Cuando Antoine de Saint-Exupéry dedicó «El Principito» (1943) a su amigo, el escritor y periodista francés Léon Werth, empezó por pedir perdón a los niños, pues había dedicado el libro a una persona adulta. Pero Werth -que tenía entonces 65 años- no era alguien cualquiera. Se trataba de una persona mayor que pasaba hambre, frío […]
Cuando Antoine de Saint-Exupéry dedicó «El Principito» (1943) a su amigo, el escritor y periodista francés Léon Werth, empezó por pedir perdón a los niños, pues había dedicado el libro a una persona adulta. Pero Werth -que tenía entonces 65 años- no era alguien cualquiera. Se trataba de una persona mayor que pasaba hambre, frío y tenía la capacidad de comprender los libros para infantes. Generaciones de adolescentes han crecido con el niño de cabellos rubios a quien el zorro le pedía paciencia, porque las personas «ya no tienen tiempo de conocer nada» y domesticar es «crear lazos»; con el niño que se hizo cargo de la rosa, a la que dedicó tiempo, regó, escuchó callar y quejarse, y por ello era «su» rosa. «Sólo se ve bien con el corazón», es el secreto de «El Principito». Aviador, narrador y viajero, el conde de Saint-Exupéry -o su criatura, el principito- consideraba a los adultos incapaces de entender las cosas por sí mismos, y por esta razón los niños tenían que prodigarse en explicaciones.
¿A qué responde el tratamiento peyorativo de la infancia y la juventud? El sociólogo e investigador de la Universitat Autònoma de Barcelona, Joaquim Casal, ha advertido de la influencia que ha tenido el «paradigma de la adultocracia» en la Ciencia Sociológica; así, tienden a subrayarse (por ejemplo en Durkheim y el positivismo) aspectos de los jóvenes que se consideran carencias -soltería, permanencia en el hogar familiar, formación escolar básica-, una perspectiva «en negativo» y de dependencia que conduce a que el muchacho tenga que asumir responsabilidades de adulto (Revista de Estudios de Juventud, 2002).
A la transmisión de estereotipos no es ajena la televisión. En el periódico Corriere della Sera y los «Escritos Corsarios», escribió el poeta y cineasta Pier Paolo Pasolini: «La televisión es autoritaria y represiva como ningún medio de información en el mundo lo ha sido nunca». Era diciembre de 1973. Pasolini añadía que este medio consiguió, como tecnología y poder, algo que no logró el fascismo: mancillar para siempre el alma del pueblo italiano. El grupo musical Skaparapid cantaba en su disco «El cuento de nunca acabar», en 1999: «Ven y conecta con nosotros, entréganos tu voluntad, para ver lo que hay en ella y podértela mimar».
Con algunos de estos ingredientes Jesús Arteaga Simón («Jipy») pergeña el libro «Jóvenes y menores en la diana. Embrutecimiento social y televisión», publicado en abril por ediciones ZAU, coordinación Baladre y la distribuidora Zambra. «Jipy» es cantante de los grupos Skaparrapid y ullDtro (Kanes Free), además de activista en la Asamblea de Paradas y Precarias del sindicato CGT, en Baladre y el movimiento por la Amnistía Social. ¿Cuál es el propósito de este ensayo de 48 páginas? «Harto de la utilización retorcida de la juventud en los medios de información, me lanzo a decir lo que pienso sobre sus enfoques ruines, adultocráticos y autoritarios», afirma, tras recordar que fue un niño y joven «inadaptado», que a los 18 años aprendió la lucha de clases en las asambleas de fábrica.
El autor observa que las televisiones cargan las tintas del sensacionalismo y faltan al respeto por la intimidad y el duelo en casos como el de Gabriel Cruz, niño de ocho años asesinado en febrero en el municipio de Níjar (Almería); o el de Diana Quer, de 18 años, desaparecida en agosto de 2016 en el municipio de A Pobra do Caramiñal (A Coruña); la joven murió asesinada, el cadáver apareció 497 días después. Se produce, según Jesús Arteaga, «un espectáculo estimulador del miedo colectivo a base de dosis diarias de morbo sin límite». Tal vez el ejemplo más representativo de espectacularización televisiva sea el de las tres víctimas adolescentes de Alcàsser (Valencia), secuestradas, torturadas y asesinadas y cuyos restos aparecieron en una fosa en enero de 1993. En ocasiones los crímenes se utilizan para exigir un endurecimiento de los castigos; así, el presidente del PP, Pablo Casado, pidió en noviembre, en un mitin en Vejer de la Frontera (Cádiz), que la responsabilidad penal de los menores se sitúe por debajo de los 14 años, edad establecida en la Ley Orgánica 5/2000.
