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Visicitudes de las bicicletas

Fuentes: barriodelcarmen.net

Marginadas por la cultura del automóvil las bicicletas no terminan por abrirse paso en las sociedades occidentales contemporáneas. Cuando mucho protagonizan el papel de juguete soñado que aparece como regalo generoso en Navidades o fechas importantes… cuando mucho son artefacto deportivo capaz de vehicular hazañas olímpicas y paseos matinales. Suelen terminar estacionadas en los lugares […]

Marginadas por la cultura del automóvil las bicicletas no terminan por abrirse paso en las sociedades occidentales contemporáneas. Cuando mucho protagonizan el papel de juguete soñado que aparece como regalo generoso en Navidades o fechas importantes… cuando mucho son artefacto deportivo capaz de vehicular hazañas olímpicas y paseos matinales. Suelen terminar estacionadas en los lugares más inopinados como memoria de cierta culpa gimnástica que siempre se promete futuros mejores. Su potencial es otro. Bajo circunstancias específicas de distancia, clima y educación urbana. Sobre condiciones económicas, políticas y culturales en crisis o entre conveniencias ecológicas, urbanísticas y de salud pública, las bicicletas bien podrían ser respuesta y solución demoledoras a sinnúmero de problemáticas relacionadas con el transporte. La balanza entre virtudes o desventajas de las bicicletas suele moverse naturalmente por la inercia de condiciones personales y colectivas determinadas por variables poco modificables. En cambio la balanza también se mueve con inercias artificiales engendradas desde proyectos económico-ideológicos empeñados en cerrarle el paso a la tal vez más barata solución moderna al problema vehicular urbano. En su costo y virtudes la bicicleta despliega repertorios alternativos al uso de otros vehículos. Eso la convierte en peligrosa. Mientras las ventas de corporaciones transnacionales automotrices se embriagan con récords históricos y los propietarios de colectivos incrementan rutas, unidades y costos, la bicicleta aguarda su momento para poner en jaque una estructura de bienes y servicios viciada por la falta de competencia y proteccionismos coinversores. Los chinos pudieron.

Sin embargo el desafío mayor para la bicicleta no es sólo técnico o económico. Enfrenta el fetiche publicitario y glamouroso de los automóviles que se han convertido en emblema de status. Enfrenta al poderío ideológico de un signo de clase, envoltorio semoviente de discursos formales causantes de calamidades energéticas y ecológicas. Por más filtros que lleven. La idea de democratizar el transporte privado y público posee en la bicicleta promesas que involucran incluso a los programas educativos nacionales. Sin negar las ventajas del automóvil o el autobús. Desde que Blanchard y Masurier idearon su Celerífero en 1779, antecedente de la bicicleta moderna, más las aportaciones de Macmillan, en 1839, hasta las bicicletas de carbono ultraligeras para competencias de alto rendimiento, los tandem, side cars, triciclos, gran turismo etc. la búsqueda de sistemas para transportarnos con costos relativamente bajos y beneficios en salud incuestionables no ha parado. Alguien inventó, casi surrealistamente, bicicletas fijas con una sola rueda que rinden hasta hoy éxitos gimnástico- mercadológicos en beneficio, dicen, de la esbeltez. Con la velocidad de sus provocaciones la bicicleta cuestiona también a la urbanística, la arquitectura, los programas políticos y la moral. No pocas objeciones moralista-púdicas se presentaron cuando las mujeres quisieron adoptar la bicicleta. Algo de obsceno apareció ante la mirada de los críticos europeos conservadores que supusieron peligrosa la montura, movimientos, postura y emancipación femenina a bordo de una bicicleta. Virtualmente no existen espacios privilegiados para la circulación de bicicletas, no se le considera en el diseño de casas, oficinas, fábricas o centros de recreación y no hay campañas soporte que estimulen la preferencia por la bicicleta en zonas y distancias pertinentes. En algunos países la bicicleta es usada por obreros que acuden a trabajar siempre al filo del peligro. No hay reglamentación o legislación que proteja y estimule el uso de las bicicletas. Tampoco existen planes suficientes para financiar la adquisición y virtualmente a nadie le importa el impacto sobre la salud pública derivado del ejercicio adicional que supone el uso de la bicicleta. Ni hablar del carácter socializador que puede surgir entre pobladores que coincidieran en la preferencia por la bicicleta. La bicicleta estimula el paseo, facilita el acceso a zonas saturadas por el tráfico, abate costos energéticos, estacionamientos, mantenimiento, posesión, matriculas…la bicicleta es peligrosa.

Una bicicleta buena alcanza para movilizar a dos personas por lo menos. Una cultura de la bicicleta movilizaría a la historia. Con tracción humana.

Instituto de Investigaciones sobre la Imagen
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