El llamado ‘gaslighting’ es un mecanismo de violencia psicológica con el que el abusador altera la percepción de la realidad de la víctima, haciéndole dudar de su memoria, su percepción o su cordura
Me llamo Marta y me he decidido a escribiros para contaros la violencia que sufrí en mi última relación amorosa. Ahora soy consciente de que no estaba loca y sé que lo que viví es un tipo de violencia psicológica que tiene un nombre: violencia “luz de gas”, o gaslighting en inglés.
Os presento al que fue mi amor y mi agresor. Sin ser guapo era superatractivo, un intelectual indómito y salvaje, un rebelde. Teníamos 15 años e íbamos con el mismo grupo de amigos. Era dulce e imprevisible a partes iguales. Me tenía loca. Estaba totalmente enamorado de mí y propagaba a los cuatro vientos que yo era la única. Todas las mejores canciones eran la nuestra, todas contaban nuestra increíble historia, especial como ninguna (así lo sentíamos). Vamos, amor romántico de manual.
A lo largo de los años, nuestras vidas fueron entrelazándose a ratos y separándose en otras ocasiones. Ambos tuvimos otras relaciones. Tan pronto nos encontrábamos y tocábamos el cielo como nos sumíamos en los reproches o en el silencio más oscuro. A pesar de tanto sufrimiento y volatilidad, en mí siempre estaba esa certeza romántica de que algún día la vida nos juntaría. Y así ocurrió. Comenzamos a salir “oficialmente”. Tendríamos unos 25 años. Al principio no cabíamos en nosotros de la alegría. Pero tras la euforia inicial, la felicidad duró poco.
Pasados unos meses todavía teníamos algunos momentos bonitos pero, tras un par de cambios en su vida que llevó fatal, comenzó a tener muchos cambios de humor. Yo lo achacaba a que estaba pasando un mal momento. A menudo estaba frustrado por algo ajeno a mí (la enfermedad de un familiar, problemas en el trabajo, dificultad para sobrevivir en una gran ciudad…) y pasaba horas de morros, sin dirigirme la palabra o caminando un metro por delante de mí en la calle, a toda velocidad, mientras yo le preguntaba corriendo tras de él qué pasaba sin obtener respuesta. De repente, tan de golpe como llegaba la cerrazón, volvía a estar normal y encantador; y recuerdo que yo sentía mucha confusión y sensación de irrealidad: “¿Esto ha pasado?”…
Comenzó a reprocharme esa libertad que él siempre había admirado de mí. Cuando yo me comportaba de manera espontánea casi siempre había una queja, o ponía en cuestión mi comportamiento o mi lógica. Así que, sin darme cuenta, aprendí poco a poco a autocensurarme para no discutir, convirtiéndome en plastilina en sus manos. Siento una persona que no era. Como si fuera Dr. Jekyll y Mr. Hyde, tan pronto se enfadaba sin ninguna explicación como que estaba dulce y cariñoso. Al principio yo alucinaba y me rebelaba. Luego empecé a pensar que quizá era una exagerada y que era mejor aprovechar los momentos “buenos” ya que eran cada vez más escasos. Pero eso me mataba, me dejaba en una posición de debilidad y de confusión tremenda.
Tiempo después de dejar la relación fui consciente de que yo tenía miedo de forma permanente al saber que sus reacciones eran imprevisibles. Pero, cuando estaba dentro, increíblemente no me daba cuenta de que eso tan desagradable que sentía era miedo. Recuerdo también discusiones telefónicas eternas a última hora del día cuando yo estaba agotada y sólo quería dormir. Me cubría de reproches por cosas que según él yo exageraba o me inventaba: me negaba cosas que él me había dicho, conversaciones que habíamos tenido, decía que no me acordaba de nada y me acomplejaba por mi “falta de memoria”; en contraste con la suya, certera siempre según él. ¡Hechos, dame hechos concretos!- me exigía- No me sirve con que me digas que en ese momento recuerdas sentirte mal. ¡Dame hechos!
