La postmodernidad y la crisis de las grandes narrativas historiográficas dieron lugar a una eclosión de historias locales. Sin embargo, no hay por qué aceptar necesariamente una separación tan rotunda, ya que la historiografía local, bien contextualizada, puede complementar y enriquecer a la historia global y, al contrario, una historiografía más general puede dotar de […]
La postmodernidad y la crisis de las grandes narrativas historiográficas dieron lugar a una eclosión de historias locales. Sin embargo, no hay por qué aceptar necesariamente una separación tan rotunda, ya que la historiografía local, bien contextualizada, puede complementar y enriquecer a la historia global y, al contrario, una historiografía más general puede dotar de marco y referencias a investigaciones de carácter más local. En esta dialéctica se inserta el libro «Revolució i guerra en Algemesí (1936-1939)», del historiador Josep Antoni Domingo i Borràs, editado en 2004 por Grupvisual Algemesí.
La revolución y la guerra fueron los fenómenos que siguieron al levantamiento faccioso de 1936 donde éste fracasó. En municipios situados lejos del frente bélico, como Algemesí (Valencia), surgió un nuevo poder obrero en la retaguardia que se planteó dos retos: implantar la revolución y subvenir las necesidades tanto del ejército «rojo» como de las víctimas. «Brigadas, secciones, grupos y comités integrados por gentes decididas formaron las Milicias de Salvamento, o también de vigilancia, del pueblo», explica el historiador, autor también de «L’Algemesí de la República 1931-1936». El Comité Ejecutivo del Frente Popular y una Comisión Gestora Municipal eran las instituciones que impulsaban el cambio social.
En los municipios con economía de base agraria (en el caso de Algemesí, centrada en la naranja y el arroz), un punto central de las transformaciones consistía en la expropiación de tierras. Una demanda popular histórica. Según Josep Antoni Domingo, las tierras intervenidas en el periodo 1936-1938 en Algemesí suponían casi un tercio (28,8%) de la superficie cultivada en el municipio y afectaron a una minoría de propietarios (4,2%). En la mayor parte de los casos, se alegó para la expropiación el abandono de las fincas. Además, las expropiaciones no afectaron a los pequeños propietarios locales, pero sí a los forasteros, resume el historiador. Otros factores de producción estratégicos, los molinos de arroz, también fueron intervenidos muy pronto: el 10 de septiembre de 1936 quedaron bajo control obrero. Entre los días 6 y 15 de octubre se intervinieron cuatro fábricas del municipio, que también dirigiría el poder obrero. Por último, talleres, obradores y oficios serían organizados por la Casa del Pueblo.
A partir de septiembre de 1936, el nuevo gobierno de Largo Caballero estableció como prioridad la centralización del poder, frente a la eclosión y efervescencia de los comités populares, y antepuso la victoria en la guerra al advenimiento de la revolución. Consecuencia de ello fue la remodelación de los órganos de gobierno municipales. En Algemesí, el nuevo Consell Municipal se constituyó en noviembre de 1936, y contaba con representantes de todas las organizaciones de izquierda, incluidas la CNT y la FAI. «Mantenía la pretensión de reservarse en exclusiva la iniciativa revolucionaria», apunta Josep Antoni Domingo. Se socializaron (o municipalizaron) los bienes y servicios de la localidad, de manera que se engarzaba con la obra del Comité Ejecutivo del Frente Popular. El historiador resalta, en el capítulo de la asistencia social, la protección a la maternidad de la mujer trabajadora.
La guerra imponía sus exigencias a la economía. En los municipios donde la producción y exportación de naranja era prioritaria, como Algemesí, se constituyó bajo control de los sindicatos un Comité Local Unificado de Exportación de Frutas (CLUEF), que se encargaba de la recolección, transporte, manipulación y confección. El proceso no estaba exento de complejidad e incluso contradicciones. «Se requisaron todos los almacenes y utillajes de los exportadores locales, y ya colectivizados, pasaron a estar dirigidos por un técnico, la mayor parte de las ocasiones, el mismo propietario, que asumía la dirección», explica Josep Antoni Domingo. Así pues, cada comité local recibía toda la naranja producida en el municipio y la remitía al Consejo Levantino Unificado de Exportación Agrícola (CLUEA) para su exportación. Además, el libro incluye ejemplos de colectivizaciones agrícolas en Algemesí a partir de 1937, como la Colectividad Sindical número 1 CNT-AIT, que ocupó grandes fincas. La Federación de Trabajadores de la Tierra de UGT también participó en las colectivizaciones. En este escenario se produjeron conflictos -a veces violentos en el País Valenciano- entre «individualistas» y «colectivistas».
