Recomiendo:
5

Una estrategia ecosocialista para ganar el futuro

Fuentes: Viento sur [Imagen: Central térmica, Escatrón, Zaragoza, España]

El mundo en que vivimos hoy está atravesado por una crisis económica, política y ecológica. Cientos de millones de personas han visto deteriorarse su nivel de vida y las perspectivas de futuro se vuelven borrosas, mientras otros cientos de millones padecen sequías, inundaciones y otros impactos del cambio climático, que no harán más que agravarse con el paso del tiempo.

Cuando las negociaciones climáticas internacionales se estancan y el activismo climático predominante se desespera cada vez más, la necesidad de un modelo de sociedad diferente y de una estrategia política para llegar a ella nunca ha sido más acuciante. Pero ¿cuáles serían concretamente sus características?

Desarrollar una estrategia efectiva para un cambio político radical implica tener una visión clara de los antagonismos, las alternativas y las vías de ejecución. Si reconocemos que las muchas crisis actuales son efectos comunes del proyecto capitalista (y no desviaciones del mismo), para dar respuestas hemos de nombrar al antagonista de una manera que permita a la gente identificar el origen del problema y oponerse al mismo. Esto no es fácil, puesto que la hegemonía capitalista también está ligada a su capacidad para enmascarar la realidad, promover el consenso y atemorizar a quienes se atreven a poner en tela de juicio lo que está mal.

Acto seguido hemos de imaginar qué viene después. No basta oponerse a algo si no se ofrece una alternativa que sea a la vez atractiva y posible. Si el capitalismo es el mal, ¿qué es lo que queremos en su lugar? Se han propuesto muchas opciones, incluidas algunas que podrían ser peores que nuestro capitalismo actual. Si el capitalismo destruye el planeta, ¿qué decir de una nueva era de capitalismo colonial en el espacio? Multimillonarios han utilizado esta visión para espolear la imaginación y fomentar la fe en soluciones tecnológicas como manera de favorecer sus propios intereses empresariales y atraer a más inversores. Científicos y el movimiento medioambientalista, por otro lado, responden afirmando lo que es evidente: ¡no hay planeta B!

Nuestra tarea es demostrar que no basta con reemplazar el capitalismo, ya que los sucedáneos pueden ser endebles y pasajeros. Lo que viene después debe abordar los fallos del sistema vigente y ser mejor de tantas maneras que demuestre que el statu quo simplemente ya no tiene sentido. La alternativa tiene que hacer que el capitalismo resulte anticuado, inservible y obsoleto.

Finalmente, sin embargo, hemos de llegar allí realmente. El problema con el cómo estriba en que a menudo se ha percibido como una mera cuestión de elegir los mecanismos e instrumentos disponibles en un arsenal existente. Si precisamos ir de Ciudad de México City a Guadalajara, podemos elegir entre el automóvil, el autocar, el avión o incluso las piernas. Una visión puramente instrumental del cómo despolitiza las condiciones y consecuencias de los métodos empleados y nos impide evaluar continuamente la compatibilidad entre una táctica adoptada y la estrategia general.

Nuestros instrumentos están sometidos a condiciones políticas, al tiempo y al espacio, a la cadena de suministros y la disponibilidad de recursos, al compromiso de las y los actuantes, a la sustancia, así como a la posibilidad de tomar desvíos y emprender ajustes. Esto significa que una vez identificamos el capitalismo como el problema principal y proponemos que la mejor alternativa, en efecto, es el socialismo, el cómo llegamos no solo implica una elección entre reforma o revolución, sino que esencialmente determina las condiciones que es necesario crear para tomar un poder de nuevo tipo y mantenerlo. No podemos contentarnos con desear el fin el capitalismo y sustituirlo por el socialismo.

Hacer historia, hoy y en el futuro

Cuando Karl Marx escribió1 que “los hombres hacen su propia historia, pero… bajo circunstancias que existen y les han sido legadas por el pasado”, lo que quiso decir no es que debamos aceptar dichas circunstancias o condiciones o ataduras, sino que nuestra tarea consiste en crear unas condiciones diferentes para heredarlas en el futuro, condiciones que nos ofrecerán más posibilidades de implementar elementos de nuestra estrategia.

Cuando proponemos el socialismo como sistema que nos salvará del capitalismo, no basta afirmar simplemente que la revolución socialista es necesaria porque sin ella la sociedad no sobrevivirá. Para quienes ya están convencidas de la urgente necesidad de derribar el capitalismo, estas afirmaciones no son más que perogrulladas utilizadas para confirmar nuestras propias posiciones radicales. La realidad, nos guste o no, es que en ninguna parte estamos ante la inminencia de un levantamiento revolucionario y del establecimiento de alternativas socialistas a escala global. Decir esto no es anticomunismo derrotista, sino reconocer simplemente las condiciones concretas que nos ha legado el pasado.

Asumir críticamente nuestras deficiencias nos lleva a abordar las contradicciones relativas a los tempos de la construcción del socialismo en un mundo que se calienta a paso acelerado. Nos coloca ante el tiempo: el tiempo que hemos perdido, el tiempo que dedicamos ahora y el tiempo que sencillamente no tenemos. Si la revolución es el freno de emergencia del tren desbocado del Antropoceno, para emplear la metáfora de Walter Benjamin, también necesitamos un plan de evacuación. La transición ecológica pasa por cómo tomamos medidas de seguridad para prepararnos de cara al impacto de la revolución y nos equipamos para desembarcar en un terreno inexplorado.

