Invisibilizar el problema, minimizarlo, postergarlo, pensar que está resuelto, que no ocupa un plano prioritario equivale a reproducirlo en la conciencia común.
En las gradas de los estadios de fútbol, en las calles aledañas por las que fluyen multitudes fanáticas enardecidas se escuchan gritos de odio: ¡muera Vinicius! A un jugador le tiran un plátano, como para destacar una supuesta filiación simiesca. De un puente cuelgan a un muñeco negro. Da igual Valencia que Madrid, Barcelona que Sevilla. Otras ciudades europeas secuencian la esperpéntica escena. El racismo antinegro salta a los titulares de los medios de comunicación porque en el centro están jugadores de talento, famosos goleadores.
¿Y los que no son Vinicius ni Everton Luiz ni Mike Maignan? ¿Los miles que han llegado en pateras a las costas europeas a la caza de un destino incierto? ¿Los que engrosan por el color de la piel las estadísticas de las cárceles en Estados Unidos? ¿Las víctimas de enfermedades curables en África y América Latina? ¿Los hijos y nietos de la diáspora forzada sobre la cual se erigió el capitalismo en lo que hoy llamamos mundo desarrollado? ¿Tienen nombres y apellidos, linajes olvidados, como los 69 de Sharpeville –localidad sudafricana escenario de la masacre que, en tiempos del infame apartheid, dio pie a la conmemoración, cada 21 de marzo, del Día Mundial por la Eliminación de la Discriminación Racial– o se subsumen en el anonimato de los que han sido borrados por la historia?
Este año la jornada, de acuerdo con la convocatoria de la Organización de las Naciones Unidas, pondrá su acento en un balance tentativo de los resultados del Decenio Mundial de los Afrodescendientes (2015-2024). Proclamado el 1ro. de enero de 2015 y con cierre el 31 de diciembre del año en curso, se propuso promover los derechos humanos –particularmente el acceso a una vida digna– de los más de 200 millones de descendientes de africanos esclavizados arrancados de sus tierras por la trata, y que hoy habitan en las Américas. Reconocimiento, justicia y desarrollo constituyen los tres pilares básicos de los planes de acción que la mayoría de los países han ido adoptando, sin que hasta el momento se hayan visto resultados ostensibles y alentadores. La rémora colonial y la transmutación neoliberal del sistema obstaculizan las acciones, aun cuando en determinados ámbitos se han registrado avances educativos y culturales. Un gran tema pendiente sigue siendo la reparación de los horrores de la esclavitud, complejo problema que apunta tanto a compensaciones materiales, asistencia al desarrollo y compromisos a los que han sido remisas las antiguas potencias coloniales como a cuestiones filosóficas y morales que no acaban de ser debatidas ni comprendidas en profundidad.
Mucho más grave se presenta el desmontaje definitivo del racismo como construcción cultural enraizada en la subjetividad de comunidades e individuos. En Cuba esa es batalla de mayores exigencias, en la que se entrecruzan tareas educacionales, culturales y comunicacionales que no pueden ni deben ser segmentadas. A ello se abocan los esfuerzos y empeños del Programa Nacional contra el Racismo y la Discriminación Racial, puesto en marcha en noviembre de 2019 –aporte cubano al Decenio, que merece un examen puntual–, y el cada vez más necesario alcance de la imbricación de la institucionalidad socialista y el activismo de la sociedad civil, este último con un posicionamiento destacado y proactivo, en el que confluyen, por citar algunos ejemplos, las fundaciones Nicolás Guillén y Fernando Ortiz, la Comisión Aponte de la Uneac, la Red Barrial Afrodescendiente, el movimiento afrofeminista, agrupamientos asociativos en Matanzas, Camagüey, Las Tunas y Santiago de Cuba, y la Flacso.
Invisibilizar el problema, minimizarlo, postergarlo, pensar que está resuelto, que no ocupa un plano prioritario equivale a reproducirlo en la conciencia común. En el modelo social cubano, difícil e improbable resulta que alguien se pronuncie de manera abierta y pública como portador de ideas racistas antinegras, incluso aquellos que por reacción secular propia de las víctimas, miren con sospecha a los individuos de piel más clara. Pero mientras exista un prejuicio, tan solo uno, no se completará el ideal humanista de una sociedad plena, responsable y absolutamente inclusiva, en la que sea axioma orgánicamente incorporado la aspiración martiana de que Patria es Humanidad.
Fuente: https://www.granma.cu/cultura/2024-03-20/un-decenio-despues-ganancias-y-vacios-20-03-2024-23-03-44