Tres de los reactores dañados se quedan de nuevo sin refrigeración durante 50 minutos tras el terremoto
El destino trató el lunes con nueva crueldad a Japón. El día en que se cumplía un mes desde que un brutal terremoto desatara la peor tragedia que ha vivido el país desde la II Guerra Mundial, la naturaleza le hizo una oscura mueca: descargó un nuevo y potente temblor, de 7,1 grados de magnitud, bajo tierra y en la prefectura de Fukushima. A causa del seísmo, el Gobierno emitió una alerta de tsunami y la central nuclear vio cómo el suministro eléctrico en los reactores 1, 2 y 3 se cortaba durante 50 minutos, interrumpiendo la inyección de agua a cargo de las bombas, vitales en las tareas de refrigeración.
Esta espantosa casualidad se prolongó una hora tras el terremoto, que tuvo lugar a las 17.16 (10.16 en España). Pronto se canceló la alerta de tsunami, y en cuanto la TokyoElectric Power (Tepco) recuperó la electricidad y se reanudó el bombeo de agua, los corazones volvieron a palpitar en Japón. Si la inyección de agua se hubiera detenido durante algunas horas, los reactores, que ya están de por sí al rojo vivo, hubieran perdido de nuevo el líquido refrigerante, originando un escenario incluso peor que hace un mes, ya que los daños sufridos por las barras de combustible de los reactores, parcialmente fundidas, se multiplicarían.
El balance oficial del seísmo fue de dos fallecidos y 220.000 hogares sin suministro eléctrico. Aunque el país se acostó en relativa calma, esta nueva réplica ha puesto en evidencia la fragilidad de Fukushima y el todavía volátil estado de sus reactores nucleares, perpetuamente dependientes de un inestable tendido eléctrico.
«La gente ha sufrido mucho física y mentalmente a causa de esta crisis nuclear, y me gustaría ofrecer, una vez más, mis disculpas. Lo siento muchísimo», proclamó con solemnidad Masataka Shimizu, presidente de Tepco, desde Fukushima. «Me gustaría hacer el mayor esfuerzo para solucionar los problemas lo antes posible. Estoy poniendo toda mi dedicación para asegurarme de que así ocurre».
Minuto de silencio
Vestido con una chaqueta de trabajo azul, Shimizu realizó una gran reverencia con su cabeza para conmemorar el minuto de silencio en memoria de las víctimas del tsunami, justo a las 14.46 horas. Como él, todo Japón se detuvo en ese instante. En la costa noreste, donde las tareas de desescombro y recuperación de cadáveres continúan sin descanso, el ulular de las sirenas llenó el silencio de miles de bomberos y soldados. 151.000 personas, evacuadas en polideportivos, gimnasios, escuelas y centros culturales, bajaron emocionadas la cabeza ante el recuerdo de lo perdido y el desamparo de lo que está por venir.
«He estado viviendo aquí durante un mes y mi nivel de estrés ha alcanzado el límite. Quiero moverme cuanto antes a una casa, no me importa si es temporal o de propiedad pública», suplicaba Kyoko Moriko, de 63 años, a la agencia Reuters. Ella es una de las víctimas anónimas del tsunami, la enorme tragedia que Fukushima mandó al olvido. «La gente palidece ante la sola mención del tsunami. Hemos vivido en el infierno estos días, tiritando de frío y de miedo», describió la señora Itou, de 64 años, toda su vida viviendo en la hoy destruida aldea de pescadores de Taro Machi.
Mientras Japón lloraba al recordar lo ocurrido y se sobrecogía cuando la tierra se estremecía una vez más bajo sus pies, el Gobierno anunció que expandirá el perímetro de evacuación alrededor de Fukushima debido al creciente temor a que una acumulación de partículas radiactivas perjudique seriamente la salud de decenas de miles de personas a largo plazo. Hay cinco nuevas áreas de exclusión: Katsurao, Namie, Iitate y parte de Kaeamata y Minamisoma, todo en la prefectura de Fukushima. Algunas de ellas, como Iitate, están a 40 kilómetros de la central. Hasta ahora, el Gobierno sólo había evacuado totalmente un perímetro de 20 kilómetros y recomendaba quedarse en casa a los que estaban entre 20 y 30 kilómetros más allá de la planta.
Tokio amplía el perímetro a evacuar por acumulación de la radiactividad
«Esta no es una medida de emergencia por la que la gente tiene que evacuar de inmediato», aclaró Yukio Edano, portavoz del Gobierno. «El riesgo de que la situación empeore y se produzcan nuevas emisiones masivas de material radiactivo se está reduciendo mucho. Pero aunque no haya nuevas emisiones, la radiación puede surgir del suelo y afectar a la salud si una persona se queda en el lugar durante largo tiempo», completó para justificar este movimiento, reclamado por el Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) desde hace varios días.
Territorio envenenado
«Mi pecho se ha desgarrado por el sufrimiento y el dolor que esta catástrofe ha causado a nuestra gente. No tengo palabras para expresar mi pena», exclamó Yuhei Sato, gobernador de la provincia de Fukushima, quien ha visto cómo su costa era arrasada por el tsunami y su territorio envenenado durante generaciones por la fuga nuclear. Sato se negó a recibir al presidente de Tepco, y este, resignado, tuvo que dejarle una tarjeta de visita en la oficina del Gobierno.
La central nuclear sigue «lejos de estar bajo control», repitieron ayer los operarios. Con la crisis todavía abierta, el Gobierno japonés cuantificó el desastre en 25 billones de yenes (204.000 millones de euros), el desastre natural más costoso del mundo.
«Un nuevo año escolar empieza mañana [por hoy]. Espero que eso ayude a dar esperanza a la gente y le permita mirar hacia un nuevo comienzo», proclamó el gobernador de Fukushima. Hundidos por la desdicha, los japoneses intentan hoy agarrarse a las pequeñas cosas de la vida para recuperar la ilusión.