Josep Antoni Domingo dedica la segunda parte del libro a analizar una guerra que, en Algemesí, concluyó con 260 víctimas (143 muertos y 68 desaparecidos, a los que se agregan los 49 muertos por los bombardeos de la aviación fascista sobre el pueblo). La consecuencia más terrible de la guerra fue la pérdida de vidas humanas, pero el historiador también destaca otras realidades. Por ejemplo, la incorporación a filas llevaba a la falta de mano de obra para las tareas agrícolas, por lo que el Consell Municipal reclamó a la autoridad militar el desplazamiento de soldados para que, en funciones de campesinos, trabajaran en la siega del arroz. Pero, en general, en un municipio próximo a la capital (Valencia) y bien comunicado por tren y carretera, «la vida cotidiana se reorientó para abastecer las demandas de los frentes».
¿De qué modo se concretaron estas prioridades? El edificio del antiguo convento (que ya era hospital municipal) acogió la clínica militar. Además, la guarnición castrense de Algemesí contó con 3.612 soldados. Ocupaban almacenes de naranja inactivos, talleres, garajes, y también algunos edificios (públicos o privados) para oficinas. Una de las realidades más dramáticas del conflicto era la de los refugiados (a finales de septiembre de 1936 ya había en el municipio más de 800). Llegaron niños y niñas de colegios de Madrid, acompañados de sus maestros, huyendo de los bombardeos fascistas. En el municipio valenciano continuarían encargándose de su formación y, como apunta Josep Antoni Domingo, «el impacto emocional y solidario fue tan grande que nunca desapareció del imaginario popular». Llegaron andaluces, castellanos, aragoneses, gente de la provincia de Castellón y otros que simplemente huían de la cruel contienda. En enero de 1939 se contabilizaron 4.324 refugiados sobre una población total de 23.687 personas.
Todo ello en un escenario de pobreza y hambre que llevó al racionamiento extremo de los bienes más básicos en septiembre de 1938. Y «en una situación de completa parálisis de las actividades en el campo, las fábricas, los almacenes y las serrerías de envases para frutas», apunta el historiador. Las autoridades requerían vituallas con urgencia, pero «el comportamiento solidario, a pesar de la férrea adversidad, nunca se detuvo». El 20 de enero de 1939 se creó un comedor exclusivamente para menores, y una semana después se ordenó el sacrificio de todo el ganado bovino que había en el municipio con el fin de abastecer a la población. El capítulo de la barbarie se cierra con los sangrientos bombardeos perpetrados sobre Algemesí por los hidroaviones Heinkel-59 de la Legión Cóndor nazi, cuya base radicaba en Pollença (Palma de Mallorca). Nueve ataques en seis meses (entre abril y octubre de 1938). En el objetivo, las comunicaciones (estación y vías de ferrocarril), áreas de abastecimiento (en un municipio integrado en la comarca de la Ribera, «despensa» de la retaguardia), fábricas de alimentos y guarniciones militares. El resultado, 49 muertos y 129 heridos, además de los daños materiales.
De los nueve ataques destaca el perpetrado el 30 de octubre a las 21,00 horas. Un ejemplo del «uso del terror como arma psicológica contra la población civil de retaguardia», apunta Josep Antoni Domingo. El objetivo eran los soldados, refugiados y habitantes del pueblo que paseaban por la plaza de la estación y la carretera. Murieron 27 personas como resultado de los bombardeos. El pueblo reaccionó, al día siguiente de la embestida, con una huelga general y una manifestación. Casi medio año después, el 28 de marzo de 1939, los golpistas tomaron el poder en Algemesí. «Queda terminantemente prohibido el tocar nada en absoluto de cualquier campo del término municipal quedando los contraventores sancionados por la autoridad militar», rezaba el bando del Comité Local de Falange Española Tradicionalista y de las JONS.
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