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Una tarea hercúlea

Fuentes: Naiz

Cuentan que Zeus castigó a Prometeo porque le robó el fuego y se lo dio a los hombres (no había mujeres en el mito griego). La cosa es que Prometeo era inmortal y encadenarlo a una roca no era pena suficiente. El tiempo no le afectaba. Así que cada día, un águila le devoraba el hígado, que noche tras noche se le regeneraba, para que el águila se lo volviese a triturar al día siguiente.

Algunos interpretan así la política penitenciaria. Sin límite de tiempo y sin medida de sufrimiento. Los últimos tiempos poderosísimas empresas comunicativas, lobbies políticos y asociaciones de víctimas, han reforzado una campaña para criminalizar cualquier expresión favorable a la liberación y la solidaridad con presos.

En el ojo del huracán forzado están carteles, pancartas, pintadas, canciones… ¡Y qué no! Mensajes anónimos, espontáneos, inconcretos, difícilmente encuadrables en una estrategia o imputables a una iniciativa política o sensibilidad concreta. Mensajes que no se explicitan, pero como profecía auto-cumplida, crean escándalo. No sabemos si el mensaje que presuntamente humilla la sensibilidad de las víctimas es el «Presoak Euskal Herrira» [Las y los presos a Euskal Herria], una demanda apoyada mayoritariamente, asumida por el 91% del Parlamento. O es el «Presoak Etxera»[Las y los presos a casa] , «Presoak Kalera» [Las y los presos a la calle].

El artículo 1 de la Ley Orgánica general penitenciaria establece que «las instituciones penitenciarias tienen como fin primordial la reinserción social del preso. Igualmente tienen a su cargo una labor asistencial y de ayuda para internos». Reinserción social, es decir, que vuelvan a su sociedad, a su familia, a su casa, a la calle. Una sociedad de la que solo les separó su encierro y alejamiento, pero con la que siempre han mantenido su conexión y su arraigo. Una sociedad que les presta asistencia, ayuda y solidaridad. Pero también la ley importuna a quienes ansían pena perpetua y sin derechos.

Dicen pretender evitar la revictimización de quienes sufrieron. Pero el efecto contradice dicho objetivo: hechos de poca entidad, de los que nadie tenía ni idea, son denunciados públicamente a bombo y platillo y hace que todo el mundo lo conozca. Si las víctimas no supieron nada de estos mensajes, ahora sí serán revíctimizadas con esta proyección exacerbada, con los decibelios extra.

Así, nos explican que estamos en una dinámica de «radicalización social». Afortunadamente, solo en las mentes de quienes la diseñan. Mentes fuera de la realidad, que quieren traer otra paralela. ¿De verdad está la sociedad más tensionada por supuestas expresiones de odio o violencia que hace 10, 20, 30 años…? ¿O es una realidad virtual que interesa imponer con estas iniciativas reiterativas? «Radicalización» no es el diagnóstico, sino el objetivo, porque han perdido músculo social en el nuevo escenario, donde no han sabido ubicarse. No quieren asumir pasos de gigante en la convivencia, igual porque es algo contra lo que siempre han estado, porque parece no rentarles.

Añaden, para culminar su agravio, la participación en la solidaridad de niños y niñas. Cuando debían recorrer miles de kilómetros para visitar a su ama, aita, aittitte [madre, padre, abuelo], los conocidos como «motxiladun umeak» [niños de la mochila], no les importaban. Les daba igual la penosidad del viaje, los días de ocio, descanso y alegría perdidos, el riesgo a los que se les sometía en un viaje del que no todos los familiares han vuelto. Pero cuando esos niños reclaman la vuelta a casa de sus seres queridos, son objeto de criminalización. Ahí llega el ansia de castigo de algunos, enfilando ya a un niño que escribe con una tiza un mensaje de cariño.

La política de permisos, terceros grados y libertades condicionales que bajo exigentes criterios técnicos aplica la Dirección de Justicia de Gobierno vasco es también ahora objetivo de estos lobbies. Van muy rápido y sale muy barato. Obvian que este colectivo, en términos de cumplimiento, se encontraba atascado en la parrilla de salida durante largos años de políticas penitenciarias excepcionales. Y ahora, desescalando la visión antiterrorista por atemporal, cumplen sobradamente con los requisitos para acceder no a privilegios, tampoco a beneficios… simplemente a derechos. Porque la libertad es un derecho de la persona presa. Pese a quien pese. Derechos que otros presos, sea cual sea la tipología y gravedad de sus delitos, hacía tiempo hubiesen ya ejercido.

Así, los liberticidas que ponen puertas al mar se enfrentan a la legalidad penitenciaria, pero también a la libertad de expresión, a los derechos de manifestación, reunión. Es la última batalla a la desesperada de estos intereses políticos y comunicativos. Pero, a veces, lamentablemente, consiguen su objetivo. ETB sucumbe. Los versos de Maddalen Arzallus, comparando toda su vida con la condena cumplida por un preso, han sido sometidos a censura. Invocando una falsa superioridad ética, sus directivos se congratulan de la labor inquisitoria. Parece estar bien callar la voz que pretende denunciar una pena cruel o degradante, por demasiado larga. Tal vez podemos fijarnos en la injusticia de crueles encarcelamientos lejanos. Es ético estar en contra de condenas perpetuas en otros hemisferios. Pero aquí no, a esas prácticas no se le pueden poner nombres y apellidos.

Heracles (Hércules según llamaron los romanos) acabó liberando a Prometeo del castigo inhumano a que estaba sometido. Cierto, una tarea hercúlea la que libra esta sociedad por resolver la situación de los presos políticos. Por sacar la política penitenciaria del carril de la venganza y ponerlo en el de la convivencia. Una tarea inacabada ante la presión permanente de poderosos sectores que pretenden que un águila, eternamente, les machaque el hígado.

Pero no nos resignamos.

El próximo día 12 de noviembre tendremos la oportunidad de dar en Bilbo un paso más en solidaridad con todas las personas presas por motivación política. Crear una gran ola a favor de su definitiva vuelta a casa.

Fuente: https://www.naiz.eus/es/iritzia/articulos/una-tarea-herculea