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Victoria latinoamericana en la Cumbre de Salamanca

Fuentes: Rebelión

Me temo que el gobierno norteamericano comenzó a darse cuenta ayer de cómo se le está yendo de las manos su tradicional patio trasero. Malo, malo, porque suele ser el paso previo a hacer otra de las suyas por aquellos lares, desde los cuales, sin duda, les están dando motivos para la preocupación y el […]

Me temo que el gobierno norteamericano comenzó a darse cuenta ayer de cómo se le está yendo de las manos su tradicional patio trasero. Malo, malo, porque suele ser el paso previo a hacer otra de las suyas por aquellos lares, desde los cuales, sin duda, les están dando motivos para la preocupación y el miedo.

Hay en América Latina una senda nueva que recién se empieza a vislumbrar, que de a poco se va dejando ver en el horizonte distorsionada sin tregua por los medios de desinformación de masas, y que es, en mi modesta opinión, la única vía para prosperar como sociedad en conjunto en un sentido de verdadero desarrollo social y democrático.

La historia ha dejado claras ya las consecuencias que el colonialismo y el imperialismo dejan allá donde son padecidos, muchas bocas hambrientas y oportunidades perdidas a lo largo del tiempo permiten afirmar con certeza que mientras un pueblo no sea libre para avanzar por uno u otro camino, no conocerá tampoco ninguna otra forma de libertad. Del reguero de injusticias que los EEUU han dejado en América Latina no es necesario hablar aquí, sólo hay que recordar nombres y conceptos como Pinochet, Bánzer, Videla, recursos naturales saqueados, contras sandinistas, United Fruit, Standart Oil o Panamá invadida y llena de armas para siempre. Sólo hay que leer un básico manual de historia para comprender cuánta razón tenía Bolívar, cuando predijo que «los EEUU parecían destinados por la providencia a plagar la América de miserias en nombre de la libertad»

Años y años de sufrimiento y dolor, lentos procesos sociales, han parecido desembocar a comienzos de este nuevo siglo en una alternativa histórica: La Integración Latinoamericana, o lo que es lo mismo, comprender que sólo unidos todos los pueblos al sur del Río Bravo tendrán la fuerza suficiente para prosperar, y que sólo siendo libres, sólo recobrando su autonomía y su derecho a la soberanía como pueblos podrán avanzar toda vez que queden rotos los grilletes que les anclan desde el norte. Formas de integración hay muchas, y muy diferentes. América Latina podría integrarse para subordinarse, desfilar en masa por el despacho oval para suscribir sumisa los tratados neoliberales propuestos por EEUU (ALCA), entregar su futuro a las nefastas consecuencias que han demostrado traer para los pueblos, y así hubiera sido probablemente si no fuera porque esos mismos pueblos comienzan a decir Basta. Porque América Latina puede también integrarse para levantarse, integrarse para plantarle cara al gigante y liberarse de su control imperial, para construirse a sí misma por nuevos senderos y bajo nuevos principios.

Dos países impulsan esta vía, Cuba y Venezuela, y muchos otros la siguen cada vez con más entrega, y así naciones como Brasil, Uruguay, Argentina, Bolivia, Chile y hasta un total de diez islas caribeñas van compartiendo recursos, planes y objetivos dentro del mundo subdesarrollado. No es casualidad que dos países en revolución sean la vanguardia de este proceso histórico, pero tampoco es cierto que dicho proceso pretenda excluir a aquellos otros que no viven en revolución; todo lo contrario.

En efecto, la unidad de los países de Latinoamérica y la reivindicación de su soberanía es algo revolucionario, en la medida en que pretende transformar una realidad bien distinta a la pretendida y desde la óptica de que va a encontrarse enfrente con la oposición radical y brusca de todas las fuerzas del imperialismo norteamericano. Dos países que acometen o defienden hoy otros cambios revolucionarios, que acaban con el analfabetismo, que sustituyen el representativismo por la democracia participativa y protagónica, que hacen justicia en el reparto de la tierra…son los que asumen la labor de impulsar esa tarea internacionalista de unidad con otros pueblos. Pero otras naciones, que se rigen por otros principios, que no hacen reformas agrarias ni planes de salud ni crean estructuras de participación popular comprenden sin embargo la necesidad de plantar cara al imperio ya sea para subsistir como pueblos mismos.