Otra crítica al tratamiento mediático apunta a la estigmatización de menores y jóvenes en los denominados «sucesos». Quizá pudiera deducirse de este enfoque una especie de perversidad innata en niños y niñas. Por ejemplo, «Hacinamiento, peleas y robos, el día a día de los 140 menores de la Residencia de Primera Acogida de Hortaleza» (Antena 3, septiembre 2018); «Arrestado un joven tras atracar a mano armada un hotel y un bingo en Granada» (Tele 5, septiembre 2018); «muere un menor de 14 años al tirarse desde lo alto de un centro comercial tras anunciarlo en redes sociales» (La Sexta, noviembre 2018); el bullyng, las peleas, fenómenos como el «botellón» y la violencia intrafamiliar tienen, asimismo, un espacio en la pantalla: «‘¡Reviéntala!’ ¡Mátala!’: gritos a una agresora que pegaba a otra menor» (Intereconomía, mayo 2017); «Crece el número de menores que maltratan a sus padres» (TVE, mayo 2012); «Peleas, drogas y menores» (programa «En el Punto de Mira», Cuatro, junio 2018); «Detienen a dos menores por supuesto acoso escolar a un compañero de 16 años en Estepona» (Antena 3, enero 2018).
Las televisiones ofrecen «esquemas binarios y simplistas», critica Jesús Arteaga. El autor, que participa en las tertulias de Radio Klara, emisora comunitaria de Valencia, echa en falta el contexto, las explicaciones de fondo. En diciembre el Consejo de la Juventud de España presentó un estudio sobre la pobreza juvenil, que señalaba -a partir de datos de la Encuesta de Población Activa (EPA)- una tasa de paro entre los jóvenes del 29,4%, frente al 17,2% en el conjunto de la población (2017); la temporalidad en el empleo también afecta de manera destacada a la juventud (entre 16 y 29 años), con un porcentaje del 57,5% en 2017 (la tasa en el conjunto de los asalariados fue del 26,7%). El informe añade que la pobreza relativa afectaba en 2016 al 29,6% de la juventud, y la pobreza severa al 9,5% (datos de 2016); asimismo, el 37,6% de los jóvenes está en riesgo de pobreza o exclusión social (2016), lo que afecta especialmente a las mujeres.
En junio la ONG Save The Children informó de que 2,6 millones de niños y niñas en el estado español, el 31,3%, se hallan en riesgo de pobreza o exclusión, un porcentaje superior al de 2008 (año de inicio de la crisis); esta circunstancia afecta especialmente a los menores que viven en hogares de madres solas. Por otra parte en el contexto de la crisis, entre 2009 y 2013, al menos 218.000 jóvenes españoles emigraron, según una investigación de 2014 del Instituto de la Juventud. «Es imposible imaginar que los informativos tuvieran la delicadeza de abrir sus emisiones -o los periódicos dedicaran sus portadas- a estos sectores», afirma «Jipy», que sitúa estas realidades en un contexto, el sistema capitalista: «Puede parecer panfletario. Lo siento, ese lenguaje decorativo que usan en sus tribunas-tribunales me queda tan lejos…».
Pero el libro también tiene palabras para la contestación social y la rebeldía; Arteaga manifiesta su esperanza en los jóvenes indignados del 15-M de 2011 (14 de los detenidos durante las movilizaciones ese día en Madrid se enfrentan a un juicio en febrero de 2019; la acusación pide en su escrito seis años de prisión para 13 de los activistas, informa El Salto); las marchas de los mineros a Madrid (julio de 2012), las Marchas de la Dignidad, que en marzo de 2014 reunieron en la capital del estado a dos millones de personas (según los organizadores), que reivindicaban pan, trabajo, techo, dignidad y el impago de la deuda; el movimiento de la Primavera Valenciana (febrero de 2012), cuya represión definían los activistas -en el quinto aniversario- como de «una brutalidad no vista, al menos públicamente, desde los tiempos de la dictadura»; la resistencia en el barrio de Gamonal, en Burgos, contra la construcción de un bulevar en 2014; las huelgas generales (en 2010, 2011, 2012 o 2018) y, más recientemente, la represión ejercida en Cataluña durante el referéndum del 1-O: 893 heridos, según cifras oficiales, por las cargas de los agentes de la policía. «No se lo ponen fácil a l@s diferentes y a l@s que no cumplen con la norma», concluye «Jipy».
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