Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
La «Primavera Árabe» ha recibido abundante atención en los medios de comunicación estadounidenses y occidentales, sin embargo, éstos han pasado en gran medida por alto uno de sus elementos fundamentales: el destacado papel de las mujeres en los levantamientos que barren el mundo árabe. A pesar de la inadecuada cobertura de su papel por parte de los medios, las mujeres han estado, y siguen estando, a la vanguardia de esas protestas.
Para empezar, las mujeres tuvieron un papel importante en las manifestaciones tunecinas que iniciaron la Primavera Árabe, marchando a menudo por la Avenida Bourguiba de Túnez, la capital, junto a sus maridos y con sus niños a cuestas. Después, la chispa para el levantamiento egipcio que obligó al presidente Mubarak a dejar el poder fue una manifestación celebrada el 25 de enero en la Plaza Tahrir de El Cairo convocada por una apasionada joven a través de un video publicado en Facebook. En el Yemen, columnas de mujeres veladas salieron en Sanaa y Taiz para forzar al autócrata del país a que dimitiera, mientras que en Siria, enfrentándose a la armada policía secreta, las mujeres están bloqueando carreteras manifestándose por la liberación de sus maridos e hijos de las prisiones.
Pero junto a esos gestos de audacia van también los temores. Aunque las mujeres miran hacia el futuro, les preocupa que en esa carretera hacia nuevos regímenes parlamentarios democráticos, se excluyan sus derechos a favor de los votantes masculinos, ya sean éstos liberales patriarcales o fundamentalistas islámicos. Todavía pesa mucho en la memoria colectiva la forma en las mujeres, que estuvieron a la vanguardia de la revolución argelina por la independencia de Francia desde 1954 a 1962, fueron relegadas a partir de entonces a los márgenes de la política.
Sin duda, los historiadores debatirán durante décadas las causas de la Primavera Árabe. Entre éstas figuran, ciertamente, las altas tasas de desempleo que sufren las clases educadas, las políticas neoliberales privatizadoras y antisindicales, la corrupción en las altas esferas, el alza de precios de alimentos y combustibles, las dificultades económicas causadas por la disminución de las oportunidades de empleo en los estados petroleros del Golfo y en Europa (gracias a la crisis financiera global de 2008) y las décadas de frustración por las mezquinas y autoritarias formas de gobernar. En sus papeles como trabajadoras y profesionales, así como cuidadoras de sus familias, las mujeres han sufrido directamente todos esos sinsabores y más aún mientras tenían también que contemplar cómo sufrían sus maridos e hijos.
A finales de enero, la periodista independiente Megan Kearns señalaba la relativa falta de atención que la televisión estadounidense y la mayoría de los medios impresos y en Internet habían prestado a las mujeres y, en general, la ausencia de imágenes de mujeres protestando en Túnez y Egipto. Sin embargo, las mujeres no pudieron haber estado más visibles en las grandes manifestaciones de primeros a mediados de enero por las calles de Túnez, ya sea acompañando a sus maridos e hijos o formando líneas de protesta distintivas de ellas mismas, lo cual, dadas las ideas occidentales acerca de las oprimidas mujeres árabes, debería haber constituido en sí noticia.
Las mujeres toman las calles desde Túnez a Siria
Empezando por Túnez, las mujeres han estado allí, en efecto, a la vanguardia de los movimientos de protesta y de cambio social una vez que se inició el movimiento para lograr la independencia de Francia a finales de los años de la década de 1940. Las mujeres tunecinas tienen una tasa de alfabetismo relativamente alta (71%), encarnan más de la quinta parte de los asalariados del país y suponen el 43% de los casi medio millón de miembros que tienen los 18 sindicatos locales. La mayor parte de estas mujeres sindicadas trabajan en los sectores de la educación, textil, sanidad, servicios ciudadanos y turismo. La Unión General de Trabajadores de Túnez (acrónimo UGTT) había ido entrando cada vez más en conflicto con el hombre fuerte del país, Zine el-Abidine Ben Ali, y por eso sus bases y cuadros se unieron con entusiasmo a las protestas de la calle. En la actualidad, la UGTT continúa presionando al gobierno formado una vez que Ben Ali huyó para que ponga en marcha reformas auténticas.
