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Una joven canaria de 30 años convertida al islam es agredida por cuatro mujeres en Santa Cruz

Fuentes:

La agredida prefiere mantener su identidad oculta ante posibles represalias

Zoraya -nombre ficticio- tiene muchas preguntas sin respuesta y algunas imágenes grabadas a fuego en su cabeza. Lleva noches sin dormir y días enteros sin salir de su casa a excepción de las visitas a los médicos que le tratan la desviación del tabique nasal, la pérdida de visión del ojo derecho, el sangrado de uno de sus oídos, los intensos dolores de cabeza y, sobre todo, de la ansiedad y la tristeza que arrastra desde hace meses. «¿Qué hubiera pasado si la agresión hubiese sido de cuatro musulmanas a una canaria?, ¿por qué a la gente le da pena que me hayan confundido con un árabe?, ¿es que si fuese mora, como me llamaban despectivamente, me hubiese merecido la paliza que me dieron?, ¿me habrían ayudado si no hubiese llevado el hiyat (pañuelo o velo islámico)?». Zoraya no puede evitar las lágrimas mientras recuerda al hombre que desde un edificio contiguo vio cómo cuatro mujeres la pegaban y cerró la ventana, a la mujer que desde otra ventana asistía impasible a la paliza que le estaban propinando y no movía un músculo y a la persona que, tras parar los golpes, le gritó «¿te bajo un vaso de agua, mi niña?».

No obstante, entre tanta violencia, ignorancia y racismo, un hombre de unos 50 años posiblemente le salvó la vida. «Hay una frase en el Corán que dice que quien salva una vida, salva a la Humanidad entera», prosigue, «y tras media hora de golpes, cuando me empecé a marear y me estaba ahogando, oí una voz que gritaba sinvergüenzas, criminales». No fue el único testigo de la brutal agresión, pero sí la única persona que se atrevió a intervenir. Zoraya y sus familiares le están «eternamente agradecidos», pero ahora que las señales físicas van poco a poco desapareciendo y están a la espera de juicio, siguen buscándolo para que testifique y cuente lo que vio ese 24 de noviembre a las dos de la tarde.

 

Amenazas desde marzo

«Me decían lo típico ‘mora de mierda, vete al desierto’ y cosas así y yo pensaba que es una ironía porque da la casualidad de que estoy en mi tierra y soy española». Es una de las tantas incongruencias que ha tenido que oír esta ciudadana canaria que a los 16 años se convirtió al islam y decidió ponerse un hiyat que cubre su cabello, un símbolo de su religiosidad y para ella «un complemento más, por eso me parece injusto que me hayan dado una paliza por llevarlo». De este primer insulto a la tremenda agresión que sufrió el pasado mes en mitad de la calle, a plena luz del día y en presencia de su hijo de cuatro años han pasado varios meses. Desde la primera amenaza, ocurrida en marzo, a Zoraya le han ido quitando derechos ciudadanos y libertades individuales, aunque al principio «prefería no ponerle asunto e intentaba evitar problemas».

El derecho a lucir con orgullo su velo o la libertad de salir a su balcón vestida con el isdal (ropa egipcia para rezar) pareció ofender a una adolescente que, sola o en compañía, lleva nueve meses persiguiéndola en una escalada de violencia racista y xenófoba. Hace pocas semanas, la menor, además de su madre, su abuela y otra mujer -según el testimonio de Zoraya- la rodearon en la calle de Princesa Guajara de Santa Cruz, amarraron una especie de cinturón a su cuello y comenzaron a pegarle. «No veía mujeres, veía demonios y sólo recuerdo que me daban patadas, codazos en la cabeza, me hirieron con una llave en la cara y me arrancaron dos trenzas de cuajo», rememora Zoraya.

El resultado duele tan sólo de verlo en unas fotos que prefiere que no se publiquen para preservar su intimidad. En cualquier caso, el parte médico oficial habla de «contusiones múltiples en todo el cuerpo, pérdida parcial de visión del ojo derecho, sangrado por el oído derecho, desviación de tabique nasal con fisura, hematomas en rodillas, glúteos y frente, pérdida de cabello, entre otras lesiones». La pérdida de piel en todo el cuello tardará en sanar al igual que los mechones de pelo que le arrancaron, aunque lo peor serán, sin duda, las secuelas psicológicas. Entre ellas, una mezcla de impotencia y terror a partes iguales por ser humillada delante de su hijo. «En todo el tiempo no pensé lo que me podía pasar a mí, sino a mi hijo, que se quedó solo», comenta entre lágrimas.

 

Ataques e ideas racistas

Ahora considera que la intención de sus agresoras era conseguir tirarla al suelo «para patearme la cabeza». Afortunadamente, recuerda mirando al cielo, no cayó. Con frases como ‘antes mi isla era muy limpia pero ahora está llena de moros y negros’, ‘ya verás como ahora te vas de Tenerife, cabrona’ y ‘conocemos a tu niño y sabemos dónde estudia y dónde vive’ las tres mujeres dejaron de pegarle. «Ni siquiera pude ver por dónde se iban porque lo único que quería era proteger a mi hijo», se lamenta Zoraya. En cualquier caso no hubo detenidos, ya que fue ella misma la que tuvo que llamar a la Policía. Nadie lo hizo durante la agresión.

