusia o Ucrania, que vivieron la catástrofe de Chernobyl, ni con la empresa de ingeniería Bechtel, que opera 150 centrales nucleares en EE.UU».TEPCO quiere ahorrar dinero, «¡incluso utiliza papel procedente de refugios para desamparados». Las personas que desempeñan distintos trabajos en las instalaciones de la central son contratadas por la mafia japonesa, la ‘yakuza’. La ganadora del Premio Nobel de la Paz precisaba que el mundo está presenciando una catástrofe absoluta: «entre 300 y 400 toneladas de agua radiactiva son vertidas diariamente al Pacífico». Esto ha estado ocurriendo desde hace casi cuatro años. «Según ha reconocido TEPCO, en el periodo entre mayo de 2011 y agosto de 2013 se han derramado al océano Pacífico sustancias que representan un total de 20 billones de ‘becquerel’ de cesio 137, 10 billones de ‘becquerel’ de estroncio 90 y 40 billones de ‘becquerel’ de tritio». Desconocemos las cifras actuales.

«50 razones para temernos lo peor de Fukushima» fueron apuntadas por el incansable e imprescindible Harvey Wasserman . «En Fukushima han desaparecido los núcleos derretidos pero las emisiones radioactivas siguen secretamente supurando»!. La dura censura dictatorial de Japón, son sus palabras, «ha ido acompañada de un apagón -exitoso- en los medios corporativos globales a fin de que Fukushima permanezca lejos de la mirada pública». Pero todo ello, como es evidente, «no mantiene la radiación real alejada de nuestro ecosistema, nuestros mercados… o nuestros cuerpos. Las especulaciones acerca del impacto final van desde lo totalmente inofensivo a lo intensamente apocalíptico».

La realidad básica era muy simple… y trágica: a lo largo de siete décadas, las fábricas de bombas del gobierno de EEUU y de otros gobiernos atómicos y los reactores de propiedad privada han estado arrojando a la biosfera cantidades masivas de radiación. «Se desconocen fundamentalmente los impactos de estas emisiones en la salud ecológica y humana porque la industria nuclear se ha negado rotundamente a estudiarlos».

Entre las 50 razones preliminares de por qué ese legado radioactivo exigía que nos preparemos para lo peor respecto a nuestros océanos, nuestro planeta, nuestra economía y nosotros mismos, apuntaba HW: 1. En nuestra ecosfera hay inyectados más de 400 reactores nucleares comerciales sin haber contado con datos significativos que midan su potencial impacto en la salud y en el medio ambiente, y sin establecer ni mantener una base sistemática de datos globales. 2. Fue a partir los incorrectos estudios de la Bomba-A iniciados cinco años después de Hiroshima, cuando se conjuraron los niveles de «dosis aceptables» para los reactores comerciales, y en Fukushima, y en más lugares, se ha sido todo lo laxo que se ha podido a fin de salvaguardar el dinero de la industria. 3. Miembro del Manhattan Project, y médico responsable de la investigación pionera del colesterol LDL, Gofman llamó más tarde instrumento de «asesinato masivo premeditado» a la industria de los reactores nucleares. 4. La continua lluvia radioactiva de Fukushima supera ya en gran medida la de Chernobyl (mayor a su vez que la de Three Mile Island). 5. Un informe de las «lecciones aprendidas» por el ejército de EEUU de la campaña de limpieza de la Operación Tomodachi de Fukushima señala que «la descontaminación de los aviones y del personal sin que la población se alarme supone nuevos retos». El informe cuestionaba la limpieza porque «no se han llevado a cabo auténticas operaciones de descontaminación», arriesgando por tanto «la potencial extensión de la contaminación radiológica entre el personal militar y la población local». 6. El impacto de esas supuestas dosis «minúsculas» que se extienden desde Fukushima afectará, con el tiempo, a los minúsculos huevos de criaturas que van desde las sardinas a las estrellas de mar y a los leones marinos, con su letal impacto reforzado por otros contaminantes ya presentes en el mar.

Hay 44 razones más.

