Estas elecciones abren un nuevo ciclo político. Podemos cierra uno completo que comenzó en unas elecciones europeas en 2014. En medio, varias elecciones generales, municipales, autonómicas y europeas. La resultante final es una derrota que, en muchos sentidos, cierra una fase de expectativas de cambio, de ruptura y de disputa por la hegemonía política en […]
Estas elecciones abren un nuevo ciclo político. Podemos cierra uno completo que comenzó en unas elecciones europeas en 2014. En medio, varias elecciones generales, municipales, autonómicas y europeas. La resultante final es una derrota que, en muchos sentidos, cierra una fase de expectativas de cambio, de ruptura y de disputa por la hegemonía política en un país que vivía una crisis de régimen. Las esperanzas abiertas por el 15M se han ido agotando y la recomposición del sistema político parece que ha culminado en una enésima restauración.
No es este el momento de hacer una evaluación de lo que ha pasado en los últimos cinco años. Ahora parece que solo toca debatir de algo que parece ser la quintaesencia del único cambio posible: gobernar con el PSOE. Nadie podrá negarle a Pablo Iglesias la capacidad casi infinita de reinventarse a sí mismo; tampoco nadie le podrá negar audacia y determinación. Convertir la propuesta de entrar en un gobierno presidido por Pedro Sánchez en una reivindicación democrática y anti oligárquica resulta, cuando menos, sorprendente. Convencer de ello al PCE, a IU, a Equo y demás convergencias y, sobre todo, a casi el 15% de los votantes, da que pensar. Los resultados de las elecciones generales fueron malos, pero, hay que decir, que fueron solapados -en parte- por la sistemática y constante propuesta de gobernar con el PSOE.
Es un viejo tema, las relaciones entre realidad y percepción. Las encuestas anunciaban un descalabro de grandes proporciones y los resultados finales permitieron hacer la lectura de que, siendo malos, se «salvaron los muebles». Como suele ocurrir, lo que se transmite no siempre se corresponde con la realidad, con los movimientos sociales de fondo y, sobre todo, cuando dicha realidad cambia aceleradamente. Las percepciones nunca son arbitrarias y se reajustan en función de los resultados. No es lo mismo partir de un 21% de votos que de un 15% y eso ha afectado a las elecciones que acabamos de celebrar. Ese 15% ha continuado bajando hasta llegar a unos resultados que, casi unánimemente, han sido calificados como típicos de la vieja IU. El tema de fondo era saber si la campaña había invertido la tendencia o, simplemente, la había frenado.
Gobernar o no, no es una cuestión de principios, depende del programa, de la correlación de fuerzas y de la interpretación de una coyuntura histórica determinada. Pablo Iglesias ha insistido mucho sobre esto, gobernar para impedir un acuerdo entre el PSOE y Ciudadanos. No nos podemos fiar de un PSOE que cuando puede, acaba por hacer las políticas que los poderes económicos imponen. Esta ha sido la idea central de una larga campaña electoral. Entendamos lo que se quiere decir: hay una operación de régimen para imponer un gobierno PSOE/ Ciudadanos; la tendencia predominante en los socialistas va en esa misma dirección, es decir, impedir un gobierno de coalición con Unidas Podemos; luego la clave es gobernar, conseguir los votos suficientes para forzar, para garantizar el gobierno de coalición. Este último aspecto es algo más que un salto lógico.
Hay dos cuestiones que es necesario clarificar, ¿es posible un acuerdo programático entre el PSOE y Unidas Podemos? y ¿es posible el tipo de acuerdo que quiere UP? La primera cuestión es mucho más complicada. En un contexto nacional (poderes económicos) e internacional (Comisión Europea) como el que conocemos y un Partido Socialista que vira al centro, es difícil imaginar que se pueda llegar a un acuerdo programático sustancial entre ambas formaciones políticas del tipo que ha defendido UP en todo este ciclo electoral. A la segunda pregunta hay que responder que el riesgo era muy alto ya que haría falta un número sustancial de votos y escaños que garantizaran una mayoría común. Las elecciones generales demostraron que esa relación de fuerzas no existía. El último proceso electoral confirmó esta tendencia a la baja. Siempre quedará como posibilidad haber hecho una campaña en positivo en torno a un proyecto de país concretado en un decálogo de ideas-fuerza capaz de organizar a un bloque progresivo comprometido con la superación de las políticas neoliberales y, lo fundamental, por un nuevo modelo de desarrollo social y ecológicamente sostenible.
