Incluso aquellas personas a las que considerábamos inmunes a la vergüenza, como el secretario de Defensa, admiten que las fotografías de la prisión de Abu Ghraib les revolvieron el estómago. A mí las fotos, como feminista, me afectaron de un modo diferente. Me partieron el corazón. No me hacía ilusiones sobre la misión de EEUU […]
Incluso aquellas personas a las que considerábamos inmunes a la vergüenza, como el secretario de Defensa, admiten que las fotografías de la prisión de Abu Ghraib les revolvieron el estómago.
A mí las fotos, como feminista, me afectaron de un modo diferente. Me partieron el corazón. No me hacía ilusiones sobre la misión de EEUU en Irak -consista eso en lo que sea- pero tenía alguna esperanza con las mujeres.
De los siete soldados americanos ahora acusados de diversas formas ofensivas de abuso en Abu Ghraib, tres son mujeres: la guarda de seguridad Megan Ambuhl, la soldado Lynndie England y la guarda de seguridad Sabrina Harman.
Harman era la que veíamos sonriendo con una sonrisa pillina y haciendo el gesto del pulgar levantado detrás de una pila de iraquíes encapuchados y desnudos como diciendo: «Hola mami, esta soy yo en Abu Ghraib». England era la que veíamos sujetando con una correa de perro a un iraquí desnudo. Si fuéramos relaciones públicas de Al Qaeda, no podríamos haber sacado una imagen mejor para animar a los misóginos fundamentalistas islámicos de todo el mundo.
Ahí, en esas fotos de Abu Ghraib, encontramos todo lo que los fundamentalistas islámicos creen que caracteriza la cultura occidental, todo perfectamente orquestado en una espantosa imagen: arrogancia imperial, depravación sexual …e igualdad de género.
Quizá no debería haberme sorprendido tanto. Sabemos que las buenas personas pueden hacer las peores cosas si se dan las circunstancias adecuadas. Eso es lo que el psicoanalista Stanley Milgram descubrió en sus famosos experimentos de los años sesenta. Con toda probabilidad Ambuhl, England y Harman no son congénitamente personas malvadas. Son mujeres de clase trabajadora que querían estudiar y sabían que el ejército podía ser un trampolín para ello. Una vez alistadas querían encajar.
Y tampoco debería sorprenderme porque nunca he creído que las mujeres sean, de forma innata, más amables y menos agresivas que los hombres. Como la mayoría de las feministas, yo he apoyado igualdad de oportunidades de las mujeres en el ejército, primero porque sabía que las mujeres podían luchar y segundo porque el ejército es una de las pocas opciones existentes para las personas jóvenes con pocos recursos económicos.
Aunque me opuse a la guerra del Golfo Pérsico de 1991, me sentía orgullosa de nuestras militares y encantada de que su presencia disgustara a los anfitriones árabes. Secretamente esperaba que la presencia de mujeres cambiaría, con el tiempo, el ejército, haciéndolo más respetuoso con otras gentes y culturas, que lo haría más capaz de mantener la paz de forma genuina. Eso es lo que pensaba. Pero ya no lo pienso.
Un cierto tipo de feminismo, o quizá debería decir un cierto tipo de feminismo ingenuo murió en Abu Ghraib. Era un feminismo que veía a los hombres como los eternos autores de los delitos, a las mujeres como las eternas víctimas y la violencia sexual de los hombres contra las mujeres, como la raíz de toda injusticia. La violación ha sido utilizada repetidamente como un instrumento de guerra y para algunas feministas, empezaba a parecer como si la guerra fuese una extensión de la violación. Parecía haber al menos cierta evidencia de que el sadismo sexual masculino, estaba conectado con la trágica propensión de nuestra especie a la violencia. Esto era antes de que viéramos el sadismo sexual femenino en acción.
Pero no era sólo la teoría de este feminismo ingenuo lo que estaba equivocado. También lo era su visión y estrategia para el cambio. La estrategia y la visión se sostenían en la suposición, implícita o expresada descaradamente, de que las mujeres eran moralmente superiores a los hombres. Hemos tenido muchos debates en torno a si era la biología o los condicionamientos, los que daban a la mujer la autoridad moral o simplemente la experiencia de ser una mujer en una cultura sexista. Pero la suposición de la superioridad, o al menos la de una inclinación menor hacia la crueldad y violencia, estaba, más o menos, detrás del debate. Después de todo, las mujeres hacen la mayor parte de los trabajos de servicios sociales y cuidados y los sondeos demuestran que son menos favorables a la guerra que los hombres.
