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Vicenç Navarro y la expresión «dictaduras comunistas»

Fuentes: Rebelión

Como suele ser habitual, Vicenç Navarro ha publicado recientemente un magnífico e informado artículo titulado: «La crisis financiera y económica y su impacto en los sistemas de protección social europeos» ( http://www.rebelion.org/noticia.php?id=90648). En la Introducción de la parte I- «¿Qué ha estado ocurriendo en la Europa social antes de y durante la crisis?»- se pregunta […]

Como suele ser habitual, Vicenç Navarro ha publicado recientemente un magnífico e informado artículo titulado: «La crisis financiera y económica y su impacto en los sistemas de protección social europeos» ( http://www.rebelion.org/noticia.php?id=90648). En la Introducción de la parte I- «¿Qué ha estado ocurriendo en la Europa social antes de y durante la crisis?»- se pregunta sobre qué ha estado ocurriendo con los sistemas de protección social de la UE, que constituyen el eje de lo que se ha llamado, erróneamente en su razonable opinión, «el Modelo Social Europeo». Tales sistemas de protección social, señala, no corresponden a un modelo europeo, cuya explicación variaría según el país en el que nos encontrásemos. En lugar de un modelo existen de hecho 27 realidades, muy distintas entre ellas, que de ninguna manera se pueden considerar la aplicación local de un modelo general.

Sin embargo, intentado construir una taxonomía clasificatoria, en opinión de V. Navarro existen varios modelos que responden a las sensibilidades políticas que los han establecido. Traza entonces una breve tipología agrupando a los países europeos en base a cuatro sistemas de protección social que aparecen en distintos grupos de países: 1. Los países escandinavos del norte de Europa que tienen los sistemas de protección social más desarrollados «como consecuencia de haber sido gobernados por gobiernos socialdemócratas por más tiempo desde la II Guerra Mundial». 2. Los países del centro de Europa cuyos sistemas de protección social han sido financiados predominantemente a base de cotizaciones sociales basadas en el mercado de trabajo, gobernados por la democracia cristiana o por partidos conservadores de raíces cristiano judaicas. 3. Los países del Sur de Europa que se han caracterizado por su bajo gasto en sus sistemas de protección social, como consecuencia de haber sufrido dictaduras conservadoras (Gran Bretaña e Irlanda siguen un modelo liberal, excepto en sanidad, que «desenfatiza la responsabilidad pública, complementando las transferencias públicas con transferencias privadas, dejando al sector privado la cobertura de gran número de servicios»).

Por último, señala el catedrático de políticas públicas de la Pompeu Fabra, «los países del Este de Europa, salidos de dictaduras comunistas, tienen un amplio abanico de servicios públicos de carácter universal (poco financiados), con gasto público muy bajo (del 14 al 18% del PIB) y muchos de ellos están en un periodo de profunda transformación, moviéndose hacia el modelo liberal».

No se trata aquí de discutir esta tipología ni de sopesar algunas de sus afirmaciones (por ejemplo, la relativa al papel único de la socialdemocracia en el Estado de bienestar de los países nórdicos) ni de recordar el papel que jugaba la simple existencia de la Unión soviética y otros países socialistas en la lucha de clases internacional, también en los combates de las clases trabajadoras europeas, sin olvidar el papel jugado por los partidos y organizaciones comunistas terzointernacioalistas, al igual que otras orientaciones político-revolucionarias, en muchas de las movilizaciones y conquistas de esos países, sino de aquilatar la expresión «dictaduras comunistas».

La expresión, como es sabido, en el plano de la teoría, no es un simple oxímoron sino una clara contradicción: no era posible, no es posible, conciliar comunismo, como aspiración poliética, sea cual sea los perfiles dibujados de la finalidad perseguida, con dictadura como procedimiento de organización política, sin negar desde luego que en la tradición de muchas de las organizaciones que dirigieron esos países existía un menosprecio inadmisible hacia formas democráticas de organización, que no siempre tienen en las «democracias realmente existentes» un modelo en que mirarse.

De hecho, como se recordará, la expresión que se usaba para designar los países del Este de Europa no era «dictaduras comunistas» (término utilizado por intelectuales y políticos poco afines a las posiciones defendidas por V. Navarro en aquellos años y en los momentos actuales), sino países de socialismo real, término intencional e irónicamente alterado por intelectuales críticos marxistas por el de «socialismo irreal».

Por lo demás, muchas críticas a los países del Este europeo, cuyas virtudes por otra parte no eran inexistentes en algunos ámbitos, se generaron en el mismo ámbito de la tradición marxista comunista y en tradiciones afines. G. Lukács, Valentino Gerratana o Manuel Sacristán son tres ejemplos conocidos de comunistas críticos que criticaron documentadamente las realidades del Este europeo a las que nunca llamaron «dictaduras comunistas».

Sin negar responsabilidades, el intenso y permanente cerco imperial al intento de generar una nueva sociedad limitó drásticamente el margen de maniobra de los gobiernos de esos países, sin que ello, desde luego, quiera significar disculpa o justificación de aberraciones política imperdonables e inolvidables como, entre tantos otros casos, los asesinatos de Trotsky y Nin por ejemplo.

Por lo demás, la forma de desintegración de la URSS, la «caída» de los países del este europeo, sin olvidar algunos intentos minoritarios de última hora, no es nada frecuente en la Historia humana. ¿Alguien se imagina una descomposición similar en el caso de otro tipo de sociedades? ¿Cuántos muertos ocasionó la unificación de las dos Alemanias (o absorción de una de ellas) en sus momentos finales?

No se vea aquí nostalgia alguna por el mal denominado socialismo soviético, si en su etapa estalinista ni en sus posteriores fases postestalinistas. Pero creo que se hace un flaco favor a la formación político-cultural de la ciudadanía, a la razón pública ilustrada, hablando de «dictaduras comunistas» así en general. La primavera de Praga, el intento democrático de reforma comunista encabezada por Dubcek, por ejemplo, no tiene nada que ver -nada de nada, que diría Jorge Riechmann- con los regímenes de Pinochet, Videla o con los carniceros golpistas, muy bien asesorados por cierto por «demócratas» usamericanos, que han depuesto violentamente al presidente Manuel Zelaya, o incluso, si me apuran, con grandes negocios realizados por grandes corporaciones en tiempos de los gobiernos de socialdemocracia nórdica (a la que desde luego no se pretende restar ningún mérito en sus posiciones resistentes, cuando así lo fueron; por ejemplo, opiniéndose a los asesinatos de luchadores antifranquistas o apoyando, como pocos gobiernos, la revolución sandinista en su primera y asediada fase)