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A propósito del caso Sgrena-Calipari

Verdades como puñetazos

Fuentes: Rebelión

What is Truth, said jesting Pilate; and would not stay for an Answer. Francis Bacon Hay verdades como puños y verdades como puñetazos. En el caso Sgrena-Calipari, obcecados todos en busca de La Verdad con mayúscula, están pasando de soslayo otras no menos crudas. Cuando el padre de Giuliana Sgrena afirmó «nunca sabremos la verdad», […]

What is Truth, said jesting Pilate; and would not stay for an Answer.

Francis Bacon

Hay verdades como puños y verdades como puñetazos. En el caso Sgrena-Calipari, obcecados todos en busca de La Verdad con mayúscula, están pasando de soslayo otras no menos crudas. Cuando el padre de Giuliana Sgrena afirmó «nunca sabremos la verdad», y no fue el único en pensarlo -Claudio Magris escribió un artículo en el que afirmaba que, de llegar a conocerse, la verdad afloraría cuando ya no tuviera importancia política-, estaba, se quiera o no, constatando una verdad nacional irrebatible; a saber: que en la historia de Italia abundan misterios con fondo más o menos tenue de barras y estrellas. Se han recordado estos días los casos de soberanía pisoteada del Cermis y Ústica; se ha rememorado con orgullo la firmeza de Craxi en el caso Achille Lauro. Pero estas remembranzas ante un cadáver aún caliente no son otra cosa que acordarse de Santa Bárbara cuando truena. No hace muchos días se informaba de la presencia de 90 bombas nucleares B-61 distribuidas en dos bases (Ghedi Torre-Brescia y Aviano Pordenone), no hace tanto se informaba de que se iba a producir el traslado del Cuartel General de las fuerzas navales en Europa de Londres a Nápoles; anteayer se recordaba el secuestro en Milán del imam egipcio Abu Omar por parte de agentes de la CIA y su traslado a Egipto para mejor torturarlo; ayer Il Manifesto informa que la reunión entre el Presidente de la región de Cerdeña y el embajador americano en Italia a propósito de la petición por parte del primero del cierre de la base de submarinos de la Maddalena, se ha pospuesto. ¿Sólo se ha de mentar la dignidad nacional de cuerpo presente? Italia está enferma es el título del último libro de Giorgio Bocca. A veces, pienso, es como para preguntarse: ¿existe Italia?

Concedamos, pues, que tratar de reconstruir lo ocurrido sin pruebas es dar palos de ciego. Impotentes, concedamos, como dicen los estadounidenses, que se tratase de un «error en la comunicación». Y es que dar por cierta la hipótesis del atentado intencionado no sólo sirve en bandeja a las derechas el argumento simplista del antiamericanismo de la izquierda, argumento de eficacia mediática probada sino que, más grave aún, nos impide ver otras plenas, desnudas y descarnadas verdades que emergen de este caso.

En Irak, no hay coordinación alguna entre los servicios secretos de las llamadas «fuerzas de liberación». Los estadounidenses son amos y señores del terror reinante, como prueban las reveladoras declaraciones de Simona Torretta quien no sólo afirma, como Giuliana, que, tras su liberación, el peligro eran los americanos, que querían atraparlas para interrogarlas y obtener información, lo que podía retrasar su liberación como ocurrió dos veces con los dos periodistas franceses, sino que también da a entender un secreto a voces: que entre los servicios secretos italianos y los americanos hay, valga la redundancia, mucho secretismo. Los italianos están por pagar los rescates, y los americanos, no. La perfecta sintonía de humores que fluía entre Bush y Berlusconi ya no es tal. A la luz de este caso, queda claro que Berlusconi no era consciente de su verdadera condición de vasallo. Pero no es esta la verdad que nos escuece.

Más amarga que esta verdad es el sentido de derrota que rezuma el texto Mi verdad de Giuliana Sgrena. Vale que su derrota tiene algo de personal, en cuanto que este crimen ha hecho comprender a Giuliana lo duro que es proponer la verdad y lo frágil que es quien la busca. No la han matado pero la han apartado de la circulación, que es la única razón por la que querían matarla. Sin embargo, la amargura de su derrota trasciende el dolor personal y plantea otro problema como una casa: «la guerra que mata la comunicación». Dice Giuliana:»He perdido, y este es el motivo por el cual no volveré a Irak. No por el momento. Yo quería contar los efectos devastantes de esta ocupación. Pero para ellos en este momento, no hay distinción entre militares o periodistas, entre italianos o franceses»[1]. La retirada de los ejércitos de ocupación es la condición previa para que las aguas del Tigris y el Eúfrates vuelvan a su cauce. Pretender comprensión y comunicación en la guerra es mucho pedir, por mucho que le duela a Giuliana y a nosotros con ella.

Ahora bien: la mayor verdad, y la mayor derrota, consiste, a mi juicio, en que, en esta 3ª Guerra Mundial, que Beppe Grillo define como la de la información, todos los periodistas italianos se hayan tenido que retirar del frente informativo, y nadie, absolutamente nadie haya informado libremente del caso desde Bagdad. La verdadera derrota es que, en buena parte del rebaño televisivo, cala honda la idea de que esta mujer se la estaba jugando y lo sabía, y que nadie se lo había pedido, no ya los irakíes, sino en su propia casa, y que su temeridad trajo como fruto un ataúd con un héroe en su interior. De ahora en adelante, ¿quién será el bravo que desafíe el peligro y las prohibiciones para difundir la verdad? ¿Acaso es faltar a la verdad decir que, a partir de ahora, habremos de conformarnos con ápices, asomos, atisbos y briznas de verdades a medias? ¿Era derrotismo el de Bacon cuando decía que los hombres tienen una querencia natural si bien corrupta por las mentiras? Mejor una mentira cariñosa que una verdad como un puñetazo, y todos contentos, como Pilatos.

Ésa es la derrota de Giuliana Sgrena y de todos nosotros. Por eso ha muerto Nicola Calipari. Por eso la Aubenas sigue secuestrada. Por eso, en memoria de los 120.000 muertos irakíes, un día nos echarán en cara que no podíamos no saber.



[1] De la entrevista a Giuliana Sgrena de Marco Marisio en www.corriere.it