«El gran problema social de nuestro tiempo es la concentración en aumento del poder económico y, por lo tanto, de poder cultural y poder político, en manos de un grupo de empresas cada vez más reducido. La semilla es una pieza del rompecabezas. Es una pieza particularmente accesible porque las personas pueden entender de dónde […]
«El gran problema social de nuestro tiempo es la concentración en aumento del poder económico y, por lo tanto, de poder cultural y poder político, en manos de un grupo de empresas cada vez más reducido. La semilla es una pieza del rompecabezas. Es una pieza particularmente accesible porque las personas pueden entender de dónde viene su alimento y eso la hace particularmente poderosa. Pero la concentración se está produciendo cabalmente en toda la industria, no únicamente en las semillas»
GRAIN: – Hace casi veinte años escribiste «First the Seed» («Primero la Semilla»). ¿Qué viste emerger en la biotecnología vegetal que te llevó a escribir un libro sobre el tema?
JK: – Yo había estado en los Cuerpos de Paz en Botswana durante algunos años a finales de los setenta, trabajando con comunidades agrícolas campesinas. Soy un muchacho de ciudad, y fue allá donde aprendí que disfrutaba trabajando con los agricultores, y que me sentía bien cultivando mi propio alimento. Volví a los EE.UU. y fui a estudiar a la Universidad de Cornell, y continué trabajando en mi propia huerta, y descubrí que los problemas que me habían comprometido en los Cuerpos de Paz, relacionados con la desigualdad y la problemática situación que enfrentaban los agricultores, también aparecían en los EE.UU.
En particular, había concentración de poder en el sector agropecuario. Un amigo de Cornell me sugirió que focalizara la mirada en el tema de las semillas para mi tesis. Lo cual resultó ser un estupendo consejo. En ese momento la biotecnología recién estaba surgiendo y había una controversia en Cornell acerca de la hormona de crecimiento bovina. Cuando comencé a estudiar lo que estaba sucediendo en la industria de la semilla, encontré que la biotecnología era importante también allí. Las pequeñas compañías de semillas estaban siendo adquiridas por grandes empresas como la Shell Oil e incluso la Greyhound Bus Company. Obviamente algo extraño estaba pasando y tenía que ver con la promesa de las nuevas biotecnologías.
La mejor manera de anticipar el futuro es examinar y comprender lo que ya ha ocurrido. De modo que al intentar comprender adónde podría la biotecnología conducir a la agricultura, necesité saber por dónde había estado ya la industria de la semilla y qué trayectoria estaba siguiendo. El libro de Pat Mooney, «Seeds of the Earth» («Semillas de la Tierra»), fue para mí un marco inicial de referencia. Pero, cuando éste llegaba a la industria semillera en los EE.UU., no disponía de mucha información. La mayor parte de la historia de la comercialización de semillas se refería a la Revolución Verde en Asia. Nosotros también habíamos tenido una Revolución Verde en los EE.UU., pero había muy poca información disponible acerca de la forma que había tomado esa revolución y cuáles habían sido sus efectos.
Al examinar la historia de la mejora vegetal en los EE.UU., me fue posible identificar tres características que han alertado acerca de la dirección que ha venido tomando la economía política de la mejora vegetal en EE.UU., desde 1850 en adelante. La primera es la «comodificación». Es difícil adueñarse de la semilla como propiedad, porque es un organismo biológico que desea reproducirse bajo cualquier circunstancia. Por esa razón la industria prosiguió dos vías de comodificación – la vía social, que tiene que ver con la legislación que hace apropiable la semilla, y la vía tecnológica, que es la hibridación.
La segunda característica es la división del trabajo entre ciencia pública y ciencia privada. Los laboratorios públicos generaron gran parte del conocimiento básico que fue necesario para desarrollar la mejora vegetal como una disciplina aplicada, y los programas públicos de mejora ofrecían las nuevas variedades para agricultores a bajo costo, a veces sin cargo, y los agricultores regularmente reproducían las semillas para sí mismos. Esto no dejaba espacio para que la industria privada interviniera. Para construir una industria semillera, los fitomejoradores públicos tuvieron que ser sacados de en medio con un preocupante golpe de estado, en que la industria dijo: «Ustedes hacen una cosa y nosotros haremos otra. Ustedes hacen la ciencia básica, la ciencia para el desarrollo. Nosotros nos vamos a encargar del fin del producto; seremos los únicos que les vendan las semillas a los agricultores.»
La tercera característica tiene que ver con el germoplasma, la materia prima genética de la mejora vegetal. La mayor parte de la diversidad agrícola se encuentra en el Sur geopolítico y existe una larga historia de flujo asimétrico de este material desde el Sur hacia el Norte.
Estas tres características me proporcionaron las trayectorias históricas a lo largo de las cuales me pareció a mí que la biotecnología iba a ser desplegada. Y a menos que se produzcan algunos cambios reales en la organización social, es muy probable que la biotecnología continúe desplegándose a lo largo de dichas trayectorias.
– ¿Cómo han jugado estas trayectorias desde la publicación de tu libro?
