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Vicente Feliú: un disidente con memoria

Fuentes: Rebelión

En el año 1996 me encontraba cubriendo una interinidad en un instituto de la provincia de Badajoz. De aquella época como docente de historia, tengo un recuerdo entrañable e intenso, y quizás, lo más importante, un par de amistades de esas que son para toda la vida.

Como ocurre muchas veces, los pasajes vitales también tienen su vínculo musical y poético, y en aquellos días, Aurora, de Vicente Feliú, me acompañó en todos los traslados en coche por la inmensidad pacense.

Conocía ya la obra de este trovador, desde que una mañana dominical de finales de los 80 adquiriese en El Rastro un ejemplar en vinilo del Créeme; también por entonces, sus imágenes en la cima del Pico Turquino desgranando canciones, mano a mano, con su gran amigo Silvio Rodríguez, fueron ofrecidas en la programación de madrugada de La 2 de Televisión Española.

Como él mismo explicaba en el documental del desaparecido Carlos E. León (*), era un trovador conocido y querido en la isla pero, “liberado de ser famoso”. No obstante, la obra de Vicente era de luces largas: aguerrido (al igual que el de San Antonio de los Baños) cuando nadie se atrevía a decir nada contra la esterilidad de los esquematismos y dogmatismos que tanto daño hicieron (y hacen) al proceso revolucionario cubano, pero a la vez, no olvidando la geografía que condena a Cuba a ser vecina de la despiadada potencia imperial que le ha negado el pan y la sal. Sus letras reflejaban un posicionamiento ante la realidad coherente, tenaz, bello e íntimo a partes iguales. Pienso que es en Aurora, donde este trovador habanero alcanzó la síntesis de su propuesta creadora, y lo hizo , precisamente, con letras que recogen un estado de ánimo inteligente y desgarrado en pleno Periodo Especial, y es, en esos justos momentos, cuando Feliú no olvida las coordenadas históricas de un sueño que ha sido duda, luz y desgracia, pero que aún en su prórroga de luciérnaga, vive más. Su reivindicación de Mario Benedetti, alabando al buen poeta no converso, es otro ejercicio de memoria y de ubicación ética que no pasa desapercibida en este álbum.

Traigo la obra de Vicente Feliú a colación, no sólo como un sentido homenaje personal, sino también, para reivindicarla en su humildad de crítico comprometido, que no ignoraba la complejidad y las contradicciones de una gesta histórica en pos de la independencia y la justicia social, en unos tiempos en los que los media nos pasean a opositores democráticos asesorados por consejeros de Gas Natural o músicos disidentes que acaban concursando en Masterchef , como los adalides del futuro sistema democrático cubano; una democracia, eso sí, monitorizada por los propietarios de la base naval de Guantánamo y por el cinismo de la política exterior de la Unión Europea.

Cuando estos tiempos aciagos sean recordados, alguien caerá en la cuenta de que un archipiélago de disidencia fue capaz de vacunar, (con vacunas propias y al margen de lobby farmacéutico), a toda su población, y que además, su institucionalidad imperfecta y calumniada fue capaz de legislar uno de los Códigos de Familia más avanzados y plurales que se conocen.

Es precisamente a la tierra de ese archipiélago, a donde irán a parar las alas de un creador que sabía que olvidar es la muerte.

Nota:

(*) Donde habita el corazón, 2007

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.