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Un fuerte abrazo en 26

Fuentes: Rebelión

Con el nuevo aniversario del 26 de julio, he recibido tanto de manera colectiva como individual, un numeroso grupo de mensajes de compañeros y amigos de la causa de la Revolución Cubana. Sin dudas el asalto por un destacamento de jóvenes héroes, de los cuarteles en Santiago de Cuba y Bayamo, marcó el reinicio bajo […]

Con el nuevo aniversario del 26 de julio, he recibido tanto de manera colectiva como individual, un numeroso grupo de mensajes de compañeros y amigos de la causa de la Revolución Cubana.

Sin dudas el asalto por un destacamento de jóvenes héroes, de los cuarteles en Santiago de Cuba y Bayamo, marcó el reinicio bajo la conducción de Fidel Castro Ruz, de la nueva etapa del movimiento de liberación nacional y tránsito socialista de mi patria. Y sentir el acompañamiento de nuestros camaradas de América y el mundo resulta un privilegio para agradecer y compartir.

En todos los mensajes aprecio mucho cariño y solidaridad. Hay una sana preocupación por las dificultades y peligros que enfrenta en estos momentos el proceso revolucionario cubano. Una de las felicitaciones recibidas, afirma: «Los acompaño en la celebración de los 57 años del ataque al cuartel Moncada y espero que ustedes participen de nuevo en un ataque a las deficiencias y errores del proceso revolucionario, las cuales son el factor determinante en los problemas que afectan al pueblo cubano, sociedad que tanto queremos y admiramos».

Quisiera compartir con los lectores de Rebelión la reflexión que me motivó este mensaje:

Estimado compañero, no coincido con su apreciación sobre el factor determinante de los problemas que afectan nuestra (mía y también suya) Revolución. Y sepa que ese Moncada que nos solicita hace rato que ha echado a andar. Cuanto miro a mi alrededor, me confirma que marcho en el bloque numerosísimo de los que están decididos a decir y hacer. De los que siempre estamos en 26. Pero más allá de precisiones sobre lo determinante o fundamental, lo importante y lo urgente, y su concatenación dialéctica, aprecio su solidaridad y amistad sincera.

Sin dudas la caracterización de la situación cubana y el debate sobre sus vías de pelea certera, resultan temas sumamente complejos. Tan complejos como que en ello nos va la vida y la existencia de la nación. Y la valoración y evaluación crítica resulta un arma insustituible para avanzar, pero se de compañeros que se la pasan revolviendo estadísticas y criterios, nos auscultan y visitan, buscando más que el movimiento real, la confirmación de su criticidad, y lo triste es que a menudo no hay en lo que dicen, ni un ápice de novedad y aporte. También conozco los juicios hipercríticos que tienen algunos compatriotas que acompañan la Revolución desde sus cuartos de soñar, y percibo como tales lecturas proyectan hacia zonas de la izquierda revolucionaria continental y mundial, una imagen de inercia y multiplicidad de insuficiencias. En tales criterios quisiera manifestarle mis puntos de vista.

Como miles de cubanos y cubanas vivo en lucha contra los mil demonios del bloqueo y la no menos criminal subversión enemiga, contra esa implacable y multisectorial agresión que pone en jaque perenne los esfuerzos de los gobiernos locales y el Estado, ensombrece la felicidad de las familias, desgarra la intimidad de las personas, y las extorsiona. No pocas veces constato que esa cruenta realidad que se constituye en el fundamental obstáculo que enfrenta la Revolución, es subvalorada y minimizada, tal como se lee en su mensaje. Si no viviéramos en un renovado Moncada, ya el imperio nos hubiera barrido.

Tal parece que es ahora cuando tenemos problemas en Cuba. Como país en revolución, en desajenación, siempre hemos tenido una agenda de cuestiones por solucionar, muchas heredadas de 500 años de vínculo depredador con el capitalismo, otras resultantes de los errores de la propia práctica revolucionaria. Logramos resolver los más graves problemas sociales, la indigencia y pobreza extrema, el hambre, el desempleo, la insalubridad, el analfabetismo y la falta de equidad en la educación, la prostitución, la drogadicción y el crimen organizado, males que afectan a la mayoría de los países del mundo, pero nos quedaron muchas más asperezas y conflictos marginales por componer, prejuicios ancestrales que deshacer, traumas producto de las más recientes colisiones de intereses.

En medio de la ofensiva mundial neoliberal, en tiempos de claudicación y traición al socialismo tras la derrota del modelo soviético y la desaparición de la URSS, y con la severa crisis económica que se nos precipitó, han crecido en estos años, viejos y nuevos fenómenos negativos, círculos de marginalidad, delito, anomia, consumismo, desigualdad y privilegio, que retan la construcción de valores humanistas y socialistas desde las propias relaciones materiales objetivas. Achacarle a la Revolución estas excresencias más que un acto de injusticia, resulta una suprema miopía política. Incapacita la comprensión de las soluciones. No deja ver lo que se avanza en profilaxis y seguridad social, en reconstrucción efectiva del tejido popular, en control y firmeza en la defensa de la legalidad y el clima político moral socialista.

