En diciembre del año 2004, durante la celebración del «Día Mundial de Lucha contra el SIDA» se determinó dirigir la campaña a las mujeres, niñas y adolescentes. No es una casualidad que tal jornada se haya dedicado a ese grupo poblacional, es una más de las acciones realizadas con la finalidad explicita de sensibilizar a […]
En diciembre del año 2004, durante la celebración del «Día Mundial de Lucha contra el SIDA» se determinó dirigir la campaña a las mujeres, niñas y adolescentes. No es una casualidad que tal jornada se haya dedicado a ese grupo poblacional, es una más de las acciones realizadas con la finalidad explicita de sensibilizar a todos y todas ante la reciente, pero esperada, feminización de la epidemia.
La existencia de fenómenos más o menos complejos que se presentan en la sociedad que vivimos hoy en día, determinan de alguna medida que una mujer heterosexual[1] sea más vulnerable a la infección por VIH que el hombre con quien mantiene esa relación y que de hecho hacen que al cierre del 2004 se haya presentado un crecimiento de la tasa de infección en mujeres y niñas por encima de los varones. Precisamente la violencia constituye uno de esos factores que contribuyen a tal feminización.
El Patriarcado como sistema que instituye la violencia
El patriarcado es el sistema de relaciones económico-sociales que tiene como base fundamental la concentración de las riquezas, bienes, y el poder en las manos masculinas. El mismo se articula a través de una forma propia de cultura -la patriarcal- para ejercer el control y la dominación sobre las mujeres, las/os niñas/os, las/os discapacitadas/os, entre otros. Por lo tanto, ser hombre dentro de la cultura patriarcal implicaría la lucha, no por adquirir el poder -se adquiere en el momento del nacimiento- sino por su mantenimiento, (preguntémosle a un hombre como se ha formado su identidad masculina), sacando de en medio todos aquellos obstáculos que le impiden ejercerlo, y enmascarando todo lo que pudiese ser sospechoso y ponga en duda su masculinidad y lo aleje de tal poder; y a la vez desarrollando habilidades, actitudes y estrategias que le permitan la conservación del mismo, seria como estar siempre en guardia, presto al combate, agregándose la cuota exacta que de internalización de la paranoia se necesita en tal caso. Y como se es hombre en tanto no se es mujer, o sea en contraposición el uno con la otra.
Ser mujer dentro de esta cultura patriarcal supone muchas veces ser receptora de diversas formas de violencia, ya sea de género, sexual, doméstica, etc. Asimismo esta cultura, tenida a bien dentro del patriarcado, estimula, propicia e influye en la vulnerabilidad de las mujeres ante el VIH. En pleno siglo XXI las mujeres seguimos siendo pensadas a partir de patrones irreales e hipócritas, poniéndose en juego de una serie de mitos, creencias y pre-jucios. Los cuales no sólo son formas «violentas» de pensar a las mujeres, sino que además engendran la violencia. La mujer en su labor de diaria de parecerse a lo esperado se violenta así misma y es violentada por los otros, hasta en el lenguaje, de ahí la nada sutil diferencia entre «puta» y «mujeriego».
Ejemplos tales como la organización jerárquica de la sociedad, el control autoritario de los niños ejercido por parte de los padres y madres, como la solución violenta de los conflictos entre naciones son muestras de la cultura patriarcal. De esta manera la violencia[2] viene a ser recurso mediante el cual se ejerce ese poder dentro del patriarcado. Dicha violencia se legitima a través de instituciones, normas, reglas, leyes e igualmente de manera quizás no tan explícita. Es así que se constituye como un fenómeno intrínseco a la propia organización de la sociedad contemporánea, desde la misma médula hasta la periferia, dándose la forma más dramática de la violencia a mi juicio, la ejercida contra las mujeres y las niñas. La cual inclusive bajo aparente inocuidad (tal podría ser el caso de la violencia supuestamente en función de la educación, que para mi no lo es) sienta las bases para otros daños y perjuicios de las féminas.
Violencia y vulnerabilidad al VHI
Es la concepción contemporánea de lo que es ser mujer -buena esposa, excelente madre y responsable hija- lo que la expone constantemente a ser el eslabón mas débil de la cadena, en primera cuestión porque desconocemos a la mujer como parte activa y decisiva de la sociedad y para con su propia salud y sobretodo porque las campañas de prevención son construidas con sesgos que mellan el noble interés de hacer decrecer la epidemia.
Las mujeres han sido el grupo-meta de muchos programas de promoción de conductas saludables y de prevención del VIH/SIDA los cuales, aunque han jugado un rol importante en la toma de conciencia sobre la enfermedad, son insuficientes: las mujeres no pueden protegerse a menos que los hombres hagan lo mismo, es esto no es una cuestión médica sino psico-social.