En los últimos meses de la relación cada vez que hablaba con él por teléfono llegué a tener siempre un cuaderno y un boli al lado para apuntar nuestras conversaciones, así me aseguraba de saber exactamente qué habíamos dicho ambos y cuándo, ya que para ese momento yo ya no confiaba para nada en mí, en lo que había oído o visto ni en mi memoria. Lo fuerte es que yo esto lo veía normal. Todo iba aliñado con declaraciones de amor profundo y de “para mí eres lo primero”, aunque en la práctica él ignoraba todas mis peticiones de cambio. Yo era quien invertía más energía y dinero en estar con él, desplazándome a su ciudad, pero él me convencía de que yo era egoísta, despistada y desconsiderada.
Yo no concebía que alguien que “me amaba tantísimo” pudiera estar maltratándome. Pero eso estaba ocurriendo y de hecho, sin darme cuenta, había entrado en un estado de debilidad, desorientación, desgana y tristeza que casi no me permitía disfrutar de nada. Cuando salí de esa relación, entendí que ese “orgullo” que me reprochaba no era tal, sino amor propio. Aunque me considero optimista, proactiva y bastante enérgica, y conté con el apoyo de algunas amigas y mis padres, tardé más de un año en recuperarme, en sentirme fuerte de nuevo y en abandonar la culpa.
Sin terapia creo que no hubiera sido capaz. Años después, en una clase sobre las violencias psicológicas, la profesora describió la violencia “luz de gas” y me puse en pie como con un resorte: ESO ES LO QUE A MI ME OCURRIÓ. Me di cuenta de que no era algo que había sufrido de forma individual sino una forma de violencia psicológica institucionalizada y normalizada, que persigue el control de la persona violentada.
Amor es buen trato, disfrute y apoyo, nunca manipulación, malestar ni control. Gracias por leerme.
Hola Marta, muchas gracias por compartirnos tu testimonio valiente y esclarecedor. Claro que muchas mujeres nos sentimos identificadas con tu experiencia, tan nítida cuando se ve desde fuera y tan borrosa cuando una está viviéndola desde dentro.
Marta, me viene de perlas que nos compartas este tema ya que os confieso que hacía tiempo que me rondaba la cabeza escribir un artículo sobre la violencia “luz de gas”, esa violencia desconocida que, sin embargo, me encuentro en tantas ocasiones en consulta, he visto atravesar a tantas amigas e incluso he vivido yo misma.
Quizá según vayas leyendo este artículo pienses:
ESTO ME HA PASADO.
POR ESO ESTABA TAN AGOTADA.
YO ME SENTÍ O ME SIENTO ASÍ.
Quizás, con suerte, no te resuene lo que lees. Ojalá.
¿De dónde viene el concepto “violencia luz de gas”?
Comencemos por el principio. El término gaslighting se extrae de una película de 1944 llamada ‘Gaslight’ donde uno de los protagonistas, el marido, se propone convencer a su esposa de que ella está recordando cosas incorrectamente, que está imaginando cosas.
Y es que ésta es la clave de este tipo de violencia: el abusador altera la percepción de la realidad de la víctima, haciéndole dudar de su memoria, su percepción o su cordura. Exactamente como tú lo relatas, Marta.
¿Y esto cómo se logra? Pues manipulando de una manera recurrente las interacciones entre la pareja o el entorno de la misma; y quitando valor al sentir de la víctima. Veamos un ejemplo:
— No, no insistas, ¡te digo que no hablamos de ese tema aquella tarde!
— Pero sí, estoy segura de que fue así, sí lo discutimos.
— ¿Ah, sí? Dime entonces qué dijimos exactamente.
— Pues… Ahora no me vienen las palabras… No recuerdo la conversación exacta pero sé que me sentí fatal, triste y agobiada.
— ¡Exageras! A ti lo que te pasa es que siempre miras nuestra relación con ojos negativos… ¡si no te acuerdas es que aquello no fue así! O quizá es que mientes.
— Pero… ¡no, no estoy mintiendo!
— Pues parece que no puedo fiarme de tu memoria, ni tú misma puedes…
Y después… esa sensación de rabia, de vacío, de falta de palabras.