Los agricultores han continuado perdiendo poder. En los EE.UU., la mayoría están atrapados en la rutina tecnológica, y subsumidos en mercados de insumos y «commodities» sobre los que tienen cada vez menos control. Ellos mayormente se encuentran con pocas oportunidades, salvo comprar las semillas ofrecidas por los mercaderes de gen corporativos. La mejora vegetal ha continuado mostrando una intensificada división del trabajo.
Los fitomejoradores públicos continúan siendo debilitados. El centro de gravedad de la mejora, sin lugar a dudas, está ahora en el marco de las empresas privadas. Lo público ha perdido su papel en la determinación del tipo de variedades disponibles para los agricultores, y los agricultores tienen pocas alternativas salvo ir a la industria por semilla. Esto evidentemente consolida los actuales modelos no sustentables de producción de monocultivos.
La cuestión de los recursos genéticos no ha variado demasiado desde que el libro fue publicado casi veinte años atrás. Las empresas demandan bastante libre acceso. En términos generales, consiguen lo que quieren al precio que quieren, aun cuando los gobiernos nacionales han impuesto cierto número de restricciones y diferentes comunidades y pueblos indígenas han tratado de introducir varias formas de derechos de los agricultores o de los recursos tradicionales. Lo que nosotros hemos visto durante los últimos 18 años es una intensificación de los modelos problemáticos, establecidos mucho tiempo antes.
– Pero al mismo tiempo ha habido un tremendo crecimiento de la resistencia popular. ¿Está siendo efectiva esa resistencia?
Cuando «First the Seed» salió publicado, la oposición pública organizada era relativamente limitada. En este momento estamos en presencia de una oposición pública sustancial, mundialmente distribuida. Los términos «biopiratería» y «tecnología Terminator» no existían en el léxico. La «biopolución» no era un tema de discusión. Ahora la gente está familiarizada con estas expresiones. Se ha producido un entusiasta surgimiento de oposición – no sólo a la biotecnología o a la ingeniería genética per se – sino a toda clase de actividad corporativa en la agricultura. La biotecnología se reconoce como sólo uno de los componentes en la estructura integral de la globalización corporativa. Y eso es una señal muy esperanzadora, indudablemente.
Una parte esencial de la resistencia es el surgimiento de los movimientos de soberanía alimentaria en el Sur y de los movimientos alimentarios locales en el Norte. Las personas de una y otra parte del mundo comprenden cada vez más que no se encuentran encerradas en una trayectoria lineal de desarrollo agrícola capital -y energético- intensivo, y que se puede comer bien, grata y sustentablemente, mediante el perfeccionamiento de las tecnologías que ya tenemos y con la mirada puesta en la agro-ecología y la agricultura orgánica.
Lo que las personas necesitan no es simplemente algo a lo cual oponerse, sino también algo que reemplace aquello a lo que te estás oponiendo, y encontrar un nuevo paradigma para la agricultura y la alimentación. Pienso que los movimientos de soberanía alimentaria y los movimientos alimentarios locales están proporcionando ese tipo de alternativa concreta.
También es positivo ver lo que los fitomejoradores públicos y los científicos públicos en EEUU y otras partes del mundo, se están, si bien no radicalizando, sí dando cuenta de la situación en la que ellos mismos se encuentran. Su propia libertad de operar, para hacer su propia ciencia, se ha visto enormemente constreñida por el hecho de que los Gigantes Genéticos corporativos son dueños de la habilitación de las tecnologías que son utilizadas para hacer el trabajo que ellos mismos desearían estar emprendiendo.
Está surgiendo entre los fitomejoradores públicos un movimiento para unirse y revitalizar y reconstruir la ciencia pública y la mejora vegetal pública en nuestras universidades. En EE.UU. se han llevado a cabo dos reuniones cumbre de «Semillas y Variedades» en las cuales los fitomejoradores públicos han estado junto a varias ONGs por primera vez, para explorar posibilidades de colaboración.
– ¿Hay razón para ser pesimistas acerca de los procesos intergubernamentales que tratan sobre biodiversidad?
El Tratado de Semillas (ver pág. 21) no parece proporcionar demasiado avance o protección para la biodiversidad, ni materializa, en realidad, los derechos de los agricultores. Por otro lado, el Protocolo sobre Bioseguridad ha ayudado considerablemente a desacelerar a la industria.
Pero todos estos son terrenos disputados. La industria conoce sus intereses y trabaja incansablemente en los foros públicos y privados para reducir el impacto de la regulación local, nacional e internacional. Esto es, ciertamente, lo que nosotros hemos observado en la historia de la industria semillera.
Por ejemplo, la industria ha venido impulsando el derecho de patentes sobre plantas desde 1890. No consiguieron lo que buscaban en forma inmediata, pero arremetieron una y otra vez hasta 1985, que fue cuando las plantas se volvieron materia patentable en los EE.UU. Y esto seguramente se va a seguir efectuando con todo lo que sea disposiciones sociales o administrativas que son puestas en vigor por protocolos de semilla o de seguridad y casi nada más. Precisamos tener el mismo poder de perseverancia que la industria tiene.