«El problema central de la infección con VIH en las mujeres no puede solucionarse con posters, campañas de información o sistemas de distribución de condones. El punto central no es tecnológico o biológico: es el rol o estatus inferior de las mujeres. Al punto que, cuando los derechos humanos y la dignidad de las mujeres no son respetados, la sociedad crea y favorece su vulnerabilidad al VIH».[3]
La realidad es contundente y definitoria: la mujer ha transitado desde la periferia al centro de la epidemia en la última década; la subordinación de género, sexual y económica de la mujer sigue aumentando su vulnerabilidad. Cada día hay mayor número de mujeres infectadas, incrementándose paulatinamente la tasa de infección, o sea, existe mayor probabilidad de que la persona que infecte sea una mujer (1.6% más de probabilidades que los hombres de infectarse con el virus[4]), unido a que la edad de infección está disminuyendo progresivamente: adolescente y mujeres jóvenes entre 14 y 19 años. Es por ello que a la hora de examinar el impacto de la violencia contra las mujeres y las niñas en la epidemia del SIDA es posible advertir como esta contribuye a la vulnerabilidad de ellas. De tal manera de que una mujer que es victima de cualquiera de las formas de violencia es tres veces más vulnerable a la infección por VIH y otras infecciones de transmisión sexual.
Igualmente se ha conocido que entre las mujeres seropositivas una de cada tres a una de cada cinco han sido victima de violencia en algún momento de su vida[5]. De similar manera, las mujeres han sido culpabilizadas por el nacimiento de niñas y niños infectados; la obligatoriedad de la realización de la prueba durante el embarazo ha contribuido al conocimiento de su seropositividad y por tanto a ser rechazadas tanto por su pareja sexual que por su familia, aun cuando ellas hayan infectadas por su pareja. Por lo que no sólo la violencia engendra SIDA sino también que el SIDA pudiese generar violencia[6]. Existen diversos de aspectos que exponen a la mujer a la infección por VIH, los más cercanos al fenómeno de la violencia serían:
Las mujeres y las niñas son las víctimas fundamentales de la violencia sexual.
Las mucosas tanto vaginal o rectal son muy permeables al VIH y es allí donde se depositan frecuentemente el semen y donde además permanece por un período de tiempo.
Durante el coito suceden lesiones y laceraciones que incrementan la posibilidad de infección, puesto que las mismas funcionan como puertas de entradas al VIH.
El patriarcado, como forma de organización social. Cultura patriarcal que prescribe roles, diseña expectativas y utiliza la violencia como su principal recurso. El poder tiene género: es masculino.
Muchas mujeres dependen económicamente de sus parejas. Poco desarrollo de redes de economías solidarias.
Comunicación no efectiva entre los miembros de la pareja.
Educación sexista que concibe desigualdades entre los géneros.
La mujer es vista frecuentemente como objeto sexual, que siempre tiene que estar lista para satisfacer a su hombre. Centradas en el disfrute y satisfacción ajeno.
Creencia sobre la siempre disponibilidad de las mujeres a tener relaciones sexuales con su esposo. La no consideración del abuso sexual dentro del matrimonio.
Asunción de conductas sumisas y dependientes en especial a la hora de decidir si protegerse o no de las infecciones de transmisión sexual y el como hacerlo.
A manera de epílogo.
Tanto la violencia sexual como la doméstica, como otras formas de violencia contra la mujer, socavan los posibles efectos positivos de las campañas contra el VIH, no se puede ser responsable, no se pueden asumir conductas saludables cuando se es victima de violencia. Es más, en algunos casos tales mensajes educativos ignoran la cualidad de las relaciones entre hombre y mujeres, de manera que seguirlos expondría a las mujeres a maltratos, puesto que no vienen acompañados de estrategias más profundas generadoras de cambios que tengan en cuenta a hembras y varones y a la sociedad en entero.
Es así que un condón en mano de una mujer puede resultar tan problemático como el hallazgo de armas nucleares en la desvastada Iraq. La lucha contra el VIH/SIDA lleva implícita la condena de la violencia ejercida contra mujeres y niñas. Se necesitan estrategias que alienten el desarrollo, la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres, la extinción del hambre y la pobreza, el respeto de los derechos humanos en especial de la mujer; su eficaz empoderamiento psicológico, sólo a partir de aquí, es comenzaremos a transitar por el verdadero camino del control de la epidemia.
Notas
[2] Para nosotros la violencia sería cualquier forma de ejercicio del poder ya que presupone una relación dispar y que incluye un daño de cualquier índole a un tercero aun bajo el consentimiento o aceptación de este ultimo.
[3] Jonathan Mann, Decidamos, 1995 Citado por Wendy Alba Mendoza. En http://www.aprimeraplana.org/www/No.12/paginas/vinculos.htm
[4] Dato tomado de http://www.cimacnoticias.com/noticias/04dic/04120103.html
[5] Samantha Bolton. Acceso de las mujeres y las niñas a los tratamientos contra el SIDA y a protección contra la violencia. En http://www.who.int/mediacentre/news/releases/2004/pr86/es/
[6] Tomado de http://www.cimacnoticias.com/noticias/04nov/04112411.html