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Sobre "El orden de El Capital. Por qué seguir leyendo a Marx", de Carlos Fernández Liria y Luis Alegre Zahonero

Una lectura republicana de El Capital (III)

Fuentes: Rebelión

Diálogo crítico con Joseph A. Schumpeter La primera parte de El orden de El Capital (ODEC) lleva por título, significativo título desde luego, «Rescatar a Marx del marxismo». Volveremos sobre ello. Como subtítulo: «Consideraciones sobre el índice de El Capital, el Prefacio de 1867 y el Epílogo de 1872″. Tres capítulos la forman: I. «El […]

Diálogo crítico con Joseph A. Schumpeter

La primera parte de El orden de El Capital (ODEC) lleva por título, significativo título desde luego, «Rescatar a Marx del marxismo». Volveremos sobre ello. Como subtítulo: «Consideraciones sobre el índice de El Capital, el Prefacio de 1867 y el Epílogo de 1872″. Tres capítulos la forman: I. «El problema de la teoría del valor». II. «El Prefacio al Libro I (1867): la normalidad de la ciencia» y III. «El Epílogo al Libro I (3ª edición alemana, 1873): la dialéctica». Nos referiremos al primero de ellos. Largo y denso capítulo, forzosamente seremos injustos con sus contenidos que aparecen estructurados en tres apartados y un apéndice: 1. Marx como el Galileo de la Historia. 2. Marx juzgado economista. 3. Observación y teoría. El lugar de la teoría del valor en la arquitectura de El Capital. El apéndice: «Marx y Hegel: la crítica al empirismo».

Comenzar comparando a Marx con Galileo, señalan CFL y LAZ, «implicaría haber tomado ya algunas decisiones sobre los aspectos más relevantes de su obra». Supondría, sobre todo, «resaltar el hecho de que, a partir del momento en que el proyecto teórico Marx se encuentra más consolidado, su trabajo no parece desenvolverse en el marco de una discusión interna a lo que solemos entender por historia de la filosofía». A partir de 1845, tras redactar con Engels una demoledora crítica del universo filosófico alemán, «Marx ya no se volverá a sentir muy interesado en discutir con filósofos». Hasta el año de su muerte, Marx «parece más bien haber encontrado sus interlocutores naturales en lo que hoy puede considerarse la historia de la economía». Por su intervención en la arena de la economía es «por lo que podría tener sentido compararle con un científico como Galileo» en lugar de con un filósofo como Hegel o Feuerbach.

Ciertamente, admiten, esta peculiar evolución de la obra marxiana «fue vivida por el propio Marx como una especie de fatal contratiempo». Citan a este respecto el conocido paso de una carta a Engels de 2 de abril de 1851: «voy tan adelantado que, en cinco semanas, habré terminado con toda esta lata de la economía (…). Esto comienza a aburrirme. En el fondo, esta ciencia no ha hecho ningún progreso desde Smith y Ricardo, a pesar de todas las investigaciones particulares y frecuentemente muy delicadas que se han realizado». Después del latazo económico, el entusiasta lector de Goethe pensaba dedicarse a cosas de mayor interés.

Sin embargo, recuerdan CFL y LAZ, cuando se señala la pertenencia de Marx a la historia de la filosofía ese pertenecer es más bien esgrimido como prueba de que «no logró efectivamente establecer una ciudad científica que, en referencia al «continente Historia», se sostuviese sólidamente sobre sus propios cimientos, unos cimientos que habrían sido, en efecto, de índole económica». No es que la historia de la filosofía se haga eco de su aportación científica, como sería el caso de Galileo por ejemplo, sino que, «una vez que la Economía se ha desentendido por completo de Marx, su obra ha quedado aparcada en la historia de la filosofía como se abandona un coche usado en un desguace».

