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Respuesta al artículo "Ultimátum a la Tierra (II): Recursos para la economía global" de Juan de Ortega

Una crítica superficial al manifiesto «Última llamada»

Fuentes: The Oil Crash

Hace unos días la web Politikon publicó la segunda parte de su crítica al manifiesto «Última llamada«, titulada «Ultimátum a la Tierra (II): Recursos para la economía global«, firmada por Juan de Ortega. Como ven, es la segunda de tales críticas; pero la primera (firmada por Jorge San Miguel) es tan fácil de responder que […]

Hace unos días la web Politikon publicó la segunda parte de su crítica al manifiesto «Última llamada«, titulada «Ultimátum a la Tierra (II): Recursos para la economía global«, firmada por Juan de Ortega. Como ven, es la segunda de tales críticas; pero la primera (firmada por Jorge San Miguel) es tan fácil de responder que no merece la pena dedicarle un post entero: baste decir que su argumento central es que «Última llamada» niega el progreso habido durante los dos últimos siglos, y que como ha habido un gran progreso material durante las últimas décadas sólo cabe esperar que siga por siempre. El razonamiento es tan infantil y poco substanciado que, como digo, no merece la pena extenderse mucho más con él. La segunda parte, de Juan de Ortega, tiene un poco más de contenido, ya que al menos se toma la molestia de examinar la sustancia de algunos de los problemas expuestos en «Última llamada», y tiene la honestidad de reconocer que el cambio climático puede ser un problema grave. Lo más llamativo del artículo de Juan de Ortega es que en muchos casos identifica correctamente el origen de muchos de los problemas que aquejan a nuestro mundo, pero le falta valentía o le sobran prejuicios para unir los puntos. Analicemos el texto con algo de detalle.

La primera cosa que llama la atención es la insistencia en que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Es innegable (y «Última llamada» no lo niega) que el mundo, sobre todo el Occidental, ha experimentado un enorme progreso durante los últimos dos siglos. Sin embargo, es también innegable que los últimos siete años, sobre todo en el mundo Occidental, se está experimentando un retroceso profundo: incluso en el país que se suele poner como ejemplo de progreso, los EE.UU., 1 de cada 7 adultos y 1 de cada 4 niños depende de la caridad para comer. El caso de España la situación no es mejor: según la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social, citando datos de Eurostat, la proporción de personas por debajo del umbral de la pobreza o en riesgo de exclusión social es superior a 1 de cada 4. Jactarse de que todo ha ido fantásticamente bien sin contextualizar mínimamente el momento actual, que tanta angustia produce a tantas familias que ya están en una situación complicada y a las que temen estarlo, resulta un tanto inadecuado. Se puede decir que a pesar de la crisis aún estamos mejor que hace décadas, se puede argumentar que la crisis es un paréntesis que ya pasará (aunque en realidad esta crisis no acabará nunca), pero lo que no se puede decir es que todo va maravillosamente en contraste con la memoria reciente de la población.

Es también llamativo que se destaque qué bien ha ido todo cuando justamente «Última llamada» afirma que estamos en el cenit de la civilización industrial. Por definición, el cenit es el punto más alto, a partir del cual se va hacia abajo, y por supuesto que antes de comenzar la bajada es cuando más alto estás; incluso ahora, que la bajada ya ha comenzado, estamos comparativamente más altos que en la mayoría de la Historia de la Humanidad (todo lo cual, insisto, es bastante cierto en Occidente y bastante más discutible en el resto del mundo, por más que uno lo adorne con índices abstractos que casi nunca reflejan la heterogeneidad de los lugares examinados). Por supuesto que los autores de Politikon tienen todo el derecho a criticar en base a datos si realmente estamos en el cenit o, como parece, comenzando el declive, basándose en conocimiento técnico sobre los recursos actuales y sus posibles sustitutos, y en proyecciones fundadas, pero el argumento no podrá ser nunca referirse a lo que sucedió en el pasado, pues asumir que las tendencias del pasado continuarán por siempre equivale a negar que pueda haber tal cenit (si niegas la mayor, en contra de toda la evidencia geológica y termodinámica, ¿qué sentido tiene seguir discutiendo?).