Más que ninguna otra crisis que nos afecta hoy, la crisis ecológica altera radicalmente nuestro sentido de la urgencia, porque comporta el colapso de las condiciones materiales que hacen que la vida sea posible. Esta crisis, como las demás, es en su mayor parte producto del sistema capitalista. Factores de la Gran Aceleración, que van del aumento de las temperaturas globales a la pérdida de biodiversidad, están asociados a la insostenibilidad del modo de producción vigente. Estos no se pueden detener con soluciones capitalistas, porque el capital requiere más y más recursos de la naturaleza para que siga funcionando su ciclo de acumulación.

En ese sentido, el capitalismo verde supone una amenaza mayor que el negacionismo climático corriente, ya que parece reconocer el consenso científico en torno al cambio climático, pero oculta el papel del capitalismo en la crisis. Su tergiversación como un problema que puede gestionarse sin cambios drásticos en el modo de producción conduce a falsas soluciones y, por tanto, es en sí mismo un tipo de negacionismo. Sus soluciones abordan algunas cuestiones críticas, pero solo en la medida en que sean compatibles con el objetivo último de generar beneficios futuros.

No basta con cambiar la forma en que compramos productos para solucionar el problema. Los sistemas de compensación de las emisiones de carbono permiten a los grandes contaminadores seguir a lo suyo mientras otras empresas se forran reduciendo parte de sus emisiones. Las carteras de inversión de multimillonarios valoran métodos de geoingeniería que no están probados a gran escala y que pueden tener graves implicaciones éticas y biológicas. No podemos sustituir simplemente la forma en que proveemos de energía a la industria y la producción de bienes y servicios por una alternativa renovable, porque los recursos que tenemos en la Tierra son, al fin y al cabo, finitos. Tendremos que adaptarnos ‒tanto en términos de calidad como de cantidad‒ y habrá que abordar la distribución históricamente desigual.

El capitalismo debe acabar para que la vida pueda continuar, pero en nuestras condiciones políticas actuales ninguna solución parece ser a la vez radical y suficientemente rápida como para hacer frente a la crisis ecológica sin contradicciones. Nos enfrentamos a las amenazas inmediatas de la reorganización de las fuerzas de extrema derecha y fascistas ‒incluidas las ecofascistas‒ y al creciente predominio del capitalismo verde. Mientras nos organizamos para luchar contra esas amenazas, nuestro trabajo consiste también en identificar y comprometernos con posibles líneas de acción que permitan abordar muchas cosas a la vez.

Un programa de prevención que pueda comenzar bajo el capitalismo, como sostiene David Schwartzman, es esencial. Para escapar del desastre ecológico que se avecina antes de que tengamos la oportunidad de establecer una sociedad socialista, tendremos que poner en práctica ideas, políticas, microsistemas, reformas y otros acuerdos sociopolíticos que ralenticen el ritmo de la crisis al tiempo que sienten las bases de un poder popular capaz de superarla y sostener un nuevo sistema.

Se trata de una cuestión de sostenibilidad radical. Necesitamos una estrategia que opere en dos mareas políticas diferentes, como la llamo yo, de modo que una pueda dar cuenta de las contradicciones a las que se enfrenta la otra. La estrategia requiere que pensemos simultáneamente en cuestiones a corto, medio y largo plazo, pero con una flexibilidad que reconozca que la historia no es una secuencia lineal cerrada de acontecimientos y que surgen nuevas contradicciones a medida que la hacemos.

Sentar unas bases sostenibles para una acción más radical en el futuro es crear unas condiciones que plantearán problemas que aún no estamos preparados para abordar o de los que ni siquiera somos conscientes hoy. Sin embargo, son problemas que deseamos, ya que solo podrán materializarse una vez resueltos los que hoy nos acosan. Si nuestra estrategia tiene éxito, nuestros problemas no consistirán simplemente en aplazar el fin del mundo, sino que se ocuparán de lo que hagamos realmente en este planeta durante los siglos venideros, en los miles de millones de años que le quedan.

Identificar al sujeto del cambio

¿Quién puede aplicar esta estrategia? Únicamente aquellos sectores cuyos intereses reales residen en preservar las condiciones para la vida en la Tierra al tiempo que desean que dicha vida merezca ser vivida de una manera inclusiva y pacífica, personas que necesitan reclamar el tiempo que les ha sido arrebatado por la explotación capitalista con el fin de prolongar el tiempo de la sociedad humana en la Tierra.

Incluso en las primeras fases, nuestra estrategia no corre el riesgo de quedar enredada en el capitalismo verde, porque nuestro sujeto del cambio es la mayoría de la sociedad explotada por este sistema: la clase trabajadora, las personas migrantes y refugiadas, los grupos indígenas, las personas con discapacidad, las mayorías racializadas, las mujeres y las personas LGBTQI+ marginadas que no pueden ser absorbidas en el espacio tan limitado que ofrece el capitalismo en términos de movilidad de clase. Nuestra estrategia requiere construir un poder colectivo en sistemas que demuestren a la mayoría de la clase subalterna que es posible reorganizar la sociedad y que los resultados de dicha reestructuración son deseables.

De hecho, los resultados deseables están en el meollo de una estrategia acertada. La vida tiene que mejorar desde el principio de la aplicación de un programa ecosocialista para garantizar el apoyo sostenido al horizonte socialista y la viabilidad de la ruptura, especialmente cuando se está bajo amenazas externas de represión, sanciones y guerra. Estas amenazas deben preverse, ya que nuestra estrategia desafiará desde el principio los focos de hegemonía capitalista al alterar la forma en que tratamos la naturaleza, y creará las condiciones para una acción contrahegemónica organizada, lo más cerca que estamos de una conciencia socialista generalizada.

