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Tras la Asamblea Federal de Izquierda Unida

Vicisitudes de izquierdas

Fuentes: La Vanguardia

La VIII asamblea extraordinaria de Izquierda Unida se clausuró el pasado domingo con toda la atención centrada en si los compromisarios iban o no a prorrogar el mandato de Gaspar Llamazares al frente de dicha formación. Como tantas veces ha ocurrido en los cónclaves de izquierdas, los delegados del congreso se sumergieron en una pugna […]

La VIII asamblea extraordinaria de Izquierda Unida se clausuró el pasado domingo con toda la atención centrada en si los compromisarios iban o no a prorrogar el mandato de Gaspar Llamazares al frente de dicha formación. Como tantas veces ha ocurrido en los cónclaves de izquierdas, los delegados del congreso se sumergieron en una pugna intestina después de haber votado con un 78% a favor un informe político que abogaba por reafirmarse como una «oposición influyente y exigente». El trinomio refleja a la perfección la difícil encrucijada en que se encuentra IU. Los términos oposición, influyente y exigente, puestos juntos, adquieren toda la apariencia de evocar cosas semejantes. Pero su combinatoria no resulta tan sencilla. Entre otras razones porque el espacio político no es ilimitado y flexible y, sobre todo, porque ninguna formación puede definir su estrategia como si las demás no existieran. Especialmente cuando se trata de un partido menor.

Si España fuese una circunscripción única y el sistema electoral estrictamente proporcional, IU contaría con 10 diputados en vez de los 3 que obtuvo el 14 de marzo. La eventual suma de los votos de ICV a ese cómputo general haría honor al hecho de que estamos hablando de la tercera fuerza del panorama político español. Durante los últimos años, los votantes y militantes de dicha formación han vivido como injusto que su opción no mereciera la consideración que derivaba de su representatividad. Además, a medida que IU se debilitaba como alternativa nacional, se agudizaban la desigualdad de intereses y aspiraciones entre sus distintas organizaciones territoriales, cuya expresión más nítida la encontramos en Euskadi, con Ezker Batua aliada a PNV y EA en el Gobierno y el deseo expreso de muchos dirigentes vascos de aplicar también allí el modelo independiente de ICV.

Llamazares ha citado una frase del difunto Manuel Vázquez Montalbán para señalar cómo debía confeccionarse la agenda política de IU: sumando las reivindicaciones de los movimientos sociales. La idea de Vázquez Montalbán sugería un cambio fundamental respecto a la cultura partitocrática del comunismo, que aquí y en todas partes se esforzaba en ofrecer respuestas propias a todas las cuestiones que se le plantearan, sin necesidad de contar para ello con la influencia de nadie ajeno a los procesos de decisión de su nomenclatura. Pero en la medida en que el péndulo estratégico en IU ha pasado de la jactancia comunista a una política recolectora y sincrética respecto a las demandas insatisfechas de una miríada de iniciativas sociales, y sus militantes han tratado de integrarse y abanderar algunas de ellas, se ha incurrido en el grave error de pensar que sólo la autodenominada izquierda transformadora podía ser capaz de representar políticamente toda esa efervescencia.

Basta repasar las propuestas parlamentarias que IU ha tramitado desde las pasadas elecciones en el Congreso de los Diputados para percatarse de que su realización ha dependido y seguirá dependiendo no tanto de la capacidad de Izquierda Unida para aparecer como una oposición-influyente-exigente como de la disposición que muestre el PSOE para hacer suyas las proposiciones de IU. Es decir, en realidad de la disposición del PSOE a hacerse eco de demandas que también llaman a su puerta sin necesidad de que se las lleve Izquierda Unida. Ésta está siendo la segunda fuente de frustración que experimenta Izquierda Unida.

Si el sistema electoral contribuye a minusvalorar la representatividad de IU, y sus propuestas pasan en mayor o menor medida a formar parte de los activos del partido en el Gobierno, habrá que concluir que a la formación de Gaspar Llamazares no le ocurre nada distinto a lo que les pasa a opciones análogas frente al bipartidismo de las democracias europeas. El hecho de que el coordinador general sea reelegido con un 53% de apoyos no es más que expresión de la zozobra que provoca en la militancia política un futuro tan sujeto a lo que hagan los demás, y en especial a lo que haga el PSOE como partido de Gobierno. IU no podrá hacer otra cosa que situarse a rebufo de la trayectoria JOAN CASAS socialista, y la incomodidad que ello suscita entre las bases es tan comprensible como inevitable.

La posición de Izquierda Unida es endiabladamente difícil. Necesita tomar distancias respecto al Gobierno, pero tampoco puede contribuir al más mínimo desgaste de un Ejecutivo que trata de mantener una mayoría parlamentaria difusa precisamente contando con el concurso de IU. Aun sin formar parte del Gobierno, en el fondo su compromiso implícito no resulta tan distinto al que han asumido ICV o Ezker Batua respecto a los gobiernos de coalición en los que participan en Catalunya y Euskadi. Todo dependerá de la serenidad con que sus militantes asuman formar parte de una opción con tan limitadas perspectivas. Probablemente la VIII asamblea extraordinaria reflejó también ese mínimo de conformismo con el que incluso quienes fervientemente desearían otra cosa aceptan que el secreto de la continuidad de Izquierda Unida se encuentra en hacer poco más o menos lo que ha hecho desde el 14 de marzo.