Hace poco se actualizaron los datos sobre el llamado «abandono escolar prematuro» en nuestro país. Y una vez más volvió a ponerse de relieve que padecemos una enfermedad social que puede traer consecuencias dramáticas. Según los datos oficiales, el 20% de la población española de edad entre 15 y 19 años no recibe ningún tipo […]
Hace poco se actualizaron los datos sobre el llamado «abandono escolar prematuro» en nuestro país. Y una vez más volvió a ponerse de relieve que padecemos una enfermedad social que puede traer consecuencias dramáticas.
Según los datos oficiales, el 20% de la población española de edad entre 15 y 19 años no recibe ningún tipo de formación, un porcentaje que está ocho puntos por encima de la media de la Unión Europea.
Esa situación es el resultado de que en nuestro país el volumen de jóvenes que abandonan los estudios es extraordinariamente elevado: el 31% de los jóvenes españoles que tienen entre 18 y 24 años han abandonado prematuramente su formación en el sistema educativo español.
Es un porcentaje impresionante, tres veces más alto que el objetivo que se había propuesto alcanzar la Unión Europeo para 2010 en los Objetivos de Lisboa (el 10%), lo que significa que España no podrá lograrlo ni de lejos.
Nuestra tasa de abandono es la segunda por la cola (después de Portugal que tiene el 36,3%) de la Unión Europea y más del doble que la media comunitaria (14,8%).
Pero ni siquiera eso es lo peor. Lo realmente preocupante es que después de haber mejorado en los últimos años, de nuevo ha vuelto a empeorar, pasando solo de 2006 a 2007 del 29,1% al 31%.
De los 29 países que forman parte de la OCDE, solo México, Turquía, Chile y Luxemburgo tienen tasas de abandono peores que las nuestras.
Se trata de un verdadero desastre nacional que provoca que la formación adquirida por el conjunto de nuestra población sea menor que en otros países para esos tramos de edad. El 80% de los jóvenes europeos de edades comprendidas entre 25 y 34 años tienen educación secundaria completada, equivalente a bachiller o formación profesional. En países como Alemania (84%) o Francia (82%) es incluso mayor, mientras que en España solo el 64% de esos jóvenes tiene dicha formación.
Y para no cansar con demasiados datos terminaré señalando que la situación de Andalucía es mucho peor puesto que el abandono prematuro en esa fase educativa afecta al 37% de los jóvenes. Todo lo que se dice para España se encuentra agravado en nuestro caso
El problema que estas cifras manifiestan es gravísimo para nuestra sociedad y nuestra economía. El progreso social y el avance y la competitividad económicas dependen hoy día de la formación y su carencia es un lastre radical, una falla que no puede llevar sino al progresivo deterioro del equilibrio e incluso de la convivencia social.
El esfuerzo que ha hecho España en los últimos años, principalmente desde 1982, en esta materia ha sido inmenso. Eso es cierto. No hay que olvidar que el franquismo no solo fue un régimen criminal y totalitario en cuanto a las libertades cívicas, sino profundamente atrasado en lo social. Téngase en cuenta que en el tramo de edad que estoy comentando estamos a 13 puntos de diferencia con la media europea en abandono de estudios y carencia de formación pero si se toma el tramo de edad de 55 a 64 años (que es el que mejor coincide con los años del periodo franquista) la diferencia aumenta ¡a 52 puntos!
Venimos de una situación de gran atraso histórico y por eso se precisa un esfuerzo suplementario al realizado por otras naciones. Y se ha hecho un gran esfuerzo, como acabo de decir. Pero lo que me parece hoy día fundamental es ser conscientes de que incluso ese gran esfuerzo es insuficiente a la vista del atraso que aún tenemos, Y, sobre todo, a la vista de que estamos yendo de nuevo hacia atrás.
Y sobre esta situación creo que cabe hacer dos consideraciones fundamentales.
La primera tiene que ver con los recursos. Es imposible avanzar en este campo (y, en consecuencia, garantizar avances subsiguientes en lo social y en lo económico) si no se dedican más medios públicos a la educación y a los servicios sociales.
Desde 1993 se está produciendo una involución en este concepto. Es cierto que aumentan en términos absolutos las partidas de gasto público educativo, pero lo hacen en menor proporción que el PIB, lo que significa que en términos de esfuerzo, no se hace lo que se debería ni en la suficiente medida.
Y para colmo, en muchas comunidades autónomas (como sobre todo Madrid y Valencia) el incremento ya de por sí reducido de las partidas de gasto público educativo se derivan hacia el sector privado, que discrimina a los alumnos, que no respeta los principios de igualdad a la hora de seleccionar alumnos y que, por tanto, solo sirve de forma parcial al objetivo de combatir el fracaso escolar.
Las políticas liberales de los gobiernos basadas en la estabilidad presupuestaria han sido letales para los servicios públicos. Han ahorrado contribuciones fiscales a los ricos (y nada más que por eso se adoptan) pero han descapitalizado a los servicios educativos a los que han de acceder los sectores sociales más desfavorecidos. Y a su costa se ha descapitalizado también a la economía española. ¿Cómo se puede pensar que España podrá progresar al ritmo necesario en los próximos años cuando un tercio de su población carezca de formación secundaria, que en las sociedades del conocimiento es en realidad puramente básica?
Otra consideración que me parece fundamental subrayar es que no solo hacen falta recursos sino una presión social constante para combatir esta lacra.
Según la Encuesta de Transición Educativo-Formativa e Inserción Laboral que publica el Instituto Nacional de Estadística, el 70,39% de los jóvenes que abandonaban la ESO en 2005 lo hacía porque «no quería seguir estudiando», el 8,66% para realizar otros estudios, el 2,19% porque prefería educación para adultos, el 8,10% porque encontró un empleo y el 3,36% por razones económicas. Es decir que 8 de cada diez abandonan simplemente por falta de interés, estímulo y motivación. No ven necesario ni útil estudiar.
Lo que me parece que nos está ocurriendo es que vivimos en una gran farsa. Se nos dice que estamos en la sociedad del conocimiento y del avance científico globales, pero en realidad lo que se incentiva constantemente desde los medios de comunicación y desde las instancias de sociabilidad es el desprecio del estudio y del saber. Por eso ni siquiera se habla de estos problemas, por eso no se combate directamente el abandono escolar incluyéndolo en el primer plano de la agenda política y en primera línea de los presupuestos públicos, por eso no se debate ni se pone sobre la mesa constantemente que estamos conformando una sociedad que tendrá un porcentaje elevadísimo de auténticos analfabetos funcionales y que, por tanto, se está empobreciendo irremisiblemente.
Yo creo que no lo combaten deliberadamente. Porque en el fondo les interesa que se extiendan esas masas de personas desinformadas y malformadas ya que son estos jóvenes que ahora dejan los institutos y los colegios sencillamente porque no quieren seguir estudiando los sumisos de mañana, el tipo de ciudadanos amorfos sobre los que mejor podrán basar su poder de privilegiados.
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