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¿Vivir del aire?

Fuentes: Rebelión

Como si definitivamente constituyera un hecho el eterno retorno proclamado por Nietzsche, abierta negación del optimismo en materia de progreso social, la humanidad vuelve a afrontar la fatídica cifra de mil millones de personas sin acceso a los alimentos Es decir, a la posibilidad de la vida. Sí, alrededor de un sexto de los terrícolas […]

Como si definitivamente constituyera un hecho el eterno retorno proclamado por Nietzsche, abierta negación del optimismo en materia de progreso social, la humanidad vuelve a afrontar la fatídica cifra de mil millones de personas sin acceso a los alimentos Es decir, a la posibilidad de la vida.

Sí, alrededor de un sexto de los terrícolas está condenado a la inactividad maxilar -el aire no se mastica, ¿no?-, a no ser que la emprenda con el cuero, las cortezas vegetales, algún que otro prójimo. Crisis en cuya constatación los analistas coinciden, si bien difieren en cuanto a las causas, o a la jerarquía de estas. Porque no todos encuentran la misma fuente en la escalada del dinero necesario para adquirir la cesta global, formada por cereales, oleaginosas, lácteos, carne y azúcar, que desde 1990 analiza la FAO, de portavoces posiblemente afónicos de tanta advertencia. En diciembre de 2010 los precios sobrepasaron el nivel de junio de 2008, cuando provocaron protestas en países tan alejados entre sí como México, Filipinas, la India y Egipto. En los últimos cuatro años se han disparado nada menos que ¡47 por ciento!

Algunos observadores, entre ellos el conocido Paul Krugman, juran y perjuran que la situación responde, primero, a la reducción de la producción agrícola por culpa del clima; segundo, al crecimiento de la demanda en China. Factor este último descartado de plano en el diario mexicano La Jornada por Alejandro Nadal, quien nos recuerda que el gigante asiático ha devenido casi autosuficiente en todos los renglones, excepto la soya.

Ciertamente, el clima ha contribuido, entre 2008 y 2011, a la reducción en 2,6 por ciento de la producción universal de granos -solo la sequía y los consiguientes incendios en Rusia supusieron el retiro de 20 millones de toneladas de trigo del mercado-. Mas ello resulta incomparable con el desvío de maíz para la producción de biocombustibles. En 2007, Estados Unidos se fijó la meta anual de 36 mil millones de galones de etanol para 2022. Hoy el 40 por ciento de la cosecha en ese país, unos 106 millones de toneladas, se destina al sustituto de los hidrocarburos, lo cual argumenta con creces por qué las reservas del grano han descendido al nivel más bajo desde 1995. Igual política de la Unión Europea contribuyó a que en 2010 se descartaran unos 250 millones de toneladas de cereales a nivel global.

Pero para muchos entendidos lo más significativo es que los llamados mercados de commodities (productos básicos) están abrumados por la superactividad de los especuladores. Según la organización internacional GRAIN, citada por Prensa Latina, el dinero fruto de ese empeño pasó de cinco mil millones de dólares en 2000 a 175 mil millones en 2007.

Nada nuevo, apostillaría alguno que otro. Y llevaría razón. La especialista Esther Vivas lo subraya en WordPress: La especulación de marras es inherente a los mercados de futuros, que comenzaron a funcionar a mediados del siglo XIX, en EE.UU., en garantía de un precio mínimo al productor ante consabidas oscilaciones. «El campesino vende a un comerciante la producción antes de la cosecha para protegerse de las inclemencias del tiempo, por ejemplo, y garantizarse un previo a futuro. El comerciante, por su parte, también se beneficia. El año en que la cosecha va mal, el campesino obtiene buenos ingresos, y cuando la cosecha es óptima, el comerciante aún se beneficia más».

No obstante, convengamos en que el mecanismo está sobreexplotado. Las transnacionales aprovechan la desregulación de los mercados de materias primas, que, impulsada desde los años 80 por los Estados Unidos y Gran Bretaña, lleva a comercializar con independencia de las transacciones agrícolas reales. La especulación alimentaria se ha erigido en una de las más evidentes concreciones de un sistema -el tardocapitalismo o capitalismo neoliberal- que, con respecto al año 2000, ha acarreado aumentos del 75 por ciento en la carne, 130 en los productos lácteos, 190 en los cereales y 270 en el azúcar. Y el alza estratosférica del petróleo, haciendo prever una ola inflacionaria en artículos de primera necesidad, como consecuencia de la subida en el transporte.

¿Salida? Para diversos peritos, la soberanía alimentaria. Que los pueblos decidan sobre sus políticas de producción agropecuaria, la recuperación de la dimensión local de los mercados y la exclusión del sustento de los mecanismos de especulación internacional… Claro, quizás así dicho esto sería precisamente especular, en otro sentido. Algo que pueden haber intuido los pueblos cuando se lanzan a las calles en protesta, sin reparar en ingrávidas suposiciones de «eternos retornos» (valga la socorrida analogía), y demostrando lo imprescindible de la soberanía política. Lo demás… vendría por añadidura. Y a otro tema

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.