De hecho, tal y como describes, Marta, con el tiempo la víctima termina por creer que está malinterpretando los hechos, o que no los recuerda bien, que quizá no son tan graves, que está exagerando o que la culpa es suya.
La violencia “luz de gas” es un tipo de manipulación que no sólo quiere modificar el comportamiento de alguien sino quién es ese alguien. El objetivo – más o menos consciente por parte de quien agrede- es buscar el control sobre la víctima. Como cualquier manipulación, daña la autoestima. Pero ésta además afecta profundamente a la autoconfianza y la percepción de la propia realidad y posicionamiento vital.
En este artículo me centraré más en analizar esta violencia en el marco de las relaciones heterosexuales; pero aclaro que las relaciones no heterosexuales no quedan libres de la misma y, aunque suele ser ejercida mayoritariamente por hombres derivada de una lógica machista y patriarcal, también en ocasiones puede ser llevada a cabo por mujeres.
Una lluvia fina que cala hasta los huesos
Siempre digo que el gaslighting cae como una especie de lluvia fina que va calando poco a poco sin que una se dé cuenta hasta que de repente, insisto, DE REPENTE, se ve total y absolutamente empapada. No es cuestión de que una sea tonta. La historia es que hay algo clave que complica la identificación de esta violencia cuando una está adentro: el gaslighting casi nunca requiere el uso de violencia explícita, e incluso muchas veces va revestido de un falso buenismo: “Yo sólo quiero ayudar, aunque parece que lo hago todo mal; hazme caso, fíate de mí, es por tu bien…”
La violencia explícita es reprobada y castigada. ¿Cuál es la alternativa? Usar la manipulación, usar el victimismo, usar el gaslighting.
Vamos a por otro ejemplo. Quieres ir a un festival con tus amigas y se da este diálogo:
— Me encanta ver cómo disfrutas bailando, pero lo paso fatal cuando vas a tus clases de baile y a los festivales…”
— Lo siento mucho que lo pases así . Yo te quiero a ti, ¡simplemente voy a bailar y disfruto!”
— Ya, ya… pero todos esos chicos con los que bailas… con lo guapa que eres, seguro que quieren algo contigo. Me pongo fatal solo de pensarlo…
— Por favor, no te sientas mal… además aunque así fuera, yo no quiero nada con ello.
— Está bien… vete, vete, lo entiendo. Lo entiendo. Vete y disfruta, ya me apañaré yo, tienes razón.
Llega el día del festival, decides ir aún con un terrible sentimiento de culpa por saber que él se siente mal. Bailas, pero cada 10 minutos vas mirando el móvil y leyendo sus mensajes. “¿Qué tal?, ¿cómo va todo?, ¿lo pasas bien? No puedo dormir… ¿cuándo vuelves?, ¿con quién bailas? Estoy angustiado…”
Resultado: una mala noche, cero disfrute, culpabilidad in crescendo, taquicardia, lágrimas y energía por los suelos.
Y al llegar a casa, le consuelas.
“La más especial” o el mito del falso pedestal
Es común cuando se produce gaslighting que tu pareja te trate con especial atención, tal y como describe Marta. Incluso puede “endiosarte” (eres la única, la más especial, siempre he esperado a estar contigo, tú me das sentido, eres mi prioridad). Pero eso choca fuertemente con la evidencia de que en la vida real no te da lo que necesitas. Es más: más que facilitarte la vida y hacértela agradable, podríamos afirmar que te la complica.
Esto sucede porque la persona que ejerce la violencia “luz de gas” (quien no tiene por qué hacerlo con consciencia, aunque esto no es ninguna justificación) se tiene únicamente a él en el centro de su vida -sus gustos, aficiones, sus problemas, sus neuras, sus miedos-. De hecho, los gaslighters suelen enfadarse o bloquearse cuando su pareja les pide ayuda, necesita apoyo o un hombro sobre el que llorar. Incluso existe un tipo de gaslighter donde el agresor se convierte siempre en la víctima: aunque su compañera comience contando un problema suyo, ésta acabará disculpándose por algo y consolándole a él.