La opinión de las líderes de las mujeres jugó un papel importante en todo lo anterior. Por poner un ejemplo, aunque la mayoría de los tunecinos más sobresalientes sufrieron coacciones para que apoyaran a Ben Ali y a la mafia de su familia política, como por ejemplo la estrella de cine Hend Sabry, cuando empezaron los protestas contra el gobierno ella rompió con el autócrata, advirtiéndole en Facebook para que sus fuerzas de seguridad no disparasen a los manifestantes. Más tarde admitió estar asustada por haber hecho tal gesto público por si hacían daño a sus familiares en Túnez o por si ella misma acababa en un exilio permanente de su patria.
En Egipto, el apasionado video del blog o «vlog» de Asmaa Mahfuz pidiendo a los egipcios que se manifestaran masivamente el 25 de enero en la Plaza Tahrir tuvo un efecto viral, jugando un papel importante en el éxito de ese acontecimiento. Mahfuz hizo un llamamiento para que los egipcios honraran a los cuatro jóvenes que, siguiendo el ejemplo de Mohammad Buazizi (en un acto que desató las revueltas en Túnez), se prendieron fuego para protestar contra el régimen de Mubarak.
Aunque la policía secreta les había descartado ya como «psicópatas», ella insistió en todo lo contrario, exigiendo un país donde la gente pudiera vivir con dignidad y no «como animales». Según estimaciones, al menos el 20% de las muchedumbres que abarrotaron la Plaza Tahrir la primera semana estaba compuesto por mujeres, que también se manifestaron en grandes cifras en el puerto mediterráneo de Alejandría. El celebrado album en Facebook de Leil-Zahra Mortada con la participación de las mujeres en la revolución egipcia da idea de cuán variada y poderosa fue esa participación.
Al igual que en Túnez, las mujeres egipcias representan algo más de la quinta parte de la fuerza laboral asalariada y los trabajadores han sido siempre un poderoso motor de cambio en ese país. Antes de que empezaran a movilizarse con las protestas de la Plaza Tahrir, los trabajadores egipcios habían organizado más de 3.000 huelgas desde 2004, siendo las mujeres las que tomaron la iniciativa muchas veces. En el apogeo de las protestas contra el gobierno del eterno dictador Hosni Mubarak, las mujeres sindicadas formaron incluso un nuevo sindicato-paraguas de alcance nacional.
En Libia, las protestas de las mujeres resultaron fundamentales para el movimiento de ciudades enteras que estaban fuera del control del Coronel Muammar Gaddafi, como ocurrió en febrero en Dirna, al oeste del país. Lo que hace tan notable el protagonismo allí de las mujeres manifestantes es la reputación de la ciudad como baluarte del fundamentalismo islámico. El abuso a las mujeres, una cuestión fundamental en países como Libia, hizo estallar las conciencias cuando una recién licenciada de una familia de clase media en Tobruk, Iman al-Obeidi, irrumpió en una conferencia de prensa del gobierno en Trípoli para a acusar a las tropas de Gadafi de haberla detenido en un control y de haberla violado después. Su situación promovió manifestaciones de mujeres contra el régimen en las ciudades controladas por los rebeldes de Benghazi y Tobruk.
El 15 de abril, el presidente vitalicio Ali Abullah Saleh reprendió a las mujeres por mezclarse en público con los hombres «de forma inapropiada» en la inmensa manifestación que se desarrollaba en la capital, Sanaa, así como en las ciudades de Taiz y Aden. De esta forma, la cuestión del papel de la mujer en las protestas masivas contra décadas de autocracia fue, por vez primera, explícitamente abordada por una alta personalidad política, y la respuesta de las mujeres no pudo ser más clara. Salieron en cifras sin precedentes por todo el país e incluso en las zonas rurales, día tras día, acusando al presidente de «mancillar su honor» al expresar que se estaban comportando descaradamente. (De siempre se ha considerado un valor en el mundo árabe evitar empañar el honor de una mujer casta). Es decir, convirtieron el intento del presidente de invocar las costumbres árabes sobre la separación de las mujeres de la esfera pública en un grito contra él en las manifestaciones.