Yendo más al detalle, a mi personalmente me choca la mención que hace a un informe del Banco de España (Macias y Matilla, «Net Energy Analysis in a Ramsey-Hotelling growth model«, 2012) que justamente yo cito a menudo para referirme a la conclusión principal de ese estudio, a saber: que el mercado no es capaz de anticipar la escasez futura de materias primas señalándolo en los precios, y que por tanto lo que gobierna la disponibilidad de recursos es más Hubbert que no Hotelling. La otra gran referencia del artículo de Politikon es el profesor Vaclav Smil, un experto ambientalista conocido, entre otras cosas, por descartar cualquier noción de escasez de recursos usando los argumentos falaces habituales (confusión entre diferentes hidrocarburos que conforman lo que se ha dado en llamar «todos los líquidos» con petróleo, minimizar las limitaciones de los sucedáneos de petróleo en cuanto a producción máxima, TRE o requerimientos materiales, fe en el progreso y el libre mercado, desconocimiento de la interacción entre la crisis energética y la crisis económica, etc). En suma, se trata de un experto que sintoniza con la manera de pensar de los autores de Politikon. Lo cual es por supuesto legítimo: cada cual puede proponer las fuentes que le parezcan más oportunas con tal de que no se escuden en argumentos de autoridad y se discutan los datos y razonamientos. Posiblemente los autores de Politikon argumentarán que yo también escojo mis referencias con un cierto sesgo preferencial, y posiblemente es cierto, aunque intento introducir diversidad de fuentes y me gusta apoyarme en las que son menos favorables a mis tesis (por ejemplo, la Agencia Internacional de la Energía, AIE, como veremos en un momento). Quiero destacar aquí un detalle del artículo de Politikon; hablando de Vaclav Smil dice literalmente:

» …recomiendo sin duda al lector interesado curiosear por su increíble página web; en particular este artículo sobre el famoso estudio «Los límites del crecimiento» es bastante clarificador sobre mucha [de] retórica de la sostenibilidad.»