En resumen, el gaslighter te sitúa en un pedestal, pero en la realidad sencillamente no estás ahí. Se produce en consecuencia tal contradicción entre el discurso y los hechos que hace que, tras un tiempo en la relación, sea especialmente difícil para quien sufre esta violencia identificar por qué se siente tan sola, tan cansada, tan vacía.
¿Te suenan?: Etapas en una relación con violencia “luz de gas”
Shea Emma Fett describe maravillosamente bien las diferentes etapas que se transitan en una relación donde hay violencia luz de gas en su artículo ‘10 Things I’ve Learned About Gaslighting As An Abuse Tactic‘ (Las 10 cosas que aprendí del gaslighting como un abuso táctico):En la primera etapa, discutís durante horas, sin resolución. Discutís sobre cosas que no deberían ser debate: tus sentimientos, tus opiniones, tu experiencia del mundo. Sabes que es ridículo y todavía crees en ti misma, pero necesitas demostrar que tienes razón, ser entendida y contar con su aprobación. En la fase dos, consideras en primer lugar la perspectiva del gaslighter y tratas desesperadamente de hacerle ver tu punto de vista. Conseguir argumentar tu punto de vista tiene ahora el objetivo de demostrar que todavía eres buena, amable y que mereces la pena. En la tercera fase, cuando estás herida, lo primero que te preguntas es «¿qué he hecho mal?». Consideras su punto de vista como normal. Comienzas a perder tu capacidad de hacer tus propios juicios y te consumes al tratar de entenderle y ver su punto de vista.Shea Emma Fett
La lluvia que cala hasta los huesos ya ha caído. Y estás empapada.
Agotadas… pero sin darnos cuenta de dónde viene el agotamiento
Recuerdo, cuando yo misma viví esta violencia en una de mis relaciones, desconocerlo total y absolutamente. Yo me sentía agotada, sin fuerzas para dedicarle a mis aficiones, amigas y amigos. Las tenía todas invertidas en discutir con mi pareja, tratar de resolver desaguisados y prevenir posibles broncas y problemas.
Había perdido mis ilusiones y no tenía ganas de avanzar en nada, me sentía triste y taciturna, insegura y temerosa. Pero no asociaba nada de esto con la posibilidad de estar sufriendo violencia psicológica en la pareja. ¿Cómo es posible?
A posteriori me lo trabajé mucho, ante mi propia incredulidad al no haberme dado cuenta de estar siendo violentada durante todo ese tiempo (¿yo?, ¿la feminista?, ¿¿he sido maltratada??).
Fue una cura de humildad de toma de conciencia de que la experiencia, el cuerpo y el sentir son enormes fuentes de aprendizaje.
Acudí a terapia, participé en talleres de consciencia corporal, seguí leyendo a autoras feministas disertar sobre el amor, asistí a cursos sobre violencias, conversé con compañeras y amigas, revisé mis actitudes y creencias sobre el amor. Compartí mi experiencia. Todo eso me ayudó enormemente a entender y a recolocarme. Actualmente me encuentro a menudo con mujeres en la consulta que sufren o han sufrido esta violencia en el marco de la pareja.
Creo que esa ceguera tan habitual en las relaciones donde hay gaslighting tiene que ver con lo siguiente:
- Es común la creencia de que esta situación es pasajera y circunstancial, que la pareja está pasando un mal momento y por eso se comporta así.
- Por lo tanto, no se conciben las manipulaciones como algo más estructural en la forma de relacionarse de la pareja.
- Asimismo, como sostiene Marta en su carta, muchas veces surge la contradicción de que una persona que me ama tanto no puede estar maltratándome (ese mal genio, esos reproches, son fruto del momento, de las circunstancias… pero él me quiere por encima de todo).
