«Rajoy debe aprobar otra reforma laboral que flexibilice los salarios a la baja. Eso hizo Schröder en 2003. Eliminó el salario mínimo y laminó el Estado del Bienestar privando a millones de personas de sus ayudas sociales: eso causó disturbios y protestas. Le costó el cargo. Sin embargo, se trataba de la política adecuada.» «A […]
«Rajoy debe aprobar otra reforma laboral que flexibilice los salarios a la baja. Eso hizo Schröder en 2003. Eliminó el salario mínimo y laminó el Estado del Bienestar privando a millones de personas de sus ayudas sociales: eso causó disturbios y protestas. Le costó el cargo. Sin embargo, se trataba de la política adecuada.» «A su vez, no tengo dudas de que les espera una década, incluso más, de austeridad hasta llegar a esa devaluación interna del 30%.»[1]
Año 2023. Es el cálculo de Hans-Werner Sinn, presidente del IFO, el instituto alemán que asesora al gobierno del Partido Popular, en un ejercicio de sinceridad pocas veces publicitado. El final del túnel que augura la recuperación. El trayecto es largo. La receta para el camino es una vieja conocida: «la flexibilidad hace posible mejorar vía exportaciones.» Es decir: bajar los salarios para ser más competitivos en costes salariales, y por tanto exportar más.
Las reformas laborales de los últimos años -de ambos gobiernos- iban encaminadas en esa dirección. La reforma de 2012que abarata el despido -20 días por año trabajado- y facilita el descuelgue de los convenios laborales por parte de los empresarios parece haber dado sus frutos: el coste medio por despido ha bajado un 23%[2]. Los salarios, por su parte, han caído un 4,3% en el ultimo año.
La realidad es que la austeridad tiene el efecto contrario al que aparentan desear: «Los pronósticos subestimaron significativamente el aumento del desempleo y la caída de la demanda interior con la consolidación fiscal«, reconocieron los economistas del FMI Blanchard y Daniel Leigh. Por cada dólar que recorta el Ejecutivo de su presupuesto la economía del país pierde 1,5 dólares. Los pronósticos del FMI asumían que por cada dolar de austeridad la economía decrecería solo 0.5 dólares. La evidencia muestra que la austeridad aumenta la recesión, fundamentalmente a expensas de la caída del consumo.
Es lo que constata el Banco de España en el informe trimestral de marzo de 2013: «El comportamiento del PIB en el cuarto trimestre de 2012 fue débil, observándose, según la segunda estimación de Eurostat, una contracción del 0,6 %, en tasa intertrimestral. Este retroceso se debió principalmente a una caída de la demanda interna, pero también es atribuible a la fragilidad de las exportaciones.»[3]
La carrera por disminuir los salarios para aumentar las exportaciones, para ganar cuotas de mercado, es generalizada. Las consecuencias son evidentes: si todo el mundo devalúa los salarios ¿Quién va a exportar? Si los salarios disminuyen en todos los países, ¿Quién podrá comprar? Es lo que reconoce la Organización Mundial del Comercio: «la estrategia de reducción de costes laborales, una recomendación frecuente en términos de política interna para países en crisis y con déficit en su cuenta corriente, podría correr el riesgo de deprimir el consumo interno más de lo que aumentan las exportaciones. Si se buscan reducciones competitivas de los salarios en forma simultánea en un gran número de países, esto podría llevar a una «carrera hacia el fondo» en la participación del trabajo, reduciendo la demanda agregada.»[4]
«Salarios y empleo ponen todo el sacrificio. Hay que parar» mantiene Miguel Ángel García, analista de CCOO y profesor de la Universidad Rey Juan Carlos. «El excedente de las empresas no se ha destinado a aumentar la inversión, a aportar productividad. Se dedican a repartir beneficios y a reducir deuda«.[5] Y es que en 2012 las grandes empresas españolas del IBEX han destinado a dividendos 92.567 millones de euros, el 70,8% de los beneficios, mientras que destinan a reservas el 29,2%.[6] Es decir: 3 de cada 4 euros ganados por las empresas se distribuyen a los accionistas. Y solo 1 de cada 4 se acumula o invierte. No podría ser de otra manera ante un consumo raquítico. ¿Es esa la maravillosa competitividad de la que nos hablan los analistas económicos?
No podemos dejar de indignarnos ante lo evidente: ¿Cómo pueden seguir asfixiándonos de esta manera? ¿No se dan cuenta que la crisis empeora con su maldita austeridad? El economista Henri Houben explica porqué para las empresas, aunque a medio plazo pueda ser un problema, no es «su problema», si hay crisis «los capitalistas emplean cuatro medios: reducción de precios, reducción de costes laborales, cierre de departamentos, y, en consecuencia, la disminución de los puestos de trabajo y de los salarios; la quiebra de los más débiles. Todo ello no resuelve la recesión, ya que se está haciendo disminuir el consumo. Pero es,«en definitiva la mejor solución para cada capitalista individual, porque hace recaer el peso de la dificultades en su rivales, y le permite hacerse con las cuotas de mercado de las empresa que han quebrado o que ha adquirido.»[7] Es la ley de la selva: el sálvese quien pueda. Y en esa carrera los pequeños pierden y los grandes son cada vez más grandes. La crisis recae sobre los trabajadores.