El artículo citado es bastante clarificador, pero lo es más sobre la retórica del prof. Vaclav Smil que no sobre la «retórica de la sostenibilidad» (parece ser que Juan de Ortega piensa que hay un único discurso de naturaleza doctrinal sobre la sostenibilidad; afortunadamente, no hay tal cosa: no estamos hablando de la religión neoliberal). Más de la mitad del artículo de Smil versa sobre los recuerdos y anécdotas del propio Smil respecto a la publicación del primer estudio de «Los límites del crecimiento» y sus críticas son genéricas, enfáticas, poco específicas. La única crítica metodológica que he encontrado en esas 8 páginas se refiere a la poca fe que tiene Smil en el uso de variables agregadas y de parámetros efectivos para la descripción de sistemas complejos. Por formación, el Sr. Smil obviamente no tiene demasiadas nociones de mecánica estadística, no sabe lo que son los comportamientos emergentes ni las clases de universalidad de las interacciones efectivas cuando un sistema tiene un gran número de grados de libertad (un gran número de individuos, por ejemplo), y tampoco entiende que lo que pretende «Los límites del crecimiento» no es predecir de manera cuantitativa el curso exacto de nuestra civilización sino las posibilidades cualitativamente disponibles. De una manera más llana: no se trata de saber si el colapso de la población sobrevendrá el 2 de Octubre de 2018 a las 14:03 sino si la curva de evolución del PIB, población, etc. será siempre creciente, estancará o comenzará a declinar a partir de algún momento. Es la misma distinción que hay entre la predicción meteorológica (mañana hará calor) y la climática (en verano hará calor); o si quieren ser más cuantitativos, la predicción meteorológica dice «mañana la temperatura será de 31ºC en Barcelona» mientras que la climática dice: «durante los próximos 50 años en verano hará cada vez más calor en la región Mediterránea, llegando a ser ese aumento de unos 2ºC más de media». Todas las disquisiciones que hace Smil sobre la geoquímica del dióxido de azufre y otras sustancias son por eso baladíes, puesto lo que interesa es ver el efecto conjunto de todas las fuentes de contaminación, el comportamiento efectivo emergente que resulta de la combinación de muchos efectos diferentes. Ésta es una metodología estándar que se usa, y con gran éxito, desde hace décadas para, por ejemplo, estimar la energía liberada en un reactor nuclear, para el diseño de nuevos materiales con unas propiedades escogidas, para modelizar el comportamiento de medicamentos y así un largo etcétera, el cual, por cierto, incluye la mayoría de los modelos econométricos y macroeconómicos que se usan hoy en día. Parámetros efectivos se usan para describir la resistencia del aire en un fluido turbulento (la carga aerodinámica de un coche, por ejemplo) o para elaborar encuestas. El Sr. Smil es un ambientalista de la vieja escuela y no es capaz de comprender el potencial de estas herramientas, lo cual es del gusto del Sr. de Ortega (el cual me malicio que sin embargo simpatiza con los modelos macroeconómicos). Por terminar esta digresiva discusión sobre Vaclav Smil -que daría para una larga serie de posts-, resultaría divertida si no fuera tan triste esta frase de Smil (página 5): «Pero no hace falta que uno sea un experto en química, toxicología o demografía para saber que a pesar del gran aumento (a veces órdenes de magnitud) de los diversos niveles de contaminación de sustancias nocivas durante el curso del siglo XX, hemos visto disminuciones de la mortalidad universales y asombrosos». El profesor Smil está confundiendo descenso de la mortalidad en general (por la mejora de la alimentación, de los medicamentos, de la higiene, etc) con descenso de la mortalidad específicamente asociada a los contaminantes, la cual en realidad ha ido ascendiendo durante el siglo XX. Por ejemplo, la propia Organización Mundial de la Salud reconoce que la contaminación atmosférica es ya la responsable de 1 de cada 8 muertes en el planeta, y eso hablando sólo del aire; faltaría ver la contaminación del agua, de los suelos, de los alimentos, etc.

Volviendo al post de Juan de Ortega, se explica bastante bien la cuestión del progresivo agotamiento de las vetas de mayor calidad de mineral de cobre, pero tal cosa no atormenta al autor porque a medida que la tecnología permite acceder a vetas de menor grado la cantidad de mineral contenida en ellas es cada vez mayor (porque aunque los filones tengan menos hay muchísimos más). Toda la discusión que hace en este caso, y en el del litio, es de naturaleza completamente económica, sin tener en cuenta que en realidad la pieza clave y determinante es la energía: esas vetas más rarificadas requieren cantidades exponencialmente crecientes de energía para su explotación, y eso a pesar de las mejoras tecnológicas introducidas. Y es curioso que no tenga esto en cuenta explícitamente, sobre todo porque justo antes de presentar el ejemplo del cobre había escrito:

«Por tanto, nuestra versátil economía industrial solo sufre una forma de escasez de recursos realmente esencial: la de la energía que alimenta el capital. Con recursos energéticos abundantes, los demás cuellos de botella físicos al desarrollo son en general abordables.»

Puedo estar aproximadamente de acuerdo con que con energía ilimitada los problemas físicos al desarrollo son bastante menores (con ciertas salvedades), pero en todo caso eso es una tautología. Tenemos un problema de inviabilidad de la sociedad industrial, de falta de capacidad de hacerla continuar. Podríamos hacerla continuar si tuviéramos la tecnología de materiales actual y una cantidad ilimitada de energía, sí, pero también si tuviéramos materiales infinitos y energía limitada, o incluso con materiales y energía limitados pero con una capacidad de regeneración ecosistémica infinita (que entre otras cosas nos permitiría reciclarlo todo). Estas tres, y unas cuantas más, son maneras equivalentes de expresar nuestro problema; pero la mera formulación de la insostenibilidad de nuestra sociedad del modo «nuestro sistema sería viable si una de estas variables fuera infinita» no es lo mismo que resolver el problema, porque ninguna variable será jamás infinita (sobre por qué eso sólo es una abstracción matemática les recomiendo la discusión final del post «Qué es la energía«).

