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Reseña del libro Como en Aquelarre de Kintto Lucas

Una epifanía de seres imaginarios

Fuentes: Rebelión

Si algún ser ordenado he conocido, ese se llama Kintto Lucas. No de otro modo podríamos explicarnos la legión de esos libros exhaustivos, minuciosos que recogen, día a día, los avatares políticos del mundo actual, triste, hay que decirlo, absurdo, imposible, que nos ha tocado vivir. Libros que no están hechos de reseñas sino de […]

Si algún ser ordenado he conocido, ese se llama Kintto Lucas. No de otro modo podríamos explicarnos la legión de esos libros exhaustivos, minuciosos que recogen, día a día, los avatares políticos del mundo actual, triste, hay que decirlo, absurdo, imposible, que nos ha tocado vivir. Libros que no están hechos de reseñas sino de análisis sostenidos, inteligentes, políticos en el sentido más profundo de la palabra: comprometidos, los habríamos llamado en otro tiempo, cuando la palabra aún tenía sentido.

Solo un escritor, así de ordenado, podría persistir en la escritura de ese mundo, quiero decir en la reescritura lúcida, concreta, lógica de una realidad que no es ni lúcida, ni concreta, ni lógica, pues el desorden reina en ella. Cordura y locura se separan por un concepto: el orden. Lo ordenado es cuerdo. Lo desordenado es loco. Por sus obras los conoceréis: nadie es, al menos entre nosotros, más cuerdo que Kintto Lucas. Nadie menos loco. Así puestas las cosas, tengo que darles, en este momento, dos noticias: una buena y una mala.

La buena es obvia: la presentación es este libro, magníficamente editado: Como en Aquelarre. La mala, es una sorpresa: con este libro Kintto Lucas, abandona su proverbial cordura y se declara completamente loco. No miento ni exagero. Este libro es un libro loco. De pronto, los miles de páginas que ha escrito (solo los tres tomos de Ecuador Cara y Cruz. Del levantamiento del noventa a la Revolución Ciudadana, publicados en 2015, pasan las mil doscientas, los millones de palabras que ha tecleado parsimoniosamente, encuentran una grieta en el poderoso embalse de su enorme obra, un breve remolino que revuelve y desordena su discurso tan racional y medido, y lo vuelve una especie de rompecabezas desarmado por el manotazo de un diablillo juguetón en una mesa de gelatina.

La única manera de que podamos encontrarle un sentido es la de que nos adentremos en su locura. Quizá todos recordemos esa extraña enciclopedia china que inventó Borges y que le sirviera a Foucault para escribir la más célebre de sus obras: Las palabras y las cosas. Según esa enciclopedia, los animales se clasifican en: «a) pertenecientes al emperador, b) embalsamados, c) amaestrados, d) lechones, e) sirenas, f) fabulosos, g) perros sueltos, h) incluidos en esta clasificación, i) que se agitan como locos, j) innumerables, k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, l) etcétera, m) que acaban de romper el jarrón, n) que de lejos parecen moscas».

¿Por qué nos reímos de esa clasificación? Porque es impensable. Porque no puede existir. Porque le falta un piso de comparación. Es decir que lo que no podemos clasificar, no podemos pensar. Clasificar es pensar, razonar, en una palabra, ser cuerdos. El límite de la locura está, pues, en aquello que no podemos pensar. Ergo. Los locos piensan por su cuenta cosas que nosotros, los supuestos cuerdos, apenas si podemos imaginar como locas.

Algo de eso me pasa con la impensable concurrencia de los seres que habitan Tierra Negra, la insólita patria de Como en aquelarre, un lugar que no tiene ni geografía ni historia. Ellos son: «Brujas, monstruos, ruiseñores, abejas, hormigas, poetas, barcos, telegrafistas, tontos, palomas, locos, sombras, semillas, colores y palabras». Tales, los moradores de Tierra Negra. Una epifanía de seres imaginarios y simples. Nada que ver con los cronopios, esperanzas y famas de Cortázar, tan juguetones y sintéticos, tan previsibles y, en una palabra, tan cortazarianos.

No. Estos son de otra condición. Se presume que vienen de muchas expulsiones. Han llegado a Tierra Negra porque no tenían a donde ir. Entablan relaciones entre ellos y no importa que sean abejas, colores o palabras. En el fondo, son migrantes sacados de muchas partes. Qué es esto. ¿Poema? ¿Cuento? ¿Novela surrealista? ¿Ensayo des-ensayado?

