Hubo voluntad de ocultación de los abusos sexuales en la Iglesia. La misma conclusión sobre la violencia sexual intrafamiliar sería insorportable.
En octubre de 2023, el Defensor del Pueblo presentó en el Congreso de los Diputados el informe sobre abusos sexuales en el ámbito de la Iglesia católica, que detalla en más de 700 páginas el sufrimiento de las víctimas de estos delitos y la ausencia de reacción, hasta ahora, a su dolor. La respuesta de la Iglesia ha sido insuficiente y dilatoria, ha predominado la voluntad de ocultación, dijo Ángel Gabilondo.
El defensor también dijo en declaraciones a los medios: “Creo que es uno de los problemas graves de España que se aborde en toda su radicalidad el abuso sexual infantil, y que se haga sabiendo con toda sinceridad que un porcentaje grande corresponde al abuso sexual en el ámbito familiar”. Pero esas palabras pasaron desapercibidas.
A El Salto se las hizo ver una madre protectora. Una de esas mujeres que ha visto cómo el sistema se revolvía contra ella cuando fue a denunciar el sufrimiento de su hija, que verbalizó abusos sexuales por parte de su progenitor. Hoy, la hija convive con el hombre al que señaló y la mujer está a la espera de un juicio por secuestro. Se encuentra castigada sin ver a su hija por tratar de alejarla del hombre a quien la criatura había señalado como su agresor sexual.
El informe del Defensor del Pueblo culmina un proceso de varias décadas desde que en los años 80 en algunos países se empezaron a conocer denuncias de abusos sexuales en la Iglesia. En España, las primeras denuncias se produjeron en torno a 2010. En esa cronología irrumpe, además, la sentencia de La Manada y un debate social en torno a las violencias sexuales que pone en circulación una cantidad ingente de información sobre cómo operan estas violencias y una mayor sensibilidad sobre ellas. Sin embargo, el velo no ha caído aún sobre la violencia sexual intrafamiliar.
Niños, niñas y adolescentes que son agredidos sexualmente por padres, tíos o abuelos en sus propias casas, en lo que debería ser su espacio de seguridad y de cuidados, hablan sin que nadie oiga ni escuche, a excepción de unas pocas madres (factor clave en la denuncia de este tipo de violencia, dicen los datos) que acaban en una telaraña de procesos judiciales. Pero niños, niñas y adolescentes hablan, y en algún momento se les tiene que escuchar. No solo los jueces, sino también nosotras, las periodistas, y nosotras, las feministas. Si no, tendremos que escuchar dentro de unas décadas que nuestra respuesta ha sido insuficiente, dilatoria. Que ha predominado la voluntad de ocultación. Y eso sería insoportable.
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/editorial/violencia-sexual-familia