Plantean los autores a continuación un interrogante político-histórico: podría ser, señalan, que «el destino de esta ciudad científica que prometía el marxismo haya estado ligado al destino político de las internacionales comunistas». La derrota política de éstas habría dejado en ruinas, al mismo tiempo, «las incipientes construcciones teóricas de una civilización científica que podría haber llegado a ser y no fue». Podría imaginarse, admitiendo la dificultad de la conjetura, una hipótesis de alto riesgo, reconocen CFL y LAZ, «que una monumental derrota de las revoluciones burguesas y de los movimientos políticos y económicos iniciados desde el siglo XVI hubiera, al mismo tiempo, acallado la voz de la naciente física moderna, de tal modo que sus cimientos hubieran dormido durante siglos, medio olvidados en una especie de medievo alargado, a la espera de que se construyeran sobre ellos todas esas instituciones y universidades en las que investiga, enseña, trabaja y almacena su información la comunidad científica actual». ¿Nos encontramos ante un caso similar respecto a lo que Marx intentó fundar?

No cabe aquí dar detalle de su detallada respuesta ni comentar la metodología usada -«sería preciso, ante todo, retrotraer la cuestión al terreno en el que este pensador trabajó y ver qué es lo que actualmente se levanta sobre él»-, baste con señalar algunos apuntes del desarrollo realizado:

La Economía, las ciencias económicas establecidas en las Universidades, no se ocupan prácticamente de Marx. Uno de los manuales más clásicos de las licenciaturas fue el conocido ensayo de Paul Samuelson, Economía. El parágrafo que el Premio Nobel -de quien los autores valoran grandemente un artículo de 1971 sobre la noción marxiana de explotación (edición castellana de 1975)- dedicaba, en 1970, a la obra «económica» de Marx constaba de cuatro párrafos. La discusión queda abortada nada más comenzar: «Marx no dice en absoluto lo que Samuelson dice que dice».

Marx, en general, no forma parte de lo que estudian y discuten los economistas. Hay excepciones. J. A. Schumpeter es ejemplo conocido. CFL y LAZ le dedican un prolijo apartado. La razón de su interés: «si la fórmula que convierte a Marx en un Galileo de la Historia ha de resultar acertada, la cosa tendría que ser probada en el terreno en el que Marx trabajó de forma incansable, es decir, en la discusión con los economistas». Para ellos, no hay ninguna duda de que «si Marx resucitara en el siglo XXI volvería a poner manos a la obra en ese mismo terreno, y probablemente repetiría su diagnóstico de 1851, declarando que ‘esta ciencia no ha avanzado ni un paso desde Smith y Ricardo». Lo que la presentación de Marx por parte de Schumpeter tiene de excelente es ante todo «la manera en la que sitúa su obra en un plano de normalidad científica«.

Para enmarcar la discusión, CFL y LAZ esgrimen documentadas tesis epistemológicas y de historia de la ciencia. Estas por ejemplo: 1. Los intereses de clase que hayan circulado por las alcantarillas de la ciudad científica no pueden probar ni la veracidad ni la falsedad de una teoría, aunque sí puedan explicar -los autores advierten con impecable claridad: «pero eso es enteramente otra cuestión»- la adhesión científica a determinados errores tenaces. 2. La comunidad científica, y el Derecho en otro sentido, «es lo único de lo que podemos decir que, en el peor de los casos, no está del todo mal hecho. No se puede estar por encima de la ciencia sin caer, de inmediato, por debajo». Ciencia y Derecho son las dos únicas cosas de las, en su opinión, puede decirse que progresan. Por ello, la más radical revolución, «no hace más que afianzar la normalidad»: una ciencia «revolucionaria» que verdaderamente lo fuera no sería más que una ciencia completamente normal, y, al serlo, «denunciaría como «anormales» a otras situaciones anteriores que se habrían tomado hasta entonces como normales». La sombra de Kuhn (aunque no sólo) y la estructura de las revoluciones científicas es alargada y tenaz. 3. D os siglos de desatinos han escarmentado ya bastante en la tradición marxista por lo que la disyuntiva que se impone es: «O Marx es, en algún sentido, un científico normal o es sencillamente un ideólogo en el peor sentido de la palabra». Ser un «científico normal», en determinados campos y ocasiones, puede ser políticamente muy subversivo. Los autores tienen en mente, no les faltan razones para ello, los nombres de Giordano Bruno, un «científico» ciertamente singular, Miguel Servet y el propio Galileo. Me permito sumar el nombre de Nicolai Vavílov. no espero ninguna objeción por parte de los autores. 4. Hay que añadir parece plausible pensar así desde luego, que en el terreno en el que la ciencia se ocupa de cuestiones sociales, políticas o económicas el problema anterior «se agrave especialmente». Parece razonable pensar así.