Hay también en ese párrafo que he destacado una frase sorprendente por lo inspirada y real: la única escasez real es la «de la energía que alimenta el capital». Eso demuestra que Juan de Ortega está muy cerca de comprender la verdadera dimensión (una de ellas, en realidad: seguramente la que cree que es la más interesante) del problema, y es una lástima que no haya dado un paso más. Me ha recordado esa frase a la que se encuentra en el informe «La tormenta perfecta» de Tullett Prebon (recuerden, una firma de intermediación financiera de la City, no un grupo de ambientalistas desbocados). En la página 11 del informe se puede leer: «En última instancia, la economía es -y siempre ha sido- una ecuación sobre los excedentes de energía, gobernada por las leyes de la Termodinámica, y no por las del mercado». Creo que también le resultaría útil al autor revisar el trabajo del profesor Gaël Giraud, del cual republicamos aquí una entrevista.

Quisiera destacar también otro párrafo, justo anterior al precedente, que no comentaré pero que contiene una fuerte carga ideológica y, de nuevo, una gran proximidad con la verdad (ese «fuentes de energía de alta densidad»):

«La industrialización se puede describir en buena parte como el proceso en el que la economía humana, tradicionalmente limitada por la escasez de un conjunto heterogéneo de recursos naturales (tierra cultivable, agua, recursos minerales), es capaz de afrontar cualquier otra clase de escasez mediante el uso de capital alimentado por fuentes de energía alta densidad.»