Quizás por ello, por ser atacada física y moralmente, a la cabeza de Zoraya acuden ahora todos los desprecios, ofensas y malas miradas sufridas desde hace tiempo. «No puedo salir a comer fuera con mi marido porque me ven la cara hinchada y piensan que es él quien me ha pegado», cuenta. La primera vez que acudió al forense, tras una primera agresión en el mes de mayo, éste, según sus palabras, le dijo que «tenía que ser comprensiva porque había muchos inmigrantes en la Isla y la gente estaba crispada». Zoraya insiste con una sonrisa triste en que ella es «española» y se sorprende de la ignorancia «tan grande» de los que se meten con ella.

Incluso ella y gente de su entorno intentaron hablar con la menor y su madre en varias ocasiones para intentar frenar los ataques. El único vínculo entre Zoraya y esta adolescente es que va al colegio de su hijo. Del resto no se conocen de nada. «Me cuesta entender tanto ensañamiento cuando no me conocen, no saben quién soy y no les he hecho nada», manifiesta la joven. Al grito de ‘yo soy canaria y tú no, mándate a mudar de aquí’, Zoraya se dio cuenta de que la comunicación era imposible y de que «siempre ha habido actos racistas, pero últimamente cada vez es peor».

«Lo que me ha pasado a mí, le ha sucedido a más gente, pero no lo cuentan porque ellos son realmente inmigrantes y no conocen sus derechos, la mayoría de veces se callan por miedo», estima Zoraya, que subraya que en la base de todos las agresiones racistas está la «ignorancia, la incultura y los prejuicios». «Yo soy de aquí, he nacido en Canarias y tengo a mi familia en Tenerife, pero me han hecho de todo y ya no puedo callarme más», afirma. Espera justicia aunque su mayor preocupación es lo que recordará su pequeño de las dos agresiones que ha presenciado. El niño, de momento, sólo da besos a su madre «para que se le pase todo».

 

Ante lo cual redactamos esta carta a los periódicos:

 

Los abajo firmantes, musulmanes y musulmanas, mostramos nuestra preocupación ante los hechos acaecidos el pasado miércoles 12 de diciembre en Santa Cruz, Canarias, cuando cuatro mujeres agredieron en plena calle a una musulmana por el mero hecho de ir vestida según las normas islámicas de vestir. Esta agresión se produjo ante los ojos de los vecinos, que dejaron que las agresiones físicas y verbales tuvieran lugar sin intervenir hasta que un señor se interpuso entre las agresoras y la agredida.

El clima de hostilidad que en los últimos tiempos se respira hacia el Islam en España es preocupante. Atizado quizá por ciertas informaciones tendenciosas que siempre presentan al Islam como una amenaza, y a los musulmanes como personas hostiles, se está generando un ambiente en el que este tipo de ataques se puede repetir. Conocidos son los ataques a numerosas mezquitas, que a veces sufren agresiones, que son pintadas con símbolos racistas, o a locales comerciales propiedad de musulmanes, o las plataformas que se crean contra el establecimiento de mezquitas, pero hasta el momento los hechos no habían revestido la gravedad de este, en el que una madre que va por la calle con su hija tiene que soportar la agresión física por ser, en palabras de las agresoras, «mora». Curiosamente se da el caso que esa «mora» es de origen español, porque, remarcamos, muchos de los musulmanes de España son tan españoles como estos elementos racistas.

Creemos que es labor de los medios de comunicación, si quieren ser imparciales y fieles a la verdad, y de los poderes públicos, hacer pedagogía para impedir que este tipo de hechos ocurran, y pedimos que se escuche alguna vez el punto de vista de los musulmanes, que raramente tienen la oportunidad de aparecer en la palestra pública. Estamos convencidos que el ambiente de islamofobia se empezaría a desactivar el día en que nuestro punto de vista fuera escuchado y difundido. La gente tendría claro que los musulmanes no somos una amenaza para nadie.

Muchas gracias,

 

Asociación Islámica Al-Qazires

 

Adhesiones de asociaciones: Associació Catalana d’Estudis Islàmics, Centro Cultural Islámico de Valencia, Centro Islámico de Valencia, Asociación de Mujeres Mususlmanas An Nur por la Luz del Islam, Federación Española de Entidades Religiosas Islámicas, Asociación Islámica Al-Ándalus de Málaga y su Provincia, Junta de Mujeres Musulmanas de España, Asociación Musulmana Casa de la Paz (Bayt Assalam), Comunidad Musulmana Convivencia y Hermandad, Comunidad Islámica In sha Allah de Barcelona

 

Adhesiones individuales: María Elena López, Aishah Goikoetxea, Yassin ben Seffaj, Omar Ribas, Naia Domingo, Kauzar Mohamed, Al Amin Smih Idrissi, Otman el Amrani, Ismael Fahmi, Abdulqader Qamhiyeh, Abdul Hakim al Fattah, Mohamed Amín Herrero, Abdullah Yusuf Pagano, Muhammad Hassan Royo, Juan Antonio Ruiz, Mariam Cabezos.

 

Se solidarizan: Perla Rodríguez, Tulio Camacho.

 

Fdo.: Omar Ribas

Miembro del colectivo promotor de la carta protesta