Regresan los autores a Schumpeter. Admiten la relevancia de su énfasis en la teoría del valor de Marx pero niegan su afirmación sobre la identidad de las teorías de Ricardo y Marx en ese punto y discrepan de algunos comentarios del autor de Historia del análisis económico, una monumental obra de más de 1.300 páginas traducida al castellano por Manuel Sacristán, sobre la insustancialidad de las diferencias metodológicas de Ricardo y Marx. Meras apariencias.

Entran a continuación CFL y LAZ en esa teoría: «Lo primero que se nos dice es que esa teoría es, ante todo, una aproximación a los precios. No tiene ni puede tener otro sentido que el de dar cuenta del valor de cambio de las distintas mercancías individuales, o sea, de las proporciones relativas de intercambio de las diferentes mercancías entre sí. Según esta teoría, el valor de cada mercancía individual (es decir la cantidad de trabajo que ha sido necesario invertir en su producción), es lo que determina el precio al que se va a vender en el mercado. En este sentido sostiene que «el valor de cambio de los bienes producidos sería proporcional al trabajo empleado en su producción: no sólo en su producción inmediata, sino en todos aquellos implementos o máquinas requeridos para llevar a cabo el trabajo particular al que fueron aplicados».

Es muy importante abrir aquí, señalan CFL y LAZ en el apartado 1.1.2.2, «un paréntesis para proporcionar una primera aproximación, aunque sea muy esquemática, de la idea de ese mercado en el que los productos se intercambiarían atendiendo a la ley del valor». No se trata, advierten, de responder ya a la pregunta sobre el sentido de ese punto de partida: «se trata, simplemente, de delimitar con claridad la imagen de un mercado funcionando enteramente según los supuestos referidos de la ley del valor (es decir, según los supuestos que Schumpeter considera un desatino tomar como punto de partida)».

El lector/a debe seguir aquí el detallado desarrollo argumentativo del ensayo. El punto final de su explicación: «De este modo, aquello que, mientras se respeten las condiciones supuestas, determina el movimiento real de las mercancías, el valor, resulta consistir en algo así como esto: la cantidad de trabajo (simple y abstracto) socialmente necesario cristalizado en una mercancía. El valor, aquello que permite igualar en este mercado «de laboratorio» 30 varas de lienzo y 2 sacos de patatas, es, como nos dice Marx, una especie de gelatina de trabajo humano indiferenciado y abstracto. La ley del valor afirma, por tanto, que en el mercado siempre se intercambian cantidades equivalentes de trabajo humano (simple, abstracto y socialmente necesario)».

El siguiente apartado lleva por título -» El juicio de Schumpeter y la sanción final «adversa a Marx»-. Con la explicación anterior es suficiente, señalan CFL y LAZ, p ara preguntarnos «qué sentido puede tener comenzar a «hacer economía» partiendo de una definición de este tipo. Schumpeter no tiene al respecto ninguna duda: «todo el mundo sabe que esta teoría del valor es insatisfactoria»». ¿Por qué? Este es su resumen: la teoría «no tiene aplicación alguna fuera del supuesto de la concurrencia perfecta, que de hecho, nunca se da». Aún suponiendo esta, «no se cumple más que si el trabajo es todo de la misma especie y es, además, el único factor de producción». Mirando las cosas desde la historia de la Economía, sostienen, la teoría del valor fue una especie de culo de saco: está muerta y enterrada.

