Las nuevas convocatorias electorales se aproximan y todos los partidos se preparan para conseguir los mejores resultados. No obstante, esclavo cada uno de su propia trayectoria, son mínimos los márgenes de maniobra de que disponen para navegar con éxito en una coyuntura tan fluida. Por no decir «tan explosiva». En toda crisis se producen desajustes […]
Las nuevas convocatorias electorales se aproximan y todos los partidos se preparan para conseguir los mejores resultados. No obstante, esclavo cada uno de su propia trayectoria, son mínimos los márgenes de maniobra de que disponen para navegar con éxito en una coyuntura tan fluida. Por no decir «tan explosiva».
En toda crisis se producen desajustes entre, por una parte, lo que la sociedad necesita para mantener el equilibrio existente y, por otra, la capacidad de los representantes y gestores que esa misma sociedad elige. Por poner un ejemplo real, si el Congreso salido de las urnas del 20N de 2011, con la victoria del PP, hubiera sido el mejor resultado en medio de la crisis económica, no habrían aparecido después partidos emergentes a izquierda y derecha y se hubiera mantenido el bipartidismo de costumbre. Ahora es fácil sacar esta conclusión, pero se veía venir desde el momento en que para que el PP consiguiera aquella mayoría absoluta, no en votos sino parlamentaria, fueron mucho más importantes los más de 4.000.000 que dejaron de votar al PSOE que no los 600.000 que ganó el PP, en ambos casos respecto de las elecciones de 2008.
En consecuencia, como el hueco dejado por el PSOE en la izquierda era mucho mayor que el de los votos no ganados por el PP en la derecha, en las cinco citas electorales de 2014, 2015 y 2016 los emergentes de Podemos consiguieron siempre mejores resultados que los emergentes de Ciudadanos. Otra cosa es lo que ha ocurrido desde entonces. La división también se ha instalado en la derecha y la mayoría de las encuestas coinciden en dos cosas: junto a un fuerte ascenso de los de Rivera también advierten que los 13 diputados con los que la suma de PP + Cs supera hoy a la suma PSOE + Podemos se reduce a cero, si es que no cambia de signo.
En este punto de la reflexión es imprescindible no olvidar tres cosas: que los porcentajes de indecisos son muy altos, que los encuestadores solo preguntan por los partidos políticos importantes y que no se pide opinión sobre la forma de Estado, lo que a lo largo de cuarenta años ha contribuido a hacer invisible un republicanismo que sin duda existe.
Pero en 2018 las dos crisis con mayor potencia para cuestionar de nuevo a toda la clase política se llaman Catalunya y Monarquía. Y ambas crisis están vinculadas muy estrechamente, pues resulta indiscutible que durante los últimos cuatro años la reivindicación republicana de los independentistas catalanes ha servido infinitamente más para debilitar la monarquía española que lo que durante 40 años han dicho o hecho todos los partidos políticos no catalanes cuyos estatutos internos dicen de sí mismos que son republicanos. Y suman a favor de esta vinculación las recientes palabras de Quim Torra, animado por las votaciones populares sobre la monarquía realizadas en Vallecas y otros lugares de España. Pasando, como en tantas ocasiones este catalán, de lo que políticamente le puede convenir ante los independentistas más radicales. También conviene tener en cuenta que Oriol Junqueras ha manifestado su deseo de encabezar la candidatura de ERC a las elecciones europeas, aunque cuando se celebren no es probable que Catalunya sea un estado independiente.
Además, y como contribución impagable a su propia crisis, no debemos despreciar la corrupción en la propia Casa Real que ha desvelado Villarejo y que el tripartito PP-PSOE-Cs ha decidido perdonar a toda prisa. Una decisión muy cara para la democracia y que solo la podrán pagar esos tres partidos con un irreversible retroceso político que, como no ocurrirá, la democracia en España seguirá estando atada y bien atada y, por tanto, al borde de la violencia y el abismo.
En medio de la doble crisis política Catalunya más Monarquía, aderezada con la que cada día alimentan PP y Cs contra el Gobierno de Sánchez con cualquier excusa, dos preguntas del millón se plantean en términos similares a la derivada de la crisis económica que se respondía al principio. Son las siguientes:
¿Se está abriendo un hueco electoral suficiente como para que una candidatura distinta pueda capitalizar el descontento por la incapacidad que están demostrando los cuatro partidos políticos principales?