Las amenazas aumentarán cuanto más nos convirtamos nosotras también en una amenaza. Sin embargo, esas amenazas no deben utilizarse para justificar más penurias de lo inevitable ni desviar demasiada energía de los ámbitos que mejoran la vida de inmediato. Los ataques limitan las líneas de acción y presionan sobre la manera en que tomamos las decisiones y los planes que desarrollamos, pero no pueden ser una excusa para tomar el camino más fácil, es decir, restringir el tipo de libertades que constituyen el núcleo del proyecto socialista. Nuestra estrategia preparará la guerra, pero tratará de evitarla sentando las bases de la paz.

En resumen, nuestra estrategia consiste en una transición ecológica que haga posible la transición socialista. Se pasa de una sociedad profundamente insostenible a otra en la que el riesgo de colapso se habrá retrasado al menos unos pocos siglos.

Dado que el colapso planetario es un riesgo real en este siglo, tal y como se evalúa en el Informe de Evaluación Global sobre la Reducción del Riesgo de Desastres 20222, la transición ecológica debería producirse dentro de un plazo corto, que va desde ahora hasta 20 o 30 años en el futuro. Así pues, suponiendo que el capitalismo sea el sistema dominante en las próximas décadas, la transición ecológica se producirá en su mayor parte bajo el sistema vigente. Esto no se debe a que optemos por realizar la transición bajo el capitalismo, sino a que si no se hace inmediatamente, no hay posibilidad de llegar al socialismo debido al agotamiento de las condiciones que sostienen la vida. Al fin y al cabo, seguimos en el tren.

La transición ecológica constituye nuestra respuesta inicial y, si se hace correctamente, nos permitirá aplicar los mejores planes a largo plazo. Por supuesto, una vez que se produzca el paso del capitalismo al socialismo, podrán realizarse aspectos aún más radicales de la transición ecológica en lo que será una transición ecosocialista con diferentes pilares de propiedad y poder.

Dado que las reformas promovidas por los numerosos planes y acuerdos de la transición ecológica no son suficientes para superar realmente el capitalismo, nuestra estrategia requiere la construcción de potentes movimientos que garanticen estas reformas, pero que también creen condiciones para la ruptura. André Gorz hablaba de “reformas no reformistas” por su potencial para ayudar a cultivar “contrapoderes”, lo contrario del reformismo que parchea el sistema. Así pues, una estrategia ecosocialista requiere un periodo de combinación de la labor de organización y con un sólido programa de transición ecológica bajo el capitalismo, para que los frutos de esta labor puedan, en última instancia, romper con el sistema y construir una sociedad ecosocialista.

Dos mareas políticas interactúan y se apoyan mutuamente para formar nuestra estrategia.

Una marea conlleva una transición más rápida del punto A al punto B, en la que compramos tiempo ecológico y ofrecemos atisbos de una vida mejor mientras seguimos bajo el capitalismo. La transición ecológica implica una combinación de planes de transición y de Pactos Verdes que aprovechen el poder limitado de las reformas en un primer momento, centrándose en reformas estructurales que aborden la crisis inmediata, refuercen el sector público y la gestión pública, fomenten la participación política a varios niveles, hagan un uso informado de las campañas y la propaganda para crear conciencia, capaciten a las organizaciones socialistas para gestionar los problemas a su alcance, nacionalicen los recursos, construyan infraestructuras que favorezcan un uso eficiente de dichos recursos y una vida más colectiva, y traspasen las fronteras con una perspectiva de integración regional, reparaciones y solidaridad internacional.

La otra marea consiste en la construcción de movimientos, mediante los cuales fortalecemos la conciencia de clase y las normas socialistas democráticas que construyen el poder colectivo para una ruptura más radical que apunte a todos los pilares de la propiedad privada, la ganancia y la acumulación, en lo que será la transición del capitalismo al socialismo. La construcción de movimientos crea el sujeto de la transición ecológica pero va más allá, ya que genera las condiciones para el poder socialista. Una vez bajo el ecosocialismo, la construcción de movimientos es esencial para consolidar el poder popular, ya que una marea envuelve a la otra y nuestra estrategia sigue siendo reevaluada y reajustada.

Más allá del GND

La profundidad de la crisis ecológica implica que si no se cumplen ciertas condiciones no hay posibilidad de construir una sociedad socialista, aunque la clase obrera esté preparada para el socialismo. Así pues, una estrategia ecosocialista eficaz se sitúa en el conocimiento y la materialidad del Antropoceno, pero pretende acortar esta era por medios ecológicos.

Esta conclusión debería guiar las conversaciones en torno a las diversas demandas de un Nuevo Pacto Verde (Green New Deal, GND). En general, un GND es un conjunto de reformas, inversiones y ajustes relacionados con la mitigación y la adaptación al cambio climático, pero también con otros aspectos de la crisis ecológica, que deben aplicarse en un plazo breve. Los GND deben formar parte de nuestra estrategia, pero no son nuestra estrategia como tal, ya que apuntan a políticas públicas más directas y son vulnerables a los cambios de gobierno.

Además, los programas nacionales de este tipo también deben coordinarse a través de programas regionales y seguir una orientación global más general. Los debates sobre un GND planteados por los movimientos sociales y las organizaciones de la sociedad civil deben esbozar principios y ofrecer salidas para acuerdos internacionales y el fortalecimiento de alianzas. Al fin y al cabo, la transición ecológica requiere una fuerte acción coordinada para alcanzar objetivos a corto y medio plazo, y estos programas ofrecen una gran oportunidad para realizar proyectos susceptibles de evaluarse objetivamente.