- Las mujeres somos educadas para complacer, cuidar, preservar el buen ambiente y el bienestar de las otras personas, especialmente de la pareja. Este mandato internalizado, muchas veces inconsciente, no ayuda a detectar y poner límites a los abusos (pobrecito, lo está pasando mal, quizá soy una exagerada, es una mala época, he de ayudarle y apoyarle para demostrarle que estoy ahí…)
- Existen sentimientos de culpa, muchas veces generados por el propio abusador: no soy lo suficientemente buena, atenta, no le apoyo bastante, no le escucho tanto ni tan bien como necesitaría, soy una egoísta, etc.
- Para tolerar las contradicciones internas que surgen, son habituales las auto-justificaciones: esos reproches que me hace y ese control que tiene sobre mí son en realidad porque se siente mal y me quiere tanto que tiene miedo de perderme. Voy a dejar de ir a esa fiesta, o a mi grupo de baile, o de teatro, o de quedar con esos amigos… para que él no sufra o para que después no discutamos. Al menos hasta que la cosa esté más tranquila. ¿Os suena?
Cómo salir del atolladero y reconquistar tu vida
Lo primero que me gustaría señalar es que el gaslighting, aunque pase inadvertido y se camufle divinamente, es una violencia psicológica; y como tal deja una huella profunda en la autoestima, la energía y las ganas de vivir de la persona que la ha sufrido.
Es normal que tardes un tiempo en recuperarte completamente, en sentir de nuevo tu energía habitual, las ganas de descubrir, reír y soltarte como hacías antes. Durante un tiempo has invertido cantidades ingentes de energía en defenderte, argumentar, discutir y tratar de convencerte a ti misma de que no estabas loca ni eras una exagerada. Ahora, poco a poco, has de darte el tiempo y el espacio de invertir en ti, en cuidarte y en recuperar la tranquilidad.
Hace falta una red de apoyo. No dudes en apoyarte en tus amigas y familiares de confianza: en manada somos más fuertes. Déjate cuidar, date tiempo, permite a tu entorno más cercano recordarte lo valiosa que eres. Acude a un espacio terapéutico si lo consideras necesario. Contacta con la asociación feminista de tu barrio o tu ciudad y busca apoyo allí. No estás sola ni eres la única a quien le ha pasado.
Como siempre os invito a hacer, ¡soltemos los “látigos” y busquemos los aprendizajes! Nuestras experiencias nos sirven para hacernos personas más sabias y conscientes si apostamos por aprender de ellas.
Confía en tu sabiduría y en tu intuición. Estoy segura de que si has vivido una situación parecida y te permites mirar para atrás, si miras bien adentro de ti, verás que siempre supiste que algo andaba mal. Tu intuición, tu sistema de alarma siempre funcionó. Simplemente aprendiste a dejar de escucharlo.
Activa, pues, tu escucha interna. Rebaja las voces externas y sube el volumen de tu voz, de tu sentir, de tu intuición. Si miras bien adentro, tú sabes qué te quita la energía y qué te la da. Esta escucha interna siempre será tu mejor aliada.
La vida sigue sin esa persona. Sí, vivirás momentos especiales y siderales con otras personas. Sí, también sentirás emociones preciosas aunque esa persona ya no esté. Afortunadamente, si tenemos los ojos y el corazón abiertos, la vida está llena de personas y momentos maravillosos. Recuerda: el amor no tiene nada que ver, como afirma Marta, con malestar ni sobreadaptación. Una no se ha de perder a una misma en una relación: cuando eso ocurre, siempre es una señal de alarma.
Shea Emma Fett, quien vivió en primera persona el gaslighting en una relación, sostiene: «Si pudiera volver atrás y darme un consejo, sería cortar todo contacto durante por lo menos un año. Es difícil porque todavía sientes que un posible entendimiento está a la vuelta de la esquina. Pero cuando digo cortar todo contacto me refiero a TODO contacto. Distánciate de amigos comunes. Bloquéalo en las redes sociales. Pide a tus amigos que no te cuenten nada sobre él. Que le jodan a quien te diga que no estás siendo razonable. Necesitas esto para sanar.» —Shea Emma Fett—
Fuente: https://www.pikaramagazine.com/2017/05/violencia-luz-de-gas/