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Una colección a la altura del cincuentenario

Fuentes: La Jiribilla

Compañeros, estoy aquí porque quiero dar testimonio de mi asombro. Quienes tienen alguna experiencia del oficio de editor saben lo que significa concebir una colección y darle suficiente variedad sin que por eso se desdibuje su perfil editorial. Quienes tienen cierta edad y, en diálogo consigo mismos -o con amigos fraternales-, se han entregado a […]

Compañeros, estoy aquí porque quiero dar testimonio de mi asombro. Quienes tienen alguna experiencia del oficio de editor saben lo que significa concebir una colección y darle suficiente variedad sin que por eso se desdibuje su perfil editorial. Quienes tienen cierta edad y, en diálogo consigo mismos -o con amigos fraternales-, se han entregado a esos arduos ejercicios de la memoria que consisten en rescatar momentos, imágenes o palabras que un día nos marcaron y se convirtieron en parte de nuestra propia personalidad individual o generacional, saben que a menudo uno acaba desistiendo o confundiéndose, porque los recuerdos afloran al ser evocados, sí, pero son imprecisos y «tantos que se atropellan». De ahí que me atreva a afirmar que la colección del Instituto Cubano del Libro que hoy presentamos, identificada por el rótulo 50 Aniversario del Triunfo de la Revolución, tiene todas las características de una verdadera hazaña editorial y cultural. Nuestra generación la verá, seguramente, como páginas salvadas de una heroica y dramática biografía colectiva, un gran retrato de familia en el que cada uno no tardará en reconocer su propio rostro, aunque sea en último plano, en aquella cabecita del fondo, sin canas todavía; las generaciones siguientes la verán como una singular y apasionante aventura de la que ellas son legítimas herederas, aunque nosotros -sus luminosos u oscuros protagonistas- no hayamos podido legarles más que eso, el derecho a caminar con la frente bien alta y a sostener, frente a todos los reveses, la irrenunciable convicción de que un mundo mejor es posible.

Los dieciséis volúmenes que forman esta colección abarcan los más diversos géneros y temáticas, tal como se expresan en documentos y artículos, en los discursos de Fidel, en un conjunto de textos sobre Vilma Espín profusa y bellamente ilustrado, en crónicas sobre el deporte nacional y hasta en un cancionero y un tomo de 800 páginas con un polémico muestrario de cuentos y relatos, ambos incluidos por derecho propio en este repertorio, porque cantar, soñar e imaginar suelen ser también regocijantes o dramáticos testimonios de eso que llamamos «realidad».

Pero no incurriré en la desmesura que significaría tratar de hacer un inventario: las enciclopedias son, por definición, inabarcables, y esta colección es lo más próximo a una enciclopedia sobre los últimos cincuenta y tantos años que un editor cubano pueda imaginar. Para quienes nos interesamos en los nexos entre la historia y la cultura y nos dedicamos a los «estudios culturales», creo que la colección cumple dos funciones utilísimas, la «ordenadora», propia de las cronologías -ofrecernos una visión panorámica de acontecimientos, documentos y textos memorables- y la «mnemotécnica», propia de las libretas de apuntes y las agendas personales: darnos acceso inmediato al material o los datos que necesitamos y que de pronto se hallan fuera del alcance de nuestra memoria, porque, ¿dónde estará aquel folleto con Palabras a los intelectuales o con la Segunda Declaración de La Habana que teníamos en el librero? ¿Cómo terminaba aquella canción de Pablo o de Silvio que cantábamos en el campamento de Güira de Melena, o cuál era el título exacto del cuento de Senel Paz sobre el lobo y el hombre nuevo? ¿Dónde rayos habremos puesto aquel recorte del artículo de Pino Santos sobre el desempleo en Cuba en los años 50, o aquella tabla sobre los censos del siglo pasado? No hay problema: si les hemos abierto un espacio a estos 16 volúmenes en el librero, nos bastará extender la mano… y listo.

Así que me complace reconocer que, con esta colección, los autores y editores participantes nos han prestado un valioso servicio y han mostrado, en la práctica, que «hacer» sigue siendo el mejor modo de «decir». Felicitaciones entonces, compañeros, por haber sabido situarse a la altura del cincuentenario que ahora festejamos.