El autor defiende, en un artículo escrito antes de la investigación por corrupción abierta contra el PSC, que el resultado de las autonómicas catalanas acelera la crisis política del Estado español.
Los resultados de las elecciones al Parlament de Catalunya del pasado 25 de noviembre están aún sometidos a una intensa disputa por su interpretación. Estos comicios, y el escenario que arrojan, son tan apasionantes como complejos, y deben ser leídos atendiendo a las diferencias sustanciales del sistema de partidos catalán y la cultura política sobre la que se asienta. Este artículo se centra en uno de los enfoques posibles: el escenario postelectoral catalán en el contexto de la crisis política en el Estado español.
Estas elecciones llegaban marcadas por una dinámica casi plebiscitaria, en la que la cuestión nacional y el derecho a decidir marcaban el eje principal, pero no el único, de las lealtades políticas. Esto ha ocasionado no pocas confusiones o simplificaciones entre las gentes de izquierdas que, desde fuera de Catalunya, veían un masivo ejercicio de manipulación -«tijeras que se envuelven en banderas»- en en el crecimiento de las tensiones nacionales. Considero sin embargo que, contra las visiones esencialistas, es más útil entender el soberanismo catalán como un espacio político no secundario sino principal para una mayoría de la ciudadanía, por tanto con efectos reales y no ‘ficticios’, en auge y en disputa entre fuerzas extremadamente diversas, incluso antagónicas, antes que como un ‘velo’ que oculta los verdaderos intereses de los sujetos sociales, que antecederían a su conformación como actores. El proceso político abierto en Catalunya, constituyente en un sentido, y el decantamiento de una mayoría en favor de la activación del derecho a la autodeterminación no puede ser, ni por su genealogía ni por sus dimensiones o heterogeneidad, obra de ningún «empresario político» ávido de exaltar sentimientos primarios en las masas para conservar el poder. Esta estrategia puede darse, pero es subalterna de un fenómeno político más grande y de más largo recorrido, que supera los intentos de monopolizarlo electoralmente. Por si acaso, la atribución de un contenido intrínsecamente conservador a todo nacionalismo/independentismo -o politización de un sentimiento de pertenencia nacional- es empíricamente insostenible con una rápida mirada histórica y geográfica. Es además políticamente estéril, pues no comprende la contingencia que preside la construcción de identidades políticas, y olvida hasta qué punto las identidades nacionales son susceptibles de articularse con las más diversas ideologías.
Las fronteras de la austeridad y del derecho a decidir
En cuanto a los resultados, hay dos datos cruciales, evidentes e inmediatos: Convergencia i Unió ha fracasado en su intento de hegemonizar el campo político dibujado por la frontera del «dret a decidir», aunque sigue siendo el principal partido de Catalunya, ganando en todas las comarcas menos una. Y el Partit dels Socialistes de Catalunya-PSOE ha perdido la posición de segunda fuerza política en escaños -aun siendo ligeramente superior en votos- en favor de Esquerra Republicana de Catalunya, que previsiblemente se beneficia de los votos en fuga de CIU, gracias a su mayor decisión independentista y a su distanciamiento de los agresivos recortes del pasado Govern de Artur Mas, y resulta quizás el gran triunfador del 25N, en votos y por la posición política determinante en la que queda. La importancia de la mayoría por el derecho a decidir que se configura en el Parlament excede la aritmética: son -casi- los mismos partidos, con representación similar vis a vis el bloque constitucionalista, pero su determinación soberanista y las presiones de la sociedad civil son parte de una dinámica en ascenso y con capacidad para reconfigurar el sistema de partidos. En ese sentido, y como se trata de un campo político marcado por dos fronteras -hoy: el derecho a decidir y la austeridad- que dibujan cuatro espacios, es necesario apuntar también los reequilibrios dentro de cada bloque: el soberanismo -CIU, ERC, CUP y con más dudas ICV- bascula notablemente a la izquierda, mientras es la derecha la que gana posiciones en el espacio del constitucionalismo -PSC, PP, C´s-. El descalabro del PSC y su pérdida del simbólico segundo puesto -y el primero en el voto progresista- tienen una importancia que trasciende sin duda la política catalana: un año después de su clamorosa derrota en las elecciones generales, y tras al menos tres castigos en elecciones autonómicas, el PSOE sigue en un declive del que por ahora no parece haber tocado fondo. Es cierto que su tibio federalismo ad hoc parece haber sido barrido en unas elecciones de polarización nacional, pero no es menos cierto que Catalunya -y en especial Barcelona- es un espacio político sin el cual no es pensable la centralidad del PSOE como partido de Estado. No es exagerado afirmar, en cierto sentido, que la crisis del PSC es la crisis de las posibilidades de articulación autonomista.