Miguel Muñiz por su parte -«2015, las dos aguas de Fukushima» [3]- ha recordado que «Japón es un país húmedo, la cordillera de montañas que constituye la columna vertebral del archipiélago y el océano Pacífico, que lo envuelve, garantizan precipitaciones abundantes de lluvia y nieve. En Honshu, la mayor isla, el promedio mensual de días de lluvia no baja nunca de 10, y el de precipitaciones anuales supera los 1.000 milímetros». El país nipón no tiene grandes ríos con amplios cauces pero «un flujo continuo de agua desciende desde las montañas y desemboca en el mar durante todas las estaciones. No hay sequías. En Japón, la abundancia de agua ha sido siempre una bendición».

Pero, dialécticamente, esta vez sí, «la abundancia de agua es, en el caso de Fukushima, una maldición para el mundo. Por economía, y para garantizar la refrigeración, los 50 reactores atómicos de Japón fueron construidos a orillas del mar. La central de Fukushima, además, se construyó sobre un auténtico río subterráneo, que fluye a unos 24 metros de profundidad bajo la estructura».

De los tres reactores cuyos núcleos se han fundido, los números 1, 2 y 3, prosigue MM, el del reactor 1, el que se cree que ha tenido una fusión completa, «sí se está hundiendo en el subsuelo. No se sabe nada con certeza, porque se trata de una zona en la que, aunque hayan pasado cuatro años, nadie ha podido mirar, ni siquiera mediante cámaras transportadas por robots; se calcula que el núcleo se encuentra ya a unos 25 metros de profundidad, y por lo tanto los materiales radiactivos de alta actividad ya han entrado en contacto con la corriente de agua subterránea». Así que, como se indicó, desde hace unos cuatro años, «un flujo mínimo de unas 300 toneladas diarias de agua queda contaminado radiactivamente y desemboca en el océano Pacífico. Contabilicemos. Son 300.000 litros de agua diarios, 402 millones de litros desde que comenzó la catástrofe, en la valoración más prudente».

Todos los intentos de resolver el problema, recuerda MM, «se han saldado con fracasos. Fracasó la construcción de un muro de hormigón subterráneo; fracasó el intento de realizar un «by-pass», un canal de captación del agua antes de que llegase a la zona radiactiva para su posterior desvío; fracasó el llamado «muro de hielo», una fantástica obra de ingeniería-ficción en la que se congelaría el subsuelo para evitar el paso del agua (con el consiguiente despilfarro energético)… Mientras, el agua, imperturbable ante las ideas de ingenieros y planificadores, se sigue abriendo paso». No somos omnipotentes. La tecnología no siempre puede.

Fracasos técnicos, pero, también dialécticamente, éxitos económicos. «Un río de agua radiactiva se vierte en el Pacífico, pero un río de miles de millones de yenes de dinero público se vierte en los balances de Tepco, empresa propietaria de Fukushima, y en otras empresas que participan en las obras. El trigésimo sexto ingreso de fondos públicos a Tepco se dio a conocer el 25 de enero pasado, 7.830 millones de yenes, provenientes de la «Nuclear Damage Compensation and Decommissioning Facilitation Corporation»; se calcula en unos 4,53 billones de yenes el total ingresado desde que comenzó la catástrofe». El 30 de enero de 2015 «Tepco anunció que los ingresos contables por su actividad empresarial se habían incrementado un 20%, llegando a los 227 millones de yenes». Increíble pero cierto. Real como la vida misma de los negocios en la «economía libre de mercado». Nada que ver con una vida humanizada.

Una última aproximación.

Hace dos años, en Ciencia en el ágora [4], el gran científico franco-barcelonés Eduard Rodríguez Farré, el científico republicano que acuñó, pocos momentos después del desastre, el acertado lema y diagnosis «Un Chenóbil a cámara lenta», se expresaba en estos términos.

Por qué «a cámara lenta» se le preguntaba; su respuesta:

«En Chernóbil también fue por un mal diseño, como reconoció el que fuera director de Seguridad Nuclear soviético. Era malo, muy malo. Era un reactor pensado para la obtención de plutonio, para el armamento atómico de la URSS. Tenía una serie de problemas de diseño y, además, no lo olvidemos, estuvieron los experimentos que hicieron. No sólo fue la culpa de los técnicos que estaban in situ, en la central, en el momento en que ocurrió el accidente. Fue durante unos experimentos, durante unas pruebas de resistencia que estaban haciendo cuando se les fue de las manos todo el sistema. También falló la refrigeración, se empezó a fundir el núcleo y explotó de golpe. Fue todo muy brusco. El sistema les falló en un momento determinado, empezó a subir la temperatura, se fundió el núcleo, se formó la nube y ya sabemos que pasó. Lo que sucedió en el accidente de Fukushima y lo que pasó en Chernóbil, mucho de lo que hemos visto, tiene el mismo guión, el mismo escenario, la misma cosmovisión de fondo».