Los efectos son devastadores: en el último año 850.000 personas perdieron su empleo en nuestro país. La tasa de pobreza afecta al 21,0% de las personas en edad de trabajar. Casi la mitad de los hogares no se pueden permitir ir de vacaciones una semana al año.[8]
Los cierres y expedientes de regulación de empleo se repiten en miles de empresas. Desde el año 2007, el empleo industrial ha disminuido un 26,7%: una pérdida de más de 717.300 puestos de trabajo. En los últimos cinco años, el paro ha crecido del 8% al 26,02%.[9]
La tendencia de las empresas a disminuir salarios para maximizar beneficios es la base de las crisis periódicas que azotan a la economía de mercado. A diferencia de las antiguas crisis económicas, en las que las malas cosechas o catástrofes naturales hundían en la más absoluta pobreza a millones de personas, la realidad en el capitalismo es la contraria: la gente no tiene casa, no come lo necesario, no puede pagar las medicinas, no por falta de necesidades o de producción, si no por falta de salario. Es la paradoja de la crisis de sobreproducción: casas sin gente, gente sin casas. Gente sin trabajo y empresas funcionando al 30%. Inmensas necesidades insatisfechas, millones de euros de beneficios en pocas manos.
Y es que a pesar de la crisis, las empresas financieras, industriales y de servicios españolas, declararon en los primeros 4 años de crisis 851.933 millones de euros de beneficios, por los cuales tributaron un 11,9%.[10] Un 11.9% frente al 28.5% que pagamos de media los trabajadores. Pero en la lucha por maximizar los beneficios, cualquier impuesto siempre es excesivo: «En lo que respecta a la reducción de las cuotas sociales, CEOE siempre ha defendido que es una reforma fundamental para que las empresas puedan crear empleo en una situación tan difícil como la actual. Los empresarios quieren reiterar su convencimiento de que existe margen suficiente para reducirlas y de que hacerlo contribuirá a que podamos competir con los países de nuestro entorno.»[11]
Es una espiral descendente: la patronal opone a los trabajadores entre sí para atacar las condiciones laborales. Opone las legislaciones entre sí para lograr la menos «interventiva». El ejemplo a seguir son los salarios de Indonesia, no las ayudas a la maternidad de Finlandia. Es la política laboral norteamericana, no el derecho a vacaciones francés. Es bajar los salarios, y no las primas de los accionistas. Es un dumping generalizado. Un dumping orquestado bajo una amenaza: si no lo aceptáis, deslocalizamos. Si no se acepta, tendremos que cerrar. Es el mismo argumento que utilizaron los empresarios mineros cuando afirmaban que sin el trabajo de los niños y mujeres, sin las jornadas de 12 horas de trabajo se verían abocados a cerrar. El movimiento sindical de aquel entonces no asumió esa lógica depredadora: luchó por mejorar las condiciones laborales. Creyó en su propio camino, en la espiral ascendente para mejorar las condiciones laborales, a expensas de los beneficios de los empresarios. Y lo logró.
Lo que está en juego es el reparto de la riqueza, de la gran tarta que significa el PIB. En 2012, por primera vez, los empresarios obtuvieron más porción de la riqueza que 18 millones de asalariados: un 46.2% frente a un 46%. Esa es la carrera real, la que no conoce «diálogos sociales«, la que esboza una sonrisa condescendiente ante los llamados a «conformarse con beneficios suficientes» o ante la «concertación«…
Que los pronósticos de Hans-Werner Sinn se hagan realidad, que nos enfrentemos a 10 años más de austeridad empobreciéndonos un 30% más, depende de la fuerza que se consolide en la calle y en las empresas. Estamos ante el mismo chantaje que esgrimían en el siglo XIX los empresarios mineros. Hoy más que nunca es necesario oponerse a la lógica que antepone los rendimientos a los accionistas a cualquier cosa. Como afirma Henri Houben: :»Las necesidades de la población son numerosas, y el mercado no las satisface, por falta de una demanda lo suficientemente solvente o de unas expectativas de beneficios capaces de atraer a los inversores privados. Para hacer frente a esta situación, se podrían crear, refundar o desarrollar empresas públicas no sometidas a la competencia.» Y para financiar este programa hay que «saber, a fin de cuentas, quién va a pagar esta crisis: ¿los capitalistas y sus aliados o los trabajadores?»
Notas:
[1] El País, 2 Marzo 2013
[2] Instituto Nacional de Estadística
[3] BCE, Boletín Mensual de Marzo. http://www.bde.es/f/webbde/SES/Secciones/Publicaciones/PublicacionesBCE/…
[4] Informe Mundial sobre Salarios 2012/2013: Los salarios y el crecimiento equitativo
[5] EL País, 3 marzo 2013
[7] La crisis de 30 años, Henri Houben. Asociación Cultural Jaime Lago. www.jaimelago.org
[8] Instituto Nacional de Estadística. Nivel, Calidad y condiciones de vida. 2012
[9] Encuesta población activa. 2012
[11] La CEOE se reafirma en la validez de sus propuestas ante la crisis y el desempleo
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