Con CiU muy lejos de la mayoría absoluta, se abre un escenario tan difícil como apasionante, en el que la incógnita está en si el partido de Mas será capaz de practicar una geometría variable de acuerdos en el Parlament, articulando sobre el eje nacional con Esquerra y con el eje de la austeridad neoliberal con el PP. O si las tensiones entre las dos agendas y los actores llamados a servir de apoyo para cada una, harán colapsar el nuevo Gobierno y provocarán una nueva convocatoria de elecciones anticipadas. Mas llamó a los principales partidos a «un ejercicio de responsabilidad» para gobernar el mentres tant mientras se avanza en el proceso soberanista, pero ERC ya ha puesto «precio social» -no rupturista pero sí significativo- a su apoyo. No hay que perder de vista el posible papel de «garante sensato de la gobernabilidad» para el que el PSC parece ya presto a ofrecerse, en una estrategia similar a la de un PSOE que pretende recuperar un perfil central que las urnas le van arañando cita a cita.
ICV-EUiA, que sube ligeramente, ha aguantado bien la dicotomización nacional, asentándose como fuerza política progresista y favorable al derecho a decidir, con un claro espacio sociológico y electoral propio, recogiendo gran parte del voto desencantado del PSC. El Partido Popular se beneficia de su condición de bastión de la españolidad, aunque no es capaz de superar su estancamiento como fuerza subalterna en el panorama político autonómico. Ciudadanos experimenta un auge muy importante, alcanzando los 9 escaños y saliendo del área metropolitana de Barcelona; se trata sin duda de una fuerza que ha llegado para quedarse, máxime en la medida en que el avance del proceso soberanista aumente la sensación de agravio de importantes sectores de las clases trabajadoras desestructuradas castellanohablantes, pero también de un voto cívico-liberal que se pretende cosmopolita frente al ‘nacionalismo’.
La Candidatura d´Unitat Popular- Alternativa d´Esquerres irrumpe con 126.000 votos y 3 diputados -todos por la circunscripción de Barcelona, pese a los buenos resultados en Girona, que se quedan a las puertas del escaño- en el Parlament, dando así el paso de su ya destacada pero desigual presencia en la política municipal a la autonómica para, en sus propias palabras, «ser el caballo de Troya de las clases populares». CUP ganan así una visibilidad y peso que jugará un papel destacado en la conflictividad política extrainstitucional que irá in crescendo con la profundización de la crisis, tanto más cuanto mejor sepa entrelazar las reivindicaciones nacionales y sociales, postulando el interés del país con el de sus clases subalternas. Se trata de una iniciativa muy interesante que ha despertado la atención de gran parte de la izquierda y gentes que protestan, también fuera de Catalunya. La peculiar fórmula política de la CUP ha conjugado con inteligencia el músculo organizativo y la subjetividad de la izquierda independentista, condiciones necesarias pero no suficientes, con articulaciones con el variado tejido social contestatario y la adopción del lenguaje político y la centralidad de la aspiración de regeneración democrática fraguados en el 15M y las posteriores movilizaciones contra la crisis y destituyentes. No obstante, pensar esta fórmula en otros lugares de la península sacando de «la ecuación CUP» el factor de la identidad popular catalana y las posibilidades que ofrece para articulaciones amplias que trasciendan los círculos militantes; así como el de las ventanas de oportunidad específicas del más plural escenario catalán, es hacerse trampas al solitario: no hay traducción inmediata. Significativamente, las iniciativas políticas rupturistas gozan de mejor salud allí donde se desarrollan al calor de identidades colectivas territorializadas y relativamente comunitarias.
Las elecciones catalanas llegan en un momento de creciente desestructuración de un modelo político y social que se ha mantenido durante más de tres décadas en condiciones de considerable estabilidad, asegurando la integración de las naciones periféricas en el pacto autonómico y de las clases subalternas en el pacto social. La primera integración parece fracturarse hoy entre el impulso recentralizador del Partido Popular y el nacionalismo español realmente existente, y el avance cualitativo y cuantitativo del soberanismo, en el País Vasco y Catalunya en primer lugar. La segunda integración se ve amenazada por la gestión austeritaria de la crisis en clave de ofensiva oligárquica sobre el Estado social y sus agentes institucionalizados, y por el cierre del régimen que deja fuera un número creciente de sectores y demandas sociales.
Las dos fracturas, pero especialmente la nacional, han marcado estas elecciones, desgastando a los principales partidos del sistema y dibujando un escenario político más rico, más complejo y más conflictivo, en el límite del orden político de la Transición. Es bastante probable que el Govern que salga de estas elecciones no termine la legislatura, por sus dificultades para procesar al mismo tiempo el avance soberanista y la conflictividad social frente a la espiral deuda-recortes. En ese sentido, el proceso político catalán es indisociable de la crisis política del Estado español.
Íñigo Errejón es Doctor e investigador en Ciencia Política
http://diagonalperiodico.net/Una-primera-lectura-del-25N-desde.html
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.