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Cuatro casos de rebelión contra las injusticias

Un sol para las mujeres

Fuentes: Prensa de Frente

Olga Verón, Romina Tejerina, Jeannette Ruiz y Claudia Sosa son cuatro mujeres que, como miles, llevan en su cuerpo las marcas de las injusticias, la discriminación, la violación y los abusos privados y públicos. Las cuatro jóvenes tienen también los signos de la rebelión a los mandatos patriarcales.

Romina Tejerina y Olga Verón se conocieron en la cárcel de Jujuy a pesar de ser las dos del pueblo de San Pedro, distante 47 kilómetros de San Salvador. Ambas fueron procesadas por no callar y acusar a quienes las violaron, las golpearon y abusaron de ellas.

 

Romina fue violada por un vecino y como resultado de esta violación quedó embarazada pero no denunció el hecho como no lo hacen 9 de cada 10 mujeres por vergüenza, por la impunidad acostumbrada al poner siempre bajo sospecha a la víctima. Romina ocultó y negó ese embarazo porque no podía soportar tener en su vientre un hijo no deseado y concebido en una violación mientras su violador seguía libre. Cuando finalmente se produjo el parto en el baño de su casa, Romina, en estado de shock, mató al bebé.

 

Olga creció junto a un padre policía que abusaba de sus hijas -entre ellas Olga-, que también le pegaba a su madre y amenazaba con matarlas concretándolo con un novio de su hija por lo que fue retirado de la fuerza policial. Olga y sus hermanas lo denunciaron varias veces pero en la comisaría fueron cómplices de ese hombre y «taparon» a su padre. Una vez el médico forense elevó el caso al Juez Jorge Samman, el mismo que sobreseyó a Emilio Vargas, el violador de Romina. Este juez le dijo que tenía que respetar a sus padres, que este padre iba a cambiar… Nadie le creyó ni se atrevió a condenar socialmente a ese policía que en su vida privada repetía las conductas abusivas, violatorias de los derechos y de impunidad que realiza a diario la institución policial. Finalmente, un día Olga esperó que se durmiera, buscó el arma de su padre y le disparó. Hoy, sólo su hermana la acompaña. Muchas veces Olga intentó quitarse la vida y espera el juicio oral junto a Romina en la cárcel.

 

Claudia Sosa es mendocina. Harta de sufrir la violencia física y psíquica que reiteradamente le daba su marido, y la complicidad social que éste tenía, un día no dudó y lo mató. Eduardo Quiroga, su marido, era policía: esa noche la había violado. Al igual que en ocasiones anteriores, la obligó a representar una película pornográfica, introduciéndole el cañón de su Taurus 9 milímetros en la vagina.

 

Claudia había hecho cinco denuncias en la policía mendocina contra su esposo pero sólo una prosperó, las demás no fueron tenidas siquiera en cuenta. A raíz de los malos tratos y la falta de respuesta policial intentó suicidarse, fue derivada a un tratamiento psicológico pero no lo pudo cumplir porque Quiroga se lo impidió violentamente.

 

Claudia fue sentenciada a 15 años de prisión por este hecho. Tras las acciones y denuncias de abogados y de agrupaciones de mujeres se la redujo la pena, después de cumplir 5 años en prisión.

 

Una característica en común tienen estas situaciones: las reiteradas denuncias de mujeres que no son escuchadas y que repiten dentro de una comisaría o un juzgado, la misma situación que padecen: son ignoradas, burladas y violentadas por el sistema.

 

Jeannette Ruiz llegó desde Potosí, Bolivia, y se instaló en la villa 1-11-14 del Bajo Flores, en la ciudad de Buenos Aires. Trabajaba en los talleres textiles clandestinos 14 horas por día por $500. Jeannette fue madre adolescente, tuvo a María Fernanda con 16 años y a Carina -la más chiquita- con 20 años. Vivía para darles una vida digna a ella y sus hijas, de su sueldo debía separar $100 para el alquiler, $200 para pagar a quien cuidaba a las niñas y el resto lo usaba para el transporte al trabajo y para el alimento. A Jeannette la acusaron de «abandono de persona seguido de muerte»; el 31 de marzo pasado su beba Carina llegó muerta al hospital Penna llevada por quienes la cuidaban mientras Jeannette estaba trabajando. Quiso retirar el cuerpo de su hija, se lo negaron porque no tenía el documento y después de varias idas al juzgado la detuvieron porque, según los dichos del juez a cargo del caso, el Dr. Warley, «con el cuerpo tengo todo terminado pero no lo voy a entregar porque primero quiero investigar a la madre». Jeannette estuvo presa en Ezeiza, pudo concurrir al velatorio de su hija esposada y custodiada pero no al entierro y dos semanas después fue liberada por falta de mérito dictaminada por el mismo juez que la encarceló.

 

Romina, Olga, Claudia y Jeannette son -como la gran mayoría- mujeres que sufren en su cuerpo las injusticias del sistema capitalista y del patriarcado. Las cuatro fueron explotadas, abusadas y acusadas «por las dudas», privadas de su libertad y sospechadas además de por ser pobres, (y) por ser mujeres. En un sistema judicial y social regresivo las mujeres vinculadas con supuestos delitos de orden doméstico son colocadas en el lugar de victimarias y deben demostrar su inocencia: resultan «culpables hasta que se demuestre lo contrario», lo opuesto al sentido común.

 

Sin embargo, las cuatro mujeres poseen rasgos similares: pudieron romper el rol doméstico y salir de la queja, dejaron de ser objetos y víctimas encerradas. Aprendieron aún sin quererlo a poner en lo público esas cosas que el capitalismo y el patriarcado pretenden dejar en un espacio privado. Un ejemplo del lugar que merecen las mujeres, quebrando la sumisión que impone el mandato patriarcal en una lucha diaria.

 

En la historia aparecen las prácticas sociales y colectivas de esas mujeres que fueron ejemplos en el camino. Irrumpen aquellas que con un pañal de sus hijos en la cabeza se juntaron en la Plaza de Mayo para dar vueltas reclamando la justicia y la aparición con vida de sus hijas e hijos, nietas y nietos. O las que resistían la tortura y el aislamiento en las cárceles y centros de detención en la dictadura; o esas trabajadoras que se juntaron y se juntan para reclamar por sus derechos junto a sus compañeros, que sólo por ser mujeres se encuentran más explotadas que los varones. O las piqueteras que salieron a la ruta a reclamar por sus derechos y los de sus hijos e hijas. O las madres del dolor, que como Mabel Ruiz (mamá de Maximiliano Kosteki, asesinado en el Puente Pueyrredón el 26 de junio 2002 junto a Darío Santillán) que no dudó en juntarse con otras y reclamar justicia por sus hijos e hijas.

 

Miles de mujeres ocupan el espacio público, salen del rol que les asigna el sistema capitalista y construyen nuevos derechos. Como Romina, Olga, Claudia y Jeannette.

Como dice Olga Verón cuando mira un sol tatuado en su brazo: «Es el que algún día tiene que salir para mí». Ese sol es para las mujeres.