Un triste mensaje en la página de Facebook de una soldado ha convertido su vida en un infierno. Podríamos estar hablando del argumento de una delirante novela o película, pero no, estamos hablando de la realidad. De ese mundo militar anclado en el feudalismo que aplasta derechos y libertades, que anula y purga cualquier mínimo […]
Un triste mensaje en la página de Facebook de una soldado ha convertido su vida en un infierno. Podríamos estar hablando del argumento de una delirante novela o película, pero no, estamos hablando de la realidad. De ese mundo militar anclado en el feudalismo que aplasta derechos y libertades, que anula y purga cualquier mínimo pensamiento progresista o protesta.
Todo comenzó en una mala tarde. Varios días trabajando en uno de esos eventos que sirven para blanquear la imagen de las Fuerzas Armadas mientras la justicia militar absuelve a los uniformados que torturaron a prisioneros en Irak o al teniente coronel que se gasta 92.000 euros en un chalé. Dos días interminables en los que la soldado sufrió un trato inapropiado por el déspota de turno y que terminaron con el referido mensaje en la red social: «Joder con la maratón o como se llame de Atapuerca. 40 euros x 2 días de trabajo, frío, lluvia… cargar, descargar, montar y desmontar, estamos todos destrozados y encima de no estar pagado el trato tampoco es bueno… GENTUZA». Ella afirma que no lo escribió, pero es lo de menos. Asumamos que hubiera sido así.
Una persona indignada que expresa sus sentimientos en su página personal. No lo hace en el trabajo ni protesta en la cafetería, lo hace en su página personal, en su casa y en su tiempo libre. Sin embargo, el monstruo que tritura y engulle los derechos humanos más elementales no entiende de descansos, ni de ocio, ni de indignación, ni de libertad de expresión, ni de derechos, ni de nada. Los militares son militares las 24 horas del día.
El mensaje lo ven dos que hacen llamarse compañeros y militares, pero no son ni una cosa ni la otra. Son como los chivatos de la caza de brujas, los que señalan a los diferentes, a los raros, a los que protestan. ¡Qué la quemen por bruja! Y la queman, ya lo creo que la queman. Después de las monedas de oro y la palmada en la espalda a los delatores van a por la bruja. Su comportamiento es deshonroso y bochornoso en el mundo militar y merece un castigo, piensan. El castigo son treinta días encerrada en un cuarto como una delincuente.
El sistema ni se inmuta ni se avergüenza ni se conmueve. Encerrar treinta días a una persona por semejante comentario en una página personal de una red social hubiera sido imposible en un ejército de demócratas, pero como este está compuesto de autómatas sin alma y con esencia franquista en los niveles más alto, todo es posible. El juicio, por llamarlo de alguna forma, se salta todo tipo de normativas por lo que es anulado, pero el arresto ya está cumplido y el objetivo final también: atemorizar a todos los militares y hacer imperar la ley del silencio. Como en los años treinta en los que los pistoleros estaban al servicio de Al Capone. Muchos Al Capones hay en la milicia, demasiados.
La situación no queda aquí, no ha sido suficiente, y hay que expulsar a la soldado del sistema como sea. Empiezan las presiones y el acoso laboral: expediente psicofísico para intentar eliminarla. Como el tiro en la nuca en el callejón oscuro. No es buena soldado. Una soldado que piensa, que protesta, que se siente libre para expresar sus sentimientos no puede ser una buena soldado. Es lo que barrunta el sistema. El buen soldado es el que calla mientras le anulan y vejan, el que no protesta cuando le expulsan como si fuera un despojo y el que se suicida en silencio, sin protestar, sin hacer ruido.
En un país democrático, este caso habría constituido un auténtico escándalo mediático que habría hecho reconsiderar a la milicia su posición, retroceder asustados de sus trincheras franquistas. En España no, en España los militares comparten frente de batalla con el PP y con el PSOE, con Trillo y con Bono, con Chacón y con Morenés. Los periodistas callan y otorgan porque están con ellos y porque muchas veces son ellos los que disparan. Un persona pierde treinta días de su libertad y después es acosada laboralmente sin que la situación se le atragante a nadie. Maldita sociedad la nuestra que no se inmuta por sus derechos y libertades, que no lucha por ellos, que claudica ante un balón de fútbol y una eterna embarazada de torero.
Ministros y altos cargos actuales lo habrían podido ser con Franco, gran cantidad de periodistas también habrían sido lo que son ahora. La ruina de este país no es tener una clase dirigente franquista 2.0, la gran desgracia es que la sociedad y los medios de comunicación también lo sean. En esta España postfranquista de los sucesores de Franco se hace rico al Pequeño Nicolás (2.200 euros al día) y se castiga Ana Garrido, que tiene que suplicar entrevistas para salir del silencio mediático y sobrevivir vendiendo pulseras.
Luis Gonzalo Segura, es exteniente del Ejército de Tierra y miembro del colectivo Anemoi
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