Estos días en Salamanca han chocado dos bloques. El imperialismo, por un lado, dispuesto a seguir imponiendo sus teorías y su derecho al dominio, y las naciones de Latinoamérica, dispuestas a decir «Basta» por otro. El bloqueo a Cuba y la extradición del terrorista Posada Carriles a Venezuela han sido el campo de batalla, y la identidad del vencedor, clara e indiscutible. No se trata de Cuba ni de sus intereses. No es la isla caribeña la que sale victoriosa con el rechazo unánime a ese bloqueo injusto, ni tampoco Venezuela. Es el derecho de los pueblos a ser libres, a no sufrir boicots imperiales contra su derecho a educarse y alimentarse, su autonomía y su capacidad de decisión. Rechazando el bloqueo a Cuba se rechaza la ingerencia norteña en la vida de una nación soberana, sea la que sea. Votando en contra del mismo, Chile, Perú, Ecuador y todos los gobiernos amigos de la Casa Blanca están diciendo no a algo que les podría tocar a ellos mañana, están diciendo no a la libert ad de EEUU de operar dentro de sus fronteras. Y esto no se debe a que personajes de la pasta de Uribe o Toledo, fieles aliados del imperialismo, hayan quedado embargados por un espíritu de justicia al visitar la Plaza Mayor de Salamanca. No. Se debe a que los pueblos de América, a que las masas sociales de América Latina van levantándose en todo el continente, van echando gobiernos en Los Andes, van exigiendo el cumplimiento de las promesas en Brasil, Uruguay o Argentina, van dejándose sentir en Guatemala o en Nicaragua. Y logran así forzar cosas como ésta.

En las postrimerías de la cumbre, EEUU logró retocar los textos que condenaban el bloqueo demostrando su poder y su aberrante influencia unilateral. Los medios de masas, en especial algunos panfletos indignos de llamar a su actividad «periodismo» han vendido, como siempre, una realidad diferente. El diario ABC llena estos días sus páginas con un rosario de mentiras sin base ni cimiento alguno, entre las que cabe citar que la manifestación en apoyo a Cuba y Venezuela del sábado estaba convocada por Batasuna (un servidor asistió y le consta que no es así) y que su lema era «en apoyo a la dictadura en Cuba», que la televisión estatal venezolana es «la televisión oficial de Chávez», y numerosos juicios de valor insertados en el texto «objetivo» tales como «la Cumbre ha apoyado las violaciones de derechos humanos» o «Cuba y Venezuela obstaculizan la paz en Colombia». El debate en torno a los términos «bloqueo» y «embargo» es igualmente estéril y cruel. Que en Cuba hay un bloqueo i legítimo con todas sus letras es algo que sólo puede negarse desde tres perspectivas: la mala intención, la ceguera y la más supina estupidez. Con todo, sólo cuestionando que a ese pueblo se le castiga como pueblo en sí, privándosele de aprovisionamientos básicos y sometiéndolo a durísimas dificultades se le está faltando al respeto a los millones de cubanos que padecen esa indecencia. Hasta el más duro anticomunista, opuesto totalmente al régimen de la isla, lo rechazaría si hiciera un análisis objetivo de la cuestión y tuviera un poco de corazón dentro de su pecho.

La delegación norteamericana vuelve a Washington derrotada y con todo un continente diciéndole «se acabó», habiéndole sido rechazada su política ingerencista ya no por tal o cual gobierno rebelde, sino por el conjunto de las naciones de Latinoamérica. Evidentemente, no cabe esperar que oigan el clamor del sur cuando nunca lo han hecho, ni que cumplan ahora todas las resoluciones de la ONU que siempre se han tomado a risa. Pero sí cabe creer en una alternativa que poco a poco crece y avanza, y en que, por lo pronto, América Latina amanezca hoy con la satisfacción de saber que ha defendido correctamente su soberanía, su futuro y su independencia.

¡Viva la Unidad de los Pueblos Latinoaméricanos!