Carlos Fernández Liria lo arguyó recientemente al escribir un comentario sobre «Camino»: sea cual sea el concepto que tengamos de sociedad buena, razonable y justa, acaso con discrepancias en algunos vértices de la definición, es fácil acordar que en ninguna de esas concepciones cabría la existencia de una asociación sexista, turbia, sectaria, oscura, similar […]
Carlos Fernández Liria lo arguyó recientemente al escribir un comentario sobre «Camino»: sea cual sea el concepto que tengamos de sociedad buena, razonable y justa, acaso con discrepancias en algunos vértices de la definición, es fácil acordar que en ninguna de esas concepciones cabría la existencia de una asociación sexista, turbia, sectaria, oscura, similar a la del Opus Dei. No parece compatible la presencia social, con sus inevitables derivadas políticas, de una asociación con sus finalidades, y con procedimientos como los suyos, y la permanencia no falsaria del Estado de Derecho.
La realidad, eso que llaman realidad, baila sin embargo al compás de otra música. En el Reino de España, no sólo financiamos sus negocios privados con dinero público (pensemos en las escuelas concertadas y en las prácticas anticonstitucionales que llevan su logo), sino que además, disparate de disparates, pretendemos nombrar la calle de una ciudad que combatió el antifranquismo como pocas, en condiciones nada fáciles por lo demás, con el nombre de su fundador José María Escrivá de Balaguer, un hombre que falleció en 1975 y que estuvo implicado hasta el tuétano en el criminal mundo del régimen franquista. De hecho, como es sabido, en algunos períodos de aquel régimen dirigido por un general golpista que acumuló fortuna, varios ministerios centrales estaban dirigidos directamente por numerarios de la organización (López Bravo, López Rodó, etc), una organización que subordina claramente a la mujer (recuerden algunas imágenes de «Camino») y ayudó a intentar depurar de la Universidad española todo lo que tuviera que ver, aunque fuera remotamente, con resistencia ante la dictadura y pensamiento crítico. La organización, por lo demás, asesora en la actualidad a la esposa del Rey de España en la forma en que lo hace. Recordemos sus recientes declaraciones sobre temas de actualidad en el libro de la periodista opusdeísta Pilar Urbano.
José Mª Escrivá de Balaguer, no es ninguna inconsistencia, nació en Barbastro. Ha sido canonizado por la Iglesia y fue condecorado no con una sino con dos medallas de honor por aquel dictador que mandó asesinar a Julián Grimau y Puig Antich. De hecho, fue su confesor espiritual. Su sombra es alargada. Toda mi familia, sin excepciones prácticamente, proviene de un pueblecito que dista 15 kilómetros de ese pueblo-ciudad, centro comarcal del Somontano. El legado de Escrivá es tan omnipresente que en varias por no decir en todas las iglesias de la ciudad, hasta fecha muy reciente, 2007 cuando menos, existían inscripciones en sus fachadas, con ostentación no disimulada, con las conocidas y rancias consignas en torno a los muertos, a Dios, la Patria y la Falange. ¡33 años después de la muerte de aquel general que firmaba penas de muerte, que se decía patriota y que vendió España al nazismo y al fascismo italiano y más tarde a Estados Unidos!
El señor Belloch ha tenido además la caradura, sin precedentes conocidos, de afirmar que Escrivá de Balaguer ha sido el aragonés más importante de la segunda mitad del siglo XX y el de mayor proyección internacional, exceptuando a Luis Buñuel. ¡Qué pensará en su tumba el director de Simón del desierto ante tamaña barbaridad!
Pero no sólo eso. La decisión, según parece, ha sido tomada ya en Junta de Gobierno y tiene que aprobarla el próximo pleno. La intención inicial del señor Alcalde era incluir la calle dedicada a Escrivá de Balaguer entre las 43 calles de las ciudad que también van a cambiar de nombre en cumplimiento de la Ley de la Memoria Histórica. Como lo leen, sin error por mi parte. Como si cambiáramos una calle dedicada a Millán Astray por otra dedicada al cardenal Gomà. Ni más ni menos. En este caso, en la propuesta inicial del señor Belloch, la calle del general franquista Sueiro iba a llamarse calle de José María Escrivá de Balaguer bajo el amparo de la Ley de… ¡Memoria histórica!. Cambió de idea el señor Alcalde socialista, no por convencimiento, sino para no romper el consenso sobre la aplicación de la ley.
La ley se ha aprobado recientemente, una discutida y discutible Ley de la Memoria Histórica. Más pronto que tarde, si el disparate del amigo del asesor de Carlos Slim atraca finalmente en mal puerto, habrá que aprobar otra ley que borre nombres que pertenecen, con todo merecimiento, a la historia universal de la infamia. Que un dirigente denominado socialista, alcalde de una gran ciudad, amigo íntimo de la actual vicepresidente del Gobierno, biministro del responsable máximo de la permanencia de España en la OTAN y de numerosas actuaciones de los GAL, un alcalde que traslada desde un despacho al salón de plenos un gran crucifijo en cada reunión de la corporación, un servidor público que intervino directamente o apoyó la decisión de la empresa municipal de censurar la publicidad sobre Dios y su inexistencia en los autobuses de la ciudad, un alcalde que declara públicamente que lo primero que debe hacerse al llegar a Zaragoza, como dice hacer él, es rezar ante la Virgen del Pilar, un símbolo como es sabido del franquismo más casposo y más militar-nacional-católico, pues bien que un alcalde con esta mochila siga siendo dirigente socialista, un hombre de peso en el PSOE aragonés, dice con claridad, y sin ninguna sombra de duda, la podredumbre política, cultural, social, a la que se ha llegado en este país. Si la transición merece un retrato instantáneo que la muestre sin adornos edulcorados y encubridores, no puede haber duda en la elección: 33 años después de la muerte del dictador, un alcalde de un partido que se llama «socialista» dedica una calle de su ciudad al fundador de una de las organizaciones más nefastas, sectarias, machistas, elitistas y depravadas que conoce la Historia de España y, probablemente, la historia del mundo.
Por lo demás, se calcula que entre 1936 y 1946, más de 3.000 republicanos fueron asesinados en la ciudad. Los restos de muchos ellos descansan en la fosa común del cementerio. No hay ningún recuerdo para ellos. Las canciones musicales suenan con otra escala en el Municipio. Definitivamente, los tiempos están cambiando.