Se han presentado diferentes versiones del GND desde que el debate resurgió en EE UU después de 2018, algunas más capitalistas y otras más radicales. Independientemente de las etiquetas utilizadas, la ventaja de integrar programas similares al GND en una estrategia ecosocialista es doble: incluyen cambios que pueden aplicarse hoy y pueden ser herramientas de movilización.

A veces, los políticos y los medios de comunicación presentan el GND como un paquete de inversiones, pero en una estrategia ecosocialista es mucho más que eso. Los paquetes de inversiones son importantes, sobre todo si tenemos en cuenta los enormes cambios de infraestructuras que requiere la parte climática de la transición. Solo la conversión a energías renovables costará entre 30 y 60 billones de dólares adicionales de aquí a 2050, según distintos estudios. Hacer que las viviendas sean más eficientes y construir nuevos hogares confortables y respetuosos con el clima requeriría muchos más billones. Cambiar la red de transportes, fomentar las nuevas tecnologías y cultivar nuestros alimentos de forma eficiente, pero sana y sostenible, también requerirán mucha inversión.

Actualmente, el sector financiero afirma que podría destinar más de 100 billones de dólares en activos a financiar la carrera hacia las emisiones cero neto. Pero esto es lo de siempre, ya que los marcos de emisiones cero neto siguen permitiendo al capital fósil apostar por el sistema y no pueden funcionar con la suficiente rapidez en las próximas tres décadas para evitar que superemos los 2º C, por no hablar de los 1,5º C. El motivo es sencillo: contempla la inversión desde dentro del paradigma capitalista, donde hay mucha más diversificación y conversión que una transición real a otra cosa.

El argumento de que la transición climática puede generar muchos otros billones de crecimiento capitalista atrae a los inversores y complace a los representantes políticos dispuestos a incorporar la agenda climática, pero solo si pueden sacar provecho de ella. Los mercados financieros invertirán en la neutralidad al carbono del mismo modo que evalúan las acciones de empresas. No les preocupa el grueso de los problemas ecológicos provocados por la Gran Aceleración, porque eso exigiría cuestionar la lógica de la acumulación capitalista en su conjunto.

Además, elementos importantes de la transición acaban minimizándose cuando las propuestas del GND llegan a los programas políticos generales, como ocurrió con la Ley de Reducción de la Inflación de 2022 de Joe Biden en EE.UU. Cuando la política viene dictada más por la inversión climática que por la justicia climática, aún hay margen para empujar las cosas hacia la izquierda, pero lo más probable es que el capital fósil luche por su parte del pastel. Deberíamos librar algunas de estas batallas para asegurar ganancias marginales, pero su lógica no puede dictar nuestra estrategia.

En una estrategia ecosocialista, los programas del GND promueven la inversión con el propósito de luchar contra múltiples crisis y la combinan con iniciativas que implican a gobiernos, comunidades, movimientos y pequeñas empresas para reconfigurar aspectos del modo en que producimos, consumimos y vivimos. Un GND puede centrarse en objetivos asequibles con rapidez y, dado que esos cambios son deseables, sirven de polo de atracción para reunir a más gente, lo que a su vez favorece la rendición de cuentas y contribuye a plantear demandas más radicales.

Por ejemplo, cuando se ofrece una garantía de empleo verde, la movilización puede asegurar que los puestos de trabajo creados comporten salarios dignos, prestaciones sociales, subsidios de recualificación y sindicalización. En combinación con estas medidas, una mayor presión desde abajo también puede dar pie a un GND que preconice una reducción de la jornada laboral.

Luchar por y contra el tiempo

La reducción de la jornada laboral con tasas de productividad estables altera la tasa de explotación del trabajo, lo que la convierte en una reivindicación anticapitalista radical. De hecho, ya se han conseguido reducciones significativas en varios Estados capitalistas centrales, respaldadas por una larga historia de actividad sindical en torno a esta cuestión. España ha iniciado recientemente una prueba con la semana laboral de cuatro días. Francia pasó a una semana laboral de 35 horas en 2000, y las encuestas indican que el nuevo tiempo libre se destinó a actividades como la vida familiar, el descanso y el deporte.

Cuando las tasas de productividad ya son elevadas, una semana laboral más corta puede incluso significar más eficiencia, lo que es deseable en ciertos sectores por el efecto positivo en el bienestar de la clase trabajadora. Más tiempo libre conlleva beneficios para la salud, menos desplazamientos y abre oportunidades para la organización política, alimentando ambas mareas de nuestra estrategia. Además, también puede contribuir a una carga más equitativa del trabajo de reproducción social en el hogar y alterar la percepción que tienen las personas de la rapidez con la que tienen que llegar a algún sitio.

Ralentizar el ritmo de vida tiene implicaciones especialmente interesantes a la hora de realizar las inversiones del GND en transporte público e infraestructuras ferroviarias.

Cuando la gente se ve obligada a elegir entre viajar en tren o en avión, tiene en cuenta el coste, la duración y la comodidad en general. La proliferación de aerolíneas de bajo coste ha hecho más accesibles los viajes, pero también ha contribuido en gran medida al cambio climático. El enfoque verde de algunas aerolíneas consiste en compensar sus emisiones de carbono en el mercado de bonos o permitir que los clientes compren sus propias compensaciones. Por otro lado, avanza la investigación sobre combustibles alternativos para la aviación. Las tecnologías de conversión de energía solar en combustible tienden a ser más eficientes que los biocombustibles, pero tienen importantes repercusiones en el uso del agua y la red solar, y requieren CO2 de captura directa u opciones de captura y almacenamiento de carbono.