Hasta aquí se podría decir que el artículo derrapa, pero cuando llega al apartado «Combustibles fósiles y la transición petróleo-gas» la metáfora más adecuada sería decir que patina. La primera gráfica que presenta para argumentar que no hay ningún problema a la vista es la de evolución de las reservas de petróleo y gas, que es perfectamente creciente. Así pues, si cada vez «hay más petróleo», ¿por qué debería haber algún problema? Pues porque «reservas» no es lo mismo que «producción». Una cosa es cuánto petróleo tenemos más o menos localizado debajo de la tierra (los recursos), otra cosa es cuánto de este petróleo sería extraíble en condiciones económicas (las reservas) y la última cosa, y la más importante, es a qué velocidad va a salir este petróleo (el ritmo de producción). Nuestro problema no ha sido nunca cuánto petróleo hay (o cuanto creemos que hay debajo del subsuelo -ver el artículo de Marga Mediavilla); el problema es y ha sido siempre a qué velocidad lo podemos extraer, y lo que es crítico es en qué momento la producción alcanza su máximo (el denominado cenit de producción o peak oil) y empieza, inexorablemente por más que se pretenda lo contrario, a caer. Así lo dijo Marion King Hubbert en 1953 cuando hizo la estimación de que el momento del peak oil de los EE.UU. sería hacia 1970 (como así fue), así lo repitió en 1972 cuando estimó que el peak oil del mundo sería en 2000 (fue en 2005; hasta la Agencia Internacional de la Energía reconoce que fue aproximadamente entonces) y así lo repitieron Colin Campbell y Jean Laherrère en su seminal trabajo de 1998 cuando predijeron que sería antes de 2008 (y como dijimos fue en 2005). Es inútil. Aún esta semana los medios españoles se hacían eco del último BP Annual Review diciendo que según BP queda «petróleo» para 53 años. Esa frase es, sencillamente, falsa. Petróleo queda en realidad para siglos, porque extraer petróleo no es simplemente abrir un grifo y que vayan saliendo los 90 millones de barriles diarios (Mb/d) que consume el mundo hoy en día el mundo. Cuando dicen que queda petróleo para 53 años en realidad lo que se dice es que las reservas actuales, si se mantuviera el consumo actual, durarían 53 años. Se podría decir que este argumento es falaz porque el consumo no es constante, sino que tiene que ser creciente, porque para que la economía crezca el consumo de petróleo tiene que crecer (estoy seguro de que los amigos de Politikon querrían rebatir esto, pero esto alargaría demasiado la presente discusión y lo dejaremos para otro día; también pueden, no sé, leerse algunos artículos de este blog). Sin embargo, el problema ni siquiera es ése. El problema es que el petróleo que queda es el residual. El que está disperso. El que está más profundo. El que no se encuentra en formaciones comunicadas y canalizadas, sino que forma reservorios desconectados y que para acceder a él se ha de perforar más, calcular más, gastar más energía -que es lo que es importante al final, y no el dinero, mero comodín. Y por eso ese petróleo sale más lentamente, y cada vez más lentamente. No es que sea técnicamente imposible sacarlo más rápidamente; es que es imposible sacarlo más rápidamente y ganar energía en el proceso, y si no se gana energía nunca se va a ganar dinero. Es un fenómeno harto conocido, estudiado y comprendido. No se puede resolver con más inversión, la receta típica del economista. En cuanto al recurso retórico habitual, la imparable mejora tecnológica que es el credo de esta sociedad, cabe decir que la industria del petróleo es una industria hipertecnificada, avanzadísima tecnológicamente, que se encuentra en la fase de rendimientos decrecientes desde hace años (a veces para intentar reforzar su imagen de industria avanzada se publicita que las técnicas del fracking son muy modernas cuando datan de hace muchas décadas). Y aunque no se puede descartar futuras mejoras, que mejoras sin duda vendrán, tampoco parece sensato ni adulto fiarlo todo a una esperanza antes que a una certeza.

Está, por supuesto, la cuestión de los otros líquidos del petróleo, esos 20 Mb/d que no son el crudo o condensado convencional. El triunfalismo de la industria pretende hacer creer dos cosas que son falsas. Una, que se puede aumentar su producción tanto como se quiera; y dos, que sustituyen perfectamente al petróleo. La discusión pormenorizada de los límites de cada fuente no convencional sería larguísima, pero afortunadamente casi todos los temas han sido tratados en este blog: las arenas asfálticas del Canadá, los biocombustibles, los líquidos del gas natural, el petróleo de aguas profundas y árticas… Cualquiera con un poco de perspectiva histórica sabrá que hace 15, 10, 5 años cada uno de esos malos sustitutos del petróleo fueron publicitados como «la gran alternativa al petróleo», «el futuro de los hidrocarburos» y otras zarandajas, sin que jamás hayan llegado ni de lejos a cubrir tales expectativas. Ahora le toca el turno a los hidrocarburos explotados con la técnica del fracking, en lo que parece que es el final de la huida delante de la realidad, puesto que aunque en Politikon parecen ignorarlo a pesar de la clamorosa evidencia disponible el fracking no es más que una burbuja financiera (al estilo de la inmobiliaria, la cual por cierto está rebrotando en todo el mundo) que ya está comenzando a explotar.