No soy la única que se está debatiendo ahora con esa suposición. Mary Jo Melone, una columnista del St. Petersburg (Fla.) Times escribió el 7 de mayo: «No me puedo sacar esa imagen de England, de la cabeza (apuntando a los genitales del iraquí encapuchado) porque esa no es la forma de comportamiento que se espera de una mujer. El feminismo me enseño hace treinta años que las mujeres no sólo recibían un trato injusto por parte de los hombres sino que eran moralmente superiores a ellos».
Si esa suposición hubiese sido exacta, todo lo que habríamos tenido que hacer para tener un mundo mejor -más amable, menos violento, más justo- era habernos incorporado a lo que ha sido, durante cientos de años, el mundo de los hombres. Lucharíamos, para que las mujeres se convirtieran en generales, directores generales, senadores, profesores, formadoras de opinión, y esa sería simplemente, la única lucha que deberíamos emprender. Porque una vez obtenido el poder y la autoridad, una vez alcanzada una presencia suficiente en las instituciones de la sociedad, las mujeres trabajarían de forma natural por el cambio. Eso era lo que pensábamos, incluso si lo pensábamos inconscientemente, y eso, no es verdad. Las mujeres pueden hacer lo impensable.
Ni siquiera podemos sostener, en el caso de Abu Ghraib, que el problema era que no había suficientes mujeres en la jerarquía militar para detener los abusos. La prisión estaba dirigida por una mujer, la General Janis Karpinski. El oficial de mayor rango de la Inteligencia americana en Irak, que también era responsable de supervisar el estado de los detenidos antes de su liberación, era la Comandante en Jefe Barbara Fast. Y la funcionaria, responsable en última instancia de la dirección de la ocupación de Irak desde Octubre era Condoleezza Rice. Como Donald H. Rumsfeld, ignoró repetidos informes sobre abusos y torturas hasta que la evidencia innegable de las fotografías salió a la luz.
Lo que hemos aprendido de Abu Ghraib, de una vez por todas, es que el útero no sustituye la conciencia. Eso no quiere decir que no merezca la pena luchar por la igualdad de género en sí misma. Merece la pena. Si creemos en la democracia, creemos entonces en el derecho de la mujer a hacer y alcanzar todo lo que un hombre puede hacer y alcanzar, incluso las cosas malas. Se trata simplemente, de que la igualdad de género no puede, por si sola, proporcionar un mundo justo y en paz.
De hecho, debemos reconocer con toda la humildad, que el tipo de feminismo basado en la suposición de una superioridad moral de la mujer no sólo es ingenua sino también una forma de feminismo auto-condescendiente y perezosa. Auto-condescendiente porque asume que una victoria para una mujer -una promoción, una licenciatura, el derecho a alistarse como los hombres en el ejército- es, por su propia naturaleza, una victoria para la humanidad. Y perezosa porque asume que sólo tenemos una lucha -la lucha de la igualdad de género- cuando de hecho, tenemos muchas más.
Las luchas por la paz y la justicia social y contra el imperialismo y la arrogancia racista, no pueden, y siento sinceramente decirlo, meterse dentro de la lucha por la igualdad de género.
Lo que necesitamos es un nuevo tipo de feminismo fuerte y sin falsas ilusiones. Las mujeres no cambian las instituciones simplemente incorporándose a ellas, sino decidiendo luchar a conciencia para cambiarlas. Necesitamos un feminismo que enseñe a las mujeres a decir no, no sólo al violador de turno o a un novio demasiado insistente sino, cuando sea necesario, a la jerarquía militar o administrativa en la que se encuentre.
Resumiendo, necesitamos un tipo de feminismo que pretenda no sólo incorporarse a las instituciones creadas por los hombres durante siglos, sino infiltrarse en ellas y subvertirlas.
Para citar una vieja y nada ingenua frase feminista: «Si piensas que la igualdad es el objetivo, tus estándares son muy bajos». No es suficiente el ser iguales a los hombres cuando los hombres actúan como bestias. No basta con incorporarse. Necesitamos crear un mundo en el que merezca la pena incorporarse.
* Barbara Ehrenreich es la autora reciente de «Nickel and Dimed: On (Not) Getting By in America.» (Trad. «POR CUATRO DUROS. Cómo (no) apañárselas en Estados Unidos», Editorial RBA)
Título original: A uterus is no substitute for a conscience. What Abu Ghraib taught me
Origen: ZNet, 21 de mayo 2004
Traducido por Alegría Beltrán y revisado por Fran Bastida