El guión, el escenario, la cosmovisión:

«De entrada, se niega que haya un accidente importante. Se dice que el accidente está controlado, que las dosis de radiactividad son de unos pocos microsieverts, que son completamente inocuas, y también corre la historia que es como hacerse una radiografía. En el caso de Chernóbil fueron los suecos los primeros que dieron la alarma señalando que había llegado al Ártico una cantidad de radiactividad muy alta (por cierto, recuerdo que se tuvo que eliminar toda la cabaña de renos en el norte de Suecia y Finlandia). Después cambió la dirección del viento y empezó a detectarse en otros países… Asistimos también en ambos casos al asunto de los aviones y los helicópteros arrojando agua, después vertiendo cemento y arcilla para bloquear los reactores afectados. Pero, en el caso de Chernóbil, el accidente ocurrió en pocas horas. Las escenas siguientes son las que de nuevo hemos visto en el caso de Japón: negación de la gravedad; después se afirmó que las cifras eran mayores, no se evacuó inicialmente a la gente, se le dijo que se quedaran en casa; luego se empezó a evacuar, aunque en el caso del accidente de Chernóbil la población que vivía en las proximidades era mucho menor»

La conversación finalizaba con unas sentidas palabras del Nobel Kenzaburo Oé:

«Hace no mucho, leí una obra de ciencia-ficción en la que la humanidad decide enterrar cantidades ingentes de residuos radiactivos en las profundidades subterráneas. No saben de qué modo deben advertírselo a la generación futura, a la que se le dejará el cometido de deshacerse de los residuos, ni quién debe firmar la advertencia. Desgraciadamente, la situación ya no es un tema de ficción. Estamos endosando, unilateralmente nuestras cargas a las generaciones futuras. ¿Cuándo abandonó la humanidad los principios morales que nos impedían hacer algo así? ¿Hemos superado un punto de inflexión fundamental en la historia? […] Los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, la derrota de Japón en la II Guerra Mundial y la subsiguiente ocupación del país por las fuerzas aliadas tuvieron lugar durante mi niñez. Todos éramos pobres. Pero cuando se dio a conocer la nueva Constitución me impresionó la repetición de la palabra «determinación» en su preámbulo. Me llenaba de orgullo saber que los mayores tenían tanta resolución. Hoy, a través de los ojos de un hombre mayor, veo Fukushima y las difíciles circunstancias a las que este país se enfrenta. Y sigo teniendo esperanza en una nueva firmeza del pueblo japonés» [5].

ERF cerraba con una observación: «Yo también mantengo esa misma esperanza. En el pueblo japonés y en todos los ciudadanos comprometidos e informados del mundo». Por eso, sabido lo que sabemos, vivido lo que hemos vivido y estamos viviendo, cuesta mucho entender un comentario como éste de Nicholas Wade, un (supuestamente) muy informado periodista científico, el autor de Una herencia incómoda [6].

Preguntado sobre si el progreso científico lo justificaba todo, «aun si descubriésemos algo que los racistas pudieran usar para justificar sus ideas y acciones», respondía en los siguientes términos:

«Es una de las preguntas centrales de la ciencia. La política general ha sido: no hemos de temer el conocimiento, sino aceptar que, si descubrimos algo peligroso, sabremos afrontarlo». El ejemplo más evidente de ello, proseguía era la energía atómica: «podríamos haber dicho que era demasiado peligrosa , pero en realidad permitió crear las plantas nucleares, que serán muy útiles si el calentamiento de la tierra se convierte en un problema serio. Si echamos la vista atrás, veremos que las armas nucleares no han sido tan malas, habida cuenta de que mantuvieron la paz entre Estados Unidos y la Unión Soviética. De no existir armas nucleares podríamos haber vivido una tercera guerra mundial. Ahí fuimos valientes para reunir ese nuevo conocimiento y darle buen uso.»

Ni Hiroshima ni Nagasaki ni Chernóbil ni Fukushima han existido. Ni incluso la posibilidad de una III Guerra Mundial con armamento atómico o su uso encubierto en guerras recientes. Fuimos valientes, en opinión de mister Wade. Las armas nucleares son han sido tan malas. Sea han creado y se pueden crear plantas nucleares si el calentamiento de la tierra (obsérvese el condicional) se convierte en un problema serio,… La irracionalidad del cientificismo unilateral. El hombre unidimensional, el conocimiento parcial y acrítico.