Cuando hablamos de «problemática IU» nos estamos refiriendo a una contradicción que ha presidido la política de Unidas Podemos, al menos, desde que se apoyó la moción de censura de Pedro Sánchez. Lo podríamos formular así: conforme más se acercaba Unidas Podemos al PSOE, menos autonomía de proyecto y una relación de fuerzas cada vez más desfavorable que le impedía, de hecho, conseguir el objetivo que se pretendía, gobernar en el futuro con el PSOE. Ofrecerse continuamente a Pedro Sánchez para gobernar, fomentaba el voto útil y hacía cada vez menos necesaria la presencia de una fuerza determinante como debería haber sido Unidas Podemos. Se podría decir de otro modo, la consigna de gobernar con el PSOE cuando se está bajando electoralmente, lo que provoca es un fortalecimiento del Partido Socialista.
No se trata de un debate teórico, sin más. Los más de ocho meses de colaboración parlamentaria con el Partido Socialista deberían haber enseñado muchas cosas y desaconsejado otras. Supimos desde el primer momento que el gobierno de Pedro Sánchez tenía como objetivo fundamental ganar las elecciones; organizar una campaña electoral que le permitiera volver a lo que fue en el pasado, convertirse en el partido eje de la recomposición del régimen, ser el partido central que define los límites y las opciones. La clave, reducir el peso social y electoral de Unidas Podemos. Cualquier opción política del PSOE tenía que partir de la derrota de Unidas Podemos. Si, además, la derecha se dividía y aparecía VOX, mucho mejor. La reacción de Unidas Podemos se podría exponer así: puesto que el PSOE capitaliza las medidas positivas que UP, entre otros, promueve, la única alternativa es gobernar con el PSOE. Esto fue algo más que un salto de cualidad, fue un atajo, una fuga ante problemas graves que se iban acumulando en Podemos y, derivadamente, en sus diversos y heterogéneos aliados. Lo más sorprendente de esta colaboración con el gobierno socialista fue la aparición de continuas diferencias política en las grandes cuestiones y que cada acuerdo suponía un conflicto, una lucha constante. Hablar de gobernar con el PSOE implicaba, entre otras cosas, que hubiese una convergencia programática que, en esos meses, nunca se hizo evidente.
Las elecciones andaluzas de 2018 fueron un toque de atención que no se supo leer y que ya señalaban un cambio de tendencia. La campaña electoral fue muy dura y difícil. Las direcciones de Adelante Andalucía trabajaron contra corriente, el viento había dejado de soplar a favor y la tendencia de cambio daba síntomas de agotamiento; había una profunda desmovilización, los vínculos sociales se estaban resquebrajando y los círculos perdieron dinamismo, militancia y compromiso. Podemos se había ido «cartelizando» y empezaron a crecer las dificultades para ir más allá de una simple coalición electoral. Hay que subrayar que las contradicciones internas se fueron acentuando, la dinámica fraccional se amplió ante una base militante cansada de peleas y de luchas por el poder.
Era necesario un golpe de timón, pararse para analizar las nuevas realidades y relanzar el propio proyecto. El PSOE empezaba ya a iniciar su despegue y tuvimos que acostumbrarnos a trabajar contra las encuestas. No se entendió que darle el gobierno a nuestro principal adversario electoral implicaba algo más que un reajuste táctico. La alianza parlamentaria con el PSOE no era otra cosa que la continuación del conflicto por otros medios. La clave, acentuar la autonomía del proyecto, impulsar el desarrollo político y organizativo en momentos en los que la conciencia, la subjetividad era absolutamente necesaria; ganar presencia en la sociedad civil, saber diferenciarse desde un proyecto propio, definido en positivo. Lo sabíamos, todo esto era muy difícil y requeriría una dirección política a la altura de los desafíos y dedicar muchas horas de trabajo a los círculos. La resultante de tanto desafío fue exigir gobernar con el PSOE. El problema es que para conseguirlo había que tener fuerza, votos, organización e identidad. Lleva razón Pablo Iglesias, gobernar es cosa de relación de fuerzas; el problema es que con esta política, cada vez somos más débiles, más prescindibles. Seguramente de esto y de algunas cosas más, habló Pedro Sánchez con Merkel y con Macron.
Artículo publicado originalmente en Cuarto Poder