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Una Europa libre de transgénicos

Fuentes: Agencia de Información Solidaria

Europa representa la resistencia más férrea del mundo actual contra los productos transgénicos. La «Conferencia Europea sobre regiones libres de OGM (Organismos Genéticamente Modificados), biodiversidad y desarrollo rural», que ha tenido lugar en Berlín los días 22 y 23 de enero, ha reunido a representantes de gobiernos regionales, agricultores y activistas de organizaciones ecológicas procedentes […]

Europa representa la resistencia más férrea del mundo actual contra los productos transgénicos. La «Conferencia Europea sobre regiones libres de OGM (Organismos Genéticamente Modificados), biodiversidad y desarrollo rural», que ha tenido lugar en Berlín los días 22 y 23 de enero, ha reunido a representantes de gobiernos regionales, agricultores y activistas de organizaciones ecológicas procedentes de todos los rincones de los 25. Su objetivo consiste en impulsar normativas europeas desde iniciativas locales y regionales frente a las concesiones que la Unión Europea empezó a hacer el año pasado ante la presión estadounidense. Pero la resistencia europea tiene una larga historia a sus espaldas.

En 1997, la Unión Europea comenzó a elaborar su propia legislación sobre transgénicos y lo hizo imponiendo el etiquetado para la venta de todos los productos derivados de ingredientes genéticamente modificados (la legislación ha ido evolucionando y con su última modificación, en 2003, se podía identificar cualquier producto transgénico, excepto aquellos que procedían de animales alimentados con los mismos). El hecho de que grandes importadores, como Estados Unidos, se negaran al etiquetado, sumado al hecho de que un 70% de los europeos se niega a consumir estos productos ha supuesto que las estanterías de los supermercados europeos se hayan mantenido prácticamente «limpias». La presión de una opinión pública que se niega a servir de conejillo de indias a las grandes empresas ha obligado a grandes compañías de alimentación y supermercados a comprometerse a no utilizar OGM en Europa (el informe de Greenpeace «No Market for GM labelled food in Europe», de enero de 2005, presenta una lista que incluye nombres como Kraft, Mc Donalds, Nestlé, Kellog…).

Por otro lado, la Comisión Europea había establecido una moratoria de facto por cinco años (una prohibición a la importación) que afectaba a todos los organismos genéticamente modificados. La presión estadounidense no se hizo esperar y, después de varias amenazas, decidió llevar el caso a la Organización Mundial del Comercio acusando a Europa de imponer barreras innecesarias al comercio. Ante esta presión la Comisión Europea decidió no esperar al «veredicto» de la OMC (que debía llegar en la segunda mitad de 2005) y se cubrió las espaldas con la aprobación, en mayo de 2004, del maíz genéticamente modificado Bt 11, producido por la empresa suiza Syngenta para ser utilizado como alimento; y en julio de 2004 del maíz genéticamente modificado NK603, producido por la empresa estadounidense Monsanto (que comercializa el 90% de las semillas transgénicas que se venden en el mundo) para ser utilizado como pienso.

Pero los granjeros, ecologistas y consumidores de Europa siguen sin querer OGMs y han emprendido sus propias acciones. Así surge el movimiento de las regiones libres de OGM que ha sido la base de la conferencia del pasado fin de semana en Berlín. La idea consiste en aprovechar el poder de los gobiernos locales y regionales para declarar pequeñas zonas libres de transgénicos. Hasta el momento sólo 20.000 hectáreas de toda Europa (localizadas en España) utilizan cultivos comerciales de este tipo y la idea es que no aumente, o al menos no demasiado. Están dispuestos a aceptar zonas de «co-existencia» de cultivos transgénicos y tradicionales, si así consiguen garantizar otras zonas totalmente libres de OGM. Aunque esta co-existencia también debe ser regulada, ya que uno de los grandes peligros de los cultivos transgénicos es la contaminación a través del fluido de semillas de unos cultivos a otros. El peligro de desestabilización de ecosistemas y la pérdida de biodiversidad constituye la «preocupación ecológica» al igual que los riesgos contra la salud conforman la «preocupación humana».

Durante la conferencia cada país expuso su situación. A la cabeza de todos se sitúa Grecia, donde las 54 comunidades que componen el país han votado a favor de declararse «áreas libres de OGM», convirtiendo el territorio griego en el primero de la Unión en cubrirse de zonas libres de áreas transgénicas. Por supuesto, no todos los casos son así. También encontramos países donde apenas una decena de municipios han conseguido ese estatus. En total, según datos de la organización Amigos de la Tierra, hay más de 100 regiones (según el termino «región europea») y más de 3.500 áreas sub-regionales que se han declarado ya libres de Organismos Genéticamente Modificados. Aunque según lo expuesto en la conferencia es muy posible que la cifra siga aumentando en vista de la cantidad de regiones que lo están discutiendo en sus parlamentos o que han establecido moratorias provisionales.

Al final de la conferencia se publicó un manifiesto con el título «Nuestra tierra, nuestro futuro, nuestra Europa» en el que bajo ocho premisas (nuestra elección, nuestras semillas, nuestra diversidad de «agri-cultura», nuestra diversidad natural, nuestra seguridad, nuestra soberanía en alimentos y etiquetado, nuestra co-existencia y nuestra Europa) se explicaban las bases de una lucha por mantener los transgénicos lejos de la UE.

La discusión sobre las posibilidades de futuro que ofrecen los OGM sigue abierta. Aunque una mayoría opina que las desventajas y peligros son muy superiores a sus beneficios, las investigaciones siguen y los productos elaborados a base de transgénicos están siendo consumidos por una gran cantidad de la población mundial, especialmente en los países en vías de desarrollo. La iniciativa de las regiones libres de OGM es una de las más inteligentes que se han puesto en marcha en los últimos años. Desde el escalón más pequeño, desde la granja más modesta, desde ayuntamientos y comunidades de vecinos, los ciudadanos exigen que el terreno en el que viven sea libre de transgénicos, ¿quién puede reprochárselo? Parece que algunos se han aprendido la lección: «piensa globalmente, actúa localmente».