Paseando por Barcelona sorprende ver que en el callejero de la ciudad se homenajea a muchas personas comprometidas con la lucha por la libertad, los derechos laborales y la democracia. Así, de repente te tropiezas con la plaza de George Orwell o de Manuel Vázquez Montalbán, con la calle de Salvador Seguí, de Joan Peiró, […]
Paseando por Barcelona sorprende ver que en el callejero de la ciudad se homenajea a muchas personas comprometidas con la lucha por la libertad, los derechos laborales y la democracia. Así, de repente te tropiezas con la plaza de George Orwell o de Manuel Vázquez Montalbán, con la calle de Salvador Seguí, de Joan Peiró, de Ángel Pestaña… combatientes por la libertad, intelectuales comprometidos, sindicalistas y obreros anarquistas… ¡Qué diferencia con Madrid!
En la capital, dominada por el PP durante muchos años, no se ha aplicado ni la ley de Memoria Histórica de 2007 y seguimos con más de un centenar y medio de calles, plazas y lugares dedicados a fascistas y generales, que ensalzan el golpe militar de 1936 y la dictadura franquista. Hay asociaciones que elevan el listado a más de 300. A modo de ejemplo, existen las calles o plazas de Millán Astray, Varela, Moscardó, Muñoz Grandes, Yagüe, Fanjul, García Noblejas, Vallejo Nájera, Arriba España, Caídos de la División Azul, Arias Navarro… Solo al comienzo de la transición se volvió a los antiguos nombres en algunos casos muy emblemáticos como la Gran Vía en vez de José Antonio Primo de Rivera, o Príncipe de Vergara por General Mola.
De nada sirvieron iniciativas como la de IU en el ayuntamiento de Madrid en 2004, pidiendo que se retirasen esos nombres del callejero, y que fue rechazada por los votos del PP con el argumento de que no se podían borrar cuarenta años de historia. Nadie puede negar que Hitler y Mussolini formen parte de la historia de Alemania y de Italia, pero a ningún demócrata se le ocurre que tengan que tener una plaza o calle en Berlín o Roma. La complicidad del PP con esta situación es muy grave, como demostraba recientemente Esperanza Aguirre al anunciar su oposición al cambio de nombres franquistas.
Urge, por tanto, rebautizar el callejero de la ciudad. La entrada en el gobierno municipal de Madrid de candidaturas unitarias populares debería ser la oportunidad de limpiar, no solo las calles de suciedad y los despachos de corrupción, sino el callejero de nombres que repugnan a la memoria democrática de los ciudadanos. Aunque quizá lo mejor sería poner nombres de ríos, pájaros, árboles, sierras o minerales, es la ocasión, también, de reconocer a personas que son referentes éticos, democráticos, morales para la mayoría de la gente. Y de poner en la cartela del nombre un breve cometario sobre quién era para que los vecinos y las generaciones futuras lo conozcan. La victoria de Ahora Madrid y la nueva alcaldesa Manuela Carmena son una garantía de sensibilidad democrática, de que se cumpla la ley y su propio programa electoral. Y así lo han anunciado. En este sentido, me alegra que el ayuntamiento de Madrid haya decidido dedicar una plaza o calle a Pedro Zerolo.
Por si les faltan nombres para sustituir a tanto franquista, creo que es de justicia que se le dedique el nombre de una calle o plaza a Marcelino Camacho. Preferiblemente en el barrio de Carabanchel donde vivió. Y estoy seguro de que las asociaciones de vecinos, de la memoria histórica, CCOO, PCE, Izquierda Unida, PSOE, Podemos y cualquier partido o entidad democrática lo respaldará.
Marcelino es conocido por muchas personas, especialmente trabajadoras, pero quizá haya jóvenes que no saben de quién hablo. Para ellos, y para refrescar la memoria en general, quería hacer un recordatorio que avale la petición. Empezaré contando una anécdota. Hace ya años llevé a Marcelino al instituto para que le conocieran mis alumnos, pero antes les dije: buscadle en el Larousse y en Internet y cuando venga aquí, si veis a un abuelo apacible, no hagáis caso de las apariencias. Marcelino Camacho es importante, muy importante, aunque no es rico, vive modestamente en un barrio obrero y aunque ya no tenga poder sindical ni político directo es un personaje histórico y un indomable, que no se plegó nunca ni ante Franco ni ante la patronal ni las burocracias sindicales. Sólido y próximo, concreto y con la línea del horizonte en su mirada. No les defraudó en persona.
Marcelino Camacho fue una pieza clave en el resurgir del movimiento sindical tras la gran derrota de la Guerra Civil. Como líder sindical de CCOO y como dirigente comunista fue uno de los grandes protagonistas de la Historia de España de la segunda mitad del siglo XX: durante el franquismo, la transición y la democracia. De gran lucidez, nunca perdió el norte, y siempre tuvo claro que hay que apostar por los trabajadores como sujeto histórico del cambio, ya que el mundo no está hecho a la medida de los más débiles. El coste de su apuesta es la cárcel, el destierro, el despido, la marginación y mucho sacrificio.
Fue el fundador de Comisiones Obreras y un modelo de compromiso con la lucha antifranquista, por las libertades, la paz y por los derechos laborales. De una honestidad a prueba de bomba, personificó la mejor tradición del movimiento obrero: los que organizaron los sindicatos siempre fueron los más austeros, los más cualificados, autodidactas y con mayor conciencia de clase.
Su coraje y voluntad de hierro eran míticos para no rendirse y seguir combatiendo el desorden capitalista. Las grandes personas se ponen a prueba en los momentos decisivos. Y Marcelino superó todas las pruebas ante la represión y la cárcel, ante las discrepancias internas y las decisiones difíciles. Su lema ahora se reproduce en las redes como un eco: «Ni nos domaron, ni nos doblaron, ni nos van a domesticar».
Su gran fuerza fueron sus ideas y convicciones. Coherente hacia fuera y hacia dentro, exigió la democracia política y la libertad sindical en el país en plena dictadura y defendió la democracia interna en las organizaciones a las que perteneció.
En Marcelino resaltaba su calidad humana, que se expresaba en la sencillez, bonhomía y carácter cariñoso. Quizá por ello y por su solidez ideológica fue insensible a los halagos del poder. Siempre estuvo muy sobrado de autoridad moral, tanto ante los amigos como ante los enemigos. De ahí su talento para sumar y no para restar.
Pero, sobre todo, destacó por su coherencia, que compartió con su querida compañera Josefina Samper. Marcelino siempre fue fiel a los trabajadores y a él mismo. Cuando volvió la vista atrás para hacer balance, lo expresó de manera rotunda: «Si tuviera que volver a nacer, volvería a hacer lo mismo».
En estos momentos hay que preguntarse ¿qué ciudad es aquélla que no reconoce a sus mejores hombres y mujeres? A nosotros nos queda su ejemplo en estos tiempos difíciles, donde además de referentes políticos necesitamos, sobre todo, referentes morales. Quizá por eso quienes fueron a despedirle en su entierro en 2010 (personalidades aparte) fueron trabajadores, jubilados, parados, jóvenes, gentes del pueblo llano que quería darle las gracias. Por todo lo dicho, que la #CalleMarcelinoCamacho sea pronto una realidad.
Fuente: http://www.cuartopoder.es/laespumaylamarea/2015/07/15/una-calle-para-marcelino-camacho/1053