Durante años, el Banco Mundial, a través de una irrepresable política de créditos para la construcción de autopistas, centrales energéticas térmicas y emplazamientos agroindustriales, ha empujado a sus clientes a emitir a la atmósfera más y más gases de efecto invernadero. Jugadores económicos globales, como Cargill, Walmart y otros tiene una responsabilidad al menos tan […]
Durante años, el Banco Mundial, a través de una irrepresable política de créditos para la construcción de autopistas, centrales energéticas térmicas y emplazamientos agroindustriales, ha empujado a sus clientes a emitir a la atmósfera más y más gases de efecto invernadero. Jugadores económicos globales, como Cargill, Walmart y otros tiene una responsabilidad al menos tan grande en la progresiva erosión del clima.
Precisamente, la transnacional agrícola Cargill ha sido y sigue siendo un actor clave a la hora de lograr cada vez más terrenos para la plantación de soja en Brasil y de palma de aceite en Indonesia. La empresa es corresponsable de la pérdida de biorreservas imprescindibles, que caen víctimas de los desmontes incendiarios y de las talas masivas de árboles. El modelo del gigante comercial Walmart, consistente en lograr suministros comerciales al detalle a grandes distancias gracias a un sistema centralizado, es también una receta infalible para cargar a la atmósfera con dióxido de carbono. Parece, pues, ineludible analizar los factores reales y llamar por su nombre a los actores reales a los que hay que agradecer la presente situación. ¿A quién y a qué me refiero? Desde luego, a un gigantesco agronegocio de alcance planetario; desde luego, a la Organización Mundial del Comercio (OMC) y al Banco Mundial, así como a la sistemática destrucción de los modos agrarios tradicionales de producir, que a menudo sucumben a una desapoderada urbanización.
30% más de gases de efecto invernadero
Otro camino errado, a la hora de contener el cambio climático, es la exigencia de biocombustibles producidos a partir del maíz, la soja, la palma de aceite y la jatrofa. No deberíamos olvidar que los combustibles derivados de la biomasa siguen siendo los más importantes para los pobres y los más que pobres. Piénsese en la biomasa no comestible utilizada para cocinar, como el estiércol de vaca, o los restos de hortalizas o de madera procedentes de las selvas pluviosas o de otros bosques. Los biocombustibles industriales no son, desde luego, combustibles de pobres, pero, sin embargo, convierten sus medios de alimentación en calor, electricidad y energía para el transporte. La producción de etanol y biodiesel da hoy lugar a sectores en rápido crecimiento, que se aprovechan de la febril búsqueda de alternativas a los combustibles fósiles y del creciente miedo ante la clausura de las fuentes petrolíferas.
El presidente de EEUU ha prometido el pasado diciembre un gran salto en la producción de biocombustibles de aquí a 2020. Eso empuja a tal punto al alza la demanda y los precios del grano, que los pobres van a quedar literalmente fuera de los mercados de alimentos. Con independencia de eso, se sigue promoviendo a los biocombustibles tanto como fuentes energéticas renovables, cuanto como medios capaces de disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero, a pesar de que el uso de cosechas enteras de soja, maíz o palma aceitera para producir combustibles líquidos no hacen sino agudizar el caos climático y la emisión de dióxido de carbono.
¿Por qué? Sólo la roturación de bosque y selva con objeto ganar tierras para la plantación de soja y palma aceitera trae consigo, sin la menor duda, un incremento de emisiones. La organización de la ONU especializada en agricultura, la FAO, estima que entre el 25 y el 30 por ciento de los gases de efecto invernadero que van a para cada año a la atmósfera procede de la creciente aniquilación de zonas selváticas. La producción de biocombustibles podría, pues, de aquí al año 2022 -eso se teme-, tener como cargo de conciencia el 98% de las selvas pluviosas indonesias.
Maíz por etanol
Las cuentas también valen para los EEUU, si en lo venidero, y conforme a las previsiones del gobierno, se dedica el 20% de la cosecha de maíz a la producción de etanol. Con la cantidad de combustible así producido, sólo puede substituirse el uno por ciento del consumo anual de petróleo. Si se usara toda la cosecha de maíz para la producción de etanol, podría substituirse un escaso 5% del actual consumo de petróleo. ¿Quién puede sostener seriamente que aquí se perfila una alternativa para enfrentarse a la tan temida clausura de las fuentes del petróleo? ¿Puede esto realmente ser un medio para frenar el cambio climático? ¿Una vía para explorar fuentes energéticas alternativas?
Quien se decida por esas soluciones, no hará sino agudizar la crisis climática en un sentido catastrófico. No hará, sobre todo, sino agravar las condiciones de injusticia, de hambre y de pobreza que imperan en el mundo.
Vandana Shiva es directora de la Fundación de Investigación por la Ciencia, la Tecnología y la Ecología en Nueva Delhi. En 1993 obtuvo el Premio Nóbel alternativo.
Traducción para www.sinpermiso.info: Amaranta Süss