Hace algunos años, la revista «Seedling» publicó los artículos de Camila Montecinos (1) y de Erna Bennett (2) que cuestionaban si la orientación general de los derechos de los agricultores era la manera apropiada de encaminarse, y si no había simplemente demasiadas contradicciones instaladas al tratar de usar las herramientas del patrón, para desmantelar la casa del patrón. Realmente simpatizo con ese punto de vista. Pienso que los tipos de derechos denominados alternativos o comunitarios o de los recursos tradicionales que se han desarrollado hasta ahora, derivan en realidad de la propiedad intelectual occidental.
No he visto ningún marco o mecanismo que proteja eficazmente los intereses de los indígenas, o de los pueblos o regiones, de las depredaciones de los biopiratas del Norte. Eso presenta una contradicción fundamental. Por otra parte, desconozco qué más se puede hacer. Debemos resistir allí donde podamos, aparte de criticar con dureza los acuerdos que se han hecho.
En cualquier caso, me parece que es imposible predecir con precisión la particular constelación de acciones o concertaciones de acciones que mejor van a servir al interés público global más amplio. Tenemos que participar en tantos niveles y lugares como podamos. Debemos intentar prácticamente todo, y en todo lugar. Lo importante es que esta oposición creativa está ocurriendo prácticamente en todas partes y que la estamos haciendo, de todas formas, con muchos menos recursos económicos, políticos e incluso culturales que los que dispone la industria.
– Ha salido una nueva edición de «First the Seed» con un nuevo capítulo. ¿Cuál es el principal mensaje después de casi 20 años?
El nuevo capítulo titulado «Still the Seed» («Aún la Semilla»), reseña lo que ha pasado durante los últimos 18 años. Lo que sostiene es que las trayectorias que identifiqué en el libro, todavía están operando poderosamente. La comodificación ha continuado y se ha acelerado. La división del trabajo está más marcadamente definida que antes. La biodiversidad se está aprovechando aún más asimétricamente.
Esto no quiere decir que no haya surgido una fuerte oposición, que todavía tiene que fructificar plenamente. Si miramos hacia adelante, el surgimiento de esa oposición es la mejor buena nueva de los últimos 18 años. Pero lo más importante, pienso, es la instalación del problema de la biotecnología y de la industria de la semilla en el contexto más amplio de la resistencia a la globalización corporativa.
La semilla es el alfa y omega, el comienzo y el final del proceso de producción agrícola. Las características genéticas que se pueden ensamblar en la semilla le dan forma al proceso de producción a través del cual esa semilla va a pasar. La semilla es un nexo crítico para el capital, pero no es el único. Observamos esta globalización corporativa no solamente en la industria de la semilla, sino también en la producción ganadera, en la fabricación de plaguicidas, en las ciencias farmacéuticas y de la salud, en la energía, y en los medios de comunicación.
El gran problema social de nuestro tiempo es la concentración en aumento del poder económico y, por lo tanto, de poder cultural y poder político, en manos de un grupo de empresas cada vez más reducido. La semilla es una pieza del rompecabezas. Es una pieza particularmente accesible porque las personas pueden entender de dónde viene su alimento y eso la hace particularmente poderosa. Pero la concentración se está produciendo cabalmente en toda la industria, no únicamente en las semillas.
Desde el momento en que la oposición tiene que darse a la globalización corporativa en general y no a una de sus características, va a pasar algún tiempo antes de que madure la visión completa. Tenemos pocas opciones, salvo hacer lo que podamos y prestar atención a lo que pase de aquí en más. Las contradicciones se harán manifiestas. Finalmente tendremos oportunidad de dar vuelta las cosas. (Traducción: Gladys Guíñez)
Referencias:
1) Camila Montecinos (1996), «Sui Generis – a dead end alley?» («Sui Generis: ¿Un callejón sin salida?»), revista «Seedling», diciembre de 1998, pág.19.
2) Ema Bennett (2002), «The Summit – to – Summit Merry – go – Round» («El Carrusel Cumbre a Cumbre»), revista «Seedling», julio de 2002, pág. 3.
– Jack Kloppenburg es Profesor de Sociología Rural en la Universidad de Wisconsin – Madison en los EE.UU. Es muy conocido por sus análisis de los impactos sociales emergentes de la biotecnología, y por su labor en la controversia global sobre acceso y control de la biodiversidad. Su libro recientemente actualizado y reeditado «First the Seed: The Political Economy of Plant Biotechnology» («Primero la Semilla: La Economía Política de la Biotecnología Vegetal») está considerado como un aporte fecundo en este campo. Este trabajo fue clave en el despertar de muchas personas respecto de las implicaciones sociales de la biotecnología (inclusive para algunos de nosotros en GRAIN), particularmente en lo concerniente al sistema alimentario. Desde entonces su trabajo se ha ampliado para incluir un análisis sobre los modos de contrarrestar la corporativización creciente del sistema alimentario, focalizándose particularmente en el mantenimiento de un suministro alimentario sustentable, autónomo y localmente producido. Puede ser contactado en: [email protected]
– Publicado en GRAIN/Biodiversidad en América Latina, 2 de junio 2006 http://www.biodiversidadla.org/content/view/full/24350
http://alainet.org/active/11919