Gracias por su presencia. Es un honor hablar brevemente de un libro de un gran amigo republicano federalista y es honor mayor hacerlo el 8 de noviembre, tan cercano al 7, casi en el primer centenario de la gran revolución de octubre. Como saben, estoy aquí como sustituto. Iba a intervenir Miguel-Messi y al […]
Gracias por su presencia. Es un honor hablar brevemente de un libro de un gran amigo republicano federalista y es honor mayor hacerlo el 8 de noviembre, tan cercano al 7, casi en el primer centenario de la gran revolución de octubre.
Como saben, estoy aquí como sustituto. Iba a intervenir Miguel-Messi y al final Vicente sólo ha contado con Salvador-Pedrito (con toda mi admiración por el jugador del Chelsea). No es lo mismo. El maestro, compañero y amigo Miguel Candel, lo hubiera hecho mucho mejor, con más acierto y, sobre todo, con más punta irónica. Nos lo hubiéramos pasado pipa. Yo, como Sheldon Cooper, soy bastante torpe en asuntos de bromas. Miguel, en cambio, es como su novia, la gran Amy Farrah Fowler.
Me han dado-sugerido 10 minutos y he consumido ya uno, así que tengo que espabilarme. Nueve aproximaciones, a minuto por aproximación. Son estas:
1. 29 gráficos, 38 cuadros acompañan al libro que hoy presentamos. A pesar de ello, El poder real del voto no es sólo para estadísticos, matemáticos o admiradores de Russell, Hilbert, Ada Byron y Gödel. Todas y todos estamos llamados a acudir a este concierto analítico-estadístico que no presenta dificultades insuperables. Ni una. Por otra parte, es una magnífica ilustración de que la ciencia, que las aportaciones científicas si prefieren, no son siempre, no deben ser, instrumentos de dominio del Capital y sus seguidores, una confusa tesis -que convendría revisar y matizar- con mucho eco en sectores que se consideran revolucionarios. Aquí, en cambio, están siendo usadas en una propuesta que tiene que ver con la igualdad y la justicia y con la representación política bien entendida.
2. El título y el subtítulo responden bien al contenido del libro. Se nos da cuenta del valor real de nuestro voto, se analiza con detalle nuestro sistema electoral (incluyendo el disparate del senado, el voto en blanco, la abstención, el voto nulo y los partidos sin representación parlamentaria) y se dan apuntes de mucho interés sobre sistemas electorales de países cercanos. Y no sólo eso: el autor se ubica en la mejor tradición de las izquierdas y estudia, critica y propone-propone-propone. Vicente, como nos apuntó Brecht en la «Canción de la buena gente», hace propuestas. Propuestas razonadas, documentadas e interesantes. Este el núcleo fundamental del libro. Vicente les hablará con más detalle. Yo apenas hablo sobre lo que hay que hablar, sobre lo que él hablará.
3. En las conclusiones, Vicente Serrano señala con razón que la reforma electoral, ninguna reforma electoral, es algo así como la cura de Fierabrás aunque tiene su importancia, mucha importancia política en determinados momentos, la existencia de un sistema electoral justo. Justo, no digo a nuestro favor. Lo sabemos molt bé por lo que ocurre en Cataluña. A pesar de haber perdido la apuesta el pasado 27S de 2015 (no lo digo yo sino alguien tan informado sobre el tema como don Antonio Baños, el que fuera cabeza de lista de la CUP), el secesionismo catalán sigue su ruta de «liarla sea como sea» y sin mandato democrático, amparándose que tienen mayoría (muy justa) de escaños gracias a una ley electoral que algunos de los propios impulsores de la secesión habían criticado en su día. Pero no importa: donde dije Diego digo palante y pa-Itaca, sea como sea. Esta «Itaca», como ya se han imaginado, hubiera puesto de los nervios a Cavafis. A mí también se lo confieso.
4. Y no sólo hay propuesta teórica de nuevo sistema electoral justo, sino que, como buen activista, el autor nos señala caminos de intervención política. Dado que no es posible en este caso -se trata de una ley orgánica- una Iniciativa Legislativa ciudadana, apunta lo que él mismo llama, con humildad, una «humilde propuesta de reforma constitucional y de la ley electoral». Será humilde, debe serlo -recuerden que, como dijo uno de nuestros clásicos, Sacristán, la humildad es y debe ser una de las principales virtudes del intelectual concernido y comprometido- pero es una propuesta concreta, detallada y trabajada. La pueden leer en el capítulo VI. Con detalle y concreción… incluso con tachaduras de los textos reformados. Análisis concreto de la situación concreta dijo otro gran clásico.