Las mujeres de cierta edad que vivían en la zona sur del país encontraron particularmente penosa la pulla del presidente, dado que han crecido en la República Democrática Popular del Yemen (RDPY), gobernada por un régimen comunista que promovía los derechos de las mujeres. No se las sometió a normas más conservadoras hasta que Saleh unió la RPDY con el Norte del Yemen en 1990. A diferencia de Túnez y Egipto, sólo alrededor de la cuarta parte de las mujeres yemeníes sabe leer y escribir, sólo el 17% han terminado los estudios secundarios y sólo el 5% tienen trabajo asalariado, aunque la mayoría de ellas trabajan muy duramente durante toda su vida, sobre todo en las zonas rurales. No obstante, en áreas urbanas como Aden, Taiz o Sanaa, las mujeres de las clases media y media superior ocupan un lugar importante en diversas profesiones y negocios, o en el profesorado de las escuelas, y más de la cuarta parte de los estudiantes universitarios son mujeres.
Enfrentado al poder de las indignadas mujeres, Saleh se retractó rápidamente, manteniendo que, como nacionalista árabe laico, creía que deberían participar completamente en los asuntos políticos de la nación. Sencillamente se había preguntado en voz alta, afirmó, cómo los miembros del Partido Islah de la posición, una organización fundamentalista musulmana, estaban tan dispuestos a permitir que las mujeres marcharan por las calles contra él cuando en todas las demás ocasiones habían intentado mantenerlas recluidas en sus hogares.
También en Siria, en diversas ocasiones, las mujeres han mostrado su fuerza y valentía acudiendo a manifestaciones enérgicas, a veces sin los hombres pero con sus niños a cuestas. Cerca de la ciudad de Bayda, por ejemplo, miles de mujeres de mujeres gritando «¡Nadie va a humillarnos!» cortaron una carretera costera para protestar por la política de mano dura del gobierno en función de la cual la policía secreta del presidente Bashar al-Asad había arrestado a los familiares masculinos que habían participado en las manifestaciones. Otras veces, las mujeres sirias emprendieron marchas de sólo mujeres para exigir democracia y cambios en la política del régimen
Protegiendo los logros de las mujeres
A pesar del papel preponderante de las activistas femeninas en la Primavera Árabe, la mayoría de los políticos rara vez ha reconocido su importancia y significado real, aunque sí se han beneficiado de lo que ellas han aportado. Fue, por ejemplo, sorprendente que las mujeres no estuvieran representadas en la comisión designada para revisar la constitución egipcia para preparar las elecciones de septiembre, y que sólo se nombrara a una mujer (encima un vestigio de Mubarak) para el gabinete interino compuesto por 29 personas.
Además, fuerzas patriarcales como los clérigos y grupos fundamentalistas musulmanes han decidido que, como consecuencia de los cambios políticos, no deberían ampliarse los derechos de las mujeres. Como un presagio en el viento, cuando un grupo de modesto tamaño de unas 200 mujeres se presentó en la Plaza Tahrir el 8 de marzo para conmemorar el Día Internacional de la Mujer, se vieron atacadas por jóvenes militantes religiosos que les gritaron que se fueran a casa a hacer la colada.
Es comprensible que los grupos de mujeres y los movimientos progresistas sientan aprensión ante la posibilidad de que en Túnez y Egipto los movimientos fundamentalistas musulmanes tengan más influencia en los parlamentos y traten de presionar la promulgación de leyes que vayan en detrimento tanto de las mujeres como de los sectores laicos. Sin embargo, se han mostrado notablemente reacios a permitir que tales consideraciones les disuadan de apoyar la democracia, algo contra lo que los dictadores de tendencia laica Ben Ali y Mubarak les habían advertido.
La posibilidad de una actual toma del poder por parte de los fundamentalistas musulmanes en cada país sigue siendo mínima en un futuro previsible. En Egipto, el gobierno militar ha conservado hasta ahora una prohibición de la era Mubarak que impide que los Hermanos Musulmanes puedan nombrar candidatos de su propia bandera. Como resultado, sus candidatos gobernarán como representantes de otros pequeños partidos. Además, la organización ha prometido presentarse a los escaños parlamentarios en solo un número limitado de distritos electorales para aplacar los temores de las clases medias de que su objetivo es una toma fundamentalista del país estilo Irán. Es cierto que es probable que el conservadurismo musulmán crezca más a nivel general como corriente política en Egipto, pero cualquiera que sea la forma del próximo parlamento, plantea un desafío para los derechos de las mujeres.