Esto significa que, por mucho que deseemos que ciertas tecnologías mejoren facilitando así la transición energética mediante el paso directo de energías fósiles a renovables, las cosas no son tan sencillas. Una cosa es desear la transición del sector de la aviación, lo que implica también cambios en su tamaño, y otra muy distinta apostar por el simple paso de las energías fósiles a las renovables, pasando por alto todas las demás presiones ecológicas asociadas a la cadena de producción y a la cantidad de vuelos en todo el mundo, especialmente en las sociedades más ricas.

Nuestra estrategia debe fomentar la investigación y la innovación en mejores tecnologías con bajas o nulas emisiones de carbono, reconociendo al mismo tiempo que el avance tecnológico por sí solo no solucionará nuestros problemas. Las consideraciones sobre la cadena de suministros que se plantean cuando se trata de extraer minerales estratégicos nos ayudan a comprender que existen límites a la producción y a la aplicación en el sector del transporte.

Thea Riofrancos ha demostrado cómo el papel central del litio en las proyecciones sobre energías renovables forma parte de un delicado “nexo seguridad-sostenibilidad” influido por las expectativas de crecimiento, introduciendo un capítulo verde en la larga historia de las zonas de sacrificio creadas por el extractivismo, normalmente concentradas en el Sur Global o en territorios racializados del Norte Global. Es sencillamente absurdo esperar que debamos abrir más y más minas para extraer los materiales necesarios para producir mil millones de vehículos eléctricos (VE).

Sin embargo, esta lógica ha sido completamente normalizada por los actuales paradigmas de inversión verde, con gobiernos en Canadá, Noruega y otros países que optan por conceder subvenciones a clientes, concesionarios y fabricantes de automóviles para fomentar la venta de VE de pasajeros, en lugar de expandir masivamente el transporte público.

Nuestra estrategia debe establecer prioridades claras. Una forma de hacerlo consiste en alinear los intereses de las personas con las infraestructuras necesarias. Si tenemos que reducir el número de aviones en el cielo, ¿cómo podemos ofrecer a la gente medios alternativos de transporte de larga distancia que resulten atractivos en términos de coste, duración y comodidad? Podríamos, por ejemplo, ofrecer a la gente más trenes de alta velocidad en lugar de ciertas rutas aéreas, aprovechar las estaciones situadas en lugares céntricos y abaratar el precio, ¡quizá incluso declarar el transporte gratuito!

La crisis energética y del coste de la vida que azotó a Europa en 2022 llevó a Alemania y España a experimentar con subvenciones temporales para los trenes regionales y el transporte de cercanías. Si se toman en serio la crisis climática, los países y las regiones pueden invertir en programas similares al GND y cambiar la forma en que la gente utiliza el transporte. Al añadir infraestructuras, se producen otros efectos positivos, como la reducción de la congestión y de los accidentes de tráfico.

Incluso si un tren de alta velocidad no es tan rápido como un avión, cuando ralentizamos el ritmo de vida proporcionando a la gente más tiempo libre, la compensación puede no parecer tan mala. La comodidad de subir simplemente a un tren en vez de tener que pasar por el mostrador de facturación de un aeropuerto, o de tomar un autobús gratuito sin pasar por torniquetes y comprar billetes, ayuda a modificar comportamientos y a ganarse el consentimiento de la población.

Cuando el capitalismo ofrece una ventaja, esta conlleva un precio, tanto para la clientela como para el medioambiente. Las verduras pre-cortadas resultan cómodas en un mundo en que tenemos poco tiempo para las tareas domésticas, pero nos cuestan más y comportan un exceso de embalajes, normalmente de plástico. Una estrategia ecosocialista crea ventajas de naturaleza diferente, proporcionando una infraestructura pública verde que hace que la vida sea más fácil y barata para la gente trabajadora, conciliando las necesidades de las personas y la naturaleza en la transición ecológica.

Puesto que hemos de mitigar y adaptarnos rápidamente, la transición ecológica solo ganará esta carrera contra el tiempo si también genera tiempo mediante la reordenación de la producción y los entornos en que vivimos.

Algunas cosas vienen primero

Nuestra estrategia también es desigual y combinada. Entendemos que el capitalismo ha impulsado la desigualdad en el planeta y que el colonialismo sigue influyendo en el adelanto industrial y la división internacional del trabajo. El subdesarrollo del Sur Global se combina con el adelanto del Norte Global.

Cuando el sociólogo brasileño Florestan Fernandes explica este fenómeno, destaca que la persistencia del capitalismo dependiente en los países periféricos forma parte de un cálculo capitalista: el desarrollo del capitalismo en los márgenes acaba sumamente disociado de estructuras democráticas y favorece el establecimiento de autocracias. La intervención imperialista contribuye y saca provecho del déficit democrático en beneficio de los intereses de Estados más poderosos, si es preciso instalando dictaduras, como ha sido rutina en América Latina, así como en África y Oriente Medio.

Esta división centro-periferia también tiene profundas implicaciones ecológicas. El Climate Action Tracker calcula que el mundo alcanzará los 2,7 ºC de calentamiento a finales de siglo si se mantienen las políticas actuales. El Pacto por el Clima de Glasgow de 2021 fracasó una vez más en sus promesas y recortes más radicales. Las políticas actuales no solo están diluidas, sino que también existe una brecha en su aplicación que conducirá a resultados aún peores y desiguales.