5. VS recoge en serio el concepto de democracia representativa. No es que se olvide de otras formas y procedimientos democráticos, la democracia directa por ejemplo, pero si se trata de ser coherentes, a no hablar y hacer por hablar y hacer mal, lo lógico es que si hablamos con sentido de representatividad, la tal representatividad debería ser representativa en el mayor alto grado que podamos alcanzar. La actual ley electoral lo impide. En España y en Cataluña. Luego por tanto, es casi un silogismo aristotélico, nuestra democracia representativa no es tan representativa como debiera. De hecho, lo saben mejor que yo, se diseñó para eso ya en 1977, para que los comunismos, en concreto el PCE y el PSUC, lo tuvieran más que difícil.¡A la cuneta marginal con ellos! Herrero del Miñón, confesión propia, es el causante último de este barbaridad representativa.
6. Hay un concepto -Miguel Candel remarca su importancia en el prólogo- que a mí me parece también muy pertinente: el índice de poder de voto (IPV). No se lo defino bien, Vicente lo hará probablemente en su intervención, pero puede considerarse como «la influencia de cada elector ejerce realmente con su voto». La noción, en mi opinión, recoge la idea republicana que muchas veces hemos defendido. Un ciudadano, una ciudadana, un voto, implica, por supuesto, no sólo votar todos y todas sino que los votos emitidos tengan todos el mismo valor, cuenten de igual modo en la composición de las instituciones representativas. Lo otro, los votos demediados, son una estafa política, una gran desigualdad política sesgadamente planificada.
7. Un apunte breve: estaría bien en mi opinión hacer un análisis parecido al que el autor hace con el sistema electoral para el conjunto de España con los sistemas electorales que rigen en las elecciones autonómicas de algunas comunidades. El mundo nos volvería a dar sorpresas. ¡A ver si nos ponemos en ello! Serrano ya ha hecho lo suyo pero podría echar una mano. El 5% como condición mínima para contar de la ley de la Comunidad de Madrid es un escándalo.
8. Si no formulo alguna crítica, Vicente se va a enfadar, me va a tildar de apologeta socrático al estilo de Platón. Forzándome un poco-bastante diría que el capítulo IV acaso podía ser ampliado con la incorporación de otros partidos menos institucionales y que tal vez la aproximación a la propuesta de IU -elogiosa en general- es demasiado sucinta. Eso sí, al analizarla, critica lo que en mi opinión es un comentario muy pertinente: que la asignación de escaños siga siendo provincial. Así no hay forma.
Añado a lo anterior: tampoco un índice analítico y nominal o incluso un glosario hubieran estado de más.
9. Serrano, como no podía ser de otro modo, señala en las conclusiones el marco general en el que debemos enmarcar su propuesta: una defensa de la igualdad, que le hace escribir, por si no nos hubiéramos percatado, que no hay ideología en los números pero sí en el planteamiento. Una ideología que él denomina «ideología de la igualdad». A mi el término «ideología» no me gusta del todo, Creo que da o puede dar pie a confusiones (entre ellas, la de equipararla a falsa consciencia y no es eso, no es eso), pero esto no importa ahora. Vale la pena destacar la perspectiva, el punto de vista desde el que Vicente ha trazado su análisis y sus propuestas. ¿Alguien puede oponerse sensatamente a esa cosmovisión, la suya, tan republicana, tan federal, tan nuestra, tan de izquierdas, tan de igualdad, que no renuncia a la diversidad ni al matiz?
Finalizo. Una consejo para futuras reediciones que este libro puede o debe tener (creo que el editor, Miguel Riera, ¡felices 40!, está entre nosotros): sería conveniente acompañar las nuevas ediciones no diré con un microscopio electrónico pero sí con una lupa de alcance medio. Si no es así, a los que estamos un poco cegatos, tenemos ya nuestra edad, nos cuesta leer algunos de los cuadros y gráficos del libro. Por ejemplo, el gráfico 5 de la página 33. ¡Prueben, prueben a leer las provincias y el coste medio por diputado! ¡A ver cuantas aciertan! No importa en demasía. Recuerden a Billy Wilder: «Nadie es perfecto».
En síntesis: este es un libro escrito con pasión razonada como dirían seguramente Víctor Ríos, Paco Fernández Buey y Manuel Sacristán, y ese estilo, admitámoslo, es tan infrecuente como necesario. Debe ser la sal de nuestra tierra.
Gracias y disculpas por los tres minutos de más. Les dejo en muy buenas manos, en las de Vicente Serrano.
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