Nos encontramos, pues, señalan de nuevo, con una paradoja insólita: Marx, el «mayor erudito de su época», «un trabajador infatigable al que nada se le escapaba», toma desde el principio de su obra «la peor de las decisiones: apuntarse al único camino teórico que no llevaba a ninguna parte». Se apartó el ciudadano de Tréveris con este primer paso «de la línea en la que progresaba mientras tanto la historia de la economía, hasta su resultado actual».

La resolución de la paradoja defendida por los autores es también tarea del lector. Un apunte para abrir el apetito -» En realidad, como vamos a ver, la interpretación del Libro I (y aún más del resto de El capital) depende directamente del papel que otorguemos a esta Sección 1ª [«Mercancía y dinero», los tres primeros capítulos de El Capital] y, en consecuencia, de cómo interpretemos la decisión de Marx de adherirse a la teoría del valor»- y la tesis de Schumpeter que CFL y LAZ van a discutir a lo largo de su investigación: «»En la voluminosa discusión que se ha desarrollado acerca de ella [la teoría del valor] la razón no está, en realidad, toda de un lado, y los adversarios han usado muchos argumentos inadmisibles. El punto esencial no es si el trabajo es la verdadera ‘fuente’ o ‘causa’ del valor económico. Esta cuestión puede ser de interés primordial para los filósofos sociales que desean deducir de ella pretensiones éticas sobre el producto, y el mismo Marx no fue, por supuesto, indiferente a este aspecto del problema. Pero, para la economía, como ciencia positiva que tiene por objeto describir o explicar objetos reales, es mucho más importante preguntar cómo funciona la teoría del valor basada en el trabajo, en cuanto instrumento de análisis, y lo realmente objetable que se encuentra en ella es que funciona muy mal«. No hay que perderse, el aviso es en este caso totalmente innecesario, el desarrollo y comentario de los autores de la lectura schumpeteriana de la noción de explotación marxiana, de la teoría de la acumulación, de la conjetura sobre la pauperización creciente de la clase obrera y de su concepción sobre los ciclos económicos.

  El siguiente apartado del capítulo lleva por título «Observación y Teoría. El lugar de la teoría del valor en la arquitectura de El capital» y se inicia con una nota… «Sobre el juicio a Galileo». ¿Y a qué viene ahora hablar del juicio inquisitorial contra Galileo? Esta es la explicación de CFL y LAZ: » Esta digresión es, en realidad, vital para nuestros propósitos, no sólo porque queremos tomarnos en serio la posibilidad de considerar a Marx el Galileo de la Historia, sino porque sospechamos que si Schumpeter hubiera asistido al nacimiento de la moderna física matemática en el siglo XVI, habría argumentado contra Galileo del mismo modo que le hemos visto hacerlo contra Marx». Quizás, prosiguen, este paralelismo pueda contribuir a aclararnos el sentido de esta supuestamente insólita decisión de Marx, quien en lugar de acumular «piedra y mortero» en el terreno de lo empírico para, poco a poco, ir aislando regularidades y esbozando posibles leyes por inducción, ha decidido, de modo ciertamente chocante, anclar el punto de partida de la economía en una discusión metafísica con Aristóteles respecto a una supuesta «sustancia valor» inobservable, y lo ha hecho, además, en un lenguaje marcadamente hegeliano, inspirado por la lectura de Hegel.

Nos adentramos, pues, en un nudo esencial de la historia de la ciencia y, si se quiere, de la política europea. Precisamente, sobre este momento decisivo, el historiador Antoni Beltrán, uno de los grandes especialistas mundiales en la obra del autor de Consideraciones y demostraciones matemáticas sobre dos nuevas ciencias, escribió hace años un libro inolvidable: Talento y poder. Un enorme ensayo que está a la altura del gran científico y filósofo pisano y de la infamia estudiada.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.