Por supuesto que hay deficiencias, equivocaciones y arritmias, que no tiene que ver directamente con el bloqueo, la labor de zapa imperialista y la crudeza de la crisis económica. El inventario de temas en esta dirección resulta sustantivo, ha sido abierta y públicamente objeto de construcción colectiva dentro del país, en cientos de asambleas y reuniones. Después de este masivo ejercicio de libertad y democracia revolucionaria, me resulta muy poco serio el intentar descubrirnos lo que ya sabemos.

No disminuyo ni dejo de evaluar en su magnitud las dificultades y peligros, en particular los que resultan de nuestra propia mala cosecha. Sin embargo, observo una suerte de fetichización de los problemas y retos que tenemos. Se ha puesto de moda en cierta literatura de izquierda que se hace dentro y fuera del país, el ataque a la burocracia, a los dirigentes ineptos, a la doble moral, a la corrupción, a las políticas económicas. Siempre con una mirada externalizada. Y esto es tan grave como echarle la culpa de todo al bloqueo.

El dilema de un analista, siempre será que hace en el minuto posterior a la entrega de su crítica política. ¿Será solo por modestia que ciertos superrevolucionarios de casa, nunca se refieren a lo que hicieron antes y después, a lo que hacen en su barrio, en su centro de trabajo, en el seno de la sociedad civil cubana? ¿Cuántos de esos compatriotas tan decididos en la crítica, tan publicitados en algunos escenarios, participan en proyectos revolucionarios concretos, en modestas -y siempre grandes- iniciativas de base, en el perfeccionamiento del trabajo de los núcleos y Comités del Partido, en la recuperación del accionar movilizador y la construcción y fortalecimiento del poder popular desde las organizaciones gubernamentales, sociales y culturales? ¿Cuánto tiempo destinan a hablar y aprender del pueblo, en fajarse -y comprarse- una cuota de problemas, y no descansar hasta hallar sus soluciones específicas, como camino imprescindible para allanar las soluciones nacionales?

El qué y cómo hacer resulta hoy un ejercicio donde la inmediatez de los conflictos determina prioridades, y las formas de dirección hasta ahora vigentes, permiten al menos la defensa de los principales logros de la Revolución, y la reproducción del sistema socialista. Hay soluciones en curso, y estoy convencido de que la mayoría resultarán eficaces. Y claro que necesitamos muchas más soluciones que las que ya están en marcha. La exigencia a nuestros dirigentes, cuadros y colectivos de dirección, de más y mejores respuestas -el sentido de urgencia sin precipitaciones irresponsables, la demanda de participación en la toma de decisiones, en lo que coincidimos la mayoría-, se configura como un derecho democrático, que siempre pasará por el protagonismo efectivo de cada uno de los «dirigidos» como poseedores reales del poder político. Y no hay que ver en ello un antagonismo malsano. Menos las rupturas entre dirigentes y dirigidos que preconizan varios de los críticos de izquierda, en flaco favor a la propaganda enemiga. Por tal contradicción dialéctica, pasa el desarrollo de la dirección de la sociedad, el enriquecimiento y la superación dialéctica del sistema político del socialismo cubano.

La propia dirección de la Revolución, afirma que no basta con lo que se hace. La Revolución tiene que saltar sobre sus propias conquistas y limitaciones, evolucionar, ser revolucionariamente hereje. Y estamos convocados a hacer, pensar, discutir y aprobar, el tipo de sociedad y socialismo que queremos y podemos construir, a diseñar nuestro propio proyecto país. Soy de los que considera que para cumplir este propósito no hay que esperar el día de la gran reunión, el momento del Congreso nacional. Ese Congreso y esa reflexión democrática y patriótica que es imprescindible, debe ser resultado de intelecciones de principio sobre el escenario y las acciones prácticas, desde el pulsar del hombre y la mujer cubanos en sus esencias y riquísima diversidad, en la heroica cotidianidad de vivir en Cuba.

A diferencia de los que creen que tienen la respuesta inequívoca, y por demás se acomodan en el estrado de implacables jueces, me considero parte de los problemas y por tanto sujeto de sus soluciones. Asumo que el socialismo que necesitamos se arma y pelea todos los días en la relación amable y la persuasión con nuestros hijos, familiares, vecinos, amigos y compañeros, en la calle, las fábricas, escuelas y universidades, en el surco y las unidades militares, en el lenguaje supremo de mis camaradas artistas, en los sindicatos, asociaciones y núcleos del partido, y por supuesto también en el debate periodístico y académico: ¿Cómo transformar a las personas y sus circunstancias si no actuamos sobre ellas?

Vivo en la seguridad de lo que tenemos y en la inconformidad por lo que nos merecemos. Trabajo desde mi pequeño aporte individual, en la consolidación de lo mucho y bueno que poseemos, en la rectificación de errores y de políticas ya trascendidas por el tiempo y el propio sujeto revolucionario creado por la Revolución -políticas perdedoras incluidas las absurdas-. Me moviliza la construcción urgente y necesaria, ante todo en la defensa del hombre y la mujer emancipados, dignificados, conquista y meta mayor de la Revolución.

