La vida es única, no hay otra, luego es necesario vivirla con intensidad y procurar ser querido, para ello hay que ser amable. Por eso hay que ser implacable con los que la destruyen» (Antonio Gala). En marzo de 2015, Jesús Mosterín, un reconocido filósofo y amante acérrimo de los animales y demás seres […]
La vida es única, no hay otra,
luego es necesario vivirla con intensidad
y procurar ser querido,
para ello hay que ser amable.
Por eso hay que ser implacable
con los que la destruyen»
(Antonio Gala).
En marzo de 2015, Jesús Mosterín, un reconocido filósofo y amante acérrimo de los animales y demás seres vivos sintientes, escribía un artículo en el País llamado «Una cita con la parca», en el que de manera descarada nos contaba que había sido diagnosticado de un cáncer muy raro denominado «mesotelioma», del que decía que era «un tipo de cáncer producido por la exposición al amianto». No había nunca fumado, por tanto no se le podía achacar a este tóxico su malestar. No había trabajado nunca en contacto con el amianto, a no ser, decía, que en Begoña, donde pasaba los veranos, había una pequeña fábrica que manejaba amianto y que tenía sus puertas siempre abiertas por las que «entrábamos los chavales de vez en cuando a jugar». O bien, recordaba en el trabajo citado, «que el curso 1992-1993 (estuvo) en el Departamento de Lingüística y Filosofía del MIT (junto a Boston), ubicado en un destartalado barracón cuyas paredes estaban rellenas de amianto». Eran los dos únicos recuerdos de su breve contacto con el mineral fatídico.
Salió de este primer trance muy animado porque, una vez operado a fondo y pasado las revisiones pertinentes, decía: «las últimas pruebas apuntan a que estoy curado. Por tanto, parece que la parca, que me había hecho señas, de momento ha pasado de largo. La cita ha quedado aplazada». Pero antes admitía que la esperanza de vida de este tipo de enfermos es de solo seis meses. Su optimismo le ha hecho durar dos años más. Eso se lleva. Hoy hemos sabido que ha muerto debido a esa enfermedad. Es una pérdida eminente de quién ha sabido mirar cara a cara a la muerte.
La conspiración del silencio en torno al amianto produce sus frutos
Hemos denunciado en múltiples ocasiones que la industria y los magnates del amianto se han llevado por delante millones de personas en todo el mundo y las que tiene que llevarse aún. Cada día hay unos cuantos casos de muertes; solo en España, según nuestros cálculos, son unas cinco muertes diarias por todas las enfermedades del amianto, aunque las estadísticas oficiales solo confirmen la mitad. Las muertes irán disminuyendo hasta llegar al 2042, que puede que acaben. En Casale Monferrato, un pueblo italiano de 33.000 habitantes, cercano a Turín, donde hubo una fábrica de fibrocemento durante 80 años, aunque cerrada en 1986, hoy aún muere una persona a la semana por su exposición al amianto. Afecta a los trabajadores/as, los vecinos y familiares que no estuvieron en la factoría. En cuanto a los trabajadores dice la OMS que: «La mitad de las muertes por cáncer profesional se deben al asbesto» . Y en los demás afectados, ¿a qué se debe? A contactos más o menos esporádicos, poco intensos a veces y relacionados con las fibras invisibles de amianto que andan cerca de los objetos que lo contienen. Por ejemplo, los familiares mueren por las fibras que llevaban los trabajadores a sus casas entre la ropa. Con ellas contaminadas llegaban a casa, abrazaban a sus hijos y la dejaban para ser limpiada. El total de muertos extra laborales ronda el 30% del total de fallecimientos.
¿Cuántos han muerto y mueren aún en España y en el mundo por esta causa? Para este país el total de fallecimientos calculado (pasado, presente y futuro) es de entre 70.000 y 100.000 personas, y en el mundo será de entre 5 y 10 millones. Un genocidio oculto porque el conocimiento de la letalidad del mineral se sabía perfectamente hace más de 50 años.
En el caso de una de las enfermedades más características del amianto, el mesotelioma, no se puede achacar al tabaco u a otras sustancias cancerígenas. La literatura se afirma en que en el 90% o más de estos casos la causa única es el contacto con el mineral. Contacto que puede ser prolongado o esporádico, intenso o liviano. Lo hemos visto en el caso de Mosterín. Con una exposición insignificante, pasado los 40 años desde las primeros encuentros, que es el periodo de latencia de esta enfermedad, el insigne filósofo ha pagado prematuramente con su muerte aquel contacto olvidado con el amianto.
Y esta tragedia mundial, que ha enriquecido a unas cuantas familias (desde 1929 operó un cártel que controlaba la información de su cancerigenicidad y mantenían el boyante negocio), y que se puede calificar como genocidio (va a producir de forma intencionada más muertes que la primera guerra mundial), sigue ignorada.
Lo digo porque en los artículos aparecidos con motivo de esta muerte, en los principales diarios de este país (La Vanguardia, El Periódico, El País, el Diario Sur de Málaga, etc.), la palabra «amianto» y la palabra «mesotelioma» no aparecen por ninguna parte. Es lo que denominamos la conspiración del silencio interiorizada en los periodistas, filósofos y medios de comunicación.
Una muerte de un personaje tan eminente, que ha declarado abiertamente su enfermedad, de la cual ha dicho su causa, es ignorada inconscientemente por estos importantes mediadores sociales. Alguno se preguntará si solo inconscientemente, pero lo que es evidente es que asunto tan relevante, que ha tocado a un personaje famoso, pase sin pena ni gloria, sin tocar las responsabilidades de las empresas y magnates del amianto. Los Schmidheiny, los De Cartier, los March y compañía, los responsables, están de enhorabuena. Lo que es un escándalo mayúsculo, se convierte en una discusión sobre la prohibición de los toros en España y el papel benéfico jugado por Mosterín en este empeño, en lugar de una reflexión acerca la peligrosidad del asbesto para todos nosotros. No olvidemos que aunque en España está prohibido su manejo y su uso, siguen instalados en nuestro entorno millones de toneladas de amianto puro o mezclado con cemento (fibrocemento o uralitas como lo conocemos). Tenemos el mismo riesgo que Mosterín.
Ante un acontecimiento eminente, que sobresale por encima de otras cuestiones, los medios y los que escriben en su memoria, pasan por alto esta otra tragedia, ésta sí más que griega, que representa el amianto en el mundo. Y lo que es más llamativo, no han leído el artículo de Mosterín que hemos citado. Él lo dice todo claro.
Ante la ignominia social y política del silencio sobre el amianto no cabe más que seguir gritando que ¡ya basta!
Las víctimas no olvidan y exigen todos los días verdad, justicia y reparación.
5 de octubre de 2017
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.