Por ejemplo, algunos miembros de la Hermandad han dejado escapar que van a trabajar en efecto para la implementación de una forma medieval de ley islámica que incluiría la segregación de hombres y mujeres en el lugar de trabajo, mientras que el mufti o principal asesor sobre derecho islámico del gobierno en Egipto ha pedido una «revisión» de las leyes sobre el estatus personal laico que favorecen a las mujeres y que apoyó Suzanne Mubarak, la moderna esposa del depuesto dictador.
En Túnez, los largos años de represión bajo Ben Ali dejaron debilitado al principal grupo fundamentalista, al-Nahda o Partido del Renacimiento. En cualquier caso, su líder, Rashid Ghannouchi, ha estado hablando de institucionalizar un «modelo turco» y dice que, a diferencia de la Hermandad egipcia, apoya el derecho de una mujer a convertirse en presidente del país.
En esto se parece a anteriores fundamentalistas turcos como Recep Tayyip Erdoban y Abdullah Gul, quienes, cansados de que les encarcelaran y de estar siempre a la greña con el establishment laico turco, fundaron el Partido por la Justicia y el Desarrollo. Desde que llegaron al poder en 2002, han luchado por un sistema pluralista como medio para hacer un hueco en la sociedad y en la política a los musulmanes más tradicionales sin tener que promover códigos legales medievales musulmanes.
No obstante, como han mostrado violentas reacciones como el ataque a la protesta en el Día Internacional de la Mujer, las activistas en las cuestiones de las mujeres y los progresistas se preguntan cómo hacer para asegurar que no se reviertan los logros de las mujeres de esta primavera. En Egipto, la importante locutora y crítica del régimen de Mubarak, Buthaina Kamel, tiene sus propias ideas sobre cómo ganar derechos para las mujeres en un entorno nuevo y más democrático. Y va a presentarse para presidenta, algo inconcebible en la era Mubarak.
Aunque no logre muchos resultados, su candidatura es sin embargo algo profundamente simbólico e histórico y otro acto de gran valentía por parte de una mujer en esta nueva era del mundo árabe. (A su decisión se oponen, por supuesto, los Hermanos Musulmanes.) Otras mujeres egipcias confían en que pueda reescribirse la constitución de forma que se refuercen los derechos de las mujeres y se conserven los 64 escaños reservados a las mujeres en el anterior parlamento.
Los políticos del gobierno transitorio de Túnez, durante décadas el país árabe más progresista en cuanto a los derechos de la mujer, están decididos a proteger el rol público de las mujeres asegurando que estén bien representadas en la nueva legislatura. Se han fijado elecciones para el 24 de julio y se ha nombrado una alta comisión para que elabore las normas electorales. Ese órgano ha anunciado ya que las listas de los partidos deberán presentar una paridad entre las candidaturas masculinas y femeninas.
En ese sistema de listas no se vota a un individuo sino a un partido que ha publicado una lista ordenada de candidatos. Si la lista consigue el 10% de los votos a nivel nacional, se le concede el 10% de los escaños del parlamento, y puede ir bajando por su ordenada lista hasta que ocupe todos esos escaños. La paridad para las mujeres implica que cada dos candidatos de la ordenada lista, uno sería una mujer, asegurándoles una alta representación en la legislatura. A este procedimiento se le llama a veces cuota de género «cremallera». En Escandinavia y en el sur del planeta son habituales las cuotas para mujeres parlamentarias.
Aunque el requerimiento tunecino de paridad de género sigue siendo conflictivo en algunos sectores, el partido al-Nahda de Ghannouchi manifestó su apoyo al mismo recientemente. En contraste, Abdelwaheb El Hani, líder del recién fundado partido de centro-derecha al-Majd, se quejó de que la norma suponía una «violación de la libertad de opción electoral» e insistió en que dudaba de que fuera eficaz para promover la representación de las mujeres. Sin embargo, el izquierdista Partido al-Taydid (Renovación) alabó la medida y la tildó de «histórica» y prometió hacer de la igualdad de las mujeres un «logro irreversible y una realidad efectiva en la vida política tunecina». En efecto, al-Taydid quiere introducir en la constitución una enmienda explícita por la igualdad de derechos.