Así, pues, lemas tan válidos y necesarios como hace 40 años: «Ser activos hoy, para no ser mañana radiactivos». «¿Nuclears? No, gràcies!»

 

PS: Hay más nudos. «Los residentes de Fukushima desgarrados por el plan de residuos nucleares» titula Mari Saito [7].

Norio Kimura perdió a su mujer, su padre y su hija de siete años, Yuna, en el tsunami de marzo de 2011. «Ahora teme que también podría perder su tierra, ya que el Gobierno quiere construir un almacén de residuos radiactivos a la sombra de la destruida planta nuclear de Fukushima». Como acaban de leer.

Como muchos otros ciudadanos, «Kimura está indignado porque el Gobierno tiene previsto aparcar 30 toneladas de residuos radiactivos recogidos después del accidente nuclear en lo que era la puerta de entrada a su casa. Pocos creen las promesas de Tokio de que el sitio será limpiado y cerrado después de 30 años». Pocos… o nadie más bien. «No puedo creer que vayan a deshacerse de su basura aquí después de todo lo que hemos estado haciendo». Kimura, por otra parte, «fue obligado a abandonar la búsqueda de su familia en las frenéticas horas tras el tsunami y fue evacuado después de que las explosiones afectaran al complejo de Fukushima, sólo a 3 km de su casa». Algunos meses después, encontró los cadáveres de su mujer y padre.

«Cuatro años después del terremoto y el tsunami, Kimura todavía vuelve a su ciudad natal y recorre la playa desértica buscando el cuerpo de Yuna, en periodos de cinco horas, el máximo permitido por las normas sobre radiación y salud».

La basura con radiación, cuenta el corresponsal de Reuters, «ahora yace en sacos de plástico azules y negros a lo largo de Fukushima, apilada en arrozales abandonados, aparcamientos e incluso patios residenciales». El gobierno japonés planea construir «unas instalaciones de almacenamiento más permanentes en los próximos años en Okuma y Futaba, otra ciudad ahora abandonada cerca de la planta nuclear de Fukushima, ante la oposición de algunos residentes locales».

¿Quién tomo la decisión? El gobernador de Fukushima acordó albergar «el complejo de residuos después de que Tokio dijera que ofrecería 2.500 millones de dólares en subsidios, y prometiera sacar la basura nuclear de la prefectura después de 30 años». Los alcaldes de Futaba y Okuma han acordado «acoger la instalación de 16 km cuadrados, alrededor de cinco veces el tamaño de Central Park, que se concentrará en torno a la planta de Fukushima y albergará múltiples incineradoras». Unos 2.300 residentes que poseen parcelas de terreno en Futaba y Okuma «que el Gobierno necesita para la planta de residuos se enfrentan a lo que muchos describen como una opción imposible». El sitio de almacenamiento será construido si el Gobierno puede alquilar o comprar tierra suficiente. Sean cuales sean, concluye Mari Saito, «las preocupaciones que puedan tener quienes no están de acuerdo.». Le llaman democracia pero no lo es.

 

Notas:

[1] http://www.ipsnoticias.net/2014/06/fukushima-es-un-desastre-que-no-termino/

[2] Texto completo en: http://actualidad.rt.com/actualidad/view/138151-japon-fukushima-yakuza-amenaza-eterna http://actualidad.rt.com/actualidad/view/138151-japon-fukushima-yakuza-amenaza-eterna

[3] http://www.mientrastanto.org/boletin-133/notas/2015-las-dos-aguas-de-fukushima

[4] Eduard Rodríguez Farré y SLA, Ciencia en el ágora, Barcelona, El Viejo Topo, 2012.

[5] Kenzaburo Oé, «La responsabilidad por el desastre de Fukushima». El País, 30 de septiembre de 2011 (on line: http://www.elpais.com/articulo/opinion/responsabilidad/desastre/Fukushima/elpepiopi/20110930elpepiopi_5/Tes

[6] http://cultura.elpais.com/cultura/2015/03/05/babelia/1425576720_345829.html

[7[ http://es.reuters.com/article/idESKBN0M50VY20150309?sp=true

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.