Traigo aquí la gráfica original del artículo de Juan de Ortega sobre reservas, producción y precio porque creo que merece la pena destacar algunas cosas más:

Un aspecto que se destaca poco pero que a mi entender es fundamental para comprender lo que pasa es que, igual que en el artículo de Politikon, se ocupa muchísimo espacio para hablar de la inevitable transición del petróleo al gas (fruto de la mentira mediática que rodea al shale gas explotado con fracking) cuando en realidad el mundo está haciendo la transición del petróleo al carbón, como muestra claramente la gráfica producción que ha enlazado el propio Juan de Ortega. El hecho de que el carbón haya empezado a crecer tan rápido poco antes de ese punto de transición que fue 2005 debería hacer pensar a más de uno si la retórica política no esconde realidades bastante más incómodas. Con todo, la más interesante de las gráficas es la del precio: dado que se termina en 2010 uno podría pensar que el precio del petróleo hizo la subida de la crisis de Julio de 2008 y después volvió a la normalidad. Nada más lejos de la realidad: los precios se están manteniendo altos, en términos históricos:

¿Y por qué pasa eso? Pues porque desde el año 2005 la producción de petróleo crudo se ha vuelto muy inelástica:


Extraído de  Murray & King, Nature 481, 433435; 2012

En suma: es muy difícil incrementar la producción de todos los líquidos del petróleo (ya saben, el crudo y condensado convencionales más los sucedáneos), y si no fuera por el light tight oil (LTO) que se explota por fracking en los EE.UU. ya estaría cayendo. El problema es que la mayoría de las empresas que se dedican al LTO, tal y como informa Bloomberg, están en una situación financiera delicada, por decir lo menos (en realidad la mayoría va a desaparecer). De hecho, si los autores de Politikon siguieran más de cerca la actualidad del mundo del petróleo sabrían que las majors están abandonando drásticamente los yacimientos de peor calidad (fracking, aguas profundas, etc) y se van a concentrar en menos explotación pero más rentable, mientras van encogiendo y encogiendo. Las consecuencias de tal decisión es que en pocos años, quizá en meses, el suministro de petróleo del mundo experimentará una súbita bajada de más del 5%. Y eso sin contar con los repetidos avisos de la AIE de que la cosa está yendo rápidamente a peor, y los continuos cantos de sirena de la prensa (ahora con la falacia de que los EE.UU. serán el primer productor mundial del petróleo), quimeras muy lejanas de lo que realmente ponen los informes de la AIE (pero, claro, es muy pesado leer 700 páginas y no digamos entenderlas).

La parte final del artículo consiste, aparte del reconocimiento de la gravedad del problema del cambio climático, en una serie de odas a la tecnología de la sustitución del petróleo por gas, carbón y uranio (que está sucediendo a escala muy pequeña; otro día hablaremos de los límites del gas natural, del uranio y los del carbón); llama por cierto la atención el uso de la palabra «ilimitado» referido a la disponibilidad de uranio cuando parece que está pasando ya todo lo contrario. Sobre todos estos temas, el repetido canto a la disponibilidad inmensa de las renovables y la electrificación de la sociedad (recordemos que energía no es electricidad: la energía eléctrica representa sólo el 21% de toda la energía final consumida en España, a pesar de lo mucho que se insiste en el debate energético en centrarlo todo en la electricidad) estoy cansado de repetirme: afronten «La verdad a la cara» y sigan todos los enlaces que se dan allí si quieren información más detallada.

De una web de la calidad de Politikon cabía esperar una presentación un tanto más equilibrada, sin ocultar los graves datos que menciono más arriba. Es una lástima que los autores de Politikon, que pretende ser una web que informe seriamente y sin alharacas de ciertas cuestiones técnicas, hayan optado por hacer críticas tan superficiales del manifiesto, justamente cuando se quejan de que en él no se aportan datos (es un manifiesto, no una enciclopedia; en este blog podrán encontrar centenares de páginas documentando esos datos que reclaman). Es probable que lo que más les haya molestado del manifiesto son algunas de sus formas, con las que yo tampoco estoy de acuerdo como ya he comentado; no obstante, hacen un flaco favor a sus lectores documentándose tan poco y conformándose con explicaciones ramplonas e infundadas.

Noticia relacionada [que completa este debate]: http://crashoil.blogspot.com.es/2014/07/sobre-los-recursos-supuestamente.html

Fuente: http://crashoil.blogspot.com.es/2014/07/revista-de-prensa-articulo-ultimatum-la.html