Dando a las mujeres una oportunidad de lucha
La Primavera Árabe ha demostrado ser un período de activismo y cambio para las mujeres, recordando el papel de las primeras feministas en el movimiento egipcio de 1919 en la lucha por la independencia de Gran Bretaña, o el importante papel de las mujeres en la Revolución de Argelia. Sin embargo, la gran cantidad de mujeres políticamente activas en las actuales series de levantamientos empequeñece a sus predecesoras. Que este elemento femenino de la Primavera Árabe haya motivado tan escasos comentarios en Occidente sugiere que nuestras propias narrativas, y preocupaciones, acerca del mundo árabe -religión, fundamentalismo, petróleo e Israel- nos han cegado frente a las grandes fuerzas sociales que están cambiando las vidas de 300 millones de seres.
Los avances de esta generación en la educación y a nivel profesional han ayudado a las mujeres, por ejemplo, a través del destacado papel de presentadoras femeninas con un discurso bien articulado en las redes de televisión por satélite como Al Yasira, y por la expansión de Internet y de las redes sociales. Las mujeres han podido ejercer unas funciones de liderazgo en el ciberespacio que el dominio de los hombres jóvenes de las esferas públicas podría haber obstaculizado en las plazas de las ciudades.
Además, su importancia en los movimientos obreros y en las manifestaciones públicas en Túnez y Egipto pone de manifiesto, por otra parte, que tienen ahora mucho más papel público del que habitualmente se les ha reconocido. Incluso algunos científicos han considerado como un paso adelante la tendencia de las mujeres egipcias a llevar pañuelo en la cabeza de las últimas dos décadas. Es una forma de que las mujeres entren en la esfera pública y trabajen fuera del hogar en cifras mucho mayores que antes, a la vez que mantienen una reivindicación de los ideales conservadores de castidad y piedad.
Las activistas de la Primavera Árabe proceden de todas las clases sociales ya que ha sido un movimiento de masas. Las mujeres de clase media y alta a menudo concentran sus energías políticas en los temas de representación política y en las leyes que afectan a la igualdad de las mujeres. Buscar garantías constitucionales de paridad electoral es una vía posible de responder ante cualquier contragolpe político patriarcal.
A las mujeres de las clases obreras les preocupan especialmente los salarios y los derechos de los trabajadores. Sindicatos más fuertes mejorarían las perspectivas de mayores derechos para las mujeres. La sanidad, alfabetización y bienestar material de las mujeres son aspectos que les preocupan a todas. Durante la era de los dictadores, la sanidad de la nación fue a menudo usurpada por una elite reducida de familias con conexiones políticas. Una democratización de la política podría potencialmente llevar a que se dedicaran a las mujeres y a los pobres más recursos estatales.
Tengan en cuenta que mujeres como Buthaina Kamel conocían los riesgos cuando le pedían a Mubarak que dimitiera. Cualquiera que fueran sus condescendientes apelaciones en los temas feministas, los regímenes autoritarios como los de Mubarak y Ben Ali oprimían políticamente y robaban a toda la sociedad, incluidas las mujeres, y habían demostrado que cada vez eran más incapaces de proporcionar los servicios sociales y los empleos de los que las mujeres y sus familias dependían fundamentalmente para poder tener una vida mejor. Antes, los dictadores marginaban a su arbitrio a las mujeres cuando ellas presentaban sus demandas al régimen. Ahora, al menos, tienen una oportunidad para luchar.
Shahin Cole es licenciada en derecho por la Facultad de Derecho de la Universidad Punjab en Pakistán. Ha vivido en Egipto y Yemen.
Juan Cole es profesor titular de historia en la cátedra Richard P. Mitchell y director del Centro para Estudios del Sur de Asia en la Universidad de Michigan. Su libro más reciente es «Engaging the Muslin World«, en Palgrave Macmillan.