El Antropoceno puede considerarse fruto de la intervención humana, pero de forma asimétrica. Los países más ricos tienen mucha más responsabilidad histórica en el cambio climático que los menos desarrollados. Our World in Data calcula que EE UU, el Reino Unido y los 27 miembros de la Unión Europea suman el 47 % de las emisiones acumuladas mundiales. Además, aunque el cambio climático afecta a todo el planeta, los países más pobres están menos preparados para adaptarse a sus efectos.

Por ello, los países más ricos deberían asumir la mayor parte de los costes de la transición ecológica. Los programas nacionales de GND deben financiarse con fondos públicos y los más ricos deberían pagar más impuestos. Las amenazas de despidos, reducciones de plantilla e intentos de trasladar la carga a los consumidores deben combatirse mediante una sólida alianza entre las organizaciones de trabajadores y el movimiento ecologista.

Además, los mecanismos internacionales deben garantizar que los países más pobres tengan acceso a fondos, exenciones de patentes para tecnologías clave y apoyo técnico para su propio conjunto de programas. Tenemos que ir más allá de la financiación verde y de las promesas hechas a la ONU, dado que su carácter voluntario ha dado lugar hasta ahora a un grado de cumplimiento decepcionante.

En la COP15 de Copenhague, los países ricos se comprometieron a aportar 100.000 millones de dólares anuales para financiar proyectos de mitigación y adaptación al cambio climático en el Sur Global, pero cada año se quedan cortos. Para empeorar las cosas, una parte significativa de los miles de millones facilitados consistieron en préstamos. Japón y Francia han asumido más de la parte que les correspondía del compromiso, especialmente en comparación con EE UU, pero el grueso de su contribución consistió en préstamos reembolsables.

Esto ayuda a explicar el desequilibrio en la financiación, donde a menudo se privilegian las iniciativas de mitigación frente a los proyectos de adaptación que no generan beneficios, lo que se suma al devastador endeudamiento que ahoga las economías de las naciones más pobres. En su discurso de investidura, el nuevo presidente de izquierdas de Colombia, Gustavo Petro, hizo hincapié en cómo la deuda es un obstáculo para la transición en el Sur Global.

Autores como Olúfémi O. Táíwò han reclamado un paradigma de reparaciones climáticas y condonación de la deuda que permita a las naciones más pobres abordar el legado negativo de la esclavitud y la colonización como parte de su transición ecológica. Las reparaciones están incluidas en ambas mareas de nuestra estrategia, yendo más allá de la transferencia de dinero y ofreciendo un marco de transición justa que confiere un carácter político a las condiciones actuales y pasadas.

La selva amazónica se extiende por nueve países, y aunque estas naciones tienen sin duda derecho a mejorar la vida de sus ciudadanos, también comparten la responsabilidad de cuidar la Amazonia como no lo hicieron los países del Norte Global con sus propios ecosistemas. La mentalidad de que “ellos lo hicieron primero, así que nosotros también podemos”, que impregna algunos discursos desarrollistas en la región, es tan peligrosa como insensata. Las organizaciones socialistas de los países periféricos deben exigir reparaciones, pero la credibilidad de esta acción depende de que asuman su propia responsabilidad de explorar vías de desarrollo alternativas. La estrategia ecosocialista reconoce que los Estados del Sur Global tienen responsabilidades sobre los ecosistemas, pero a menos que los países ricos compensen sus responsabilidades históricas, el resto del mundo será materialmente incapaz de realizar la transición.

Incluso hoy, cierta corriente antiimperialista sostiene que el cambio climático es un engaño ideado por los países imperialistas para retrasar el desarrollo del Sur Global. Aunque se trata de una posición marginal, algunas variantes de este argumento se abren paso en los planteamientos de izquierdas sobre la crisis climática.

El petróleo es un buen ejemplo. Venezuela tiene unos 300.000 millones de barriles en reservas de crudo, las mayores del mundo, y muchos sostienen que su soberanía depende de ello. El desarrollo y la exportación de petróleo garantizan una afluencia masiva de capital extranjero para apoyar las inversiones en servicios públicos e infraestructuras, como ocurrió en los mejores años de la presidencia de Hugo Chávez. El capitalismo dependiente, sin embargo, hace que Venezuela no pueda ser un productor de petróleo autosuficiente. Carece de la infraestructura y de los recursos subsidiarios requeridos para el refino, y al mismo tiempo es objeto de intervenciones extranjeras en nombre del derecho venezolano, violaciones de la soberanía local y sanciones brutales que desestabilizan su economía y deterioran el nivel de vida, creando una crisis permanente.

Sin embargo, por mucho que los socialistas venezolanos tuvieran todo lo necesario para utilizar todas sus reservas de petróleo, la tan ansiada soberanía quedaría fuera de su alcance, ya que el nivel de emisiones que requeriría haría inhabitable el planeta, y no hay soberanía sin vida. Lo único que quedaría sería el ecoapartheid y las fuerzas ecofascistas alineadas con las empresas, peinando lo que queda de la Tierra en busca de sobras y condenando a la mayoría de los humanos a luchar por la supervivencia.

Reducir las emisiones de combustibles fósiles no es una opción, sino una necesidad. Hay que hacer diferentes ajustes según los niveles de desarrollo, para que los países periféricos no se vean excesivamente penalizados. No obstante, el aumento de la producción de petróleo venezolano dependería sin duda de las ventas a los mismos países del Norte Global que deben eliminar cuanto antes su dependencia del petróleo. La necesidad de la transición ecológica significa que Venezuela tampoco podría depender del mercado del Sur Global.