En caso de que la respuesta sea afirmativa, ¿qué programa político sería el que podría capitalizar ese descontento?
Tal como están las cosas, las respuestas no pueden ser sino nuevas preguntas porque, tal como afirma el ministro Borrell, lo de Catalunya tardará 20 años en resolverse y es de suponer que, mientras tanto, algo tendrá que ocurrir en el resto de España. Aunque nadie diga lo qué.
Una de las cosas que quizás están ocurriendo es que el objetivo de la república haya cruzado el Ebro. Desde hace unos días vengo recibiendo, diariamente, las interesantes novedades que publica el Primer Encuentro Estatal por la República, que se celebrará en Madrid el 10 de noviembre de 2018. Los mensajes informan de las distintas asociaciones republicanas que van confirmando su asistencia al Encuentro. Al margen de esta convocatoria, leo que Anguita también está impulsando una plataforma transversal en defensa de la III República.
Ahora todo son preguntas, quizás locas, porque nadie puede negar que cualquier futura sea posible. Estas son algunas.
1. ¿Invitarán los organizadores del Encuentro Estatal Republicano a los partidos políticos catalanes que reclaman la república?
2. Dado que para las elecciones europeas hay una sola circunscripción de ámbito estatal, ¿estarían dispuestos los republicanos no catalanes a proponer una coalición electoral con los republicanos catalanes?
3. ¿Se presentarán los republicanos a las próximas elecciones generales con un programa político que condicionará los pactos futuros con cualquier otro partido al compromiso de avances efectivos hacia una nueva Constitución, necesariamente republicana?
4. La candidatura republicana, ¿incluirá en su programa electoral la celebración de un referéndum específico sobre monarquía o república?
5. ¿O defenderá que la república como forma de Estado se incluya en la nueva Constitución y se vote como parte inseparable de la reforma constitucional? A fin de cuentas, esta fue la opción elegida para salvar la monarquía restaurada por Franco, evitando la convocatoria de un referéndum por separado que podría dividir por la mitad a la sociedad. ¿Por qué arriesgarnos ahora a convocar un referéndum que la derecha solo aceptará si tiene ganado?
6. ¿Saben los republicanos que solo con anunciar que se presentarán a las próximas elecciones conseguirán la gran victoria de que el PSOE y Podemos se vean obligados a parecer más republicanos, para intentar conservar los cientos de miles de sus votantes que son inequívocamente contrarios a la monarquía?
Es el momento de terminar, por ahora.
En la Semana Santa de 1977 Suárez legalizó a los comunistas para que llegaran a las elecciones del 15 de junio, presionado por Felipe González, pero, en cambio, los partidos políticos que incluían la palabra «república» no fueron legalizados hasta pasadas aquellas primeras elecciones generales tras la muerte de Franco. Por ejemplo, la misma ERC del hoy encarcelado Junqueras tuvo que denominar a sus candidaturas con el ficticio «Esquerra de Catalunya-Front Electoral Democràtic». Aquel «España, antes roja que rota» de los asesinos franquistas se transmutó, por consenso democrático pero atemorizado, en un «antes comunista que republicana». De hecho, Carrillo retiró la bandera tricolor de los mítines y aceptó la monarquía a cambio de una legalización que estaba garantizada, pues de lo contrario España no habría sido homologada por las democracias europeas. Aquella decisión también la pagó muy cara el Partido Comunista de España, y no niego que al recordar esta verdad histórica esté pensando, otra vez, en los tres partidos que acaban de impedir una investigación parlamentaria de Juan Carlos I, que se la tiene más que merecida y contra la que mantengo que no hay ninguna ley que pueda impedirla.
Hoy, cuarenta años después de aquella componenda que llamamos Transición y que fue producto de un cóctel de miedos y mentiras que cristalizó en un golpe de estado de verdad, el de Tejero, que consiguió que la política y las instituciones siguieran envenenadas para siempre de franquismo, la medida de la salud democrática en España consiste en que esta sociedad sea capaz de dar a luz una fuerza política netamente republicana, y cuyo objetivo principal sea acabar con la Monarquía.
Sin duda, continuará…
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