Son las 21:33 h. de la noche y viajo en metro a casa después de una jornada de lunes agotadora. A mi lado, se sientan dos chicos que no superan la treintena. La conversación entre ellos dos me indigna: «El próximo finde me la ‘tiro’. Esta mujer debe ser mía». ¿Tuya? Desde cuando somos propiedad […]
Son las 21:33 h. de la noche y viajo en metro a casa después de una jornada de lunes agotadora. A mi lado, se sientan dos chicos que no superan la treintena. La conversación entre ellos dos me indigna: «El próximo finde me la ‘tiro’. Esta mujer debe ser mía». ¿Tuya? Desde cuando somos propiedad de alguien las personas?
Frases como ésta, sin ningún tipo de malicia, son del todo aceptadas y normalizadas en nuestra vida cotidiana e, incluso, en nuestras relaciones. Las aceptamos de forma espontánea en nuestro lenguaje, pero su significado real esconde un trasfondo de subordinación y propiedad inducido, sin duda, por el capitalismo. La idea moderna de posesión del cuerpo esconde de manera sutil y permanente entre nuestro devenir diario, por ejemplo cuando nos entrelazan un cumplimiento por la calle, cuando nos quieren arrebatar el derecho a decidir sobre nuestro propio cuerpo criminalizando el aborto o cuando se justifica la violación a una mujer porque «llevaba la ropa demasiado ajustada y me ha provocado». El iceberg capitalista es tan camaleónico que nos hace creer afirmaciones como éstas.
Enajenación absoluta
La opresión de la mujer se remonta siglos atrás porque se ha ido reproduciendo en diferentes tipos de sociedades anteriores al sistema capitalista. Pero en concreto, el capitalismo, además de perpetuar estas opresiones en sus diferentes formas, convierte la sexualidad en mercancía; como lo hace en todos los aspectos del día a día de nuestra sociedad. El cuerpo de la mujer se convierte así en un objeto de consumo que se puede poseer, sobre lo que se puede decidir. En la subordinación hombre-mujer (patriarcado arraigado desde hace siglos) le sumamos la idea existente de la propiedad del hombre hacia la mujer, porque al ser mercancía puede ser poseída. Esta concepción jerárquica de dominio del hombre hacia la mujer puede llevar a justificar, e incluso culpar, de haber causado o provocado la propia agresión sexual. Estremecedor. La visión biológica del sexo como un instinto innato irrefrenable entre los hombres permite, entre otros, exculpar la verdadera causa de un abuso sexual o de una violación. No es una cuestión biológica sino social.
Escaparate
El sexo también se entiende como un objeto más de consumo. En el sistema capitalista la obtención de placer es un pilar fundamental de alimentación de este consumo: debemos saciar el deseo de necesidad y propiedad constante. Todo a nuestro alrededor es un escaparate inmaculado, listo para vender, listo para adquirir, listo para poseer.
Para comprender este factor no lo podemos desligar del papel clave que juegan los medios de comunicación y la publicidad, donde el cuerpo de la mujer es sometido a una sexualización persistente. El lenguaje sexista tiene un lugar privilegiado entre los anuncios y la hipersexualización de la mujer en la sociedad actual es un hecho ampliamente naturalizado. Pese a que cada vez se hable más de sexo, no se hace desde la igualdad sexual entre hombres y mujeres. ¿O alguien se escandaliza al ver las imágenes, en las paradas de autobús, de cuerpos de mujeres medio desnudas anunciando la última campaña de sujetadores? La mayoría de los hombres las contemplan con mirada lasciva mientras esperan su bus, otras mujeres las ven como una tortura del canon de belleza que nunca podrán alcanzar. Pero lo que es realmente es sexismo para las masas.
El pasado diciembre, en Nueva Delhi, India, Jyoti Singh Pandey fue violada en grupo y torturada en un autobús en marcha por siete hombres. Desgraciadamente no ha sido un hecho aislado. Miles de personas se han movilizado por toda la India denunciando la grave y cotidiana violencia que sufren las mujeres. La insistente demanda de endurecimiento judicial y penal o la promesa de las autoridades indias de fortalecer la seguridad ciudadana, no hará desaparecer las violaciones ni los ataques masivos a mujeres. Tampoco devolverá la vida a Jyoti, asesinada por sus violadores, ni a tantas otras niñas y mujeres violadas, torturadas o asesinadas en la India y en todo el mundo. La condena de muerte al violador, causa penal que se está estudiando, tampoco dotará de igualdad a las mujeres del país. Ninguna de estas medidas señala el culpable último de la desigualdad hombre-mujer, de la cosificación de la mujer, del hipersexualització de su cuerpo, del sentimiento de propiedad, de la reproducción del lenguaje sexista o de la exclusión que sufren los colectivos LGTB.
Debemos derribar el sistema que genera la opresión de la mujer en todos los ámbitos, señalar la punta del iceberg que nos somete y derrumbar el capitalismo. Y lo tendremos que hacer con el puño alzado, hombres y mujeres juntas, para convertirse en una sociedad libre de cadenas y verdaderamente emancipada.
Anna Royo (@LHextraradi) es militante de En lluita / En lucha