La buena noticia, sin embargo, es que los países que se han quedado estancados en los márgenes del desarrollo no necesitan pasar por una etapa lineal de mayor dependencia del petróleo, el carbón y el gas. Suministrar electricidad a las comunidades pobres por primera vez puede ser una medida más limpia, pasando directamente de la ausencia de energía a una red eléctrica que utilice fuentes renovables mixtas y tenga en cuenta los impactos ecológicos y comunitarios. No habrá necesidad de una etapa de combustibles fósiles mientras forme parte de nuestra estrategia un mecanismo de reparaciones centrado en la democracia energética.

Un país subdesarrollado no puede basar su soberanía en los combustibles fósiles porque su propiedad de la fuente la convierte en objetivo. Al mismo tiempo, su grado de desarrollo actual no es fruto del destino, sino el resultado de una política económica internacional, mientras que la anulación de la dependencia de los combustibles fósiles es una tarea de los países tanto ricos como pobres. Un Tratado de No Proliferación de Combustibles Fósiles dentro de un marco de transición justa podría contribuir a gestionar este proceso de manera equitativa.

Por un internacionalismo sostenible

La estrategia ecosocialista exige un replanteamiento de la soberanía en términos de sostenibilidad radical. La transición energética por sí misma nos hace ganar tiempo y, si se centra en atender las necesidades básicas, también contribuye a organizarnos en torno a los servicios públicos, la vivienda, la planificación comunitaria, el impacto tecnológico y un paradigma minero postextractivista.

La transición ecológica será diferente en cada país, según las responsabilidades históricas, pero debe combinarse con la planificación del comercio y el desarrollo para optimizar la forma en que las naciones aborden sus responsabilidades ecosistémicas. La historia nos ha enseñado que los países poderosos no sacrificarán voluntariamente sus intereses económicos por un bien superior. Este tipo de imperialismo ecológico va de la mano del imperialismo político-militar y de su propia contribución a la extinción y la barbarie. Los programas de transición ecológica requieren la participación de la clase trabajadora para alinear sus intereses entre las naciones más ricas y las más pobres y ejercer una presión común sobre los gobiernos y las instituciones internacionales.

El consumo de energía en los países de la OCDE es casi diez veces superior al de los países de renta baja. Aunque los ajustes de la eficiencia reducirán esta brecha, las pautas de consumo y el modo de vida general de las sociedades más ricas también deben cambiar. Dicho esto, el mundo desarrollado también está desgarrado por la desigualdad, y muchos trabajadores y trabajadoras no participan de lo que Ulrich Brand y Markus Wissen llaman el “modo de vida imperial”. Este modo de vida ejerce una fuerte presión ecológica sobre la Tierra y está relacionado con el extractivismo industrial que afecta a las comunidades locales del Norte y convierte regiones enteras del Sur en zonas de sacrificio.

Los recursos minerales necesarios para alimentar el apetito capitalista y sostener un modo de vida que promete grandes coches, grandes casas, carne abundante y viajes en avión baratos también serán problemáticos aunque se alimenten de energías renovables. Por lo tanto, una estrategia ecosocialista ha de implicar asimismo un decrecimiento desigual y combinado.

El decrecimiento selectivo tiene que ver con los sectores económicos, las fronteras y el territorio. Algunas regiones necesitarán niveles mucho más altos de inversión para que la gente pueda disfrutar por primera vez de una buena alimentación, vivienda, transporte y empleos estables. Otras regiones, especialmente en los países de renta alta, también invertirán en sectores estratégicos y los harán crecer, al tiempo que dependerán de las transferencias para construir infraestructuras inclusivas y convenientes para la gente trabajadora que se enfrenta a altos costes de la vida y empleos precarios. Esto, a su vez, requiere el control popular de los recursos ‒un tema candente actualmente en México, Bolivia, Chile, Colombia y otros lugares‒ y alternativas al modelo extractivista hegemónico.

La lucha de clases en la política climática se produce, de hecho, entre el trabajo y el capital, como sostiene Matt Huber, pero esto no debería impedir la comprensión de que la clase trabajadora y el capital están organizados de maneras a menudo contradictorias en todo el Norte global y el Sur global, como han esbozado autorías del decrecimiento, del ecosocialismo y de la teoría marxista de la dependencia. Las contradicciones políticas y económicas a menudo confunden los intereses de la clase trabajadora de distintos países, pero reconocerlas debidamente nos ayuda a identificar dónde coinciden los intereses de clase. Nuestra estrategia solo funcionará si también nosotras nos dedicamos a la educación política crítica en el trabajo sindical y dentro de los movimientos, de modo que la práctica transformadora contrarreste la influencia de la ideología capitalista.

Es posible reconocer la existencia de un modo de vida imperial, así como su distribución desigual. A veces, la imagen de un Norte Global y un Sur Global monolíticos puede suponer un obstáculo analítico, ya que implica líneas de conflicto geográficas en lugar de patrones históricos de producción y distribución de recursos, incluida la mano de obra. Los trabajadores y trabajadoras de la industria automovilística de Alemania y Brasil se enfrentan a realidades diferentes en cuanto a infraestructuras, salarios, derechos y geopolítica, pero en sus respectivas sociedades están sujetos a antagonismos de clase similares y afrontan los mismos retos.

La transición ecológica ha de tener sentido para la clase trabajadora de todo el mundo. El imperativo convencional del crecimiento económico ha conducido al empleo precario y a elevadas tasas de explotación, lo que significa que un debate en torno al decrecimiento desigual y combinado puede mejorar realmente las demandas de empleos ecológicos socialmente necesarios y de calidad, así como el tipo de condiciones de vida que las comunidades puedan desear, si centramos nuestra estrategia en marcos alternativos de suficiencia, solidaridad y justicia, como sugiere Bengi Akbulut.