Para ejercer la crítica a las insuficiencias y pecados de mis compañeros de Revolución, me he propuesto primero atender los fantasmas de mis propias limitaciones y prejuicios, en inconformidad perenne. De ahí que no eluda la autocrítica.

Enfrento lo que considero mal hecho, expongo y defiendo mis discrepancias, aunque me creen incomprensiones, momentos difíciles y tensiones, enemigos públicos y emboscados atentos a mis errores para justificar los suyos. Ese es un reto principal de la lucha política e ideológica dentro del campo revolucionario cubano. Recuerde que venimos de una cultura que no ha podido sacudirse suficientemente el autoritarismo y la centralización. Somos además «cubanos» y «cubanas», tozudos y sanguíneos, con toda la maravillosa idiosincrasia que nos particulariza, esa que ha acompañado la firmeza ideológica, para afincarnos y no renunciar, y que por supuesto también deja su huella al calor de una discusión, en la personalización que no queremos, pero que ocurre cuando de enfrentamiento de ideas se trata. Si me dejo presionar -«disciplinar»-, si me logran descolocar y aislar, la culpa no es de la Revolución. Los resentimientos siempre paralizan y desarman. Y cuando el cansancio, el cálculo y la mala prudencia quieran vencernos, hay que buscar siempre desde los principios, el camino idóneo para seguir en la pelea de masas.

Más temprano que tarde, siempre crece la verdad, en una sociedad abonada por la eticidad de José Martí, Antonio Maceo, Julio Antonio Mella, Camilo Cienfuegos, Che Guevara y Fidel. Es que en esa tradición, la Revolución ha forjado en el pueblo un sentido de la justicia, que resulta valladar infranqueable para cobardías y golpes bajos. Mi experiencia personal es que la honestidad de proceder, promueve siempre en mi país el respeto hasta de adversarios.

El cubano y la cubana por demás, sabe olfatear en la distancia el oportunismo y la endeblez moral, por más brillante, lógico y «fundamentado» que sea un discurso. La política de cuadros a veces se ha equivocado, pero los trabajadores y trabajadoras, los campesinos, estudiantes, artistas e intelectuales, los jóvenes, los combatientes, el pueblo, siempre han dado el alerta oportuno.

Mi provincia acaba de ser reconocida entre las más destacadas en la emulación nacional por el 26 de julio, y ello me congratula, porque soy un capitalino que recorro mi patria y me asombro de lo que crece en mi país, palpo por sobre los disgustos, alivios, satisfacciones, y liderazgos construidos con resultados concretos. Compañeros y compañeras que se reafirman en hechos, reflexiones, reclamos y propuestas constructivas, asumidas con precisión y valentía.

Frente a un acontecimiento histórico de la magnitud del 26 de julio de 1953, los valores de mi nación, mi praxis de ciudadano y revolucionario, me proporcionan más que dudas y temores, certezas: Un orgullo tremendo por lo hasta aquí alcanzado, por el heroísmo y la unidad de mi pueblo, por el amor y la entrega de mis compañeros y compañeras, por la altura y responsabilidad histórica de mi Partido. Lejos de la mediocridad burguesa, tan legítimo sentimiento me agiganta en una vorágine de sujetos y masas en Revolución, multiplica mi sentido de la belleza, justicia y posibilidad de la victoria antimperialista y socialista, afinca mi confianza en la dirección de la Revolución, me ratifica la seguridad en la estrategia que ya desarrollamos, en su consecutivo despliegue con el aporte de todos y todas.

Cuba es además parte indisoluble del movimiento revolucionario continental y universal, a el contribuye con su resistencia y solidaridad. Aprecio que no siempre se tiene en cuenta la dialéctica entre lo nacional e internacional. Cuba precisa recibir de sus compañeros y amigos, no solo ideas y juicios para mejorar su socialismo. No le quepa duda de que en la medida en que los camaradas de América (de las dos), Europa y el mundo, golpeen duro al imperio yanqui y su cohorte global, desenmascaren sus mecanismos de explotación y enajenación, e impidan sus planes genocidas, mientras más se fortalezca la revolución bolivariana en Venezuela -y ahora mismo se paren los planes contrarrevolucionarios, guerreristas e intervencionistas-, y avancen los procesos emancipatorios en Bolivia, Ecuador, Nicaragua…, aquí en este pequeño archipiélago caribeño, los revolucionarios cubanos estaremos en mejores circunstancias para hacer triunfar el socialismo que tenemos, queremos y nos merecemos por historia, trabajo y pasión.

Soy de los que considera que junto al debate sobre estrategias y tácticas, aciertos y descalabros, la tarea guevariana de crear dos, tres, muchos Viet-Nam mantiene toda su vigencia. Y se lo digo sin recriminaciones veladas o petulancias de poseedor de verdades absolutas. Cuba y América precisan de ese actuar, de la construcción de una amplia y activa unidad, en los combates antimperialistas y anticapitalistas

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.