Todo eso a un tiempo: un narrador no omnisciente, sino escondido, implícito, vigila las transformaciones de un ruiseñor mágico o poético, que migra y se mezcla en lo hondo del corazón de ciertos de poetas elegidos: Keats, por cierto, pero también Santa Teresa que en Tierra Negra es solo Teresa, John Don, Safo, Apollinaire, Urondo…

¿Qué es esto? Insistimos, cuando avanzamos velozmente, entre las páginas que nos llevan como dentro de un sueño, presos de su colorido y sus frases bellas, sembradas, aquí y allá, como al descuido, pero sin comprender bien que en este texto (y como se llame su género ya no tiene importancia) hay muchos desvíos en su riqueza inasible y dispersa: hay algo del arte de la fuga en eso de perseguir palabras y reemplazarlas por otras hasta que nos damos cuenta de que esas palabras no son gratuitas sino propias de los entes mágicos que se metamorfosean como los ya mentados ruiseñores en poetas. Que el arte de la fuga no es de palabras sino de seres.

¿Qué es esto? A ratos presumimos que su pequeña mitología viene de lejos, de la época de Francisco de Asís y sus hermanas estrellas y hermanos gusanos y a ratos también camina hasta la de Silvio Rodríguez con sus unicornios azules.

¿Qué es esto? En el fondo, una utopía de seres imaginarios que aún conservan poesía y sueños en sus almas mágicas. Un lugar impreciso, por fuerza propio de un sueño. Porque para los seres de Tierra Negra no hay fronteras entre las especies. Así el poderoso Monstruo de Agua, quien, en tiempos legendarios, pudo cansarse de sus advertencias y escupir ceniza y fuego sobre las ciudades incrédulas y esparcir plagas y dejar en tinieblas al mar Mediterráneo; ese terrible señor, es capaz de arribar a Tierra Negra, como un exiliado más, un dios crepuscular desposeído de sus poderes, y enamorarse de otro personaje querible: la Bruja más sabia.

Memorable es la llegada fundacional a Tierra Negra de esos exiliados del mundo y cito: primero llegaron las hormigas desde la montaña cargando hojitas de plátanos, alas de moscardones y tzantzas de zancudos; luego los ruiseñores con libros y cantos y las brujas y el Monstruo del Agua. En fin. A Tierra Negra hasta ha llegado una telegrafista que traduce mensajes… pero de correos electrónicos…

Al final de En Aquelarre, comprobamos que aquello que empezó, como lo dijimos, como un arte de la fuga, termina como un pequeño poema sinfónico que se precipita en un abismo de sombras. No es un descenso al infierno, solamente. Es el infierno el que hunde a Tierra Negra con el gobierno de los seres rastreros, propios del inframundo, simbolizados por caracoles siniestros y otros extraños personajes como los cururús.

Es cuando, más allá de sus fantasías y esas figuras sinestésicas que nos permiten saborear colores y ver sonidos, descubrimos que el libro es tramposo: Kintto lo hizo como un testimonio loco, pero solo en apariencia, porque, a esta altura del texto, descubrimos que hay un orden disimulado en una Tierra Negra repartida en cuatro dominios claros:

1) De la pura ficción, 2) De la pura realidad 3) De la erudición (es un libro secretamente erudito) y 4), De la política (también muy discreta y encubierta en este libro tan surrealista). Y así, de pronto, entendemos que este grácil libro es una metáfora no solo del mundo que nos ha tocado vivir sino de un tiempo sombrío, en el cual todo parece carecer de sentido.

Por suerte, Como en Aquelarre termina con un misterioso mensaje de esperanza, si así el lector lo quiere ver, cuando un poeta le envía una carta nada menos que al Monstruo del Agua mientras fluye el tiempo en un reloj de arena.

En esta época de traiciones y engaños clamorosos, nos es inevitable recordar la frase persa que tanto nos gusta: «Esto también pasará». E inevitable también, volver a citar el aforismo de Walter Benjamin, con la que cierra Marcuse El hombre Unidimensional: Es solo gracias a la desesperanza que nos ha sido dada la esperanza.

Un libro casi cabalístico y tan propenso a las interpretaciones de cada lector que se acerque a él. Kintto Lucas nos muestra una vez más, ahora desde la fantasía y la metáfora, las luces y sombras de un mundo que no cesa de dar vueltas. Por suerte.

 Abdón Ubidia: Escritor ecuatoriano. Autor de novela, cuento, teatro y ensayo. Algunas de sus obras son Ciudad de invierno (1979), Sueño de lobos (1986), La Madriguera (2004), Callada como la muerte (2012), La hoguera huyente (2018), Divertinventos (1989) y Tiempo (2015). 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.