Para lograr la transición ecológica, la clase trabajadora mundial tendrá que ajustar sus expectativas. Debemos rechazar el estilo de vida consumista del capitalismo y tener en cuenta las limitaciones energéticas y materiales a la hora de planificar una vida digna. Estos imperativos generan conflictos en torno a quién puede utilizar un recurso y en qué cantidad, problemas que no siempre podrán resolverse con tecnologías mejoradas.

De hecho, a veces son las tecnologías más antiguas las que pueden salvarnos, como la vuelta a la agroecología y el uso más eficiente del suelo y su contribución a la reducción de las emisiones. La reforma agraria y un proceso justo de delimitación de las tierras indígenas son condiciones necesarias para que la clase trabajadora rural se beneficie de la transición ecológica superando la pobreza y cambiando la forma en que alimentamos al mundo.

Puesto que no hay transición justa sin soberanía indígena, nuestra comprensión de qué va dónde ‒ya sean turbinas eólicas o bosques repoblados‒ exige mejorar nuestro enfoque de los derechos territoriales y las formas de vida. La clase trabajadora urbana de todo el mundo puede salir ganando, y debe coordinar la demanda de manera que la explotación de los recursos no conduzca a la creación de nuevas zonas de sacrificio.

También debemos ser sinceras sobre el hecho de que muchos empleos prometidos en la transición son temporales, ya que están ligados a la construcción de nuevas infraestructuras. Superar la obsolescencia programada significará también una producción más eficiente, menos recambios y un mantenimiento menos intenso. Algunos empleos pueden reconvertirse de sectores sucios a sectores limpios, mientras que otros tendrán que desaparecer por completo, como la industria de armamentos. Ser sinceras sobre este hecho ayudará a profundizar la marea organizativa en sindicatos, asociaciones y movimientos sociales en general, para no dejar atrás a nadie. Este tipo de cálculos se producirán dentro y fuera de las fronteras, tal vez muchas veces al día. El éxito de nuestra estrategia ecosocialista depende de la calidad de la construcción del movimiento internacionalista y de nuestra capacidad de coordinar la planificación.

La clase trabajadora es muy diversa. Incluye a los trabajadores y trabajadoras industriales, y los sindicatos desempeñan un papel importante. Dicho esto, también comprende mucha mano de obra informal. Según la Organización Internacional del Trabajo, en 2019 había unos 2.000 millones de trabajadores informales en todo el mundo. Algunos de ellos ‒como los que tienen trabajos temporales en granjas y pesquerías, o las 15 a 20 millones de personas que se ganan la vida reciclando‒ se enfrentan a riesgos especialmente altos de pérdida de empleo y problemas de salud a medida que avanza el cambio climático. También deberíamos considerar estos empleos, y no solo los fabriles, para la producción de paneles solares o baterías de litio, como empleos climáticos.

Las mujeres que realizan trabajos de cuidados también son cruciales para la transición, y no solo por el papel estratégico del sector de los cuidados para mejorar la vida de las personas con bajas emisiones de carbono. Las mujeres suelen ser las principales líderes en la resistencia a las empresas de capital fósil, en la reivindicación de la reducción de la semana laboral y su doble carga horaria, y pueden ayudar a tender puentes entre la clase trabajadora del Norte y del Sur a través del movimiento feminista.

La organización de todos estos sectores es vital para una verdadera transición justa internacionalista, y puede reforzar las campañas para presionar a los gobiernos en favor de los programas que necesitamos. Cuanto más éxito tengan, más probabilidades tendremos de que se unan miles de millones de personas, no solo la clase profesional más concienciada con el medio ambiente y las activistas comprometidas, sino también los movimientos sociales nacidos de las zonas de sacrificio que han participado en luchas seculares por la tierra, el agua, los bosques y una vida digna en todo el mundo. Este movimiento internacionalista se basa en la clase trabajadora por su cuestionamiento del capitalismo, que es la fuente de nuestras crisis actuales, pero está poblado por los diversos grupos marginales que pueden perderlo todo si el fascismo fósil o ecológico se sale con la suya.

Así, la marea de construcción de movimientos en nuestra estrategia siempre se ocupará de las cuestiones apremiantes de la transición ecológica, pero también debe planificar la ruptura como secuela de la naturaleza profundamente insostenible de la maquinaria capitalista. Nuestra estrategia requiere una acción audaz hoy, orientada por la utopía que puede guiarnos de este siglo al siguiente para construir una sociedad justa y deseable.

Nuestra estrategia va más allá de la supervivencia. Se trata de la vida ‒una vida mejor‒ y esto ya de por sí nos diferencia de los capitalistas y de las tragedias que provocan. El largo camino de la transición está lleno de contradicciones y presentará más desafíos de los que el movimiento socialista haya afrontado nunca. El tiempo es esencial y no podemos permitirnos seguir perdiéndolo, pues nuestro objetivo final es lograr una sociedad emancipada capaz de mantenerse durante los próximos siglos.

Sabrina Fernandes es activista ecosocialista brasileña y presentadora del popular canal marxista de YouTube, Tese Onze. Actualmente es investigadora posdoctoral en el International Research Group on Antiauthoritarianism and Counter-Strategies de la Fundación Rosa Luxemburg. Rosa Luxemburg Stiftung

Traducción: viento sur

Notas:

1/ En El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, capítulo 1.

2/ De la Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres.

Fuente: https://vientosur.info/una-estrategia-ecosocialista-para-ganar-el-futuro/